miércoles, 16 de diciembre de 2015

  

 

Una novela del escritor trinitario V.S Naipaul, Premio Nobel de Literatura



En la punta del pueblo de Macuro en el Golfo de Paria, estado Falcón, se puede ver al otro lado, a poco más de diez kilómetros de distancia, a la isla de Trinidad que como una larga raya emerge en el horizonte con su extensa franja de tierra y que donde pasadas las seis de la tarde  comienzan a encenderse las primeras luces de la noche. Isla que hasta finales del siglo XVIII estuvo anexada a la administración de la Capitanía General de Venezuela,  hasta que los británicos invadieron y se apoderan de ese territorio insular.
Esta reseña con retrospectiva histórica, no tendría ninguna relevancia si un habitante de nuestra vecina isla, tan discreta y silenciosa, que a veces no pareciera estar tan cerca, no hubiera sido galardonado con el premio Nobel de Literatura en el año 2001. Se trata del escritor Vijadhar Surajprasad Naipaul, nacido en el seno de una familia hindú, en el pueblo de Chaguanas, en la periferia de la ciudad capital de Puerto España. Y aunque para muchos el citar ese hecho en la actualidad pudiera parecer extemporáneo, por qué hablar de un Premio Nobel otorgado hace unos14 años, ciertamente no es así. Porque este es una premiación que sigue teniendo una gran resonancia para la literatura de la región, al igual que el premio del poeta y dramaturgo Derek Walcott (Premio Nobel 1992), nacido en la también isla de Santa Lucía, perteneciente a esta cuenca universal que es el Mar Caribe.
La novelística de Naipaul no aparta su mirada de su nativa Trinidad, su acto literario es una constante referencia a los choques culturales en el mundo hindú trinitario, en el que un gran grueso de la población apoyaba el giro de renovación de las viejas tradiciones de castas para cambiar unas valoraciones sociales establecidas durante milenios pero que liquidaban la libertad de los individuos, condenándolos a una esclavitud per se. Por otro lado, estaban los conservadores a una fe religiosa ciega y fanática, y al estamento de una obediencia familiar, que muchas veces los conduce a una lucha sin sentido y errónea por intentar mantener atado el destino aquellos que llegaron a esa parte del nuevo mundo buscando en realidad su liberación.

Pese a haberse educado en Oxford, Inglaterra, con una beca, la narrativa creada por Naipaul no mira en otra dirección que no sea su nativa Trinidad. Su novela “Una Casa para el Señor Biswas”, inspirada en parte en las múltiples facetas que vivió su padre, es un viaje itinerante por la vida del hindú en la Trinidad de principios del siglo XX. Ricos, pobres y emertenges, todos movidos siempre en medio de un denso tejido de supersticiones y una recurrente necesidad de ser bendecidos, de sentirse amparados por los dioses, el antihéroe de esta novela el señor Biswas –cuyo único suelo es ser un gran escritor-  trata de darle sentido a su vida intentado superar la miseria, en medio de la arrogancia y la humillación de la familia de su esposa, con la que por “tradición” está obligado a vivir,  en medio de las peores adversidades Biswas intenta cultivar un estilo literario genuino, lo que le sirve de excusa para formar parte como redactor de noticias de un periódico, a través de cuyo oficio nos va entregando retratos de la vida común, del día a día de ese país insular que tenemos a unas cuantas brazadas de nuestras costas, y que es tan distinto a nosotros en idiosincrasia, en sus maneras y formas, a veces tan inimaginables, porque son las que van creciendo con el desarraigo y la implantación en una tierra que para muchos es una maldición, pero para otros un motivo de redención. De eso se encarga la literatura de Naipaul, de relatarnos esos otros mundos que cohabitan, entre los tantos existentes, en el Caribe angloparlante.
“[…] Tras millares de años de religión, los ídolos eran un insulto para la inteligencia humana y para Dios: el nacimiento carecía de importancia; la casta de una persona debía determinarse únicamente por sus actos”. (Una Casa para el Señor Biswas).

martes, 15 de diciembre de 2015




Lo imposible continúa aconteciendo [José Saramago]

“En la novela Jazz de Toni Morrinson [premio Nobel de Literatura 1993], hay un personaje que mata a la mujer a quien amaba. Por amarla demasiado, explicó. Parece absurdo, pero los novelistas son así, ya no saben qué más inventar para captar la fatigada atención de los lectores. Estas cosas, en la vida no suceden. Suceden otras. Ahora en Francia, un muchacho de veintipocos años preguntó a su novia, más joven que él, si sería capaz, para probar su amor, de matar a una persona. Ella respondió que sí. Ocurría esto en un café. En una mesa cerca estaba otro chico, éste de dieciocho años. Los novios entraron en conversación con él, poco después era como si fuesen amigos de siempre. Ella, con señales que hasta un ciego entendería, empezó a seducir al muchachito. Salieron juntos. A cierta altura ella dijo al novio: “No vengas con nosotros. Nos vamos al jardín”. El de dieciocho años adivinó la aventura fácil y se fue con la chica. En  un rincón escondido ella sacó una pistola del bolso de mano y mató al muchacho. Toni Morrinson no sabe nada de la vida. Lo imposible sucede siempre, sobre todo si es horrible”.