Una novela del escritor trinitario V.S Naipaul, Premio Nobel de Literatura
En
la punta del pueblo de Macuro en el Golfo de Paria, estado Falcón, se puede ver al otro lado, a poco más de diez kilómetros de distancia, a
la isla de Trinidad que como una larga raya emerge en el horizonte con
su extensa franja de tierra y que donde pasadas las seis de la tarde comienzan
a encenderse las primeras luces de la noche. Isla que hasta finales del siglo
XVIII estuvo anexada a la administración de la Capitanía General de Venezuela, hasta que los británicos invadieron y se apoderan
de ese territorio insular.
Esta
reseña con retrospectiva histórica, no tendría ninguna relevancia si un
habitante de nuestra vecina isla, tan discreta y silenciosa, que a veces no
pareciera estar tan cerca, no hubiera sido galardonado con el premio Nobel de
Literatura en el año 2001. Se trata del escritor Vijadhar Surajprasad Naipaul,
nacido en el seno de una familia hindú, en el pueblo de Chaguanas, en la
periferia de la ciudad capital de Puerto España. Y aunque para muchos el citar
ese hecho en la actualidad pudiera parecer extemporáneo, por qué
hablar de un Premio Nobel otorgado hace unos14 años, ciertamente no es así. Porque este es una
premiación que sigue teniendo una gran resonancia para la literatura de la región, al igual que el premio del poeta y dramaturgo Derek
Walcott (Premio Nobel 1992), nacido en la también isla de Santa Lucía,
perteneciente a esta cuenca universal que es el Mar Caribe.
La
novelística de Naipaul no aparta su mirada de su nativa Trinidad, su acto
literario es una constante referencia a los choques culturales en el mundo
hindú trinitario, en el que un gran grueso de la población apoyaba el giro de
renovación de las viejas tradiciones de castas para cambiar unas valoraciones sociales
establecidas durante milenios pero que liquidaban la libertad de los
individuos, condenándolos a una esclavitud per se. Por otro lado, estaban los
conservadores a una fe religiosa ciega y fanática, y al estamento de una
obediencia familiar, que muchas veces los conduce a una lucha sin sentido y
errónea por intentar mantener atado el destino aquellos que llegaron a esa
parte del nuevo mundo buscando en realidad su liberación.
Pese
a haberse educado en Oxford, Inglaterra, con una beca, la narrativa creada por
Naipaul no mira en otra dirección que no sea su nativa Trinidad. Su novela “Una
Casa para el Señor Biswas”, inspirada en parte en las múltiples facetas que vivió su padre, es un viaje itinerante por la vida del
hindú en la Trinidad de principios del siglo XX. Ricos, pobres y emertenges, todos movidos siempre en medio de un denso tejido de
supersticiones y una recurrente necesidad de ser bendecidos, de sentirse
amparados por los dioses, el antihéroe de esta novela el señor Biswas –cuyo
único suelo es ser un gran escritor- trata
de darle sentido a su vida intentado superar la miseria, en medio de la
arrogancia y la humillación de la familia de su esposa, con la que por “tradición”
está obligado a vivir, en medio de las
peores adversidades Biswas intenta cultivar un estilo literario genuino, lo que
le sirve de excusa para formar parte como redactor de noticias de un periódico,
a través de cuyo oficio nos va entregando retratos de la vida común, del día a
día de ese país insular que tenemos a unas cuantas brazadas de nuestras costas,
y que es tan distinto a nosotros en idiosincrasia, en sus maneras y formas, a
veces tan inimaginables, porque son las que van creciendo con el desarraigo y
la implantación en una tierra que para muchos es una maldición, pero para otros
un motivo de redención. De eso se encarga la literatura de Naipaul, de relatarnos
esos otros mundos que cohabitan, entre los tantos existentes, en el Caribe
angloparlante.
“[…]
Tras millares de años de religión, los ídolos eran un insulto para la
inteligencia humana y para Dios: el nacimiento carecía de importancia; la casta
de una persona debía determinarse únicamente por sus actos”. (Una Casa para el
Señor Biswas).