martes, 7 de junio de 2016


  
                   Russell Banks: la novela norteamericana de finales del siglo XX

Russell Banks (Massachusetts-1940), es otro de esos monstruos literarios genuinos que existen para el asombro en el ámbito de las letras, como uno de esos especímenes que por su rareza y complejidad  siempre causan admiración. Nacido en el seno de una familia norteamericana proletaria ha profesado un profundo nihilismo a las dos fórmulas establecidas en la sociedad estadounidense para alcanzar la felicidad: el the american dream y el american way of life.
Su culto a lo literario nace por propia convicción personal, de manera espontánea, según ha manifestado, creció sin ningún referente cultural en su familia, que como ha indicado creció en el típico hogar anónimo de un obrero, como ha habido millones. Banks que pudo haber elegido cualquier otra carrera, eligió estudiar letras algo que tuvo que haber sido tomado con extrañeza en medio de su entorno, pero desde joven Banks tenía el germen del escritor pululando por todos lados, sólo esperando por expresarse.
Al salir sus primeras publicaciones cuentos y novelas, fueron catalogados como un suceso literario y rápidamente comienza a convertirse en un escritor de renombre que lo llevan a ser galardonado con importantes premios literarios: O Henry, Pushcart, Fels y Best American Short Writting Fellowships, John Doss Passos y el de la American Academy of Arts and Letters.
Su obra narrativa contempla, entre otros títulos publicados: Aflicción, Como en Otro Mundo, Una americana consentida, Family Life, The New World, The Book of Jamaica, The Sweet Hereafter, Rompenubes y La ley del hueso.




¿Qué hay detrás de la literatura de Russell Banks? La vida de los desamparados, gente que va al trabajo, gana un sueldo para subsistir, busca la felciidad en la tv, o bebiendo cerveza y soñando con un futuro prometedor que como el Godot de Becket nunca llega. Vida de personas ante la catástrofe de conquistar las imposibilidades de la propia creación humana. Un nihilista del éxito de la organización social –como la norteamericana- basada en el materialismo. Si existe dios se esconde en una casualidad, o detrás de la voluntad humana.
El hombre no es dueño de su propia libertad, infectada por sueños, recetas existenciales y esperanzas, cuando esto no lo aniquila, es la pesada vida rutinaria que todo haz de originalidad apaga que lo sepulta.
Si buscásemos una metáfora que pudiera reflejar la impotencia y la frustración de Russell Banks ante esa especie de ficción social  que a millones deslumbra como una fe religiosa: el sueño americano, diríamos que es como el cuento de ese hombre común con incontables necesidades económicas que una tarde pasa frente a la puerta de un casino, en  momentos que se juega la gran apuesta del día. El número que salga ganador se llevará todo los montones de billetes que están apilados sobre la mesa. Pero nuestro hombre de hábitos muy domesticados, medianamente feliz, medianamente desdichado, oye como un eco muy lejano el llamado del crupier: ¡hagan sus apuestas señores, hagan sus apuestas!  Vacila en entrar o no, porque sus pasos están tan acostumbrados a repetir, una y otra vez su rutina de todos días que no se permite otro rumbo sino el que está marcado en el mapa de sus cotidianidades. Pero como una esperanza ajena que no le pertenece piensa en el 17 Rojo y afloja el paso mientras escucha con atención la bolita metálica rodar saltando los obstáculos de cada casilla numérica de la ruleta. De pronto el silencio es cortado por la voz cantarina del tahúr: “diecisiete Rojo, sin apuestas, gana la casa”. Siente que se baja tarde del tren de la vida, porque baja la acera con sentimiento de derrota, atrapado en esa otra eternidad inmediata que es el tiempo ordinario y repetitivo de todos los días, con su larga carga de sus hábitos y de actos predecibles. Nuestro hombre con tantos atributos comunes, no sabe cuánto tardará en volver la casualidad a jugar con él una vez más, sigue en andando esperando que el número de la casilla de su existencia sea gritado por ese otro crupier invisible que parece cantar a diario el destino de las cosas.



“Deriva Continental”, es la novela que me abrió la puerta a la obra de Russell Banks –edición de Bruguera, con la extraordinaria y muy notable traducción de Francisco Rodríguez de Lecea- , su narrativa no pierde un ápice del clásico ritmo de la novela norteamericana tan vinculada al lenguaje cinematográfico, pero siempre manteniendo ese ápice, esa pincelada sutil que es entretejer una narrativa suave de mudanzas imperceptibles, los volúmenes del lenguaje. Y es que las historias de Banks sin su lenguaje tan tejido en lo literario, en lo elaborado y meticuloso, perderían mucho de su elemento esencial, sino se cuentan con esa especie de rememoración épica  impersonal como suelen contarse este tipo de historias.
Su historia, como muchas otras de sus obras, son retratos de loosers, los  catalogados por ese denso sistema de vanidades como perdedores,  las minorías, pero más aún esa minoría que es masa –invisible e ignota- que es mayoría pero tan reducida en los espacios de la voluntad, por su colisión con el inevitable curso de la totalidad de las cosas que vive ignorándolo. También los negros, los bípedos, los analfabetas funcionales, el hombre común, el que trata de no serlo y termina mirándose siempre el espejo de sus propios fracasos, los inmigrantes, los buscadores de sueños, los que nunca abandonan sus propias pesadillas, todos ellos convergen en la narrativa de Russell Banks, quien a su manera y utilizando la voz de sus palabras denuncia y se compadece al observar como cada uno va siendo devorado por una cadena sucesiva de trampas que impone la secreta esperanza del “sueño americano”.
“Deriva Continental”, es la gran novela de finales del siglo XX norteamericana, narra la historia de dos personas, un hombre cuyo perfil bien pudiera responder al norteamericano promedio que busca en ese mar de esperanzas pescar el cambio de su vida y decide lanzarse a la aventura, y una mujer haitiana que emigra hacia los Estados Unidos tras el sueño americano.


INVOCACION
[Texto a manera de prólogo de la novela Deriva Continental]
“No necesitas memoria para contar esta historia, la triste historia de Robert Raymond Dubois, la historia que termina entre las calles secundarias y los callejones de Miami, florida, una mañana de febrero de 1981, y que empieza lejos al norte, en Catamount, Nueva Hampshire, durante una tarde fría, punteada por la nieve, de diciembre de 1979. La historia cuenta lo que le sucedió al joven Bob Dubois en los meses que transcurrieron entre una tarde invernal de Nueva Hampshire y una mañana oscura y húmeda de Florida, y cuenta también lo que les sucedió a varias personas que le querían, y a algunas personas de Haití y Jamaica, y al hermano mayor de Bob, Eddie Dubois, que le quería pero pensaba que no, y al mejor amigo de Bob, Avery Boone, que no le quería pero pensaba que sí, y a las mujeres que fueron amadas por Bob Dubois casi tanto como amaba a su esposa Elaine y de modo tan diferente. No necesitas memoria, sino tan sólo una compasión lúcida, y una rabia ardiente y antigua, y el amor por el sol de un hombre del Norte; es la historia la doble obsesión de un hombre blanco cristiano por la raza y el sexo, y de la vergüenza de un americano honesto de clase media por la historia de su nación. Esta es una historia americana de la segunda mitad del siglo XX, y no necesitas una musa para contarla, sino algo parecido a un hombre-boca, una voz que hable directamente frente a ti y no detrás de ti, porque nada de lo que se dice aquí depende de la memoria. Con una historia como  ésta necesitas una enumeración más que un recuento, una presentación más que una representación, y por esa razón está contada de la manera que está contada. Y por más que tú también puedas verla con tus propios ojos, y oírla con tus propios oídos –como si tú, el narrador de la historia, estuvieras sentado en el círculo de oyentes, atento, a la espera de sentirte tú también divertido, sorprendido, conmovido- deberás sin embargo verla con ojos que no son los tuyos y contarla con una boca distinta de la tuya. Así pues, deja que Legba se adelante y haga hablar a ese hombre-boca blanco de edad mediana. Bajemos por el Grand Chemin, el camino del sol, llenos de compasión y fortalecidos por el brillo de la rabia. Ven, Papá, ven a la encrucijada. Ven, Huesos Viejos, maravíllate ante el triple misterio de hombres y mujeres que se abrazan, de la negrura y de la llegada inesperada de los dioses de Guinea. Ven impaciente a buscar la vergüenza en todas partes. Da cuerpo y autorización y energía a la compasión y a la rabia de ese hombre-boca blanco, y cubre sus hombros con una adecuada capa de vergüenza, y dale un placer puro, físico, bajo el lento sol cercano, entre gentes y dioses cuyas evidentes diferencias respecto a él y su único gran Dios le llevarán también, finalmente, a aproximarse a sí mismo, además de a las otras personas presentes. Y deja contar a ese hombre lo que el buen ciudadano americano Bob Dubois hizo de malo a los ojos de Dios y de los Mysteres, y a los ojos del propio hombre-boca, abandonado por Bob Dubois junto a su esposa Elaine, que le había amado durante mucho, mucho tiempo, y junto a su hijo y sus dos hijas y su amigo Avery Boone y las mujeres que Bob Dubois había hecho el amor y los hombres y las mujeres que habían vivido y trabajado con Bob Dubois en Catamount, Nueva Hampshire, y en Oleander Park, Florida, y en las barcas der pesca de Cayo Moray. ¡Adelante, Legba, repito! Deja hablar a este hombre para que aquel hombre viva”.





lunes, 6 de junio de 2016

Juan José Arreola: el Confabulario cosmopolita

Hablar de la literatura de Juan José Arreola (México-1918), es hacer mención no sólo de un escritor cosmopolita, sino de uno de los narradores contemporáneos que aún le dieron sustento a la esencia mítica que reside en la densidad de esa serpiente emplumada que es la literatura mexicana, junto a los escritores Juan Rulfo, Carlos Fuentes y Fernando del Paso, entre otros.
Su libro de cuentos Confabulario, es más que un compendio de narraciones es un universo narrativo expuesto con el estilo de un excelente cuentista, con todas las posibilidades cambiantes y multicoloridas de ese calidoscopio que es la tierra y el hombre y el incansable ritmo de ambos, una dando vueltas sempiternas jugando al sorteo de los destinos, el otro ampliando sus pasos acercándose y evadiendo, construyendo su propio laberinto, el de la vida.



Autodidacta, Arreola no estudió literatura en la Universidad, se hizo literato leyendo libros de los grandes escritores por su cuenta: “Soy autodidacta –es cierto-, pero a los doce años en Zaplotán el Grande leía a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob, junto con medio centenar de otros nombres más o menos ilustres…No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu desde Isaías hasta Franz Kafka”.
 Armisticio

Con fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación. Me desentiendo de todos los invasores en cuerpo y alma. Nos veremos las caras en la tierra de nadie. Allí donde un ángel señala desde lejos invitándonos a entrar: se alquila paraíso en ruinas. (Juan José Arreola)