lunes, 10 de mayo de 2021

 El ser o la nada

¿La materia o la idea? ¿la certeza o la ilusión? ¿El ser o la nada? ¿Son dos caras de una misma moneda? O ¿se trata de dos fuerzas antagónicas complementarias? ¿Ying y yang? ¿Puede existir el uno sin el otro? O ¿al pensar a uno, es necesario pensar al otro? ¿Puede el lenguaje contener al ser? ¿Lo podemos  condensar en nuestro pensamiento? ¿Y la nada? ¿Qué pasa con esa palabra que parece anular todo? ¿Si la nada es nada, acaso no la desnaturalizamos para convertirla en un simple ente cuando la conceptualizamos? ¿Y dónde dejamos al infinito? ¿Podemos limitarlo a un concepto?

El hombre quiere definirlo todo, se apega al ser, quiero ser exclama uno,  yo soy, dice otro. Somos parte de nuestro auto-concepto, siempre hemos creído que en el ser somos y que la nada nos niega, por eso huimos  instintivamente de la nada, lo que le nombre o represente. Todos queremos ser algo o alguien, desde la concepción del pensamiento básico, bajo ese ejercicio angosto de la lógica del sentido común, al éxito lo confunden con ser o plenitud, y lo contraponen al fracaso, con la nada, de ahí la frase eres nadie; pero en esa metodología ser, presupone una distinción en un mundo distorsionado por los intereses materiales, donde el consumo es su verdadera constante.

Para ser hay que tener, algo que explica muy bien el filósofo y psicoanalista Erich Fromm en su libro "Tener o Ser", para Fromm, son dos cosas muy diferentes, sin ninguna relación. Tener pertenece al sentido común de la sociedad de masas, la sociedad del rebaño la bautizó Nietzsche, y todo lo que ella comprende, en tanto que ser es la unicidad del conocimiento en la trascendencia existencial.

Aunque no es moneda de curso común andar por ahí preguntándose acerca del ser y la nada, y hoy muy pocos se lo planteen como una necesidad relevante, hay quienes en toda su vida ni siquiera se lo llegarán a preguntar, ¿Qué es el ser y que es la nada? y sí ambos fuesen una aventura especulativa de nuestro pensamiento, o si lo del ser, fuera un asunto como el de la piedra filosofal? ¿Por qué el ser y no la nada? se preguntó Leibniz, filósofo y matemático alemán quien sostenía que dios es voluntad de ser, conciencia creadora en relación con el mundo. La misma pregunta se la formularía Heidegger doscientos años después.

En el mundo que vivimos la nada vale lo que comporta, no lo que es como categoría filosófica, porque la gente no anda por ahí con un manual de instrucciones filosóficas para decir la nada es esto y no lo otro. En la sociedad global la nada es negación, vacío, dejar de ser, muerte, inexistencia, lo que no es, desaparición, y ser es todo lo contrario, es afirmación en el tener, lo que poseo soy,  lo que llena el vacío de la existencia e incluso es su motivación permanente, por eso el individuo de factura común, su único anhelo es  llenarse de posesiones, con las que creen lograr adormecer, o encubrir el sentido de la nada que pueda albergar su existencia, el miedo a no ser.

Tal vez el ser y la nada no sean más que dos banalidades revestidas de trascendencia metafísica, entonces, ¿por qué inquietarnos por el ser y la nada? Para decirlo borgianamente qué sentido tiene preocuparnos por el infinito ayer que no fuimos, y  por el eterno mañana que no seremos. Para Heidegger la nada es la que nos revela el sentido del ser.

 

¿Perversidad o ingenuidad?

Hay que tener cuidado con lo que se desea. Puede cumplirse. Y no hay aquí, pese a toda evidencia, rastro de mujer fatal, sino presencia de hombre terriblemente fatalizado. Es la moraleja que surge tras la historia de Le rue rouge, Mala mujer, Scarlet Street o Perversidad, son los diferentes títulos con los que se  ha nombrado este  drama cinematográfico dirigido por el icono del expresionismo  Fritz Lang.

La sensualidad de una mujer fatal irresistible y la ingenuidad de un hombre rutinario enamorado, conforman un explosivo cóctel. Christopher Cross (Edward G. Robinson) tiene un trabajo repetitivo y aburrido cuyo único escape es la pintura. Su extrema honestidad lo convierte en víctima de un engaño por parte una encantadora mujer que conoce (Joan Bennett), quien lo seduce para luego arrastrarlo a un laberinto de destrucción sin salida. Perversidad quizá sea una de las películas más pesimistas y desgarradoras del cine negro americano.

 

Sor Juana Inés

Entre las experiencias más gratas, extrañas y placenteras de mi vida, están las visitas y recorridos por el Museo Sacro de Caracas.

Hay un hecho antiguo que parece levantarse del suelo en cada paso. Un algo que se desprende de sus viejas paredes que va llenando la atmósfera con una quietud y un silencio monacal que contiene el sentir de los siglos pegado a sus ladrillos, a los frisos de sus paredes y a sus techos de madera sostenidos por colosales vigas.

La epoca colonial, sus objetos y sus personajes pertenecen a una felicidad muy personal e inconfesa, un anhelo por alcanzar esa burbuja del tiempo y sus protagonistas que siempre me ha inspirado.

Al Museo Sacro solía ir los domingos, era un paseo que disfrutaba en solitario, cuando visitaba los puestos de venta de libros usados frente al Palacio Federal, en las cercanías de la Plaza Bolívar.

Parado en medio de ese recinto venia a mi memoria la imagen, entre otros, de Sor Juana De La Cruz, quien según relata Octavio Paz en su obra, Las Trampas de la Fe, se hizo monja para pensar con libertad.

A los tres años comenzó a leer y escribir. A los ocho escribió su primera loa eucarística y aprendió latín. Cambió el matrimonio por el placer al conocimiento. "Vivir sola... no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”, escribió la monja.

 Lovecraft un comentario

A Lovecraft se le ha señalado como un escritor rígido e invariable, un defecto presente en muchas de sus narraciones y que les otorga la condición de predecibles y de ser poca profundas en su género, pocas veces pasan del recibidor o living.

Sin embargo, sus cuentos son de una extraordinaria concepción, sacados desde el lado invisible de las cosas.

La atmosfera tétrica y de misterio donde se intuyen los seres que gestan el miedo, lo sobrevenido del sobresalto y el asomo de la corazonada como presagio del mal surgen de una manera única en la escritura de Lovecraft.

Como un demiurgo del universo del terror, cada cuento de Lovecraft es una dimensión de lo incierto donde cualquier cosa puede suceder. Conocí un amigo a quien le atemorizaba tener el tomo de cuentos de Lovecraft en su biblioteca junto a otros ejemplares. Siempre lo mantuvo guardado en una bolsa de tela vinotinto, y se refería a el como quien habla de un mundo ajeno y extraño cuya puerta jamás debía cruzar. El escritor mexicano Adolfo Casteñón al referirse a Lovecraft, dice que sus momias no necesitan embalsamador, porque son momias vivas, capaces de atravesar despiertas la noche del tiempo.

 

Trilogía

Knut Hamsun es un notable escritor, pero sobre todo es un viajero, un hacedor del testimonio de su mirada. Ninguna  ideología le hace sombras a su abierto encuentro con lo natural, lo hace desde lo simple, y esa es la forma que lo escribe.Naturaleza y costumbres ante el juego de los ojos, pudiera ser el titulo sugestivo de una reseña sobre la Trilogía del Vagabundo, del premio Nobel de Literatura Knut Hamsun.

Tres novelas se reúnen en un solido volumen: Bajo las estrellas, Un Vagabundo toca con Sordina y la Ultima Alegría, que recogen la relación de un hombre citadino que renuncia a la perpetuidad urbana, para adentrarse en la apacible vida de bosques y montañas de su natal Noruega. Donde todo lo mira desde lo asombroso del paisaje. Una suma de 517 paginas llenas de costumbres y personajes de una lejana, intrincada y para muchos desconocida geografía que descubrimos guiados por sus palabras.

 

El viaje y la imaginación


En el mes de agosto de 1519 zarpa del puerto de Sevilla la expedición que realizará el viaje de la primera circunnavegación a la tierra. Al mando del buque insignia, la nao Trinidad, estaba el capitán portugués Fernando de Magallanes, en el gobierno de la historia, lo que se escribe para la posteridad, el joven escritor y marino italiano, Antonio Pigafetta, un soñador de aventuras y un voraz consumidor de libros de viaje, y de seres imaginarios que pueblan el más allá del horizonte. Pigafetta es un obsesionado con esas travesías de aventuras que culminaban con los descubrimientos que tanto fascinaban en su época, y otorgaban fama y prestigio para toda la vida.

Desde su primera nota el día de su partida, hasta la fecha de su regreso Pigafetta escribe un largo número de folios que terminará titulando: “Relación del primer viaje alrededor del mundo”. Un libro que, cambió la historia, y además jugó un papel protagónico en la expansión de la industria naval, impulsada por la sed de conquista de las naciones.

En su discurso al recibir el Premio Nobel, Gabriel García Márquez en 1982, recordaría esta jornada de Pigafetta, como una crónica rigurosa que parece más una aventura de la imaginación que el registro relacional de un viaje.

El Gabo lo describió como un libro breve y fascinante en el que estaba el testimonio asombroso de nuestra realidad. Lo real maravilloso que han impregnado las novelas escritas en este continente ya tenían su palabra liminar en aquellas crónicas de las primeras expediciones del descubrimiento.

Dijo García Márquez que Pigafetta lo narró todo “…que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen”.

El tono de asombro con que Pigafetta redacta y le imprime a toda su crónica es notable y logrado con maestría, y lo sostiene como una nota prolongada a lo largo de todo su libro, “Vimos muchas clases de pájaros, entre ellos uno que no tenía culo”.

El joven escritor también da paso a la alucinación, durante esta navegación se nos apareció muchas veces en medio de una noche oscurísima el Santo Cuerpo, es decir la luz de San Telmo, ardiendo sobre el palo mayor con luces tan resplandecientes como una antorcha.

La crónica de Pigafetta también recoge los episodios provocados por la penuria, la falta de alimentos y lo insalubre de las naves. Como aconteció tras atravesar el Estrecho que se llamaría de Magallanes, estuvieron navegando tres meses y veinte días, como si la expedición fuera un capítulo más de la Odisea de Homero.

  “Apenas les quedaban víveres, sufrieron el escorbuto por falta de alimentos frescos y sólo avistaron dos islas deshabitadas que llamaron Islas Desafortunadas, “Comíamos bizcocho a puñados, aunque no se puede decir que lo fuera porque era sólo polvo mezclado con gusanos que se habían comido lo mejor y lo que quedaba apestaba a orines de ratas. (...) Bebíamos agua amarilla, pútrida desde hacía tiempo y comíamos las pieles de buey que están sobre el palo mayor para impedir que se dañen las jarcias”.

En una época ávida de efectismo y muy estereotipada en la puesta en escena en el cine, la hazaña de Magallanes y sus hombres parece ser un asunto banal para el marketing hollywoodense, al igual que he apuntado en el caso de Fray Francisco de Mier, creo que lo documentado no sólo suministra los ingredientes de una extraordinaria y gran novela, sino también motivo para un ambicioso proyecto que puede ser llevado a las pantallas del mundo.

 

Lección para un office boy


Gran parte de mis vacaciones escolares en mi adolescencia las pasaba, por casualidad o designio, a veces me lo pregunto, en talleres de impresión de periódicos y revistas, algo que jamás lo interpreté como una señal del destino, de quien años después terminaría ejerciendo la profesión más hermosa del mundo –como la llamo el Gabo-, la de periodista.

En uno de esos pasajes breves, donde era contratado como “office boy”, legendaria figura del ámbito laboral criollo, ya desaparecida, me tocó trabajar en una revista –ubicaba en la  parroquia Candelaria, en Caracas-.

Era el año 1975, cuando entré como office boy de esa publicación política dirigida por un intelectual de alta resonancia nacional, escritor y polémico articulista –cuyo nombre voy a reservarme por mantener el tono de sinceridad de esta nota-, quien al verme en mis momentos de descanso laboral leyendo y de llegar a la oficina con un libro en la mano, un día que le llevé el café que siempre pedía a media tarde, me dijo, “carajito la gente como tú que le gusta la lectura siempre marcará la diferencia, no dejes de leer y eso de cultivarte, porque te hará caminar siempre en sentido contrario de la ignorancia que es la mayor enfermedad de este país”, a partir de ese día, eso he hecho, he seguido su recomendación.

Cada vez que me encontraba con él por los pasillos, me preguntaba qué estás leyendo. Él fue una de las primeras personas en recomendarme que no dispersara mis lecturas, que me concentrara por temas y ahondara en cada uno, para luego pasar a otros. También me decía algunos libros que leer. Un día que yo cargaba uno sobre la Segunda Guerra Mundial, se detuvo a hablar conmigo calculo que fueron unos cinco o diez minutos, en los que me dio una connotada explicación, una cátedra de historia, y me mostró que más que memorizar datos muertos, uno debe interpretar y analizar.

Cuando comenté entre otros compañeros lo que me había dicho el “Jefe”, todos se sorprendieron, porque el señor en cuestión no sólo tenía fama, sino que se comportaba de manera irascible, intransigente, dictador y determinante. Insultaba por el mínimo error, era arrogante y con una personalidad de autosuficiencia y un racista tolerante.

Dirigía su empresa entre la complacencia de las cosas que le agradaban y respaldaba con entusiasmo, o el psicoterror ante la más pequeña equivocación con la que desataba un verdadero infierno. Todo eso era compensado por su brillantez intelectual, para el análisis, la jugada política y su profunda cultura. Eso sí, siempre celebraba cualquier gesto o idea inteligente, era un entusiasta de la genialidad.

El “jefe” solía reunirnos, ante eventos que él consideraba de magnitud y hacía gala de su profusa oratoria, sus exposiciones eran breves, concisas y aleccionadoras.

Un día se prendió un polvorín con motivo del despido de una secretaria que al parecer era la amante de su hermano que a su vez era el administrador de la empresa- lo que generó una ola de malos comentarios-;  por lo que todo el mundo calificó como un acto déspota, por ser esta muchacha una de sus incondicionales trabajadoras e hija de una señora que había servido a su familia en labores domésticas por más de treinta años.

Las despidió junto a su hermano y sin darles un centavo de arreglo o indemnización a ninguno.

Los días siguientes la oficina fue un hervidero de comentarios, chismes y rumores de pasillos que desataron tanto el hermano que gozaba de cierta influencia entre los trabajadores, la madre y la hija, amante en cuestión, quienes también promovían simpatías en los empleados, y ahora los tres estaban de patitas en la calle.

El “Jefe” jamás estuvo exento de que se hicieran comentarios a sus espaldas, los hacían pero jamás con el ímpetu que sucedieron esos días, donde se llegó a ventilar que él no era rico de cuna, sino que su fortuna la hizo casándose con una mujer rica a la que nunca quiso, a quien atormentó psíquicamente hasta conducirla a la locura, declararla insana legalmente e internarla en un manicomio para el quedarse con toda su fortuna.

Lo cual el tiempo demostró que era mentira, un montaje de su hermano para desprestigiarlo, pero el hecho lamentable fue que en su momento todo el mundo lo creyó y lo veían como un verdadero monstruo.

Un lunes, el “jefe” llegó a su horario habitual, entre las 11am y 1pm, y convocó a todos sus empleados, el de los linotipistas parado en el umbral de su oficina me dijo, tu quédate por allá afuera si necesitamos algo te llamamos; pero el “Jefe” al oírlo le dijo, no, él carajito entra, ya va en edad para aprender.

Lo recuerdo parado en el centro de un medio círculo, era un hombre fornido, alto, cuyo cuerpo denotaba alguna frecuencia de ejercicios atléticos, rubicundo, ojos azules inquisitivos e inquietos, que en momentos los enfocaba con una mirada altiva, vestía un traje gris sin corbata.  Cuando todo el mundo pensó que hablaría de la campaña que le había montado su hermano, o de Juana o María, el “Jefe”, dio una lección sobre el conflicto y libertad.

Cuando una situación por diferencias de criterio o de acción -dijo-, cualquiera que sea se convierte en un conflicto, siempre hay una parte dispuesta a hablar y otra no, porque no le interesa. En cambio la otra hablará demás, porque es la parte que se considera afectada, la parte herida del asunto. Y como está herida dirá más que la verdad, inventará, hasta llegar a la mentira.

El "Jefe" hablaba y de repente se quedaba en silencio con la mirada expectante, mirando sobre nuestras cabezas, y  continuo diciendo, esa parte hará del conflicto que se ha inventado una espiral ascendente de problemas, donde va a caber cualquier cosa, porque lo único que quiere es materializar su resentimiento, mantener la atención de todos, y sobretodo hacer daño.

En un momento puso sus manos atrás en su espalda y caminó por entre el grupo, preguntando varias veces ¿qué hará la otra parte? Todos seguíamos el tono analítico estilo Sherlock Holmes que él le imprimía a su voz.

Nada, se respondió a si mismo ante la mirada incrédula de todos, no hara nada, nada es la respuesta, y enseguida su postura y sus palabras adoptaron las de un abogado ante la audiencia de un gran jurado.

¿Saben por qué nada? Porque para la otra parte no existe ese conflicto. Es la parte cuya única responsabilidad en este caso es haber zanjado una diferencia, sólo eso. Y no moverá ni un dedo ante el drama y la persecución promovida por la otra parte. Permanecerá fiel a su decisión, a sus principios, y como no existe lo que afirme o señale la otra parte, al final quedará incólume en su silencio, tal como debe ser, eso es estrategia, y enseguida citó a Sun Tzu, y al libro del I Ching, resaltando que éste era el libro de cabecera de Confucio, y citó, "El no hacer es una manera de hacer".

Eso es, el silencio nos mantiene a salvo, en la distancia de lo que no queremos, y ha dejado de existir para nosotros, ni reviste el más mínimo interés. Un silencio liquidará al conflicto por si sólo, porque en la vida todo lo que se diga o se haga, está sujeto a una evaluación de  opinión pública, a una audiencia que eventualmente comprobará cada afirmación, cada cosa dicha. Por eso cuando atacas de manera vehemente y sistemática siempre terminas siendo tú el sospechoso.

El "Jefe" relajó sus rostro, enlazó las manos como quien va a hacer entrega de algo y pasó a citar el ejemplo del loco, algo que hacía muchas veces. Si alguno de ustedes anda en la calle y viene un loco y lo insulta, acusándolo de cualquier cosa inimaginable ¿qué hacen?  ¿Se paran a discutir con el loco, lo insultan, se molestan? No hacen nada verdad, es lo sensato. No hacer nada, ni mirarlo, a lo sumo dejarlo atrás o cambiar de acera, porque no nos interesa, la locura es de él, no es nuestra.

Después habló del borrador de que uno en la vida goza de total autonomía y preponderancia para borrar lo que se le antoje, a quien uno desee borrar, un sitio al que no quieres ir más, una colonia que ya no te agrada el olor, el modelo de un carro, un menú, una amistad, o una relación, y eso es lo yo he hecho, no otra cosa. Al final hizo un exhorto, nadie debe heredar ni odios ni resentimientos ajenos,  porque no los pertenecen, menos aún si obedecen a causas perdidas.

Hace más de cuarenta años tuvo lugar esa historia, pero ha permanecido intacta en mi memoria. Hace un par de años me conseguí en Caracas a una persona cercana al “Jefe” -quien murió a finales de los años 90-, hijo de quien me recomendó para el puesto de office boy, y me dijo: "Hasta el día de su muerte ni Juana, ni María, ni su hermano jamás volvieron a pisar su oficina. El "Jefe" se había mantenido fiel a sus principios -pensé-. Hoy el “Jefe” cumple 23 años de haber muerto y quise recordarlo con sus propias palabras.

 

Una novela de Yoko Ogawa

Suelo comprar libros por todas partes, donde los veo entro, pero hay un lugar especial, donde suelo ir y lo disfruto con gratitud. Es un un local cuyos vidrios están tapizados con largos pliegues de papel blanco, pegados con cinta adhesiva, donde las estanterías hace tiempo dejaron de hacer su trabajo de servir de exhibidores clasificatorios de libros, según su materia y especialidad.

La puerta siempre está cerrada, es un asunto que esta bajo la jurisdicción del  azar, el tocar y enseguida escuchar la voz que desde adentro dice, espere un momento.

Al entrar uno recibe una bocanada cargada con ese olor que rememora la esencia de la madera, que sólo puede darse donde están reunidas pilas tras pilas de pulpa encuadernada e impresa, de libros. Es un espacio cuya más cercana definición sería la de  un “outlet” de textos, un lugar que invita a la búsqueda, que es una suerte de aventura de a ver que me encuentro esta vez. Mientras llevamos sujeta en nuestra mano, una caja de cartón mediana que vamos  llenando con los ejemplares que logran atrapar la imaginación de nuestra memoria, y despiertan el deseo de leerlos.

Ese día no buscaba nada en particular, fui como siempre a ver que había de nuevo –el dueño suele comprar lotes de remates de otras librerías que cierran sus puertas-, algunos los oferta a muy buen precio, otros según título y autor, más el prestigio de la casa editora,  les adiciona algunos ceros a su valor.

Ahí, casi al ras del suelo, soportando el peso de una treintena más de libros, encontré esta novela que fue todo un regalo para mi imaginación durante un fin de semana: “La policía de la Memoria” de la escritora japonesa Yoko Ogawa.

Cuando pensamos que con Murakami la narrativa japonesa había alcanzado un cenit en estos tiempos de mixtura postmoderna, aparece esta novelista con su tono amable y terso para contarnos una historia que explosiona el ámbito de nuestras percepciones, como  esas gomitas cítricas azucaras y super ácidas, al mismo tiempo, que te conmueven las entrañas más secretas del paladar, y no puedes dejar de saborear.

En una isla quizás  ignorada en el mapamundi, empieza a registrarse un extraño fenómeno: las cosas comienzan a desaparecer. No son objetos particulares, sino series de ellos, o de una especie, como sucede con el primer evento, cuando una mañana amanece y la isla está sumergida en el más perfecto e inmutable de los silencios, algo que contrastaba con la algarabía de cantos y silbidos que cada día llenaban su geografía con la sinfonía del canto de los pájaros, todos han desaparecido.

Ni un ave cruza el cielo azul de la isla, o posa en algunos de sus árboles. En un primer momento se sospecha de una anomalía que sólo afecta a las aves de la región, que podría responder a cosas como el fenómeno climático. Al trascurrir de las horas, en los días sucesivos, llega el horror, desaparecen los peces, y con ellos en lo sucesivo también desaparecen los árboles y las moscas junto a todos los insectos.

Los pobladores de la isla presos del pánico caen en cuenta que por un misterioso designio en ese punto del pacífico, la naturaleza se está borrando  a sí misma.

Sin embargo, aún no sucede lo peor, lo que vendrá después cuando descubren poco a poco hasta darse cuenta que están ante una cuenta regresiva que los llevará a cero: Es el momento cuando a todos se les comienza a desvanecer la memoria. Se les va borrando como si alguien las enviara a la papelera del computador de su mente, y con la memoria se va todo su engranaje de emociones, sensaciones y sentimientos que se almacenaron en ellas.

Poco a poco se va revelando la trama distópica argumental que es el eje de esta novela, que todo lo que están viviendo, no obedece a un comportamiento anárquico y aniquilador de la naturaleza, sino a un secreto plan gubernamental.

Cuando todos piensan que las autoridades los van a asistir ante ese complejo ataque desmedido y misterioso, descubren la existencia de una policía especial encargada de perseguir a todos aquellos que aún puedan recordar algo de lo que ya no existe.

El lineamiento maestro del plan es asegurarse de que nadie recuerde nada, que no albergue el más mínimo recuerdo de quienes eran, son parte de un experimento para vaciarles la conciencia, junto a todo lo vivido.

El resto de la historia viene de la mano de una joven escritora de la Isla, quien no sólo descubrirá la existencia de ese complejo entramado, sino que será la heroína de este relato, lo mejor será que la lean y que sea ella misma quien se los cuente.

 Una gran novela por escribir


Termino de leer las 794 páginas de la acuciosa y muy detallada biografía: “Vida de Fray Servando”, escrita por el teólogo y crítico literario, mexicano Christopher Domínguez Michael –impresa en tipografía garamond 11 puntos-, con la sensación de saberlo todo acerca de ese personaje, enigmático, controversial, pantagruélico, pugnaz, contradictorio e inventivo que fue Fray Servando de Mier, un hombre de mil dimensiones.

También me acompaña la idea de que Fray Servando desbordó el S.XVII, que es un hombre que perteneció a todos los siglos de nuestra América, un personaje cuyo trajín de vida sólo se equipara con la del Quijote de Cervantes, con todo el recurso de la invención.

Fray Servando no sólo fue controversial por sus encendidos sermones, sacros y profanos, al mismo tiempo, en los que se permitió cuestionar las apariciones marianas de su época; que junto a otros eventos protagonizados por el polémico fraile dominico, encendieron las alarmas eclesiásticas y terminaron con su posterior condena y persecución por la Santa Inquisición, de la que se salvó en diversas oportunidades gracias a su mimetismo que le permitió adoptar diversas personalidades.

Desde la del aventurero, y viajero locuaz, exiliado de la revolución post-napoleónica, erudito escritor de memorias, corresponsal, espía, confidente, frecuentador de la francmasonería, conspirador, notable escapista de prisiones, sastre y falso arzobispo, su vida polémica e incomparable, al margen de la Ley de la Iglesia y del Imperio fue motivo de tantos quebraderos de cabezas para el reino, como la temeridad irreverente y desafiante de un Francisco de Miranda.

Ambos hombres tienen algo en común, son acosados por la fantasía, Miranda con su utopía de la Gran Colombia para ponerla a la par de los Estados Unidos, tal como se recoge en su diario  de treinta tomos, La Colombeia. Fray Servando postula la teoría de que la conquista del Nuevo Mundo no comenzó con los españoles, sino unos siglos antes, en México, con la llegada de Santo Tomas Apóstol, uno de los doce discípulos de Cristo, a esas tierras. Ese viaje considerado imposible en la época del Imperio Romano, Fray Servando lo endosa a una operación divina: El creador dispuso de las nubes para trasladar a Fray Servando y algunos de sus servidores a la tierra americana.

Ese fue el mayor pecado de Fray Servando, desconocer la historia de la conquista española, deshacer la realidad con un mito,  producto indudable de su fantasía ya depositado en tierra azteca, Santo Tomas habría sido identificado como el dios Quetzalcóatl, 

Si bien logró salvarse de la hoguera, en varias oportunidades dada la profusa locuacidad que lo proveían sus relaciones con las almenas del poder y su gran capacidad de persuasión, Fray Servando fue condenado a vivir en confinamiento hasta el final de sus días. Época final en la que siguió siendo frecuentado por altos jerarcas, y miembros de la Corte, que frecuentaban al fraile para alimentarse de sus luces, o disfrutar de su hipnótica conversación.

El relato de Fray Servando sobre Santo Tomas Apóstol, ya contaba con notables predecesores, antes que él, el primero fue el historiador Carlos de Sigüenza y Góngora quien sostenía que había una errónea interpretación sobre el apóstol Santo Tomás, quien no había predicado en la India sino en las Indias (América), y a partir de ahí lo coloca en suelo mexicano, precediendo la llegada de los españoles, encarnado en una nueva identidad, la del dios Quetzalcóatl. El segundo pertenece al abogado José Ignacio Borunda quien bajo los mismos parámetros de Sigüenza y Góngora, publicaría un escandaloso escrito considerado todo un sacrilegio para la época, en el que sostenía que Santo Tomás era el mismo Quetzalcóat.

Al finalizar mi lectura me queda la sensación de que este tema, el personaje, su exagerada vida y su polémica historia tiene por delante el destino de escribirse como otra gran novela reveladora de este continente. La vida de Fray Servando recoge todo el imaginario posible con que se pensó el nuevo mundo. Su último acto después de muerto fue deambular convertido en momia de feria y otras anunciaciones, por media Europa luego que su cuerpo conservado fuera comprado por un traficante de restos rebuscador de reliquias de hombres penitentes de la Iglesia, para revenderlo, y éste jamás lograra colocarla en ninguna catedral o capilla como reliquia de culto religioso, hasta que el destino final de sus huesos se pierden en un matiz de leyendas y falsas conjeturas como la última noche de su vida.

 

Aforismo

Ser comprendido es una forma de prostituirse, dijo Emil Cioran.  Otra forma es claudicar ante la soledad, buscar el encuentro de otros empujados por la solitud, aceptar un diálogo vacuo para aplacar las inquietudes que  despierta el yermo que nos arroja a un mero intercambio de sonidos; palabras que no dicen nada, lo inerte.

Un ejercicio que debemos evitar, salvo como un acto de conmiseración que podemos permitirnos hacia el otro. Procura que nadie hable bien ni mal de ti, esas palabras siempre terminan pesando, más de lo que otorgan, vengan del lado que vengan, ¿quién las necesita? Nadie requiere de esas definiciones ¿quién es las palabras que otros dicen que es? Cada encuentro, cada brevedad de reconocernos, cada palabra intercambiada debe revelarse en la dimensión de lo real.