Lección para un office
boy
Gran parte de mis
vacaciones escolares en mi adolescencia las pasaba, por casualidad o designio,
a veces me lo pregunto, en talleres de impresión de periódicos y revistas, algo
que jamás lo interpreté como una señal del destino, de quien años después
terminaría ejerciendo la profesión más hermosa del mundo –como la llamo el
Gabo-, la de periodista.
En uno de esos pasajes
breves, donde era contratado como “office boy”, legendaria figura del ámbito
laboral criollo, ya desaparecida, me tocó trabajar en una revista –ubicaba en
la parroquia Candelaria, en Caracas-.
Era el año 1975, cuando
entré como office boy de esa publicación política dirigida por un intelectual
de alta resonancia nacional, escritor y polémico articulista –cuyo nombre voy a
reservarme por mantener el tono de sinceridad de esta nota-, quien al verme en
mis momentos de descanso laboral leyendo y de llegar a la oficina con un libro
en la mano, un día que le llevé el café que siempre pedía a media tarde, me
dijo, “carajito la gente como tú que le gusta la lectura siempre marcará la
diferencia, no dejes de leer y eso de cultivarte, porque te hará caminar
siempre en sentido contrario de la ignorancia que es la mayor enfermedad de este
país”, a partir de ese día, eso he hecho, he seguido su recomendación.
Cada vez que me
encontraba con él por los pasillos, me preguntaba qué estás leyendo. Él fue una
de las primeras personas en recomendarme que no dispersara mis lecturas, que me
concentrara por temas y ahondara en cada uno, para luego pasar a otros. También
me decía algunos libros que leer. Un día que yo cargaba uno sobre la Segunda
Guerra Mundial, se detuvo a hablar conmigo calculo que fueron unos cinco o diez
minutos, en los que me dio una connotada explicación, una cátedra de historia,
y me mostró que más que memorizar datos muertos, uno debe interpretar y
analizar.
Cuando comenté entre
otros compañeros lo que me había dicho el “Jefe”, todos se sorprendieron,
porque el señor en cuestión no sólo tenía fama, sino que se comportaba de
manera irascible, intransigente, dictador y determinante. Insultaba por el
mínimo error, era arrogante y con una personalidad de autosuficiencia y un
racista tolerante.
Dirigía su empresa entre
la complacencia de las cosas que le agradaban y respaldaba con entusiasmo, o el
psicoterror ante la más pequeña equivocación con la que desataba un verdadero
infierno. Todo eso era compensado por su brillantez intelectual, para el
análisis, la jugada política y su profunda cultura. Eso sí, siempre celebraba
cualquier gesto o idea inteligente, era un entusiasta de la genialidad.
El “jefe” solía
reunirnos, ante eventos que él consideraba de magnitud y hacía gala de su
profusa oratoria, sus exposiciones eran breves, concisas y aleccionadoras.
Un día se prendió un
polvorín con motivo del despido de una secretaria que al parecer era la amante
de su hermano que a su vez era el administrador de la empresa- lo que generó
una ola de malos comentarios-; por lo que
todo el mundo calificó como un acto déspota, por ser esta muchacha una de sus
incondicionales trabajadoras e hija de una señora que había servido a su
familia en labores domésticas por más de treinta años.
Las despidió junto a su
hermano y sin darles un centavo de arreglo o indemnización a ninguno.
Los días siguientes la
oficina fue un hervidero de comentarios, chismes y rumores de pasillos que
desataron tanto el hermano que gozaba de cierta influencia entre los
trabajadores, la madre y la hija, amante en cuestión, quienes también promovían
simpatías en los empleados, y ahora los tres estaban de patitas en la calle.
El “Jefe” jamás estuvo
exento de que se hicieran comentarios a sus espaldas, los hacían pero jamás con
el ímpetu que sucedieron esos días, donde se llegó a ventilar que él no era
rico de cuna, sino que su fortuna la hizo casándose con una mujer rica a la que
nunca quiso, a quien atormentó psíquicamente hasta conducirla a la locura,
declararla insana legalmente e internarla en un manicomio para el quedarse con
toda su fortuna.
Lo cual el tiempo
demostró que era mentira, un montaje de su hermano para desprestigiarlo, pero
el hecho lamentable fue que en su momento todo el mundo lo creyó y lo veían
como un verdadero monstruo.
Un lunes, el “jefe” llegó
a su horario habitual, entre las 11am y 1pm, y convocó a todos sus empleados,
el de los linotipistas parado en el umbral de su oficina me dijo, tu quédate
por allá afuera si necesitamos algo te llamamos; pero el “Jefe” al oírlo le
dijo, no, él carajito entra, ya va en edad para aprender.
Lo recuerdo parado en el
centro de un medio círculo, era un hombre fornido, alto, cuyo cuerpo denotaba
alguna frecuencia de ejercicios atléticos, rubicundo, ojos azules inquisitivos
e inquietos, que en momentos los enfocaba con una mirada altiva, vestía un
traje gris sin corbata. Cuando todo el
mundo pensó que hablaría de la campaña que le había montado su hermano, o de
Juana o María, el “Jefe”, dio una lección sobre el conflicto y libertad.
Cuando una situación por
diferencias de criterio o de acción -dijo-, cualquiera que sea se convierte en
un conflicto, siempre hay una parte dispuesta a hablar y otra no, porque no le
interesa. En cambio la otra hablará demás, porque es la parte que se considera
afectada, la parte herida del asunto. Y como está herida dirá más que la
verdad, inventará, hasta llegar a la mentira.
El "Jefe"
hablaba y de repente se quedaba en silencio con la mirada expectante, mirando
sobre nuestras cabezas, y continuo
diciendo, esa parte hará del conflicto que se ha inventado una espiral
ascendente de problemas, donde va a caber cualquier cosa, porque lo único que
quiere es materializar su resentimiento, mantener la atención de todos, y
sobretodo hacer daño.
En un momento puso sus
manos atrás en su espalda y caminó por entre el grupo, preguntando varias veces
¿qué hará la otra parte? Todos seguíamos el tono analítico estilo Sherlock
Holmes que él le imprimía a su voz.
Nada, se respondió a si
mismo ante la mirada incrédula de todos, no hara nada, nada es la respuesta, y
enseguida su postura y sus palabras adoptaron las de un abogado ante la
audiencia de un gran jurado.
¿Saben por qué nada?
Porque para la otra parte no existe ese conflicto. Es la parte cuya única
responsabilidad en este caso es haber zanjado una diferencia, sólo eso. Y no
moverá ni un dedo ante el drama y la persecución promovida por la otra parte.
Permanecerá fiel a su decisión, a sus principios, y como no existe lo que
afirme o señale la otra parte, al final quedará incólume en su silencio, tal
como debe ser, eso es estrategia, y enseguida citó a Sun Tzu, y al libro del I
Ching, resaltando que éste era el libro de cabecera de Confucio, y citó,
"El no hacer es una manera de hacer".
Eso es, el silencio nos
mantiene a salvo, en la distancia de lo que no queremos, y ha dejado de existir
para nosotros, ni reviste el más mínimo interés. Un silencio liquidará al
conflicto por si sólo, porque en la vida todo lo que se diga o se haga, está
sujeto a una evaluación de opinión
pública, a una audiencia que eventualmente comprobará cada afirmación, cada
cosa dicha. Por eso cuando atacas de manera vehemente y sistemática siempre
terminas siendo tú el sospechoso.
El "Jefe"
relajó sus rostro, enlazó las manos como quien va a hacer entrega de algo y
pasó a citar el ejemplo del loco, algo que hacía muchas veces. Si alguno de
ustedes anda en la calle y viene un loco y lo insulta, acusándolo de cualquier
cosa inimaginable ¿qué hacen? ¿Se paran
a discutir con el loco, lo insultan, se molestan? No hacen nada verdad, es lo
sensato. No hacer nada, ni mirarlo, a lo sumo dejarlo atrás o cambiar de acera,
porque no nos interesa, la locura es de él, no es nuestra.
Después habló del
borrador de que uno en la vida goza de total autonomía y preponderancia para
borrar lo que se le antoje, a quien uno desee borrar, un sitio al que no
quieres ir más, una colonia que ya no te agrada el olor, el modelo de un carro,
un menú, una amistad, o una relación, y eso es lo yo he hecho, no otra cosa. Al
final hizo un exhorto, nadie debe heredar ni odios ni resentimientos
ajenos, porque no los pertenecen, menos
aún si obedecen a causas perdidas.
Hace más de cuarenta años
tuvo lugar esa historia, pero ha permanecido intacta en mi memoria. Hace un par
de años me conseguí en Caracas a una persona cercana al “Jefe” -quien murió a
finales de los años 90-, hijo de quien me recomendó para el puesto de office
boy, y me dijo: "Hasta el día de su muerte ni Juana, ni María, ni su
hermano jamás volvieron a pisar su oficina. El "Jefe" se había
mantenido fiel a sus principios -pensé-. Hoy el “Jefe” cumple 23 años de haber
muerto y quise recordarlo con sus propias palabras.