lunes, 27 de abril de 2020


                                                 ¿Ahora el ombligo?


Todo lo que me rodea es una nebulosa gris hasta que percibo su existencia, hasta que percibo algo que se vincula con mis expectativas, con mi conformidad, eso es lo que lo vuelve transparente, cuando cae la luz de mi conciencia sobre lo que miro.

No hay mirada, sino una conciencia de estar en el mundo que mira. Miramos con el mismo sentido de una muñeca rusa, la abrimos con la primera mirada y encontramos que hay otra en su interior, miramos más y hallamos otra y así sucesivamente. Miramos en un momento, sabiendo que una mirada no basta, que necesitamos otras que nos traigan más, por eso seguimos mirando, porque mirar es descubrir.

El poeta Rafael Cadenas, escribió, no tengo ojos, sino puntos de vista, es la frase que con mayor certeza que puede describir nuestra relación con la realidad. Pero el escritor Milán Kundera le pone un acento histórico a esa percepción, dice que cada época ve de una manera diferente, y coloca el seductor cuerpo de la mujer como ejemplo de estas variaciones.

En un tiempo eran los muslos fascinantes, en otras sus nalgas, luego fueron los pechos, hasta llegar ahora, a la zona de mayor insignificancia: el ombligo. Su asombro era que este pequeño orificio con su maltrecha apariencia pudiera ejercer el magnético influjo de la seducción. Ese es el argumento del  primer relato de la Fiesta de la Insignificancia, titulado, “Los protagonistas se presentan”.

Eso le incitó a reflexionar: si un hombre (o una época) ve el centro de la seducción femenina en los muslos, ¿cómo describir y definir la particularidad de semejante orientación erótica? Improvisó una respuesta: la longitud de los muslos es la imagen metafórica del camino, largo y fascinante (por eso los muslos deben ser largos), que conduce hacia la consumación erótica, en efecto, se dijo Alain, incluso en pleno coito, la longitud de los muslos brindan a la mujer  la magia romántica de lo inaccesible.

Si un hombre (o una época) ve el centro de la seducción femenina en los pechos, ¿cómo describir y definir la particularidad de esa orientación erótica? Improvisó una respuesta: santificación de la mujer, la Virgen María amamantando a Jesús, el sexo masculino arrodillado ante la noble misión del sexo femenino.

Pero ¿cómo definir el erotismo de un hombre (o de una época) que ve la seducción femenina concentrada en mitad del cuerpo, en el ombligo?

domingo, 26 de abril de 2020


            
Ojos que se miran en otros ojos



¿Usted me ha visto?

¿En verdad me ha visto?

¿O solamente se ha rozado con mi mirada?

Porque si usted me hubiera visto, lo haría desde el asombro.

Porque se vería a usted navegar en el mar que hay detrás de mis ojos.

Y cada vez que nuestras miradas volvieran a encontrarse,

le estarían entregando a usted ese otro mundo que yo habito

y donde algo de usted vive sin saberlo.

lunes, 20 de abril de 2020


                             El reloj lunar


Los dos amantes atrapados dentro del éxtasis, ignoran que son arrastrados por una turbulencia de emociones donde el tiempo los abandona, quedan excluidos del cronometro de las horas, los minutos y los segundos. En ese estado casi  líquido de la existencia sólo podemos medir el tiempo en el reloj que se mueve con la Luna.

El tiempo de los relojes es simple y sin personalidad, algo neutro, por eso sólo puede contabilizar los hechos cotidianos, nunca los pasionales.
El tiempo lunar si, por eso prescinde de los relojes, porque es el tiempo de un orden emocional y alucinante, no puede medirse con segunderos, porque es fugaz y cambiante como toda fantasía.

Sólo el reloj lunar puede contabilizar el tiempo transcurrido dentro de un estado de ánimo, y como el Leviatán bíblico al tiempo lunar tienen que prenderle fuego para que abra su boca y libere su víctima.

Ante su presencia los días se van, llevándose con ellos toda presencia de lo real, esperan hasta que se teja el puente entre una Luna vieja y una Luna nueva que traerá consigo otros estados de ánimo. Algo que pasa cada 29 días, 12 horas y 42 segundos, cada vez que cambia la cara de la Luna.

(Fragmento del cuento: 'Hola.Lulú soy Romeo - Douglas Gonzalez)

  La orfandad de Popeye


Desde 1930 Popeye ha formado parte de la heroicidad infantil, la del hombre fuerte e inderrotable cuando come espinacas que lo revisten de una fuerza hercúlea, capaz de enfrentarse a golpes con un regimiento entero y dejarlos fuera de combate uno a uno. Hoy, ese Popeye que muele a puño limpio las pretensiones de un Brutus sobre su frágil novia Olivia, ha quedado huérfano una vez más, con la muerte del dibujante Max Fleisher, uno de los últimos co-creadores del personaje en la época de su mayor fama en el mundo del comic.

Este famoso marinero por la fuerza de sus brazos, seguirá apareciendo, para la fascinación de sus lectores en los periódicos del mundo. Algún otro ilustrador a esta hora ya habrá sido designado para adoptar al popular personaje que sabía más que ningún otro, como darle un escarmiento a  bandidos y malechores. La primera orfandad la sufrió Popeye con la muerte del dibujante Elzie Crisler Segar, quien tomó a este personaje del guión de una obra de Teatro, que a su vez fue inspirado en la vida de Frank “Rocy” Fregel 1868-1929.

Crisler  lo publicó en “The New Yorker Evening Journal” en el año 1929. Pero Popeye tendría que esperar un año, para saltar de la mano del dibujante Max Fleisher, como historieta para el mercado del  “Pulp fiction”,  publicación semanal en formato de suplementos a color, que se vendían en los quioscos de periódicos.

En la década de los 50, Popeye pasa a ser tutelado por la pluma de Gene Deitch, quien dibuja al personaje para una serie de caricatura para la entonces temprana televisión a blanco y negro. Popeye con su pipa humeante, su cara de pocos amigos y su popular lata de espinacas con la que popularizó el consumo de este alimento como sinónimo de obtener fuerza física. Popeye es un clásico del mundo de los comic´s  que sobrevivirá a esta nueva orfandad, y seguiremos oyendo su peculiar exclamación “que el diablo me lleve”.

martes, 14 de abril de 2020


                  El asesinato y la obra arte


La cuarentena trae entre otras cosas que nos ocupemos de revisar viejas lecturas que desempolvemos olvidados libros leídos hace tiempo.
Siempre que leemos un libro, lo hacemos analizando los argumentos y las técnicas utilizadas por el autor. Nunca he leído una crítica, reseña o crónica de una obra que parta de los efectos que ésta puede causar en el lector, salvo la de los textos censurados o prohibidos, por la Iglesia o por los gobiernos, pero jamás por lo literario.

Este es el caso del libro, “Del asesinato como una de las bellas artes” (1827), escrito por Thomas De Quincey, que hasta entonces era conocido por sus "Memorias de un inglés consumidor de opio" (1822), donde este maestro de la narración efectista cuenta su experiencia durante los años de su fuerte adicción a esta droga, y en el que vacía variados aspectos autobiográficos.

Educado bajo los más exigentes principios aristocráticos, de la una Inglaterra que de principios del S.XIX, De Quincey llevará una vida marcada por el desenfreno, el espíritu romántico y los excesos. Tras fugarse de su casa y permanecer un largo período improvisando su supervivencia ejerciendo diversos oficios, logra hacer las paces con su familia y regresa a su reducto aristocrático. Enseguida retoma su educación en Oxford, y al poco tiempo se convierte en millonario al heredar La cuantiosa fortuna de sus padres que dilapidará al poco tiempo.

Arruinado De Quincey iniciará un largo periplo por el periodismo de la época, trabajando como redactor de varios diarios, en los que incluso irá publicando por entregas algunos de sus trabajos más importantes. El periodismo le abrirá las  puertas de la creación, le permite analizar con  detalle el comportamiento morbo del público que compra periódicos para leer las noticias de crímenes y asesinatos, y la demanda constante por leer noticias de hechos sangrientos.

Observa la actitud de esos lectores cuando van a comprar el diario, su forma de caminar, las formas impacientes de sus gestos, y los compara con los que desarrollan luego al tenerlo en la mano y sumergirse en su lectura.Para De Quincey, hay un antes y un después determinado por el placer del morbo, sobre lo que toma nota e idea un libro que satisfaga la necesidad morbosa de esa masa de lectores anhelantes de sangre.

Será un libro, no como el común denominador de las historias de crímenes y asesinatos, no. él quiere escribir la motivación visceral del crimen, la correspondencia de la víctima con los patrones y gustos del asesino, la elección del sujeto calificado para inmolar en el su instinto criminal, todo esas pinceladas que en conjunto prefigurarán la.fabricación  de una especie de estética, una obra de arte para De Quincey.

La idea no es novedosa, incluso en esa época, ya Schopenhauer, un siglo atrás había publicado su tesis de que la vida para ser vivida realmente requería alcanzar una expresión estética, convertirse en una obra de arte, de resto era insoportable; el mismo planteamiento   lo asume como uno de los conceptos de su literatura Virginia Woolf, en la que cada personaje es tomado de.la.realidad y remodelado en sus palabras.  La propuesta de De Quincey de que incluso el asesinato puede alcanzar el nivel de una obra de arte es un escrito para el morbo.

Este libro no constituye tan siquiera un manual, el único acercamiento del autor con lo que llama el arte de asesinar es retórico, el no es un asesino. Hoy, el libro de De Quincey es un escrito curioso, un objeto de interés para la arqueología literaria.

El asesinato ha llegado a niveles insospechados de sofisticación –en cuanto a la masa- y excesivamente atroz en los crímenes particulares. En literatura no hay libros pasados de moda, no se incurre en el error de lo efímero, los libros tienen una vigencia para el momento que desde él podemos mirar a través de otro foco la sociedad, este libro de De Quincey es uno de esos.

lunes, 13 de abril de 2020


    La cuarentena y los otros


A veces el viaje interesa más que la llegada, quizá por eso el poeta Konstantino Kavafis en su poema Itaca nos dice, “pide que el camino sea largo”. ¿Podemos comparar la cuarentena con un viaje? ¿Un viaje al fondo de la caverna donde se anidan nuestras percepciones más profundas? Incluso algunas sorprendentes que tenemos en relación a los otros, como ver.en ellos el abismo que nos niega, como el coro de las bacantes cantando nuestra adversidad, clamando por nuestra liquidación.

Y es que un viaje, como una convivencia, también puede ser una odisea, y revelar en nosotros un Ulises –héroe de la Odisea de Homero-, que vive su propia hazaña en su viaje de regreso a casa, a él mismo.
La incertidumbre es como navegar a la deriva, donde hay que manejar el contrapeso y las maniobras de la embarcación. En una convivencia de estrechez obligada –¿cuantos habitantes anónimos no hay en una casa?-, con los otros se arman y desarman colisiones, se procuran y abandonan solidaridades, disimulamos aborrecimientos y sugerimos cercanías. Ambivalencias de las que paradójicamente el existencialismo asumirá uno de sus postulados, la presencia de los otros es lo que te impide ser.

En 1944 el filósofo existencialista Jean Paul Sartre, publicó una de sus más significativas obras de teatro: “A puerta cerrada”, centrada en la conflictividad de las relaciones con los otros, representada en tres personajes que han muerto y son condenados a vivir juntos en el infierno.

En una habitación cerrada estan confinados en una especie de cuarentena, cada uno ve en los otros el epicentro de sus adversidades, y ante lo que sólo tienen dos opciones, el odio o la alianza.

TRES ALMAS
En una habitación cerrada en el infierno están enclaustradas las tres almas: José Garcin, publicista y asesinado de doce balazos por cobarde y dos mujeres Inés Serrano, empleada de correos, muerta a causa de que su compañero le abrió la llave del gas. También está Estelle, la coqueta “fácil”, que murió a causa de una neumonía, pero que cometió el crimen de matar a su hijo.

Un mayordomo aparece, sale y cierra la puerta.
Estelle se interroga: “¿Por qué nos han reunido aquí? ¿Para qué?, los miro y pienso que vamos a continuar juntos”.
Garcin le responde: “Ninguno puede salvarse solo, tenemos que perder juntos o salir juntos del apuro.
"Estamos en familia…en la familia de asesinos, estamos en el infierno, en el infierno condenados", replica Ines.

A lo largo de la obra cada uno concientiza los crímenes que cometió. Inés interrumpe: "No tendremos tortura física, pero estamos en el infierno." El verdugo es cada uno de nosotros, cada uno carga con sus culpas y castigos.
Los tres personajes viven molestos entre sí, discuten siempre porque todo les resulta inútil, se dan cuenta de que no hay nada que hacer.

Garcín se impacienta, y comienza a llamar a la puerta para que le abran, y exclama:¡lo soportaré todo!
De repente la puerta se abre, pero Garcín no se va. Ninguno sale.
Inés se pregunta ¿qué o quién nos retiene?

Nada los detiene, necesitan de los otros, porque los otros son el infierno, y el infierno es el único lugar donde pueden estar. Cada uno acechando al otro, vigilándole, señalándole sus culpas, sus faltas, su inacción, es la manera de torturarse entre ellos, son víctimas y verdugos, el drama está vigente en cada habitación, cada casa donde estén confinados a convivir en cuarentena, los otros siempre seran el infierno del que no podenos prescindir.

domingo, 12 de abril de 2020


Kundera sin Nobel


Milan Kundera, escritor checo, ha sido uno de mis autores de culto, al igual que para miles de amantes de su buena literatura. Cuando era estudiante en la UCV, sus libros estaban en la lista de mis artículos de primera necesidad.

Era el tiempo que se publicaban en español –editorial Tusquest- sus libros uno tras otros e iban colmando las estanterías de las legendarias librerías de Sabana Grande que ya no existen. A Kundera lo llevaba en mi bolso para a leerlo contemplando el cielo azul de las eternidades, escuchando la música del viento en los árboles, acostado en medio de esa inmensa franja de grama que era la “tierra de nadie”, detrás del Aula Magna, donde leía con una plenitud pocas veces encontrada.

Dueño de una prosa exquisita, de un arte de la ironía llevado a tal punto hasta convertirlo en un valor de su estética narrativa, un sello personal. Con una limpidez sostenida en sus relatos poco común, la literatura de Kundera, ha logrado trascender el papel para convertirse en una visión del arte, de la vida, el cine, la filosofía, del hombre frente a cosas como el poder, la política, la burocracia comunista y la sociedad.

En 1986 era pasante de periodismo en la Cadena Capriles, con uno de mis primeros sueldos compré La Broma de Kundera, desde entonces he leído: La insoportable levedad del ser, El libro de la risa y el olvido, La Inmortalidad, La fiesta, El libro de los amores ridículos, La vida está en otra parte, La despedida, Los testamentos traicionados, El arte de la novela y en estos días de cuarentena La fiesta de la insignificancia.

Admirador de la obra de García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, Kundera ha tenido una valoración de lo cultural que va más allá de lo continental, hasta posarse en tierra latinoamericana y el Caribe, donde se ha relacionado con el mundo del arte.

Leer uno de los autores que forma parte del culto literario, es reencontrarnos con su obra y con esa parte nuestra que empezó a ver el mundo desde el horizonte de sus palabras que por siempre se quedaron con nosotros. A sus noventa años, Kundera es dueño de una obra universal, no le hace falta nada, como escritor lo ha transitado todo, aunque en torno a su literatura podamos hacernos una pregunta inquietante ¿por qué no se le ha otorgado el Premio Nobel?

Es una interrogante que tiene veinte años en el aire sin respuesta, la misma discriminación que acompañó como un estigma por décadas a Jorge Luis Borges y su obra, y por más de 15 años al escritor norteamericano Phillip Roth, y que también sufrieron los escritores Alejo Carpentier  de Cuba (candidateado en 1979), y el mexicano Alfonso Reyes (cinco veces nominado entre 1949 y 1959).

El Premio Nobel de Literatura, hace tiempo viene acusando aguas en su interior, la errática premiación de Bob Dyland fue la cúspide, incluso la episódica noticia de eventuales favores sexuales, han inundado los pasillos de la academia sueca, a la que siempre se ha señalado de involucrar el Premio con la repartición de cuotas políticas, si a esto sumamos la penetración de la ideología “progre”, en conjunto trazamos una respuesta: ni Milan Kundera, ni Phillip Roth, Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Alfonso Reyes, en su momento, fueron políticamente correctos para recibir el galardón.

Por ejemplo en la década del 90, para los analistas del Nobel, hubo cuatro premiaciones que respondían a expectativas netamente literarias: 1990 del mexicano, Octavio Paz, en 1992 al poeta de la isla Santa Lucía Derek Walcott, y 1993 el de la escritora norteamericana Toni Morrinson; así en 1998 la conferida al alemán Gunter Grass y en 1999 al portugués José Saramago; las otras cinco son totalmente prescindibles para el mundo literario.

La puerta del nuevo milenio se inicia en el año 2000 con la premiación de Gao Xingjing, escritor y disidente chino, seguirá en el 2001 con V. S. Naipaul, de Trinidad, 2003 J.M. Coetzee de sudafrica y 2006 se lo entregan al turco Orhan Pamuk y cierra el 2010 con Mario Vargas Llosa, fueron cinco, las notables premiaciones de un total de 11 entregadas en ese período, las otras seis restantes respondieron a intereses de otro orden que involucran los cuotas geopolíticas entregadas por la Academia a escritores incluso mediocres.

La década del 2010-2020 fue quizás la más cuestionada para la organización Nobel, en la que para la crítica tuvo un solo acierto, el del año 2013 otorgado a Alice Munro. Después vino el derrape en el 2016 con Bod Dyland, un Premio Nobel del que nadie quiere acordarse y el cuestionado del año 2019, el del austriaco reaccionario y pronazi, Peter Handke.

Existe la propuesta de entregar el Nobel de Literatura cada cinco años, una manera de detener lo que se avizora como la decadencia de este premio. De su larga lista de premiados más del 50 por ciento son escritores olvidados que nadie edita, o nadie lee, son los perfectos desconocidos del presente.

En cambio otros que jamás lo recibieron y cuya literatura rebasa, línea por línea la de muchos de los premiados, no sólo está vigente, sino que constituyen modelos a seguir generación tras generación, como el caso de Milan Kundera, destinado a vivir en una tierra de nadie sin Premio Nobel.

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viernes, 3 de abril de 2020


 En el mar la vida es más sabrosa


Mientras el globo se sumerge en una interminable cuarentena, el epílogo de la vida loca, el cenit de nuestra civilización del placer, navega en estos momentos en altamar, a bordo de un crucero con unos 2.000 pasajeros equipado de todo lo necesario para satisfacer la demanda de consumo placentero de cada uno de ellos, que se embarcaron en la aventura hedonista de darle la vuelta al mundo apenas aparecían los primeros síntomas de la epidemia. Una travesía cuyo destino –luego de que se declarase el avance de la pandemia del coronavirus, es poner mar de por medio de las zonas contagio mientras reciben autorización para desembarcar.

El crucero provisto al mejor estilo de los Carnival ships, donde todos los días son una fiesta, es una especie de feria portátil –una parque temático donde vivir es un placer-: con varias piscinas, bares, comedores, discotecas, cine, consultorio médico, tiendas, tintorería, casino y salones de juego, gimnasio, pistas para trotar, cancha de tenis, áreas de esparcimiento y hasta una capilla con un cura para quienes busquen apaciguar los sobresaltos del alma.

Este barco zarpó hace unos dos meses a darle la vuelta al mundo, tiene ahora una carta de navegación imprecisa que lo mantendrá durante un tiempo cruzando los siete mares, dadas las prohibiciones de desembarco que hay en toda Europa. Entretanto el Capitán ha puesto destino hacia aguas más amables, tranquilas y cálidas en las que en la noche puedan contemplarse las estrellas, alejadas de las rutas de las tormentas.

En el barco, –cuyo 30 por ciento del pasaje son ancianos mayores de 75 años- hasta ahora no se ha registrado ningún brote de coronavirus. Sin embargo, sus pasajeros están conectados con el mundo por satélite, han sincronizado su atención con los noticieros de TV, siguiendo paso a paso la extensión del coronavirus por el mundo, lo que los hace sentir, como si a bordo de ese barco, ellos fueron los últimos de la especie y que navegasen en el Arca de Noé, llena de sobrevivientes que tratan de escapar de un apocalípsis exterminador.

Hasta que la nave no reciba autorización para atracar en algún puerto, continuará navegando. No sabemos si se dispondrá a darle más vueltas al mundo, hasta que disminuya el peligro de contagio y se les permita desembarcar, o  se quedará haciendo círculos en el Océano Índico.

Todos recordarán con elegía y nostalgia, como si se tratara del paraíso perdido, esos días oceánicos de navegación donde podían cantar ese bolero son que popularizara la Sonora Matancera en la voz de Carlos Argentino, el en mar la vida es más sabrosa.

Lo que sí es seguro es que cuando cada uno de ellos pise tierra, será como viajar en el tiempo, porque se enfrentarán a un mundo que no será igual al que dejaron al zarpar, pero tampoco se parecerá al que recién han dejado en el barco.
Su primer encuentro será la desolación y la cuarentena, las ciudades se habrán convertido en gigantescos campos de concentración, calles desoladas y negocios clausurados. Rostros ausentes para siempre y la cotidianidad secuestrada por el encierro.

Aprenderán de la cultura del contagio el miedo a tocarse, conocerán las nuevas reglas, trabajar desde la casa, obsesionarse por la limpieza con cloro, asomarse al mundo a través de las redes, y pasarán el tiempo conectados viendo sólo sombras de la realidad. Aprenderán que internet es la versión milenia de la caverna de Platón, y que el principio básico de la sobrevivencia es estar aislados de los demás y se prepararán para quedarse encerrados para siempre.

miércoles, 1 de abril de 2020


   Los libros de mi 40tena


La cuarentena trae consigo cuatro libros básicos: Pastoral Americana de Phillip Roth, Cine o Sardina de Gabriel Cabrera Infante, El sueño de Bruno de Iris Murdoch y Diarios, Notas y Apéndices del escritor Robert Musil.  También estarán los de todos los días, los que voy leyendo a ratos, que disparen mi inquietud de lector.

PASTORAL AMERICANA – Phillip Roth
Pastoral Americana de Phillihp Roht (Premio Pulitzer 1998) narra historias secuenciadas de unos inmigrantes que creen en la promesa de lograr el sueño americano. Son familias apegadas al manual de instrucción, a la fórmula “mágica” para asegurarse una vida feliz para siempre, hasta que una realidad atroz los va despertando uno a uno, con una sucesión de pesadillas donde todo empieza a derrumbarse, y a percibirse de otra manera. Piensan, se preguntan ¿qué han hecho mal?  Nada, se trata de la decadencia, pero ellos no lo saben. A veces no hay que tener nada fuera de lugar para que te  llegue, porque la decadencia es como un premio de lotería pero al revés, sólo tienes que estar aquí para que te toque.

Phillip Roth pertenece a los grandes narradores norteamericanos del siglo XX, su tradición literaria se ensambla con la de Saúl Bellow (Premio Nóbel-1986), quien fuera su mentor y amigo. Roth murió en el 2018, los últimos 11 años de su vida estuvo esperando por el Premio Nobel de Literatura, tiempo en que estuvo en la lista de los posibles candidatos.

DIARIOS, NOTAS Y APENDICES -Robert Musil
Elegí a Robert Musil porque escribió una obra monumental, El Hombre sin Atributos, y no le alcanzó su corta vida para concluirla, pese a que estuvo escribiéndola y reescribiéndola durante casi 20 años. A los 31 años muere dejando tras de sí esa ruta tormentosa que fue su vida, llena de desesperos, penurias, privaciones y una gran incomprensión literaria.

A todo estos paisajes existenciales nos podemos asomar desde estos diarios (dos tomos), donde están registradas las trincheras de sus luchas, son un registro arqueológico de un escritor que rompió los esquemas literarios al intentar escribir en una novela la complejidad del mundo y la existencia del hombre, fuera de la propuesta del desarrollo argumental que exige la formalidad literaria en la novela. Hay mucho de intelectual atormentado en sus diarios. Con su obra aunque inconclusa, El hombre sin atributos, Robert Musil se colocó a la altura de los grandes escritores, Virginia Woolf, Marcel Proust y James Joyce.

EL SUEÑO DE BRUNO – Iris Murdoch
Supe de Iris Murdoch, tras ver una película inglesa basada en su vida, llena de una serie de flashback´s que contraponían lo que significó su rechazo a su inhóspita vejez con la que convivió los últimos años de su vida, aferrada a los recuerdos de una juventud donde afloró todo su vigor literario.

El sueño de Bruno lo conseguí en una de esas librerías “raras” en realización, casi por cerrar, a donde fui en busca de autores fuera de ese foso que es el marketing, el requisito para comprar un libro era que se tratara de un autor poco conocido, de esos que nadie nombra, que no forman parte de los lugares comunes de las tertulias literarias, así he encontrado muchos, incluso galardonados con el Nobel que son verdaderos desconocidos en esos ámbitos, pero poseedores de verdaderas joyas literarias.

Pocas novelas se escriben con un anciano postrado en una cama de protagonista, lo que responde al patrón griego del héroe, siempre son jóvenes; aunque paradójicamente la primera novela, El Quijote, trata de un viejo enajenado. El sueño de Bruno es la vida de un hombre de 90 años atrapado en el laberinto doméstico de su hogar, y toda la gravitación existencial de las otras personas que conviven con él, y que representan para su vida, en momentos puede que mucho, en otros la nada indiferente.

Actor y bohemio, Bruno ve su presente a través de un cristal que está lleno de recuerdos, y a través de ellos vive cada experiencia, a las que eventualmente pone tintes de Ironía, sarcasmo, juicios críticos y frases irreverentes que son los elementos con los que Bruno, un obseso por el ayer, arma sus argumentos que siempre terminan en una misma moraleja, todo tiempo pasado fue mejor.

CINE O SARDINA – Gabriel Cabrera Infante
"En mi pueblo, cuando éramos niños, mi madre nos preguntaba a mi hermano y a mi si preferíamos ir al cine o a comer con una frase festiva: cine o sardina? Nunca escogimos la sardina. La vida se puede concebir sin sardinas, nunca sin el cine”.

Es la separata que acompaña al libro de Guillermo Cabrera Infante en su contraportada, es el comentario que se espera de alguien que el cine fue uno de los grandes descubrimientos de su infancia. Alguien que también se adentró en esa sala oscura con el susto de quien se asoma a un abismo para ser iluminado con un derroche de imágenes fantásticas de un nuevo mundo que se revelaba ante sus ojos, lleno de una magnética e indescifrable realidad que parecía que podíamos tocar o caminar dentro de ella, pero que nunca nos atrevimos hacerlo.

El libro y el cine son los dos grandes descubrimientos que marcaron  mi infancia, la primera vez que entré a un cine, fue como cuando fui a ver el espectáculo de un mago que con su  capa, su sombrero de copa y un bastón, te convencía en medio de sus gestos misteriosos de que la fantasía era una realidad. Página a página se disfruta esta lectura del escritor, novelista y guionista Gabriel Cabrera Infante; sólo comparable con ese compendio de reseñas y críticas cinematográficas que escribió el filósofo Juan Nuño, 200 horas en la oscuridad (Ediciones –UCV).