viernes, 21 de octubre de 2016



¿Se está devaluando el Premio Nobel de Literatura?

D.G

Cuando apenas ha transcurrido menos de una semana de haberse anunciado a Dylan como el ganador esta premiación le ha tocado navegar a medio camino entre el mal chiste de factura circense y lo que es un total desagrado. Transcurridos estos primeros siete días, el mundo literario como si fuera una maquinaria de un tren a vapor empezó con un lento arranque inicial, con puntuales pero muy comedidas críticas pero marcando cierto distanciamiento al conflicto, pero éste ha ido ganando velocidad, hasta llegar no sólo a cuestionarlo, sino a confrontar la naturaleza del galardón, al que se evalúa como un desacierto, como un capítulo oscuro en la historia de los Nobel, que sin duda pasará con más pena que gloria –lo que es un exhorto a la Academia Sueca para que evite, a futuro, una nueva devaluación de su presea-, a apropósito de esta afirmación el escritor Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura , dijo que Bob Dylan puede ser  un extraordinario cantante, pero no es  buen escritor.



Pero a los entendidos de la literatura esta premiación errática no les cayó de sorpresa, ya se había diferido el anuncio del ganador por poco más de una semana de la acostumbrada fecha  del anuncio protocolar, para ellos en esa semana de dilación sirvió para cocinarle el Nobel a Bob Dylan, algo de última hora, la mayoría  juzga que fue una salida fácil para no otorgárselo a quien en realidad se lo merecía este año, al novelista norteamericano Philip Roth, quien ha estado prevenido al bate - es decir esperando turno- por varios años consecutivos, además encabezando la lista de favoritos.





LITERATURA NO COMPLACIENTE

El silencio abre espacio a las conjeturas, y el mutis se cierne alrededor de la figura literaria de Roth, y en el caso de la Academia sueca, da a entender lo que para muchos siempre ha sido una sospecha, Phillip  Roht es un gran novelista –de lo que no hay duda- pero al parecer es un autor muy incómodo para premiar, por sus posturas anti estabilishment, la ironía con que trata el mito del sueño americano, su irreverencia ante el culto a la sociedad de masas, y su amplia escala de valores frívolos. No cree en las formulas para la vida feliz, que es lo que según Roth domina al mundo en estos momentos, como ese anhelo único. Una vida que la única libertad que te da es la de elegir: “Todo el mundo padece un trauma de adaptación, porque llevan una existencia privada de libertad”.

Según la opinión de algunas voces calificadas que año tras año vienen analizando los Nobel de Literatura, así como los entretelones de cada premiación, y el average de sus candidatos, concluyen que la Academia se distanció definitivamente de otorgarle el Nobel a Phillip Roth, por considerarlo un acto de provocación y de suma incomodidad, quienes al parecer ante la evidente realidad de premiarlo, prefirieron hacerse los suecos –cuestión que al parecer no les cuesta mayor trabajo-, y sacaron de la chistera del mago el nombre de Dylan. Algo que ha llamado la atención es que al parecer casi ninguno de los del comité de premiación, incluso su secretaria, Sara Danius, conocía la obra musical de Dylan a profundidad, la misma Danius confesó a la prensa que a lo sumo había escuchado un par de canciones del cantautor en toda su vida, lo que ya es mucho decir, ¿qué restaría para el resto del jurado?



UN MAR DE CONTRADICCIONES

La estampa del rebelde sin causa que encarnó la generación  Beatnik, o generación Beat, –sobre cuyo performance la Academia Sueca le otorga el Nobel- no tuvo en  Dylan, su mejor ni más grande exponente como poeta, tuvo otros como Alan Ginsberg, Jack Kerouac y hasta el mismísimo Willian Burroughs,  todos, cultivadores de esa literatura underground hecha por y para jóvenes irreverentes que usaban jeans las 24 horas y nunca iban a la barbería, ninguno de ellos jamás fue mencionado para un Nobel, entonces quedamos que sobre la literatura Beat, no recae eso que dijeron para justificar el premio de Dylan, por su nueva forma de narrativa para decir o narrar las cosas, simplemente porque otros ya habían inventado esa forma de decirlas y con mayor riqueza y propiedad literaria.

Salvo algunos defensores, para todos ha sido un acto hiperbólico, pantagruélicamente exagerado en el que incurrió la Academia Sueca al darle un posición de exagerada relevancia al canta-autor,  un premio que ha dejado sabor  tan simple como el de una ostia, sin dejar nada que saborear.

Bob dylan hasta ahora ha guardado silencio sobre la premiación recibida, algunos especulan que incluso pudiera rechazar la presea del Nobel en un acto de soberana honestidad. El único laureado que ha rechazado públicamente –a través de una carta- recibir el Nobel, fue el filósofo y escritor francés Jean Paul Sartre-. Un hecho indudable es que a estas alturas de los tiempos Dylan es un cantautor muy poco radiado, cuyas canciones, no se corean con la misma permanencia como la de los Beatles –por citar un grupo musical legendario que también fue pionero en eso de inaugurar una nueva narrativa musical-.



LOS LIBROS DE PHILLIP ROTH

Son muchos los epítomes con que se reviste a Phillip Roth el escritor, y su obra, la sensación de tierra baldía con que impregna su narrativa –desolación palpable-, otras veces muy brusco, pero eminentemente feroz. La obra de Roth no es para nada apacible, es una narrativa intrincada que fácilmente conduce al lector a ese estado de desasosiego de la existencia.

Roth salta a la palestra literaria con su novela Adiós Columbus,(1959), bien recibida por la crítica, pero con una alta dosis de polémica, obra con la que ganó el National Book Award de 1960. Nueve años después Roth vuelve a ser punto de una polémica virulenta con El lamento de Portnoy (1969) Pero su narrativa tuvo que esperar treinta y siete años después para lograr su definitiva consagración al serle concedido el prestigioso premio Pulitzer con una de sus más importantes novelas: “Pastoral Americana”, donde vuelve a poner en tela de juicio los valores de la sociedad norteamericana, desenmascarando la ilusión de que todos pudieran vivir todos los días un feliz día de acción de gracias, con la contradicción que significó la guerra de Vietnam como telón de fondo. En 1988 recibió la Medalla de Oro de Ficción, concedida anteriormente a los escritores John Dos Passos, William Faulkner y Saul Bellow.

Phillip Roth es el último de los mohicanos, el último representante de una estirpe de escritores, de la llamada literatura dura, de hombres que se hacían a partir de cero, que pulso a pulso fue creando la gran narrativa moderna norteamericana. Su tema es el hombre frente a la sociedad que pese a su complejidad no lo descifra, todo lo contrario lo envanece, sea la gran depresión, la segunda guerra mundial, la guerra de Vietnam, el culto al dinero, el reconocimiento y la fama, en fin el recetario del sueño americano, y lo que habita al otro lado, las miserias humanas, los padecimientos de la gente, sus ansiedades por la existencia y sus penurias, esa parte de la vida que muchas obras literarias tienden a invisibilizar.  Mientras que Dylan, es un viejo caballo que difícilmente arranque a trotar, pastea apaciblemente en los establos del sistema, donde al parecer ni siquiera recibir el Nobel logra sacarlo de su apaciguada zona de confort.

viernes, 23 de septiembre de 2016





¡ BÓRRALO…!

En corto tiempo en el habla cotidiana, lo que los académicos llaman el lenguaje coloquial que muchos aquí también denominan “hablar venezolano”, se ha incorporado un nuevo modismo con la palabra bórralo. Para connotar algo que está listo, que debe olvidarse, que no existe, que no tiene posibilidad, que supone un cambio de idea, terminar una conversación, ante lo irremediable, como respuesta a una persona que sufre estado de ánimo indeseable: tristeza o depresión, frente al error o la falta: bórralo. También para señalar algo que no debe quedar pendiente, la salida ante un fracaso, superar un mal entendido, una manera de despedirse con cierta ironía, un favor que no se cobra, algo que no tiene vuelta atrás, no esperar un más allá, el final de una experiencia vivida, el término de una relación, cuando algo no queda ni para el recuerdo, simplemente…. Bórralo. Como se ve la función del modismo no es sólo la de comunicar, sino la de poner al lenguaje en un más allá de sus posibilidades que son los acontecimientos y la posición que se asume frente a ellos.

Un modismo también es un atajo de la lengua –un camino más corto- que se usa para definir, calificar una cosa, sujeto o situación la mayor de las veces con una sola palabra. Una salida fácil ante el imperativo que supone realizar la construcción gramaticalmente apropiada que exprese adecuadamente esa idea. El modismo no siempre guarda un coherente orden de las cosas, ni una lógica de sus significaciones.  La condición primordial de una lengua que está viva es que esté cambiando constantemente –a diferencia del Latín, lengua muerta y en desuso-, y en ese quehacer espontáneo surgen palabras, sobre todo en el habla popular, los modismos, que es otorgarle a una sola palabra un sinfín de significados, muchas veces incluso diametralmente opuestos a lo que ellas definen.
El periodista español Alex Grijelmo, cultor de la gramática y autor de La Seducción de las palabras y Defensa apasionada del idioma español –entre otros-, dice: “Una palabra posee dos valores: el primero es personal del individuo, va ligado a su propia vida; y el segundo se inserta en aquél pero alcanza toda la colectividad”.

Borrar es hacer desaparecer pero también es la perfecta manera como ahora te mandan al carajo, o simplemente te invisibilizan. Es invocar la no-presencia, algo que tuvo su tránsito y desaparece de los afectos, de los lazos, de cualquier vinculación. Y es que el bórralo no permite alegatos, defensas, le vienen muy poco las segundas oportunidades. Es la ausencia absoluta y deliberada. Para el semiólogo francés Roland Barthes, todo episodio del lenguaje que pone en escena la ausencia del objeto amado –sean cuales fueren la causa y su duración- tiende a transformar esta ausencia en prueba de abandono, el bórralo dentro de este contexto, no es otra cosa que el abandono total, guión pasado, hoja leída. El modismo nos otorga una comodidad decir con una palabra todo el argumento emocional que pudiera revestir una decisión, impersonal, quizás zoes, poco probo en la delicada cultura, el bórralo se ha venido imponiendo con su sonido un tanto bizarro y su recurrencia arbitraria, como decir, si no te gusta, bórralo y ya.

Del lado contrario del bórralo, está la plenitud y la exuberancia disfrazadas de totalidad; también lo tangible, lo que se consume. Si bórralo es ausencia, la escritura, o lo que se está por escribir define lo presente, quizá el bórralo no sean tan procaz como muchos lo quieren ver y tenga en sus antecedentes algo de novela rosa, por aquella frase común y soberanamente cursi que dice: escrito en las páginas de la vida misma, las que al parecer solo les basta un borrón para acabar con ellas y todo lo que arrastran a sus espaldas.




miércoles, 14 de septiembre de 2016





El tiempo y los tiempos de la conciencia

El tiempo exterior de los relojes y el tiempo interior de la conciencia nos impide conocer al tiempo como una unidad, sino en una derivada fragmentación. La escritora inglesa Virginia Woolf señalo a este respecto que la única manera de conseguir la visión unitaria en este mundo fragmentado, es a través de la propia e individualizada percepción, con la que elaboramos el mundo de nuestras observaciones cada vez que lo vemos una y otra vez.


En el universo de las pasiones –por ejemplo- el tiempo suele ser un acertijo sin solución. Ernesto Sábato en el memorable capítulo 34 de su novela El Túnel revela la acuciante angustia del tiempo cuando es marcado por las agujas de las emociones, donde en un minuto se puede vaciar la eternidad entera.

“Fue una espera interminable. No sé cuánto tiempo pasó en los relojes de ese tiempo anónimo y universal de los relojes que es ajeno a nuestros sentimientos, a nuestros destinos, a la formación o al derrumbe de un amor, a la espera de la muerte. Pero de mi propio tiempo fue una cantidad inmensa y complicada lleno de cosas y vueltas atrás, un río oscuro y tumultuoso y tumultuoso a veces, y a veces extrañamente calmo y casi mar inmóvil y perpetuo […]”.


El tiempo es uno de los elementos obsesos de los enamorados: “Estar contigo o estar sin ti es la medida de mi tiempo”, escribió Borges. Esa obsesión la encontramos en Woolf como representaciones: diálogo que la es del verbo, el tiempo exterior, y el monólogo el tiempo en toda su interioridad. En su obra Virginia Woolf siempre tendrá entre ambos elementos una permanente tensión y reacomodo, tratando de subvertir su visión del mundo una y otra vez, entre el tiempo mecánico observable de los relojes, y los fragmentos de tiempos que habitan el interior de la conciencia humana.

martes, 7 de junio de 2016


  
                   Russell Banks: la novela norteamericana de finales del siglo XX

Russell Banks (Massachusetts-1940), es otro de esos monstruos literarios genuinos que existen para el asombro en el ámbito de las letras, como uno de esos especímenes que por su rareza y complejidad  siempre causan admiración. Nacido en el seno de una familia norteamericana proletaria ha profesado un profundo nihilismo a las dos fórmulas establecidas en la sociedad estadounidense para alcanzar la felicidad: el the american dream y el american way of life.
Su culto a lo literario nace por propia convicción personal, de manera espontánea, según ha manifestado, creció sin ningún referente cultural en su familia, que como ha indicado creció en el típico hogar anónimo de un obrero, como ha habido millones. Banks que pudo haber elegido cualquier otra carrera, eligió estudiar letras algo que tuvo que haber sido tomado con extrañeza en medio de su entorno, pero desde joven Banks tenía el germen del escritor pululando por todos lados, sólo esperando por expresarse.
Al salir sus primeras publicaciones cuentos y novelas, fueron catalogados como un suceso literario y rápidamente comienza a convertirse en un escritor de renombre que lo llevan a ser galardonado con importantes premios literarios: O Henry, Pushcart, Fels y Best American Short Writting Fellowships, John Doss Passos y el de la American Academy of Arts and Letters.
Su obra narrativa contempla, entre otros títulos publicados: Aflicción, Como en Otro Mundo, Una americana consentida, Family Life, The New World, The Book of Jamaica, The Sweet Hereafter, Rompenubes y La ley del hueso.




¿Qué hay detrás de la literatura de Russell Banks? La vida de los desamparados, gente que va al trabajo, gana un sueldo para subsistir, busca la felciidad en la tv, o bebiendo cerveza y soñando con un futuro prometedor que como el Godot de Becket nunca llega. Vida de personas ante la catástrofe de conquistar las imposibilidades de la propia creación humana. Un nihilista del éxito de la organización social –como la norteamericana- basada en el materialismo. Si existe dios se esconde en una casualidad, o detrás de la voluntad humana.
El hombre no es dueño de su propia libertad, infectada por sueños, recetas existenciales y esperanzas, cuando esto no lo aniquila, es la pesada vida rutinaria que todo haz de originalidad apaga que lo sepulta.
Si buscásemos una metáfora que pudiera reflejar la impotencia y la frustración de Russell Banks ante esa especie de ficción social  que a millones deslumbra como una fe religiosa: el sueño americano, diríamos que es como el cuento de ese hombre común con incontables necesidades económicas que una tarde pasa frente a la puerta de un casino, en  momentos que se juega la gran apuesta del día. El número que salga ganador se llevará todo los montones de billetes que están apilados sobre la mesa. Pero nuestro hombre de hábitos muy domesticados, medianamente feliz, medianamente desdichado, oye como un eco muy lejano el llamado del crupier: ¡hagan sus apuestas señores, hagan sus apuestas!  Vacila en entrar o no, porque sus pasos están tan acostumbrados a repetir, una y otra vez su rutina de todos días que no se permite otro rumbo sino el que está marcado en el mapa de sus cotidianidades. Pero como una esperanza ajena que no le pertenece piensa en el 17 Rojo y afloja el paso mientras escucha con atención la bolita metálica rodar saltando los obstáculos de cada casilla numérica de la ruleta. De pronto el silencio es cortado por la voz cantarina del tahúr: “diecisiete Rojo, sin apuestas, gana la casa”. Siente que se baja tarde del tren de la vida, porque baja la acera con sentimiento de derrota, atrapado en esa otra eternidad inmediata que es el tiempo ordinario y repetitivo de todos los días, con su larga carga de sus hábitos y de actos predecibles. Nuestro hombre con tantos atributos comunes, no sabe cuánto tardará en volver la casualidad a jugar con él una vez más, sigue en andando esperando que el número de la casilla de su existencia sea gritado por ese otro crupier invisible que parece cantar a diario el destino de las cosas.



“Deriva Continental”, es la novela que me abrió la puerta a la obra de Russell Banks –edición de Bruguera, con la extraordinaria y muy notable traducción de Francisco Rodríguez de Lecea- , su narrativa no pierde un ápice del clásico ritmo de la novela norteamericana tan vinculada al lenguaje cinematográfico, pero siempre manteniendo ese ápice, esa pincelada sutil que es entretejer una narrativa suave de mudanzas imperceptibles, los volúmenes del lenguaje. Y es que las historias de Banks sin su lenguaje tan tejido en lo literario, en lo elaborado y meticuloso, perderían mucho de su elemento esencial, sino se cuentan con esa especie de rememoración épica  impersonal como suelen contarse este tipo de historias.
Su historia, como muchas otras de sus obras, son retratos de loosers, los  catalogados por ese denso sistema de vanidades como perdedores,  las minorías, pero más aún esa minoría que es masa –invisible e ignota- que es mayoría pero tan reducida en los espacios de la voluntad, por su colisión con el inevitable curso de la totalidad de las cosas que vive ignorándolo. También los negros, los bípedos, los analfabetas funcionales, el hombre común, el que trata de no serlo y termina mirándose siempre el espejo de sus propios fracasos, los inmigrantes, los buscadores de sueños, los que nunca abandonan sus propias pesadillas, todos ellos convergen en la narrativa de Russell Banks, quien a su manera y utilizando la voz de sus palabras denuncia y se compadece al observar como cada uno va siendo devorado por una cadena sucesiva de trampas que impone la secreta esperanza del “sueño americano”.
“Deriva Continental”, es la gran novela de finales del siglo XX norteamericana, narra la historia de dos personas, un hombre cuyo perfil bien pudiera responder al norteamericano promedio que busca en ese mar de esperanzas pescar el cambio de su vida y decide lanzarse a la aventura, y una mujer haitiana que emigra hacia los Estados Unidos tras el sueño americano.


INVOCACION
[Texto a manera de prólogo de la novela Deriva Continental]
“No necesitas memoria para contar esta historia, la triste historia de Robert Raymond Dubois, la historia que termina entre las calles secundarias y los callejones de Miami, florida, una mañana de febrero de 1981, y que empieza lejos al norte, en Catamount, Nueva Hampshire, durante una tarde fría, punteada por la nieve, de diciembre de 1979. La historia cuenta lo que le sucedió al joven Bob Dubois en los meses que transcurrieron entre una tarde invernal de Nueva Hampshire y una mañana oscura y húmeda de Florida, y cuenta también lo que les sucedió a varias personas que le querían, y a algunas personas de Haití y Jamaica, y al hermano mayor de Bob, Eddie Dubois, que le quería pero pensaba que no, y al mejor amigo de Bob, Avery Boone, que no le quería pero pensaba que sí, y a las mujeres que fueron amadas por Bob Dubois casi tanto como amaba a su esposa Elaine y de modo tan diferente. No necesitas memoria, sino tan sólo una compasión lúcida, y una rabia ardiente y antigua, y el amor por el sol de un hombre del Norte; es la historia la doble obsesión de un hombre blanco cristiano por la raza y el sexo, y de la vergüenza de un americano honesto de clase media por la historia de su nación. Esta es una historia americana de la segunda mitad del siglo XX, y no necesitas una musa para contarla, sino algo parecido a un hombre-boca, una voz que hable directamente frente a ti y no detrás de ti, porque nada de lo que se dice aquí depende de la memoria. Con una historia como  ésta necesitas una enumeración más que un recuento, una presentación más que una representación, y por esa razón está contada de la manera que está contada. Y por más que tú también puedas verla con tus propios ojos, y oírla con tus propios oídos –como si tú, el narrador de la historia, estuvieras sentado en el círculo de oyentes, atento, a la espera de sentirte tú también divertido, sorprendido, conmovido- deberás sin embargo verla con ojos que no son los tuyos y contarla con una boca distinta de la tuya. Así pues, deja que Legba se adelante y haga hablar a ese hombre-boca blanco de edad mediana. Bajemos por el Grand Chemin, el camino del sol, llenos de compasión y fortalecidos por el brillo de la rabia. Ven, Papá, ven a la encrucijada. Ven, Huesos Viejos, maravíllate ante el triple misterio de hombres y mujeres que se abrazan, de la negrura y de la llegada inesperada de los dioses de Guinea. Ven impaciente a buscar la vergüenza en todas partes. Da cuerpo y autorización y energía a la compasión y a la rabia de ese hombre-boca blanco, y cubre sus hombros con una adecuada capa de vergüenza, y dale un placer puro, físico, bajo el lento sol cercano, entre gentes y dioses cuyas evidentes diferencias respecto a él y su único gran Dios le llevarán también, finalmente, a aproximarse a sí mismo, además de a las otras personas presentes. Y deja contar a ese hombre lo que el buen ciudadano americano Bob Dubois hizo de malo a los ojos de Dios y de los Mysteres, y a los ojos del propio hombre-boca, abandonado por Bob Dubois junto a su esposa Elaine, que le había amado durante mucho, mucho tiempo, y junto a su hijo y sus dos hijas y su amigo Avery Boone y las mujeres que Bob Dubois había hecho el amor y los hombres y las mujeres que habían vivido y trabajado con Bob Dubois en Catamount, Nueva Hampshire, y en Oleander Park, Florida, y en las barcas der pesca de Cayo Moray. ¡Adelante, Legba, repito! Deja hablar a este hombre para que aquel hombre viva”.





lunes, 6 de junio de 2016

Juan José Arreola: el Confabulario cosmopolita

Hablar de la literatura de Juan José Arreola (México-1918), es hacer mención no sólo de un escritor cosmopolita, sino de uno de los narradores contemporáneos que aún le dieron sustento a la esencia mítica que reside en la densidad de esa serpiente emplumada que es la literatura mexicana, junto a los escritores Juan Rulfo, Carlos Fuentes y Fernando del Paso, entre otros.
Su libro de cuentos Confabulario, es más que un compendio de narraciones es un universo narrativo expuesto con el estilo de un excelente cuentista, con todas las posibilidades cambiantes y multicoloridas de ese calidoscopio que es la tierra y el hombre y el incansable ritmo de ambos, una dando vueltas sempiternas jugando al sorteo de los destinos, el otro ampliando sus pasos acercándose y evadiendo, construyendo su propio laberinto, el de la vida.



Autodidacta, Arreola no estudió literatura en la Universidad, se hizo literato leyendo libros de los grandes escritores por su cuenta: “Soy autodidacta –es cierto-, pero a los doce años en Zaplotán el Grande leía a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob, junto con medio centenar de otros nombres más o menos ilustres…No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu desde Isaías hasta Franz Kafka”.
 Armisticio

Con fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación. Me desentiendo de todos los invasores en cuerpo y alma. Nos veremos las caras en la tierra de nadie. Allí donde un ángel señala desde lejos invitándonos a entrar: se alquila paraíso en ruinas. (Juan José Arreola)

viernes, 29 de abril de 2016






¿Vivimos una mentira?


Ningún sistema político de protección y respeto hacia sus ciudadanos como la democracia. De esclavos, siervos, súbditos, únicamente con deberes; pasamos a ser ciudadanos, también con derechos. La consolidación del estado democrático no fue fácil, ni continuada, ni igual a lo largo del siglo XX en los Estados occidentales. Todos, de manera directa o indirecta, sufrieron las convulsiones de los totalitarismos. Parecía que tras las contiendas bélicas y las penurias sufridas, la restauración de las libertades iban a traer, definitivamente, la paz, la concordia, el progreso, el bienestar y la estabilidad. Durante un tiempo, mientras se mantuvo la Guerra Fría, parece que fue así. Después el mundo ha ido cambiando a tanta velocidad que hoy ya no se sabe quién realmente lo gobierna, ¿los políticos, las multinacionales, los servicios de inteligencia…? ¿Quién gobierna hoy el mundo? La sociedad democrática se encuentra sola: desconfía del Estado, desconfía de los partidos políticos, desconfía de sus representados, desconfía de sus jueces (los mejor parados en la obra de Eco), desconfía de sus Fuerzas Armadas, desconfía de sus empresarios y banqueros, desconfía de sus profesionales, hasta desconfía de instituciones seculares, mucho más antiguas que la propia democracia, como es la Iglesia católica. Todos estos estamentos, y muchos más, están salpicados por la corrupción. Una corrupción no legalizada pero en algunos casos sí “autorizada”. El individuo democrático se siente solo, abandonado, inseguro, desamparado, esquilmado por los impuestos que vuelven a ser su único cordón umbilical con el Estado. 

El individuo democrático, que se siente desprotegido, aún confía en otro poder, el cuarto. Aún confía en la prensa libre, independiente, íntegra, incorruptible. Pero ¿qué sucede cuando este poder controlador y creador de la opinión pública también participa de los mismos males? Pero ¿qué sucede cuando los medios de comunicación escritos y audiovisuales mienten, engañan, son cómplices de las manipulaciones del poder, o ellos mismos quieren convertirse en un poder paralelo? ¿Qué sucede cuando los periodistas en vez de investigar, comprobar, cerciorarse de sus fuentes e informar de la verdad utilizan la imaginación, utilizan la ficción como un género periodístico que no literario? Mentiras, silencios, complicidades con las redes corruptas. Las noticias e informaciones transformadas en chantajes, extorsiones, rumores, comunicados interesados, insinuaciones, sombras sobre personas honorables. ¿Qué sucede cuando el periodismo libre e independiente, pilar insustituible de la democracia, se derrumba ante los intereses de un rico propietario prepotente dispuesto a la manipulación de la información y la opinión para alcanzar las más altas instancias del poder político y crear un nuevo totalitarismo moderno con falsos atuendos democráticos? ¿Qué sucede cuando no son las noticias las que hacen el periódico, sino el periódico el que crea las noticias según sus propios intereses?

Esta falsa novela de Eco podría ser un ensayo, pero lo enmascara bajo una ciencia-ficción no del futuro sino del pasado-presente

La caída de la prensa en manos irresponsables es la mordaza que los corruptos imponen a la democracia y significa la destrucción de las raíces de la democracia misma. Un periodismo que solo sirve para fabricar dossiers. Esta falsa novela de Eco podría ser un ensayo, pero lo enmascara bajo una ciencia-ficción no del futuro sino del pasado-presente, es todo un alegato contra el estado de ruina en el que ha devenido la sociedad italiana desde el fascismo hasta nuestros días. Un alegato demoledor. En una ficción literaria no hay por qué demostrar nada de lo que se dice, por lo tanto la realidad de lo que se cuenta queda en manos de la reflexión de cada lector. Pero el lector avizor se dará cuenta de que lo que habla Eco, más allá de los aditamentos novelescos, tiene muchos visos de verosimilitud. A veces la realidad sobrepasa a la imaginación.

¿Mussolini vivió, sobrevivió, fue apoyado por los americanos para combatir al comunismo? Desde luego su ideología no desapareció. La política italiana está repleta de oscuridades que Eco trata de sacar a la luz: “La sombra de Mussolini, dado por muerto, domina todos los acontecimientos italianos. Yo diría que desde 1945 hasta hoy, y su muerte real desencadena el periodo más terrible de la historia de este país, implicando al stay-behind, a la CIA, a la OTAN, a la Gladio, a la logia P2, a la Mafia, a los servicios secretos, a los altos mandos militares, a ministros como Andreotti y a presidentes como Cossiga y, naturalmente, a buena parte de las organizaciones terroristas de extrema izquierda, debidamente infiltradas y manipuladas. Por no decir que Aldo Moro fue secuestrado y asesinado porque sabía algo y habría hablado…”. La política italiana está repleta de connivencias entre todos los estamentos del Estado de un lado y de otro. ¿Berlusconi (al que no se le cita pero está omnipresente), un nuevo caudillo? Quizá lo intentó.


El estado de enfermedad de la democracia italiana puede encontrarse en una fase más peligrosa que el resto de las democracias occidentales, pero las otras también deben tomar buena cuenta de sus males. El periodismo es un eje fundamental para la regeneración, un faro que debe iluminar los pecados mortales de los demás y los propios. No hay sociedad libre sin prensa libre. Algo tan sencillo pero, a la vez, algo tan difícil. [César Antonio Molina - EL PAIS /España]

domingo, 17 de abril de 2016


Bradbury: El Hombre Ilustrado
y un transhumante de bibliotecas

Cuando Ray Bradbury publicó el Hombre Ilustrado, causó gran impacto la maestría de su narrativa  que muy al estilo de la Mil y una noches comienza con un prólogo que al mismo tiempo es un relato, que por sí mismo sirve de presentación enlazando al lector con las otras 18 narraciones extraordinarias, sin que en realidad haya ninguna relación entre una y otra. El hombre ilustrado no sólo es una historia magistral –la literatura jamás volverá a ser la misma después de haberlo leído-, sino que se nos presenta como el leit motiv  de los otros cuentos reunidos en ese volumen, porque es a partir de su historia que nacen las otras 18 que escribió Bradbury y que integran ese volumen.


Tatuado por una viajera del tiempo, el hombre Ilustrado, al igual que Caín, el filicida bíblico lleva en su cuerpo la marca de su propio estigma: “Tenía el cuerpo brillante y tatuado con unas ilustraciones que predicen el futuro”, en conjunto son una especie de maldición que pesa sobre él, no sólo toda su piel está tatuada, hecho que por sí mismo sirve para ser incluido en los catálogos de las grandes pesadillas, sino que sus ilustraciones tienen vida propia y predicen el futuro, al igual que la visión apocalíptica del profeta Juan en la isla griega de Patmos. Pero estas también revelan a quien las observa detenidamente el espanto de las escenas de los sucesos catastróficos que sobrevendrán en el futuro de su destino.
 La historia del hombre ilustrado, como la de Sherezade del relato las Mil y Una Noches, por sí mismas ya logran toda justificación como textos únicos de la literatura, y logran trascender el conjunto de narraciones que las acompañan.
La primera, el hombre ilustrado, en cierta medida es sucedánea del Somnium Astronomicum, texto que escribiera en 1634 Johannes Kepler, y se supone es la traslación soñada de un libro que relata las serpientes que habitan en la Luna, considerado uno de los textos inaugurales del género de la ciencia ficción (temas fantásticos apoyados en datos científicos que los revisten de cierto factor de posibilidad).
La segunda, Las Mil y una Noches es heredera del sueño que se intercala en historias que tratan de fundamentarse en la vida real, de la que toman prestados datos de su geografía, personajes, costumbres, hechos y época, algo propio de los relatos medievales, donde realidad y sueño suelen confundirse, al invadir uno la dimensión del otro con tal sutileza que el fenómeno pasa desapercibido y se juzga como existente.


Las Mil y una noches, es la historia de una bella mujer que evade su sentencia a muerte cada noche contándole fantásticas historias, que parecen nunca tener fin, a un Rey resentido y amargado por la infidelidad de su esposa, a quien veneraba, y pese a ello ordenó cortarle la cabeza al descubrir que le era infiel. Sentencia que también promulgó para cada mujer que en el futuro compartiera su lecho, sólo viviría con él una noche y al amanecer inmediatamente sería decapitada. La historia sexual de Sherezade no es relevante y el autor o los autores prescinden de ella, al igual que cualquier lector pudiera prescindir de las otras 1000 historias de su conjunto narrativo y de igual manera su mente seguiría acompañando la historia de una bella mujer que alimentó con la sed por lo fantástico durante una noche que duró dos años y nueve meses (mil y un días), dejándonos cuentos poblados por su mágica trascendencia.
Igual ese otro libro alimentado por el prodigio de lo fantástico que es el Hombre Ilustrado de Bradbury, pudiera excluir sus otras 18 historias y no perder un ápice del hechizo que lo ilustra. En su prólogo Ray Bradbury dice haberse encontrado con el Hombre Ilustrado “una tarde calurosa del mes de septiembre” en la región de Wiscosin. La imagen que nos describe es la de un hombre abrumado por el peso de su propia piel que lo condena a ser excluido de la vida tal como la conocemos, sin trabajo, sin amigos, sin familia, sin amor, por esa especie de sueños de sueños que han sido tatuados  en toda la membrana que cubre su cuerpo, y que son el motivo de sus infortunios. En medio de su tormento busca la paz que le es imposible, pero también busca ejecutar una recóndita venganza: “He buscado esa bruja todos los veranos, cuando la encuentre la mataré”, dice al referirse a la mujer que le tatuó esa especie de Aleph, primera palabra del alfabeto hebreo, y de dios -según la cábala-, y que en sí misma posee todas las otras que le suceden y por ende a todas las cosas por nombrar.


“Cuando las imágenes comienzan a moverse, me despiden. Ocurren cosas terribles en mis ilustraciones. Cada una es un cuento. Si usted las mira atentamente unos pocos minutos, le contarán una historia. Si las miras tres horas, las narraciones serán treinta o cuarenta, y usted oirá voces, y pensamientos. Todo está aquí, en mi piel, no hay más que mirar. Pero sobretodo, hay cierto lugar de mi espalda… -El hombre ilustrado se volvió- ¿Ve? Sobre mi omóplato derecho no hay ningún dibujo. Sólo una mancha de color.
“Cuando he estado con alguien un rato, ese omóplato se  cubre de sombras, y se convierte en un dibujo. Si estoy con una mujer, al cabo de una hora su rostro aparece ahí, en mi espalda, y ella ve toda su vida…cómo vivirá y cómo morirá, qué parecerá cuando tenga sesenta años. Y si me encuentro con un hombre, una hora después su retrato aparece en mi espalda. Y el hombre se ve a sí mismo cayendo en un precipicio o arrastrado por un tren…entonces me despiden”.
 Ray Bradbury no sólo asombra por su prolífica imaginación de la que también nos hace entrega en otra de sus clásicas narraciones: Farenheit 451 -relata el sombrío y horroroso destino de un cuerpo de bomberos cuyo objetivo no es apagar incendios, sino el de provocarlos para quemar libros-; también asombra por haber sido un joven que se formó a sí mismo como escritor, únicamente acudiendo a las bibliotecas que tenía acceso y leyendo todo lo que podía leer en su tiempo libre.


Paradójicamente nunca pisó un aula universitaria, pero sus libros son estudiados ampliamente no sólo en las universidades estadounidenses, sino en la de todos los países del mundo que se estudia la buena literatura de ficción.
Siguiendo a Bradbury pudiéramos preguntarnos: ¿Cuál es la mejor edad para leer? Creo que todas, sería una respuesta previsible, y nada reveladora. En cada etapa de la vida el hábito de leer hará de nosotros un navegante de conocimientos y experiencias, que suman un cúmulo de tiempo existencial vertido por otros, al que difícilmente accederíamos como por nosotros mismos porque la existencia humana físicamente no posee esa multiplicidad ante lo temporal, que sí nos otorgan el intelecto y la imaginación.
Sí de todas las edades tuviéramos que escoger una en específico para decir cuál es la mejor edad para leer, no dudaríamos en apuntar a la infancia y la juventud, son las etapas donde incide más el carácter formativo de la lectura, como un aula abierta del conocimiento.


Ray Bradbury, quien fue un autodidacta en materia literaria durante toda su vida, en 1999 fue recibido en el Salón de la Fama de la asociación de escritores de Ciencia ficción de los Estados Unidos. Bradbury un humilde muchacho muy pobre se hizo escritor autodidacta, formándose con la lectura de libros, lo que hizo de él un eterno trashumante de bibliotecas, “soy un habitante de bibliotecas desde siempre”, dijo en una entrevista publicada en el periódico El Mundo de España. Bradbury no sólo se ha convertido en un escritor consagrado, cuyos libros siguen inspirando la fantasía de muchas generaciones, sino que muchas de sus obras han sido llevadas a la gran pantalla hollywoodense. Bradbury, es un ejemplo de la formación que se puede alcanzar a través del libro que es un instrumento de enseñanza por sí mismo. Cuenta que en sus años de juventud era un ávido lector que con el tiempo –debido a su apego a ese mundo que se desdoblada en miles que es la Biblioteca- comenzó su interés en escribir, “fui un niño pobre, así que todo lo que leí lo leí en las bibliotecas. Si tocas una biblioteca me tocas el alma”.


domingo, 10 de abril de 2016


No se escribe como se habla

Tras el desembarco de la era de las nuevas tecnologías, con las computadoras, el internet, los sistemas de comunicación digital y las redes sociales se ha perfeccionado la penetración de la cultura de los medios audiovisuales en el ordenamiento de la vida cotidiana. Es indudable que el mundo digital impone una nueva orbita a los imperativos de la vida colectiva. Esta nueva colonización del Imperio de la ratio thecnica no sólo ha complejizado la aldea global de McLuhan, sino que ha abierto las compuertas a la dimensión de lo fantasmático donde el lenguaje y la imagen son su principales protagonistas. Sin embargo, pese a la significancia de todo este nuevo estadio del conocimiento humano el lenguaje como disciplina encargada de describir la realidad, aún no ha podido desprenderse de las aristas fantasmásticas que lo pueblan, no ha podido acceder a esa condición de disciplina pura, aspecto sobre el que Wittgenstein se pronunció en su momento.


Con los programas de autoedición cualquiera puede hacer una revista o un periódico en su casa. Navegando por la red en menos de una hora cualquier hijo de vecino puede despachar la lectura, tipo manual (informativa, más no formativa) de una de las decenas de resúmenes de la Crítica a la Razón Pura de Inmanuel Kant, que la red tiene a su disposición, lo que para muchos sería suficiente  para pasar a considerarse un ilustrado en filosofía de un solo plumazo.
Lo mismo acontece con esas otras representaciones imaginarias que experimenta quien se inviste de astrólogo porque se suscribe a una página de astrología, o el que se siente escritor tan solo porque cuelga en su estado en facebook un texto, generalmente elaborado a tientas y juntillas, es decir leyendo aquí y allá cualquier libro e imitando párrafos enteros que luego nos entregará como de su propia autoría..
Escribir no es lograr enlazar una cadena de palabras y después cruzar los dedos esperando que en esa brevedad que va entre el momento de la finalización del texto y su posterior revisión, sobre éste hubiese actuado algún misterioso duende que le proveyera de la exactitud gramatical requerida –que no le dimos-, aplique el uso del buen léxico –que no poseemos- y asegurase de que en cada párrafo se aplicara la debida sintaxis –de la cual carecemos-.


Si me pidieran que representara con una metáfora la imagen de lo que creo más se asemeja al acto de escribir, diría que la construcción de una pared de ladrillos. Porque aplica reglas muy parecidas a la construcción de un texto: Para lo cual se requiere de una métrica (como la de las reglas gramaticales) cuya aplicación nos asegura que la pared quede recta y no construyamos un adefesio que bajo la mínima presión se nos derrumbe. También requiere de  un conjunto de ladrillos (que serán las frases construidas). De igual manera requiere de una rítmica, la de colocar el pegamento para evitar que éste se endurezca y pierda toda su flexibilidad, y pueda ser manipulado debidamente para asegurar un mejor acabado. Al igual, todo texto está sujeto a una rítmica que en cierta medida determina la calidad de su acabado estético.
Una centenaria tradición que proviene de los tiempos antiguos designó que el Latín era el lenguaje ilustrado que debía hablar la gente culta y educada. Era pues la lengua oficial. Y por el otro lado estaba la vulgata –de raíces latinas en su estructura idiomática pero mucho más simplificado-, lengua ordinaria que usaba la gente común, así como los pobres y  los del más bajo estrato social. Porque hablar en Latín se hacía demasiado engorroso, y se comenzó con la modalidad de escribir en Latín, pero se hablaba en vulgata. Desde entonces quedó establecida una de las diferencias entre lenguaje oral (coloquial) y lenguaje escrito (formal), tanto en sus proximidades como en sus separaciones.


Uno de los mayores problemas que debemos hacer frente en la actualidad es que la diferenciación entre lenguaje escrito y oral parece haberse olvidado, y vemos día a día incrementarse el empobrecido nivel de escritura que se viene mostrando en las diversas publicaciones de las redes sociales, quienes escriben tan mal como hablan. Todo estudiante que haya egresado de la educación media, del bachillerato en Venezuela, en teoría debería estar capacitado de escribir por lo menos en un nivel básico, pero lamentablemente no es así. Razón por la que luego encontramos egresados universitarios, y hasta, estudiantes de las escuelas de periodismo que no dominan aún el arte de escribir, y les cuesta estructurar una cuartilla de forma coherente con un manejo preciso y eficaz del lenguaje.

martes, 29 de marzo de 2016



¿Pensar en mañana o en el mañana de mañana?
Más que pensar y preocupase por el futuro que tendrá la humanidad en este próximo milenio –destino que de forma invariable a todos eventualmente nos involucra- sería mucho más congruente, lógico, fiel y pertinente a nuestra realidad, pensar en nuestro mañana inmediato.
Prosoche llamaron los griegos a la necesidad de atención al momento presente y uno de los cinco consejos o reglas básicas que ellos postularon debía seguir todo hombre para convertirse en un sujeto lúcido y trascendental, la Prosoche establece que el individuo piense centrado en “el aquí y el ahora”, no anclado al ayer, ni preso de las ilusiones del mañana.
La paradoja surgió hace 16 años con la imperativa emocional que supuso la llegada del nuevo milenio y que todavía no ha cesado, desde entonces se viene trajinando sobre cómo controlar el mundo que tendremos en el futuro, qué tipo de país construiremos, qué perfil de sociedad tendremos, y cómo podemos planearlo o echar sus bases desde ahora. Todo eso en cierta medida suena a palabra hueca, y refleja una suma de gestos inútiles, como esos congresos o coloquios internacionales tan arraigados por la ficción –tipo Pacto Andino y Países No Alineados- donde se habla mucho, se firman unos acuerdos y nunca se concreta absolutamente nada, organizaciones que se reúnen una sola vez al año para decir que existen y después vuelven a desaparecer por los siguientes 365 días.

Las únicas materias que seriamente podemos ir embargando al futuro son de las que menos nos ocupamos o con mayor incertidumbre le damos cumplimiento, son las referidas a. Recursos naturales, Ecología y media ambiente y fuentes de energía y la contaminación.
En cuanto a los otros aspectos de la vida social, todo sería un largo y estéril ejercicio de elucubración: Si en el remoto año 999 –como afirmó el escritor Premio Nobel José Saramago-, en cualquier lugar de Europa, los pocos sabios y los muchos teólogos  que entonces existían se hubieses puesto a tratar de adivinar cómo sería el mundo pasados mil años, me da que se habrían equivocado del todo.

Si en su momento nuestros libertadores se hubieran reunido para planificar cómo sería la Venezuela del futuro, hoy supiéramos de sobra que fue otro gesto perdido, porque ninguno en ese momento habría imaginado que nuestro futuro sería el de una Venezuela –vergonzosamente convertida en un satélite cubanizado- entregada políticamente a la influencia un par de dictadorzuelos caribeños, Fidel y Raúl, estandartes de un sistema sumido en el ostracismo más absoluto que nada tenía para enseñarle a Venezuela, salvo el camino fangoso que la retornaría a los días de la barbarie como en efecto hemos hecho.

sábado, 26 de marzo de 2016


La Premio Nobel Dorais Lessing: más allá de sus cartas “putas” (Parte 2)


Las cartas “putas” de Doris Lessing (Premio Nobel 2007) a uno de sus ex amantes, no sólo han mostrado las apetencias que solía reclamar su cuerpo y la desbordada sensualidad que le imprimía a los actos más temerarios de su vida, sino la gran distancia que siempre quiso interponer entre su vida y la influencia gravitante de sus padres, la que se convertiría en una de las condicionantes que la acompañaría hasta el día de su muerte.
El drama de Lessing con sus padres –y que servirá de base a su futura literatura-comienza cuando estos se mudan de Persia (actual Irán), donde su padre Alfred Tayler, prestaba servicios como Capitán del ejército británico –y donde la familia tuvo oportunidad de compartir roles de clase social con un nutrido grupo de amistades-. Caso contrario resultó su mudanza a Rodhesia del Sur, en África colonial, país donde su padre compró una granja atraído por las promesas de un rápido y próspero desarrollo que nunca llegó. Año tras año Doris observó un mundo familiar en declive, unas trajes de gala nocturnos que nutrían los guardarropas y que nunca tuvieron oportunidad de usar, alejados como estaban de las candilejas de las ciudades, y convertidos en conformistas granjeros, su padre un estirado, ex militar, cuya mayor gloria era haber luchado en la primera guerra mundial, quien siempre mostraba un estilo muy afectado y marcial, que Doris siempre consideró fuera de contexto y su madre, Emily –una ex enfermera que conoció a su padre durante su convalecencia-,  aún circunscrita a sussueños y  apetencias por un lejano mundo “eduardiano” apegado a las artes y la moda, del que estaba cada vez más distante –prejuiciada por sus tardías influencias post-victorianas-, quiso llenar su hogar de efímeras pretensiones aristocráticas que en realidad jamás tuvo a su alrededor. Frustrada por la incompatibilidad de su ideal con el mundo real que la rodeaba, la madre de Doris se refugió en un carácter severo, controlador y mudo emocionalmente.


La primera literatura de Doris Lessing reflejará la contradicción de estos mundos ambivalentes que giraban en torno a ella; donde lo emocional y lo lineal tendrán  una determinada preponderancia. Más adelante cuando su narrativa comience su proceso de madurez –tiempo para que el que estuvo que alejarse de todo lo que le limitaba existencialmente, para abordar el encuentro consigo misma: familia, matrimonio, obligaciones, lo que la llevó a entregar sus tres hijos al cuidado de sus familiares, cada uno en su momento.
Pero la búsqueda interior de Doris estaba en la libertad, cifrada por ella en la frecuencia de sus amantes, su apego a la vida nocturna y el alcohol, y en su tiempo libre escribía, escribía mucho, que es con lo que va impulsando su ruptura interior, un rompimiento con la historicidad familiar que la precedía. Y ahí da comienzo a su experimento literario que inicia a partir de recoger las aristas de su yo que quedan regadas en cada plano del tiempo existencial; planos que en momento se convergen y en otros se dispersan y separan, pero siempre  tratando de aglutinarse como un polvo de estrellas en un sólo y único tiempo, razón por lo que muchos críticos llegaron a catalogar su literatura como postmoderna.
Doris Lessing, considerada una escritora feminista, profundiza su literatura en la preocupación sobre el anclaje de la mujer dentro de las cuatro paredes del hogar, para ellas anhelaba lo mismo que para sí: la redención y la libertad de elegir. De allí que sus libros guarden esa estrecha cercanía con las reivindicaciones que reclamaban los movimientos feministas, lo que hizo que muchas de las mujeres de todos los puntos del orbe identificaran su obra como bandera de sus luchas, lo que la llevaría a ser definida como una escritora feminista.


 Lessing nunca cesó en su labor, más por convencimiento que por escribir una literatura comprometida, lo de ella era la libertad, hasta bien entrada en su madurez como escritora que comenzó a desmarcarse de las feministas por considerar que habían perdido el norte de sus luchas, en cierta medida por haber pasado a ser grupos dominados por lesbianas, y en respuesta a ello dijo que siempre en su vida estuvo más interesada por las increíbles posibilidades de la vagina que por el placer secundario e inferior del clítoris. “Si me hubieran contado que los orgasmos de vagina y de clítoris se convertirían entre sí en enemigos ideológicos al cabo de unas décadas habría pensado que era un chiste”.
En Lessing nada escapa de su relación sujeto-mundo, todo lo feo, desagradable, odioso, y el asco insoportable pasa por el tamiz de su memoria analítica, sino lo fija en las novela, lo postea en una carta o lo conceptualiza como inmanentes personajes que estarán en su mente, prestos para que en algún momento ella se aboque a escribir sobre ellos: nada escapa de su percepción crítica: “Fría peste sofocante y metálica…la de los piojos en un tren ruso”, escribe en una de sus cartas. Doris Lessing no es una escritora de poseía, es una mujer de letras que cincela la historia con sus yos personificados en las páginas que escribe, sus textos hacen honor a aquella máxima de Oscar Wilde: ”Toda época que produce poesía es una época artificial”.


Por eso su escritura no mejora nada de la realidad, todo lo contrario la muestra tan cruda y cruenta, tal como es, su papel es denudarla de un todo, dejando que los seres humanos se hundan en las hondonadas de sus emociones. Como su padre quien se pasó los últimos 15 años de su vida atado a una botella y a sus recuerdos de combatiente de la Primera Guerra Mundial, en la que perdió una pierna. Cuando murió Doris dijo que no debieron colocarle en el acta de defunción fallo cardiaco, debieron “escribir en su lugar Primera Guerra Mundial”.
Denunciar los efectos  de la manipulación y consumo de la sociedad de masas sobre los seres humanos, el hombre engranaje de la gran maquinaria social que lo aliena y lo sujeta como una mercancía no son los temas de Lessing. Sus temas son las historias individuales, el drama de cada quien como una suma de la diversidad de la desgracia. A los otros los que creen y compran recetas para ser felices, los enajenados los deja en paz con su mundo de evocaciones.
“Toda acción es necesaria y cualquier cosa que sea necesaria tiene que ver con la naturaleza humana y no con la mente humana”, dijo Gertrude Stein, en este sentido la voz de Doris Lessing es la de un Proust histérico que circunda alrededor de un yo en presente continuo, sin establecer categorías sociales, sólo se remite a describirlas y transpolar cada una en la diversidad de sus planos temporales de su narrativa.
Una de las preguntas que acompañó a Doris Lessing los años de su madurez fue cómo ella y otras personas inteligentes, con preocupaciones sociales, amantes de la paz se prestaron para ser instrumentos del Partido Comunista, romper con la URSS estalinista y seguir teniendo fe en esa “religión” que profetiza el advenimiento de la revolución mundial. “El Comunismo […] engendra falsedad, que hace que la gente mienta y distorsione las cosas, que impone el engaño en las personas”.


viernes, 25 de marzo de 2016

 
A propósito de las cartas "putas" de la escritora Doris Lessing (Parte I)



Cuando la escritora británica Doris Lessing ganó el premio nobel de literatura en el año 2007, enseguida compré dos de sus novelas, era viernes y sus libros comenzaban a tapizar las vidrieras de las librerías.
La idea era sumergirme durante el fin de semana en el mundo de la recién laureada Lessing, autora de la que todo el mundo hablaba por esos días con todo el acento que otorga la novedad –aunque muchos sólo se remitiesen únicamente a repetir lo publicado por la prensa porque en realidad casi nadie la había leído-, ese era el plan de aquél fin de semana. Lo primero que me sorprendió fue su prosa poco repulimentada y tosca, que mostraba un lenguaje que cartesianamente estaba bien escrito, pero que adolecía de una mayor elaboración estética como la que uno espera escriba un galardona por el Premio Nobel.
Los títulos entonces comprados fueron: “Un hombre y dos mujeres” (escrita en 1972), y “Diario de una buena vecina” (escrita en 1983). Al primero lo soporté hasta leer aproximadamente el 30% de sus páginas, en las que encontré párrafos tupidos con una notable carga de resentimiento, emociones encontradas, y la permanencia de su estilo áspero, esto último terminé por  adjudicárselo a una deficiente traducción. Pero con la segunda novela la experiencia no cambió un ápice creo que esta la deseché antes de llegar a la página 20 de unas 270 en total.  Entonces decidí buscar por internet un tercer título, en ingles y logré descargar: Briefing for a Descent into Hell, si bien percibí una notable mejoría, por sobretodo acortar las distancias del lenguaje entre la autora y mi lectura, en líneas generales lo que tenía ante mí era una novela que hubiera estado extraordinariamente escrita si su autora hubiese sido una inteligente y culta ama de casa, pero que resultaba muy a medio camino si se trataba –como era el caso- de una brillante escritora que se empeñaba en narrar de manera un tanto pueril con toda la acentuación propia de una ama de casa que intenta hacer buena literatura.
Ese día no sólo mandé al carajo a la Academia sueca con toda la parafernalia de su Nobel, y asumí que a Lessing le habían dado el premio por su pasado comunista, y por–en algún momento- haber simbolizado cierta inspiración y una voz literaria a la bandera feminista. Las dos novelas de Lessing fueron directo a la basura antes de finalizar el día domingo. Jamás leo por obligación, lo hago como un ejercicio de felicidad. Tampoco incurro en el acto hipócrita de regalar un libro que haya desestimado leer, considero que a nadie, por aquello de que toda persona merece respeto, se le debe obsequiar un mal libro,porque es un acto que violenta una intimidad.
A partir de entonces Lessing se convirtió en un eco lejano en mi horizonte literario, una nota leída de pasada en un periódico en el año 2013 me dio cuenta de su muerte a los 94 años,  siguió su ausencia, hasta que hace pocos días vi su nombre resurgir de nuevo, el cual parecía haber dejado de habitar la imperturbable lápida de su tumba para venir a pavonearse entre las llamaradas de esa hoguera de vanidades que continuamente alimentan los medios de comunicación. Lessing volvió a ser noticia al publicarse en contenido de unas cartas íntimas que intercambió con un ex amante casi una década.
Es así como tres años después de su muerte me encontraba con la obra de Doris Lessing
 emergiendo con la investidura de la noticia con la publicación de esas sus cartas “putas de las que leí algunos de sus fragmentos más virales reseñados por la prensa y, a propósito de ello, me ocupé en leer un comentario del  primer volumen de su autobiografía  -publicada bajo el título: ¿Dentro de mí?-, escrito por el también Premio Nobel J.M. Coetzee.
La suma de las epístolas amorosas de Doris Lessing –escritas a lo largo de la década de los años 40 para su amante Leonard Smith- bien pudiera titularse como cartas “putas” para unos, bizarras, para otros, o ruines para los menos, nos hablan abiertamente de las verdaderas motivaciones y inclinaciones de la escritora hacia el sexo libre, lo contradictorio que le resultaba el matrimonio por ser densamente monótono y ponerle una camisa de fuerza a sus emociones más genuinas. Por otro lado estaba la pesadilla de la maternidad, concebir un hijo era un acto cismático que diezmaba su vida personal, tuvo dos y ambos los dejó a cargo de su familia para poder ocuparse de hacer un mundo con un futuro mejor desde su tribuna política –eso argumentó en su momento-.  “No estoy hecha para el matrimonio”, dijo. Y en otro pasaje indica: soy “egoísta, egocéntrica, polígama, amoral, irresponsable, desequilibrada y de ninguna manera una buena integrante de la sociedad”.

En esos años, Lessing quería ocuparse de vivir y escribir que es esa otra forma idealista de vivir. El mundo bohemio fuera el de Londres o Moscú era en los que en lo personal le gustaba gravitar, deseaba brillar por su intelecto, su sensualidad, su capacidad de organización política, una heroína literaria.

Algo que sobresale en la relación de Lessing con Smith es la visión totalmente desprejuiciada y liberal que tiene sobre el rol de doble sexualidad de su amante quien además de ser su confidente y mejor amigo también era gay. En febrero de 1946 le escribe diciéndole: “Creo que es el momento en que debería darte la parte devastadora de mis noticias, así que contén el aliento, no pestañees y da vuelta la página: voy a tener un bebé”.
Época en la cual Doris Lessing daba cuenta de sus primeros síntomas de asfixia del estalinismo soviético, del que formó parte importante, integrada a la directiva del Partido cuando comenta a Leonard sobre su incapacidad para ajustarse a las rígidas normas sociales dice: “odio pensar lo que me harían en la Unión Soviética; las cosas del matrimonio que me ponen muy loca. ¿Lo haré? No sé.”
Ni ella quiere ser percibida como una abnegada esposa y madre, ni tampoco se comunica desde ese escenario. Las relaciones amorosas eran un fundamento en el ámbito de la vida artística intelectual. Un ejercicio de libertad, que los hacía diferentes –sin prejuicios- a los demás seres humanos. En un párrafo de sus cartas Doris se refiere a Leonard y otros dos amantes, “Los amo a los tres en partes indivisas de un tercio”.

BUSCANDO A DORIS LESSING
Guiado por lo que reveló el rostro oculto de la novelista en su epistolario amoroso lo que se me fue complementado en gran parte de sus confesiones autobiográficas,  pude tener la visión necesaria para comprender aspectos de sus obras que en un primer momento quizás me fueron indescifrables. Doris lessing es el libro primigenio que acompaña toda su obra, y hace de ella misma el testigo veedor por excelencia que dispara su mirada escrutadora hacia todas direcciones del mapa existencial.  Recogiendo estampas de la vida común, ese mundo tan limitado que tenía acceso a abordar en la esquemática sociedad colonial del Imperio Británico, que dominaba a la población blanca enclavada en el complejo tejido multicultural del continente africano: lo que cuenta en sus novelas fue algo que nace de lo visto, vivido, oído o descifrado por ella misma. 


Sus personajes se alimentan del contacto de su memoria con ese universo de rostros y nombres sucesivos en los que se adentró desde su temprana adolescencia, mientras ejercía el oficio de distribuir el periódico del partido comunista –corriente política a la que se había adherido para expresar más su personalidad inconforme y rebelde-. Una vez por semana tenía que caminar y adentrarse en largas distancia entre un  vecindario y otro, llamar de puerta en puerta en las casas de decenas de familias. Cada hogar que visitó le brindo a Lessing la mirada de pequeños universos de relaciones, afectos, logros, sueños y frustraciones que fueron tejiendo en ella, esa percepción de los vínculos sociales de los que siempre ella es testigo en primera o tercera persona de sus narraciones.
No sería un acto supersticioso decir que Doris Lessing es una de las escritoras cuya vida gravita de manera profunda y constante en sus novelas. Sin duda esa otra obra - la estructura ausente de la escritura de Lessing lo constituye su propia existencia-,  leer detenidamente las hojas de su tránsito por la vida –en mi opinión- es algo imprescindible para identificar la verdadera dimensión de su trascendencia novelística, algo que por supuesto no evita que en breves momentos aflore tímidamente la Doris Lessing de sus primeros años y transitemos por algunos pasajes tediosos, otros excesivamente cotidianos escritos de manera muy lineal por lo que resultan ciertamente aburridos que siempre emergen en sus textos cuando menos lo esperas. Pero más allá de las consideraciones rítmicas de su prosa, en sus novelas está siempre presente esa marejada inquieta y voluble que es la historia a caballo, signada por la necesidad de la escritora de registrar el movimiento de ese tren que pasa frente a sus ojos, porque más que una novela, y más que una parte de la historia, está la condición del hombre en medio de ellas, como la denuncia e inconformidad de un sistema político, social o familiar que a muchos ahoga.


Así es la Doris Lessing que surge detrás de cada página de su novela más epónima: El cuaderno dorado (1962), en la que sobretodo cuestiona el coloniaje,  la discriminación racial, otorga preponderancia a las luchas feministas, cuestionamiento del comunismo soviético estalinista como método desintegrador de lo humano, totalitarismo político y de sometimiento por medio del terror. A partir de allí quedará como un sello de su obra la presencia de esa trilogía que compone el leit motiv de su narrativa: su vivencia comunista (en Sudafrica y la Unión Soviética), sus amores y sus grandes resentimientos.