A propósito de las cartas "putas" de la escritora Doris Lessing (Parte I)
Cuando
la escritora británica Doris Lessing ganó el premio nobel de literatura en el año 2007,
enseguida compré dos de sus novelas, era viernes y sus libros comenzaban a
tapizar las vidrieras de las librerías.
La
idea era sumergirme durante el fin de semana en el mundo de la recién laureada
Lessing, autora de la que todo el mundo hablaba por esos días con todo el
acento que otorga la novedad –aunque muchos sólo se remitiesen únicamente a
repetir lo publicado por la prensa porque en realidad casi nadie la había
leído-, ese era el plan de aquél fin de semana. Lo primero que me sorprendió
fue su prosa poco repulimentada y tosca, que mostraba un lenguaje que
cartesianamente estaba bien escrito, pero que adolecía de una mayor elaboración
estética como la que uno espera escriba un galardona por el Premio Nobel.
Los
títulos entonces comprados fueron: “Un hombre y dos mujeres” (escrita en 1972),
y “Diario de una buena vecina” (escrita en 1983). Al primero lo soporté hasta
leer aproximadamente el 30% de sus páginas, en las que encontré párrafos
tupidos con una notable carga de resentimiento, emociones encontradas, y la
permanencia de su estilo áspero, esto último terminé por adjudicárselo a una deficiente traducción.
Pero con la segunda novela la experiencia no cambió un ápice creo que esta la
deseché antes de llegar a la página 20 de unas 270 en total. Entonces decidí buscar por internet un tercer
título, en ingles y logré descargar: Briefing for a Descent into Hell, si bien
percibí una notable mejoría, por sobretodo acortar las distancias del lenguaje
entre la autora y mi lectura, en líneas generales lo que tenía ante mí era una
novela que hubiera estado extraordinariamente escrita si su autora hubiese sido
una inteligente y culta ama de casa, pero que resultaba muy a medio camino si
se trataba –como era el caso- de una brillante escritora que se empeñaba en
narrar de manera un tanto pueril con toda la acentuación propia de una ama de
casa que intenta hacer buena literatura.
Ese
día no sólo mandé al carajo a la Academia sueca con toda la parafernalia de su
Nobel, y asumí que a Lessing le habían dado el premio por su pasado comunista,
y por–en algún momento- haber simbolizado cierta inspiración y una voz
literaria a la bandera feminista. Las dos novelas de Lessing fueron directo a
la basura antes de finalizar el día domingo. Jamás leo por obligación, lo hago
como un ejercicio de felicidad. Tampoco incurro en el acto hipócrita de regalar
un libro que haya desestimado leer, considero que a nadie, por aquello de que
toda persona merece respeto, se le debe obsequiar un mal libro,porque es un
acto que violenta una intimidad.
A
partir de entonces Lessing se convirtió en un eco lejano en mi horizonte
literario, una nota leída de pasada en un periódico en el año 2013 me dio
cuenta de su muerte a los 94 años, siguió su ausencia, hasta que hace pocos días vi su nombre
resurgir de nuevo, el cual parecía haber dejado de habitar la imperturbable
lápida de su tumba para venir a pavonearse entre las llamaradas de esa hoguera
de vanidades que continuamente alimentan los medios de comunicación. Lessing
volvió a ser noticia al publicarse en contenido de unas cartas íntimas que
intercambió con un ex amante casi una década.
Es así como tres años después de su muerte me encontraba con la obra de Doris Lessing
emergiendo con la investidura de la noticia con la publicación de esas sus
cartas “putas de las que leí algunos de sus fragmentos más virales reseñados
por la prensa y, a propósito de ello, me ocupé en leer un comentario del primer volumen de su autobiografía -publicada bajo el título: ¿Dentro de mí?-, escrito por el también Premio Nobel J.M. Coetzee.
La
suma de las epístolas amorosas de Doris Lessing –escritas a lo largo de la
década de los años 40 para su amante Leonard Smith- bien pudiera titularse como
cartas “putas” para unos, bizarras, para otros, o ruines para los menos, nos
hablan abiertamente de las verdaderas motivaciones y inclinaciones de la
escritora hacia el sexo libre, lo contradictorio que le resultaba el matrimonio
por ser densamente monótono y ponerle una camisa de fuerza a sus emociones más genuinas. Por
otro lado estaba la pesadilla de la maternidad, concebir un hijo era un acto
cismático que diezmaba su vida personal, tuvo dos y ambos los dejó a cargo de
su familia para poder ocuparse de hacer un mundo con un futuro mejor desde su
tribuna política –eso argumentó en su momento-. “No estoy hecha para el matrimonio”, dijo. Y
en otro pasaje indica: soy “egoísta, egocéntrica, polígama, amoral,
irresponsable, desequilibrada y de ninguna manera una buena integrante de la sociedad”.
En esos
años, Lessing quería ocuparse de vivir y escribir que es esa otra forma
idealista de vivir. El mundo bohemio fuera el de Londres o Moscú era en los que
en lo personal le gustaba gravitar, deseaba brillar por su intelecto, su sensualidad,
su capacidad de organización política, una heroína literaria.
Algo
que sobresale en la relación de Lessing con Smith es la visión totalmente
desprejuiciada y liberal que tiene sobre el rol de doble sexualidad de su
amante quien además de ser su confidente y mejor amigo también era gay. En
febrero de 1946 le escribe diciéndole: “Creo que es el momento en que debería
darte la parte devastadora de mis noticias, así que contén el aliento, no
pestañees y da vuelta la página: voy a tener un bebé”.
Época
en la cual Doris Lessing daba cuenta de sus primeros síntomas de asfixia del estalinismo
soviético, del que formó parte importante, integrada a la directiva del Partido
cuando comenta a Leonard sobre su incapacidad para ajustarse a las rígidas
normas sociales dice: “odio pensar lo que me harían en la Unión Soviética; las
cosas del matrimonio que me ponen muy loca. ¿Lo haré? No sé.”
Ni
ella quiere ser percibida como una abnegada esposa y madre, ni tampoco se
comunica desde ese escenario. Las relaciones amorosas eran un fundamento en el
ámbito de la vida artística intelectual. Un ejercicio de libertad, que los
hacía diferentes –sin prejuicios- a los demás seres humanos. En un párrafo de
sus cartas Doris se refiere a Leonard y otros dos amantes, “Los amo a los tres
en partes indivisas de un tercio”.
BUSCANDO
A DORIS LESSING
Guiado
por lo que reveló el rostro oculto de la novelista en su epistolario amoroso lo
que se me fue complementado en gran parte de sus confesiones autobiográficas, pude tener la visión necesaria para comprender
aspectos de sus obras que en un primer momento quizás me fueron indescifrables.
Doris lessing es el libro primigenio que acompaña toda su obra, y hace de ella misma
el testigo veedor por excelencia que dispara su mirada escrutadora hacia todas
direcciones del mapa existencial. Recogiendo
estampas de la vida común, ese mundo tan limitado que tenía acceso a abordar en
la esquemática sociedad colonial del Imperio Británico, que dominaba a la población
blanca enclavada en el complejo tejido multicultural del continente africano:
lo que cuenta en sus novelas fue algo que nace de lo visto, vivido, oído o
descifrado por ella misma.
Sus personajes se alimentan del contacto de su
memoria con ese universo de rostros y nombres sucesivos en los que se adentró
desde su temprana adolescencia, mientras ejercía el oficio de distribuir el
periódico del partido comunista –corriente política a la que se había adherido
para expresar más su personalidad inconforme y rebelde-. Una vez por semana tenía
que caminar y adentrarse en largas distancia entre un vecindario y otro, llamar de puerta en puerta
en las casas de decenas de familias. Cada hogar que visitó le brindo a Lessing
la mirada de pequeños universos de relaciones, afectos, logros, sueños y
frustraciones que fueron tejiendo en ella, esa percepción de los vínculos
sociales de los que siempre ella es testigo en primera o tercera persona de sus
narraciones.
No
sería un acto supersticioso decir que Doris Lessing es una de las escritoras
cuya vida gravita de manera profunda y constante en sus novelas. Sin duda esa
otra obra - la estructura ausente de la escritura de Lessing lo constituye su
propia existencia-, leer detenidamente
las hojas de su tránsito por la vida –en mi opinión- es algo imprescindible
para identificar la verdadera dimensión de su trascendencia novelística, algo
que por supuesto no evita que en breves momentos aflore tímidamente la Doris
Lessing de sus primeros años y transitemos por algunos pasajes tediosos, otros excesivamente
cotidianos escritos de manera muy lineal por lo que resultan ciertamente
aburridos que siempre emergen en sus textos cuando menos lo esperas. Pero más
allá de las consideraciones rítmicas de su prosa, en sus novelas está siempre
presente esa marejada inquieta y voluble que es la historia a caballo, signada
por la necesidad de la escritora de registrar el movimiento de ese tren que pasa
frente a sus ojos, porque más que una novela, y más que una parte de la
historia, está la condición del hombre en medio de ellas, como la denuncia e
inconformidad de un sistema político, social o familiar que a muchos ahoga.
Así
es la Doris Lessing que surge detrás de cada página de su novela más epónima:
El cuaderno dorado (1962), en la que sobretodo cuestiona el coloniaje, la discriminación racial, otorga
preponderancia a las luchas feministas, cuestionamiento del comunismo soviético
estalinista como método desintegrador de lo humano, totalitarismo político y de
sometimiento por medio del terror. A partir de allí quedará como un sello de su
obra la presencia de esa trilogía que compone el leit motiv de su narrativa: su
vivencia comunista (en Sudafrica y la Unión Soviética), sus amores y sus
grandes resentimientos.