martes, 30 de agosto de 2022

 Los gatos azules



A Gloria, quien como un gato salta detrás de las palabras
1
Escuchar la narración de un juego de ajedrez por radio requiere de una vocación al yugo, convertirse en un perpetuador del vasallaje, experiencia que está entre las cosas más tediosas que hay sobre la faz de la Tierra. Cualquier persona que se exponga a eso, estando en sus cabales y en posesión de sus cinco sentidos, es un ser dispuesto a abandonar la cordura y desatar los nudos de la demencia. Tendrá que enfrentar la crueldad del hastío, la asfixia y obstinación del aburrimiento; y pondrá en manos del destino, la pieza maestra para liquidar los atisbos de su lucidez. Toda partida de ajedrez está marcada por el uso breve de la eternidad, algo ante lo que estamos incapacitados de lidiar.

Imaginemos como sería la descripción del juego, seguida de los largos silencios que concurren en una partida. Luego del movimiento de cada pieza por parte de uno de los jugadores, las agujas del reloj pueden recorrer tres o cuatro horas, y los oyentes inertes, escuchando el mismo monotema: el jugador A mira el Tablero, el jugador B calcula la jugada de su oponente, Alfil L4 A, observa su jugada con aires de dominio, se toca la nariz con gesto de incredulidad, mientras B, mueve los ojos con impaciencia, se pasa los dedos entre su cabello, se reacomoda en la silla, toca con sus dedos índice y pulgar su pieza del Caballo, pero enseguida desiste de su intento. Al otro lado el jugador A se inclina a estudiar su jugada, pero echa una ojeada al reloj  y se echa para atrás, deja escapar un suspiro, saca su pañuelo y enjuga su rostro. Hay nervios en la partida señores...y así por el estilo pasan las horas, como un carrusel interminable.
¿De que materia habría que estar hecho para soportar tantas atmósferas de aburrimiento? Tras una larga pausa, ambos jugadores estarían inmóviles y con sus labios sellados, agotados porque a ambos se les han acabado las jugadas; saben que cualquiera de los dos que mueva una pieza enseguida le sobrevendrá el Jaque Mate. Mientras que el narrador lleva 62 minutos repitiendo lo mismo para atrás y para adelante, no sale de esas dos frases, porque ya no tiene más, se les han acabado las palabras ¿Habrá algo más nocivo para el oído humano que ese silencio desmedido? Si, los de la cercanía de la muerte, y un programa radial de filosofía. 

Había amanecido y me sentía en penumbras porque a veces la soledad pone el señuelo de que necesitas de otros para marcharse lejos, o eso es lo que creemos cuando estamos metidos dentro de ella. Aunque siempre terminemos entendiendo que se trata de una figuración anímica, un desajuste en la bioquímica de nuestro cerebro, por café, alcohol, o cualquier otra cosa, en fin una resaca de la conciencia, o las más de las veces, una trampa de nuestra mentalidad romántica.

Movido por todas esas razones, encendí la radio, buscaba algo que no fuera música, y sintonicé a ese par de voces sin rostro y las tomé como mi primera compañía esa mañana, con la misma esperanza que puede haber entre un dos naufragos que por casualidad se encuentren en alta mar. 
Mi primera impresión vino con una de las preguntas que escuché al aire y que cayó como un fardo pesado sobre mi. ¿Toda pregunta por la masa es una herida?, preguntó el locutor. Hubo una pausa y el entrevistado, del que nunca supe el nombre, contestó, "La masa no está diseñada para eso, más bien es lo inverso, porque la masa es el lugar donde no existen las preguntas". 
A esa hora mi mente aún andaba pegada a ciertas formas del sueño, quizás por eso esas palabras se quedaron rondando en mi cabeza como los meteoritos de un sueño hecho añicos. Eso ocurría puertas adentro de mi conciencia, mientras afuera yo tomaba mi primera taza de café y vaciaba un par de huevos sobre la sartén. 
Era jueves 24 de agosto del año 2028, un día de ocio y sin ninguna herencia. Preparaba mi desayuno como una confirmación de mi soledad, porque siempre lo hacía mi mujer, y como parte de mi ritual matutino de evidenciar su ausencia, había encendido la radio sólo para tener voces de compañía, ne me interesaba  nada más. Porque no suelo escuchar programas sobre ideologías, creo son una lluvia de palabras que caerán sobre mi cabeza sin ningún sentido. Además decepcionantes. La filosofía de tráfico común es de manual. Además, lo filosófico ya no está de moda, es materia prescindible. 
Encendí la tostadora y metí dos rodajas de pan. 
Más aún en tiempos globalizados donde sólo se le rinde culto al reino de la imagen. Ni siquiera ha sido atractiva para ser derribada por los laboratorios de Fake News que han legitimado la forma de hacer terrorismo diciendo mentiras. 
Abrí el microondas y puse a fundir un trozo de queso Emmental que en segundos se convirtió en una cremosa mantequilla. 
Quizás algún día les de por ahí, e invadan la red, con cosas como la verdad oculta de Aristóteles, y echen mano a un testamento oculto, e inventen que el filósofo ateniense habría afirmado en verdad que el hombre para nada es un animal político, tal como lo dio a conocer la máxima de su pensamiento que hasta hoy perdura. Frase con que se aperturan las clases en muchas facultades del mundo, sino que el hombre en verdad es una excelente máquina de exterminio destinada algún día a acabar con todos sus semejantes. 
Pero ¿a quién interesa eso? La filosofía es como un fósil prehistórico, sólo le gusta a la gente rara.

¿Se puede hablar de una filosofía de la masa? Había insistido en preguntar el locutor. Instante en que lancé dos tiras de tocineta a la sartén que comenzaron a derretirse, parecían trozos de plástico retorciéndose bajo el calor del fuego y a medida que se reducían regaban su grasa como un río de lava candente.
Él entrevistado, como si condujera una máquina del tiempo hizo un giro y se ubicó en pleno Siglo XX, frente a Teodoro Adorno, a Max Horkheimer y otros filósofos de la Escuela filosófica sujeta a cierto  pensamiento encriptado en el marxismo. Pero para el entrevistado en cuestión se trataba de una suerte de Avengers, porque pusieron en la picota a los medios de comunicación de masas, cuestionando la dominación artificial y programada que ejercían sobre la sociedad, para él se trataba de la lucha ancestral entre el bien y el mal. 

Me aparté de la radio, por un rato no lo escuché más. Abrí la nevera y coloqué hielo en mi vaso y lo llené de jugo de naranja, su color anaranjado resplandeció como si tuviera el sol entre mis manos por los halos de luz que entraban por la ventana rebotaban contra sus bordes, convirtiéndolo en una linterna fulgurante. 
Suelo comer en la cocina, en una pequeña mesa de dos puestos. A mi mujer le resulta agradable tener esa mesa ahí, dice que hace el ambiente más acogedor. 
Tomé un poco de jugo, y volví poner atención a la voz de la radio, nada importante -pensé-, y recordé aquello del "hombre interpretado", el de la vida falsa del que tanto le gustaba hablar a mi inaugural profesor de filosofía, quien siempre iniciaba su clase con la frase: ¿por qué el Ser y no la nada?

2
Soy un vecino poco amable, de eso soy consciente. Un emerita en gestación, a quien le incomoda la gente vacua, el intercambio de palabras inutiles, los lugares comunes del verbo, los gestos inútiles y las conversaciones predecibles. 
Muchos lo saben. por eso cuando me tropiezo con alguno, algo que pocas veces suele suceder, dudan en saludarme, o me ven como si se tratara de un extraño, y lo soy. 
Dije líneas más arriba que era jueves 24 de agosto, pero no que eran las 10am de un verano súper caluroso, bajo un sol calcinante que te obligaba a entrecerrar los ojos si salías a la calle, y que te provocaba caminar bajo una ducha de agua fría, porque no había un asomo de brisa y el viento no se movía. Era como si alguien hubiera dejado abiertas por descuido las puertas del infierno -si en realidad eso existía-, o que el núcleo terrestre se hubiera antojado de lanzar hacia la superficie largos bostezos de aburrimiento a 5 mil grados centígrados de temperatura. 

A esa hora algunas preguntas que se hicieron en la radio hacían flash en mi cabeza, se encendían en mi mente como avisos luminosos de Broadway Boulevard: ¿Tal vez exista esa filosofía, y todos estemos dentro de ella pero no lo sabemos? ¿Qué más filosofía, si la masa es una filosofía en sí? Todos iguales, todos felices, todos buscando el mismo cáliz de la vida en un momento eterno. Vivir en las recetas, la del amor, la de la navidad, de los días festivos; también la receta de las escuelas, las universidades, y un largo etcétera, donde hay una mandato implícito: termine de llenar su formulario y será feliz. 

De la tostadora sonó un platt, y saltaron las dos rebanadas de pan doradas, los serví junto a una porción de mermelada, me serví mi segunda taza de café, y empecé a devorar lo que para mi era mi comida favorita, de eminente factura de cafetín. El pan crujía en mi boca, lo degustaba con el huevo, la tocineta y la mermelada junto a un sorbo de café, era un bocado que se disolvía en lo exquisito. 
Para un ansioso en soluciones prácticas como yo, ese programa habría sonado desfasado y distante, era como oír hablar del exoplaneta A-J028, donde sería posible replicar la vida humana pero que está a 25 mil años luz de la tierra, y jamás podremos llegar a él. Nada. 

¿Pero...Cómo se llega a ser masa? Quizás fue la pregunta más relevante de las que recordé, a la que el entrevistado respondió usando un tono de profeta bíblico: "somos como un grano de trigo cuando estamos resguardados en nuestra individualidad, pero una vez que entramos en el sistema somos pulverizados -ahí enfrentamos nuestra pérdida- ya procesados y convertidos en harina, polvo al polvo, se nos revela nuestra nueva naturaleza, fragmentaria y leve; condición insoportable para el condicionamiento actual del ser humano, porque para el hombre existir es poseer; y a partir de ahí cada quien hospedará un sentimiento de vacío sobre su existencia". 
Tomé un cigarrillo y lo encendí. Eso se debe parecer mucho a los treinta segundos que preceden al encendido del primer cigarro de la mañana lo que yo estaba experimentando en ese instante -pensé. El entrevistado siguió con el tema de la duda existencial y para escapar de ella -dijo-, porque no soportamos la levedad, optamos por anclarle a un peso, creo algo instintivo, y lo hacemos sumandonos a la masa, lo único que nos brinda la ilusión de la consistencia.

Me levanté, recogí los enseres de la mesa, limpié con esmero su superficie cuidando de que no quedara una sola borona de pan. 
Vi cielo azul se asomaba por la ventana para alivianas mi cabeza. Observé su luminosidad y me pregunté ¿Existe alguna posibilidad de evadir la fuerza gravitatoria de la masa? Existe un imaginario respecto a eso, ilusorio pensamiento mágico con algo de paranoia social, entremezclados con teorías de la conspiración, y mucho bla, bla, bla. 
Recordé la carta, esa especie de fusilamiento de palabras, que Hesse le envió a Thomas Mann, en la que aseguraba que la sociedad de masas que emergió tras la Segunda Guerra Mundial, estaba habitada por bípedos y no por seres humanos con pensamiento propio.Y es que en ningún otro lugar como en la masa pueden verse esos rostros sin alma humana, son otra cosa.

Tal vez eso fue lo que le faltó apuntar a Elías Canetti, en su libro tardío, Masa y Poder, entre muchas cosas que le hacen falta a ese texto y que lo convierten más en un cuaderno de apuntes sobre el poder y la masa, y no en un libro de verdad. Aunque en eso imite a la vida que también es una suma de apuntes. La escritura no, siempre busca completarse o complementar. Al otro lado de la historia, al parecer el individualismo tampoco las tiene todas consigo, porque éste encierra los peligros de la individualidad que corre el riesgo de caerse, como un malabarista al atravesar la cuerda floja, del egocentrismo solitario. 

Me senté en el sofá de la sala, y quedé sumergido bajo el aroma del café y el peso del silencio lo más notorio de mi compañía esa mañana, pensando o quizá atrapado por el tema: ¿y si la masa era la verdadera respuesta de la vida, y la individualidad no era más que una perversión de nuestra conciencia? 
¿Acaso no era masiva la tierra como substancia? Los árboles crecían en masa, así como las manadas de animales, los cardúmenes de peces, la bandada de los pájaros, los enjambres de los insectos, la jauría de perros, toda la creación se mueve en lo masivo, planetas, estrellas, galaxias y quizás los universos. Tal vez, como toda la creación sólo seguimos el patrón de nuestra más íntima naturaleza, y eso de la trascendencia del individuo es una fantasía que nos ha conducido al desvarío. 
El hombre es masa, su orígen: espermatozoides y óvulos también lo son, al igual que las células que conforman nuestro organismo. Como masa somos una réplica, y esa es la diferencia entre nosotros y la divinidad, que lo divino es Uno.

Apagué la radio y con él las profecías de tono apocalíptico de aquél entrevistado sobre el futuro de la humanidad. 
Me asomé a la ventana con algo de vacilación, para comprobar que el mundo seguía allí, y que no había sucumbido al destructor peso de sus palabras. Todo marchaba como todos los días, la gente, las calles atrapadas en la inercia de la masa; nada había cambiado. Las cosas permanecían en su apariencia: con su curso diario, constipada en la lenta monotonía de su autopista abarrotada de vehículos, los semáforos cambiando de luces a cada tanto sin que nada se mueva. Tomé un segundo trago de jugo que bajó por mi garganta seca reseteándolo todo, y su ácido dulzón fue como una fuerza que acabó con la pereza de mis sentidos.

3
Sonó mi teléfono portátil, era mi mujer que me enviaba un whatsapp, en el que me decía que me llamaría luego; iba camino a la clínica donde dos días atrás había ingresado nuestra hija mayor para dar a luz, y me adelantaba que quizás se quedase más tiempo de lo previsto. Quería asegurarse de que todo estuviera bien a su regreso. 
Terminé de fregar los platos y me dispuse a sacar la basura, pero como siempre antes de salir miré por el ojo mágico de la puerta y puse el oído sobre ella para escuchar el trajín del edificio y cerciorarme de que nadie estuviera entrando o saliendo de los apartamentos vecinos. Cuando eso pasa me quedo pegado a la puerta, esperando a que el ambiente se despeje y no haya nadie. Sobre todo evito encontrarme con la mujer rata. 
Se trata de una mujer solitaria, de apariencia neutra, que vive en el PB-2, tendrá unos 40 años, algunos la consideran atractiva, tal vez porque ignoran la verdadera naturaleza que se esconde bajo su piel. Puede que yo sea el único que sabe que tras su apariencia femenina habita el arquetipo de los roedores, tiene la misma mirada expectante y sin alma de ellos, y el movimiento de sus piernas al caminar transmite un disimulado gesto de rata saltarina.

Primero lo supe porque ella me lo dijo en un sueño en el que intentó besarme. Esa noche desperté sobresaltado y me quedé con la mirada fija en el techo, entonces la visualicé recorriendo el edificio de arriba a abajo, arrastrando su rabo sin pelambre por las escaleras, como una rata gigante.
Segundo lo comprobé el día que llamé a su puerta obligado por el cartero, quien le dejó un paquete conmigo y toque su timbre para entregárselo; enseguida ella abrió, parecía que la noche se había quedado pegada en las paredes de su casa. 
El lugar era oscuro y lucía profundo como una cueva. Todas las ventanas estaban cerradas y las cortinas corridas, y desde el interior emanaba un olor impregnado a aire viciado y carne rancia. La miré y detallé en su rostro acentuados rasgos de rata, a sus espaldas se dejó oír una voz que replicó: rattus-rattus, en tono autoritario. Ella me dio las gracias y se giró, pero cuando me dio la espalda y se disponía a cerrar la puerta pude ver su largo rabo color gris asomarse debajo de su vestido. 

Despegué mi oreja de la puerta tras cerciorarme de que no había nadie afuera, salí y bajé la basura.
Al regreso fuí a la habitación de servicio y dejé salir al señor Chejov, quien no había dejado de ronronear y rasguñar la puerta toda la mañana en forma de reclamo. Lo encerraba para comer tranquilo, Chejov tiene la costumbre de saltar sobre mi mesa, y robar de mi plato cuando estoy comiendo. 
Pero funciona mejor que un dispositivo de alarma, vive todo el día echado a lo largo del umbral de la puerta, husmeando tratando de precisar algo con su nariz. Cuando la mujer rata anda por el pasillo, Chejov se pone alerta y se le erizan los pelos del lomo. Chejov es un gato azul ruso para muchos se trata de un gato mágico, lo compré en una feria de artículos raros. La mujer que me lo vendió dijo que ese gato era una suerte de talismán, aunque para mí ese papel siempre lo han hecho los libros. 

Entre a la Feria por curiosidad, en realidad sólo quería tomarme un café, y leer mientras mi mujer daba vueltas y compraba alguna curiosidad. 
Me senté en un tenderete que ofrecían café estilo turco, me acomodé en un asiento y abrí mi libro de cuentos y comencé a leer La muerte de un funcionario de Anton Chejov, "El gallardo alguacil Iván Dmitrievitch Tcherviakof se hallaba en la segunda fila de butacas y veía a través de los gemelos Las Campanas de Corneville. Miraba yse sentía del todo feliz...cuando, de repente...-en los cuentos ocurre muy a menudo el "de repente"; los autores rienen razón: la vida está llena de imprevistos -de repente su cara se contrajo, guiñó los ojos, su respiración se detuvo...apartó los gemelos de los ojos, bajó la cabeza y... ¡pchi¡, estornudó"

De repente, al otro lado del libro, es decir en el lugar donde yo estaba sentado, también hubo un de repente... de repente un gato maulló; levanté la vista para ver de qué se trataba y entonces vi que estaba sentado justo al frente de un tarantín que vendían mascotas exóticas, atendido por una mujer rubicunda y maquillada en exceso. Me acerqué y le pregunté cuál de los gatos había chillado. El ruso me respondió, es un legítimo gato azul se lo dejo por 300. En mi cartera llevaba un poco más de eso y lo compré. Me llamó la atención su color que acentuaba lo enigmático de su personalidad, y como soy un tanto supersticioso había interpretado su maullido como un llamado a estar conmigo.

4
Sonó el teléfono doméstico. Contesté con parsimonia ¿y de qué otra manera se puede atender una llamada un día lento como ese? Sabiendo de antemano que nada interesante podría venir por la línea telefónica casera - eso pensé. ¿Qué podría ganar mi vida con esa llamada? Nada. 
Eso también lo pensé. 
Tomé el control y bajé el volumen del televisor que está en la sala. Dije aló y al otro lado escuché la voz automática de una grabación que dijo "buenos días, usted está recibiendo  una comunicación..." era una cortante e impersonal voz femenina que me informaba que mi solicitud XXX, había sido aceptada, y me indicaba el lugar y hora al cual debía acudir en un lapso de tres días. Jamás me dejaré seducir por una mujer robot, me dije a mi mismo. Imaginándome estar dentro de una de esas películas de ciencia ficción.
  
Al final el mensaje me indicaba que debía marcar el 1 si deseaba ser atendido por una operadora de carne y hueso. Apreté el 1, como se me indicaba y quedé en espera, mientras en mi mente se vaciaba la música que el compacto regaba por toda la casa, la canción The Scientist del grupo Coldplay que con su invariable estribillo me hacía recordar que no hay nada que te aísle más del mundo que el sentimiento de estar enamorado. Y que es una de las  maneras más placenteras de vivir acosado por la fantasía la del amor, y es que desde la prehistoria, la fantasía ha acompañado nuestro primer raciocinio, puede decirse que crecieron juntos. Razón y fantasía son como el Ying y Yang. Un perfecto balance, ninguno es la negación del otro. La fantasía ha definido la pauta de lo que somos frente a lo que deseamos, porque la fantasía es la forma desnuda de la felicidad. Una persona feliz, es un ente que alucina. Así venimos deslumbrándonos desde que nuestros primeros ancestros lo hicieron pintando las cuevas de Altamira. 
Colgué el teléfono, nadie me atendió. 

El edificio era de una estructura moderna que conoció tiempos mejores porque ahora lucía polvoriento y sucio, una capa gris lo cubría con un manto de ruinosidad, ya estaba convertido en una prolongación intestinal del laberinto burocrático. Llegué a las 8:05am. cinco minutos de retraso para la cita. Atravesé la recepción y un piso minado de papeles arrugados, caminé hasta la puerta del ascensor, enseguida un vigilante me cortó el paso ¿a dónde va? -preguntó.- Le mostré el comprobante de mi cita que había impreso la tarde anterior. Me dijo que tenía que subir por las escaleras de emergencia, el ascensor estaba reservado para otras dependencias. "Es obligatorio que se ponga el tapabocas para subir" indicó-, creo que estaba  parado allí sólo para decir eso. Busqué en mis bolsillos, no lo encontré, lo había olvidado. A esa hora todos los comercios estaban cerrados, por lo que esperé media hora hasta que abrieran una tienda y compré uno. 

Al pisar el rellano de la escalera me sentí asfixiado aunque había tragaluz en la parte superior de la pared muy cercanos al techo, eso me dio confianza y seguí. Las superficies estaban sin frisar, era un ambiente inacabado, un color gris desvencijado dominaba el lugar, y el edificio de al lado lo oscurecía aún más con su sombra. 
Comencé a subir las escaleras hasta el quinto piso. Mientras lo hacía tuve la sensación de que en vez de ascender iba en descenso, fue como estar de repente en un túnel de otra dimensión, en un espacio que flotaba dentro de ese mismo espacio. Mi primera reacción fue atribuirselo al ajetreo, al estrés de la espera y al subir agitado; incluso pensé en el colesterol. 
Me paré varias veces y respiré hondo, pero cuando volvía a subir la misma sensación se repetía, nunca me abandonó. Hasta que empecé a fijarme en los otros que subían las escaleras junto a mi, y noté que  tenían sus cuerpos deformados con protuberantes jorobas lanudas como la de los camellos que salían de sus hombros, de sus espaldas y se extendían a lo largo de sus cuellos; no tenían el rostro definido, sus caras estaban como injertadas en sendas cabezas de búfalo, otros semejaban a los asnos "lasciate ogni speranza, voi ch¨entrete" -abandone toda esperanza, quienes aquí entren-: fue la inscripción que Dante Aligheri encontró al llegar a la puerta del infierno, y que en ese momento sentí hecha realidad. Saqué mi móvil del bolsillo y me concentré en la pantalla, esquivaba verlos o toparme con sus miradas. No sabía qué peligros podía correr si ellos se daban cuenta de que yo los podía ver tal como eran, y no como aparentaban ser.
 

5
Llegué arriba mareado, sin aire en los pulmones. Antes de entrar a la oficina donde debía entregar el comprobante, pasé por una sala con pocas sillas y mucha gente. Era un espacio lúgubre sin luz eléctrica donde estaban sentados en las escaleras, algunas en el piso, aunque tenían una apariencia normal, parecían estar pegadas allí como estampas amarillentas desde siempre; caras y figuras desnutridas, raquíticas con la piel alquitranada a sus huesos. Había un anuncio que flotaba en el aire como una transparencia, con la palabra miseria escrita en colores desteñidos, entonces supe que aún estaba dentro del túnel. 

Uno, dos, tres...Cinco pasos crucé una puerta y se abrió ante mí una espaciosa oficina. Mi primera reacción fue mirar a cada uno de los que estaban allí con detenimiento, vi que todos eran normales,  ninguno tenía un sólo rasgo sospechoso, me alivié, eran gente común y corriente. El lugar estaba iluminado por sendos ventanales de pared a pared, por donde entraba la luz a borbotones y a ese derroche luminoso se sumaba el de las lámparas de neón que estaban encendidas como en toda oficina pública en horario de trabajo. 
Había tanta luz que uno no alcanzaba ver su propia sombra. Apenas demoré cinco minutos, sellados  y firmados mis documentos, ya estaba en la calle. Cuando bajé por las escaleras no me tropecé con nadie y el lugar me pareció otro, incluso cálido. Sin embargo, una vez en la avenida me alejé con ritmo acelerado y con cautela del edificio. No pasaba ningún taxi por lo que decidí caminar el trayecto, eso ayudaría a relajarme -pensé-, y a despejar las visiones de otros mundos que preferí seguir ignorando.

Repasaba en mi mente la lista de las cosas que debía comprar cuando parara en el supermercado para preparar el almuerzo, champiñones, ajo, salsa de ostra, cebollín y fideos de arroz, haría una sopa china; descarté el jengibre porque aún quedaba un poco en la casa. Iba a cruzar la avenida cuando una mujer anciana con greñas y la cara tostada por el sol, con un vestido tan arrugado como sus años, me pidió una limosna. 
Metí la mano en el bolsillo pero me detuve cuando sentí que la mujer desde el primer momento tenía clavaba su mirada sobre ella, la seguía como un animal a su presa, eso me dio grima e hice un movimiento veloz y saqué mi mano vacía del bolsillo, sin ningún dinero; vi que la cara de la anciana dibujó una media sonrisa, pero al ver que yo estaba dispuesto a abandonarla sin darle nada su rostro cambió, la boca se le agrandó y le salieron dos colmillos de serpiente y se abalanzó sobre mí, esquivé su ataque saltando hacia un lado, de inmediato crucé la avenida, fue mi primer encuentro con la mujer boca de serpiente. 
Ya no doy limosnas.

Sólo me alivió sentir cuando llegué a casa y metí la llave para abrir la cerradura; sin embargo me detuve un momento, al escuchar al otro lado un gran ruido; había un inmenso jaleo se escuchaba como si las cosas volaran por los aires y hubiesen docenas de monos saltando detrás de ellas. Giré la cerradura con rapidez y abrí de un solo portazo y los ví, eran decenas de gatos azules saltando y retozando por doquier, como réplicas de Chejov, entonces volteé un segundo para asegurar la puerta, pero cuando volví a girar ya todos se habían ido. Al fondo de la sala el compacto reproducía la canción del grupo The Eagles, Hotel California con sus versos fantasmales. Chejov me miró y se estiró quitándose su modorra habitual, se paró frente a mí, meneó la cola y ronroneando comenzó a restregarse entre mis piernas, levantó su cabeza con una expresión en sus ojos con la que parecía decirme que él no sabía nada de gatos azules. 

 ©Copyright. Douglas González