Somos apolíneos o dionisiacos según Nietzsche
Mucho antes que Freud utilizara personajes
de la literatura griega como paradigmas para postular la definición de algunos
complejos de los que posteriormente se ocuparía el
psicoanálisis –caso del complejo de Edipo-, el filósofo Friedrich Nietzsche ejerciendo
una suerte de psicología preliminar, se permitió establecer una dualidad entre dos
dioses de la mitología: Dionisios y Apolo, para definir lo que él
denominó los principales fundamentos del carácter humano, con los que divide a los hombres
entre dionisiacos y apolíneos.
En "El nacimiento de la tragedia”, Nietzsche indica que los apolíneos son aquellos promotores o seguidores de una estética de la existencia,
buscadores de la armonía, lo bello, el
equilibrio y la razón, mientras que los dionisiacos son cultores del vino, sensuales, proclives al
desenfreno, la lujuria, las pasiones y
lo efímero que transitan en las emociones. De esta manera el autor del ”Anticristo”
y “Así Hablaba Zaratrusta”, toma estos dos temperamentos diametralmente
opuestos y los hace parte de su definición de las personalidades, inherentes a la
vida, e imprescindibles en toda creación
dramática.
Según Nietzsche algunos somos psíquicamente hijos de la ebriedad de Dionisios los valores de la vida, o de la quietud del sueño reparador
de Apolo, residencia de las valoraciones y accionar de la razón. Ambos indudablemente afectan
su referencia sobre la realidad, uno por la visión fantasiosa producto de todo
sueño, incluso el mítico reparador de Apolo; otro por su obligada mirada hacia
el estado de ebriedad (especie de éxtasis de irrealidad) de Dionisios. La lucha entre ambos representa el juego
trágico en que consiste el mundo: entre la vida y la muerte.
Freud logró implantar su complejo de Edipo (personaje de una tragedia de Sófocles) para referirse a ese vínculo psíquico
que pueden sufrir algunos hombres en su adolescencia al mantener un vínculo de sobredependencia afectiva con su madre, y que entrañaría una especie de enamoramiento
ideal en este sentido. Pese a la lucidez
de su planteamiento y la amplia posibilidad que pudo tener su postulado al describir realidades psiquicas, el concepto de lo apolíneo y lo dionisiaco de Nietzsche quedó
como un axioma filosófico y una visión literaria de la vida, con toda la plenitud y la tragedia que esto conlleva.
Según ésta concepción nietzscheana nos mantenemos en el templo de lo real y lo carnal, en el flujo de la vida y su arrebato sujetados a Dionisios, mientras lo sublime del pensamiento, lo ideal, las cosas del alma y sus sentimientos son nuestros vínculos con Apolo. Todo ser humano está sujeto a esta ambivalencia, a esta dualidad, sólo que siempre -como toda relación bipolar- cuando se rompe el equilibrio predomina un extremo más que al otro, y ocurre ese insalvable diálogo a distancia entre la idea y el cuerpo.
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(D.G).