jueves, 25 de diciembre de 2014

    El despecho  (apunte para una novela)

    Cuando Lázaro terminó con Lina, pronto se vio desalojado de los lenguajes y los códigos de la exactitud. El primer síntoma que le mostró que ese asunto de las lágrimas que a cada rato se le salían solitas no era una crisis pasajera, sino el anuncio de algo mucho más grave, fue cuando comenzó a irle mal con los números y raspó matemáticas y después empezó su divorcio definitivo con todo aquello que fuera preciso, olvidaba direcciones y números telefónicos, y a esa larga lista de distracciones y ceros se sumaron rápidamente, como en una especie de solidaridad automática, física y química, por lo que ese trimestre raspó las Tres Marías.

     
    Exiliado como quedó en ese mundo vacío e inconmensurable de la impresición nacida del desamor, donde no podía ver nada con certidumbre propia, porque todo pasaba por el cristal empañado de sus emociones, Lázaro estaba incapacitado de definir una imagen nitidamente, porque ese lugar de su visión, era ocupado por la expresión sinóptica extendida del quiebre que ese largo horario de penumbras alentaba en sus sentimientos. 
    El único sitio capaz de darle acogida y rescatarlo de esa dimensión vacua donde se encontraba, y al que además estaba obligado a entrar para reconocerse un poco cada tarde, era el bar de la esquina, donde al llegar se apropiaba de la mesa más cercana a la rockola, sacaba un montón de monedas que iba metiendo una a una en la ranura de la caja musical que serpenteaba colores vivos cada vez que comenzaba a sonar una canción. Lázaro pedía una cerveza y se sentaba a escuchar ese viaje imaginario, como quien ha comprado pasajes de ida y vuelta, con el que visitaba todos esos mundos poblados con metáforas sobre la adversidad y languidez de un amor. Donde el ritmo de cada canción principiaba en él, el rito silencioso de su propio exorcismo a través de esos viejos boleros que con sus letras llenas de melancolía intentaban borrar ese accidentado pedazo de su historia, como definitivo testamento de soledad y abandono, o brindarle la esperanza cumplida de un milagro capaz de quitarle el giro heliocéntrico al que estaban anclados sus sentimientos. Uno de esos días fue que descubrió que tenía el mal endémico de los caribeños: Sufría de despecho, un padecimiento tan virulento como el de una enfermedad mortal.
    También supo que el bolero era el mejor elixir que se ha inventado para superar esta dolencia propia del Caribe, único lugar del mundo donde –para curarse- se celebra el mal de amores.

    Epígrafes de amor para un cuento

    “Sólo existe una historia de amor desde el principio de los tiempos, repetida al infinito sin perder su terrible sencillez y su irremediable desventura” (Alvaro Mutis)
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    “El amor, es una droga que produce adicción y que es generada por nuestras propias neuronas, eso que llaman dopamina, encargada de promover ese efecto de embeleso, necesidad y dependencia al que solemos ponerle nombre y apellido. Un éxtasis al que le asignamos un rostro, derivado de la presencia de esa única persona a quien le hemos conferido el poder de abrir la peligrosa caja de Pandora de nuestros sentidos; algo que sin embargo, deseamos abra cada vez más, como si fuera el verdadero surtidor de ese estado originario de emoción y felicidad que llamamos amor. Como toda droga el amor produce dependencia, pero cuando se rompe el flujo que lo alimenta, origina un síndrome de abstinencia tan descomunal que sólo puede combatirse con más droga o lanzándote por un barranco tan profundo al lado del cual el mismísimo Salto Ángel se quedaría pendejo”. (Douglas González)
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    “La ficción es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso decidieron inventarla.” (Mario Vargas Llosa) 
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    “…y una carta en la que decía que no era capaz de sobrevivir al tormento de aquél amor desatinado”. (Gabriel García Márquez)


domingo, 21 de diciembre de 2014


A VECES EL CIELO PUEDE ser sólo lo que alcanzas mirar desde tu ventana, la tierra es un  paraguas sobre el que cubres de sombras el camino, mientras tus pasos van polvo al polvo, como si tu vida estuviera predestinada a cumplir la sentencia de ese libro milenario lleno de memorables historias recogidas aquí, allá y en todos los lugares de la antigüedad. Nada te demostrará, sólo que somos una suma de palabras echadas al viento, y al que volveremos a pesar del abrazo perpetuo de la Tierra, a pesar de que cada mañana con ese oro milagro que es ese Sol de mil fuegos ilumine tu rostro, un Sol que parece como si fuera a quedarse para siempre, pero que a pesar de toda su incandescencia cada tarde cae de rodillas ante en anochecer 
Puedes caminar todos los caminos, pero jamás encontrarás el que te conduzca a la salida. La imaginación es la única ruta de escape, en ella somos imagen y semejanza del hacedor. Sólo los sueños nos hacen volar, sin tener que inventar complicados aparatos de ingeniería. En otros tiempos viajábamos sobre las palabras y podíamos cruzar invisiblemente el cielo y su eternidad, montados sobre nubes de brillantes metáforas.
Hoy cuando veo asomarte al abismo pretendiendo guindar tu vida de un hilo como si eso te bastara para medir las cosas imposibles. Olvidas que primero debes sortear la cotidianidad, esa especie de eucaristía de los sentidos. Pero como todos tú también temes morir, dejar de ser lo que eres, si dejas de cumplir la receta, tanto como temes a esa otra muerte que es la costumbre, temes a todo, incluso la secreta alquimia de tu cuerpo, que cada minuto se acerca a su destino de origen. Tal vez creas inevitable ese destino de ser polvo de estrellas cifrado en ese no-tiempo de la memoria que también es olvido. Pero polvo al polvo aunque no lo olvides –es sólo una gran mentira-, cuando cierres los ojos por última vez, y aquél libro sagrado volverá a ser lo que es, un montón de cenizas ocupando más de mil páginas, mientras tu seguirás viaje sobre las fronteras del tiempo.

viernes, 19 de diciembre de 2014

 Musa….la idea con nombre de mujer
(A Marzu..)


Un libro tiene una palabra fundacional, puede ser algo que mires y se te devuelva en palabras, o una imagen recurrente que se convierte en perpetua metáfora con nombre definido, y detrás de ese nombre, a su vez existirá un rostro, la numeración infinita de unos gestos, el cúmulo de unas costumbres, la alternancia de  un oficio y la sumatoria compleja de sus cotidianidades. Todas y cada una se reúnen cómo pequeñas sombras que tejen la sombra final que se fijará en el umbral de la palabra que nombra, sugiere, convoca e indica, ya anclada en la memoria, cincela el perfil de una personalidad con dirección y número postal, cédula de identidad y número telefónico; todo un catálogo de sus lazos de vida, hijos quizás, tal vez padre, madre, amigos, ocupación. También trae consigo las horas a destiempo del café, cuando se detiene a escrutar la calle con la mirada enfocada en lo del asombro; las ideas y los deseos también marcan una hora de concurrencia en esos lazos. Quizás esa palabra que da vueltas y vueltas ni siquiera llegue a formar parte de la historia , tal vez ni  le otorgues una lejana sugerencia, pero estará allí como un ánima, iluminando cada página, deslizándose en cada matiz, al final de cada capítulo, al darles los giros a alguna frase, será ella la palabra inevitable que siempre convocará tu memoria, y descubrirás que ese libro, y muchos otros son sólo el pretexto para tratar de asir hacia ti, aquello que como el viento pasa y te envuelve, pero que no puedes atrapar, y comprendes que esa palabra hecha imagen y convocada en el sonido de un nombre, formará parte de la respiración y del fraseo de tu escritura, algunos la llaman Musa, la idea hecha mujer que convive como esa estructura ausente y misteriosa en cada página del libro.

miércoles, 17 de diciembre de 2014


Sinopsis de la novela (es.united-pc.eu/libros/.../nunca-jamas-digas-la-palabra-felicidad.html)


Nunca Jamás digas la palabra felicidad
Nunca Jamás digas la palabra felicidad, narra la historia de una ciudad amenazada por la infelicidad, lo cual se convierte en pretexto del gobierno para iniciar una cacería de brujas basado en una presunta conspiración. Una ciudad que además ha dejado de serlo, o quizá nunca lo fue, porque es una no-ciudad, es decir un no-lugar, franja territorial de los acontecimientos, espacio fugaz de transición, donde todo está sujeto al orden de las cosas que nace de la simulación: “Si existe algo más real que lo real es su simulación,” Jean Braudrillard.
Una ciudad –como las cinematográficas- que existen únicamente para justificar los encuentros, el paso de un vehículo, la promulgación de una ley, o la existencia de oficina de correos, caso contrario, todo desaparecería, y nada más. Donde existe un gobierno que ha prometido a todos la felicidad, para lo cual hacen leyes que combatan la tristeza y los estados lánguidos. Se prohíben palabras vinculadas al desánimo. Y es el suicidio, y quienes lo promuevan, lo ejecuten, o simplemente mencionen esa palabra, los que son perseguidos como terroristas de Estado. A los suicidas se les borra del registro de ciudadanos, no pueden tener funeral, tampoco ser enterrados. Es una historia donde también concurren el desamor y la nostalgia.
El protagonista de la trama es el Comisario, quien al igual que el resto de los personajes carece de nombres; ellos existen sólo para representar transiciones de tiempo y espacio de la narración, eso lo que se le va revelando al lector, como de naturaleza efímera, una especie de historia sacada de una publicación de pull fiction de todo lo que concurre está marcado por la vaguedad de la realidad dibujada. La ausencia de nombres en los personajes, se contrapone a la referencia exacta del mundo de los objetos y sus marcas, que parecen ser más preponderantes que los sujetos mismos que las usan.
La madre del Comisario se ha suicidado, el servicio secreto la acusa de pertenecer un movimiento conspirativo, él a su vez recibe la orden de investigar los intríngulis de esa conspiración que al parecer ha generado una oleada de suicidios, pero secretamente él también es investigado de forma oculta y paralela, por sus propios subalternos, y estos a su vez por otros. El Comisario descubre que la felicidad es una farsa y que el gobierno es el mismo que alienta y promueve políticas secretas para mantener sumergida en la infelicidad a la población, promoviendo la escasez, la inseguridad, los malos servicios, la vulgaridad, las colas, la pobreza, el desempleo, la decadencia. Para que al final, todos anden a la búsqueda de los pequeños milagros que le permitan acercarse a la felicidad. Es así, como el Comisario descubre que la única política real existente es la de mantenerse en el poder. De esta manera, el Comisario terminará sin proponérselo, en el centro de una trama que como una vorágine, al final terminará envolviéndolo a él, conduciéndolo inevitablemente ante el abismo de su propia existencia.

sábado, 6 de diciembre de 2014



CARACAS NO ES UNA CIUDAD....


Caracas no es una ciudad, es una ciudad en muchas, como esas muñequitas rusas que adentro tienen otra muñeca y otra, y así hasta llegar en lo sucesivo a una tamaño miniatura, y es que a veces Caracas, llega a ser esa miniatura que alcanzan ver nuestro ojos. Pero además de una ciudad, Caracas es un Cíclope dormido al fondo de un valle, desplomado sobre los ríos laberínticos de sus alucinaciones, ese Cíclope de miradas múltiples y enajenadamente erráticas, lo atravesamos a las 7:00 de la mañana con el temor y la alarma encendidas, pegadas al pecho como un escapulario, y es porque en Caracas, uno nunca sabe por dónde y cómo va a despertarse la violencia del Cíclope: 

Si es en un par de motorizados que como unos tirabuzones te pueden descorchar el encanto de la vida, en dos segundos, con un "quieto ahí mamaguevo", palabras que te sonarán como el aleteo de un Zamuro que se posó en tu hombro sólo para cagarte la mañana, o el par de rateros empiedraos con los que nunca debiste toparte en el recodo solitario de la calle.

Ese Cíclope violento de piezas sueltas vive cada día rearmándose a sí mismo, no lo ves nunca, pero lo sientes en todos lados como ese dios saturnino y maligno dispuesto a devorarnos un poco cada día, en el semáforo, la autopista, tomando café en la panadería, saliendo del supermercado, llegando a tu casa, ni hablar si vas al banco. Sólo deja huellas a su paso, la sangre que siempre dibuja abstracciones cuando se riega por el suelo, un penetrante olor a pólvora y un hacinamiento de cadáveres cada fin de semana en Colinas de Bello Monte, que dan cuenta de su festín cotidiano.

Pasamos y vamos dejando atrás a la ciudad que a esa hora de la mañana nos regala su mejor sonrisa, ciudad que alguna vez fue tan bella que la llamaron la sucursal del cielo, la miramos convencidos de que aún en algún lugar de su fortaleza todavía guarda nobles tesoros, que es sólo cuestión de mirar con detenimiento y dejarnos seducir por su encanto que aún sale luminoso en algunos espacios de su atormentada urbanidad, pero que de seguro los guarda lejos de la mirada de ese cíclope errabundo y hostil, viandante de las miserias.
Rodando sobre el Distribuidor El Ciempiés, la arquitectura de la Ciudad Universitaria nos guiña el ojo, y su denso colorido nos pega un grito de atención, la contemplamos sin poder sortear la trampa de la nostalgia de ver el lugar donde por años una vez residió nuestra secreta felicidad, y que hoy pese a todos los ultrajes se niega a pactar con los emisarios de la oscuridad porque sigue siendo el lugar que vence las sombras.

Esa es Caracas, o lo más palpable de ella, una ciudad que de tanto reinventarse a sí misma un día amaneció presa de su última pesadilla, de la cual aún no ha podido despertar. Aún se descubren sus otras ciudades a medida que avanzamos en la densa geografía de sus calles: Caracas la amante, la alborozada, la Mantuana risueña y seductora al pie del Avila, tan descifrada en amores y tan amnésica y desconocida por sus odios. Desde los dos lados de la acera, cada quien se permite lanzar una mirada al horizonte con soluble dosis de esperanzas, esperanzas distintas en su color, pero esperanzas al fin, les permite ver al futuro con algo de ensueño -la ilusión de algún día volver a la normalidad-. Son dos lados que tienen sus calles y que reflejan los de su conciencia, que no están hechos para convivir en radicales divisiones, sino para ser uno, como en un tiempo se pensó la ciudad, Caracas una sola. Hoy desteñida y enmarañada, ella se debate inconclusa y a veces desesperada ante ese Cíclope monstruoso que cada día le arrebata los hijos de su propia invención.



A BORDO DEL BARCO DE LOS ROMANTICOS

Navego a bordo de un barco que zarpó hace 300 años, sin otro rumbo que los prefigurados en la fantasía que anidan en la imaginación y fecundan la libertad. Al mando su capitán, Lord Byron, el príncipe de los románticos, sobre sus velas sopla el viento un ejército de ángeles iluminados con la Luna y guiados por las estrellas.

Navegamos sin rumbo fijo. Llevamos en sus bodegas el inestimable tesoro de la poesía, las joyas de las espléndidas metáforas y el oro de la métrica del verso. Acorazado por una batería de cañones que en fuego cruzado, retumban sobre el horizonte llenándolo con la magia crepuscular de sus destellos, que atraviesan el cielo y sus noches como una antorcha de mil soles. 
Al timón Coleridge, el mayor e insaciable de los poetas, quien soñó que subió al cielo, cortó una rosa y al amanecer la tenía entre sus manos. Sobre la torre de vigilia la mirada escrutadora de John Keats, capaz de avizorar en un poema las formas del sueño.
Por la borda se ven caer viejos lazos, antiguos compromisos de vidas gastadas, de rutinas asfixiantes, tragedias de vidas incomprendidas. Nada material tiene valor en este barco, el peso de nuestras almas lo vale todo.
Impetuoso en su destino, su quilla rompe las olas del tiempo y remonta oceános abiertos, donde el pasado y el futuro se hacen tan cercanos como una braza de mar, como todo aquello que es capaz nombrar nuestra imaginación. Nunca tocamos tierra, porque este barco solo atraca en los puertos del olvido y los jamás, sin tiempo, ni espacio, donde ya son inútiles los relojes de arena.
No somos marineros, somos románticos retando sobre las aguas el impredecible curso de la Rosa de los vientos y los espejismos de la soledad que viven alentando naufragios.


viernes, 5 de diciembre de 2014



IGNORO CUANDO TE FUISTE.......

Ignoro cuando te fuiste, aunque el calendario en la pared intenta otorgarle una fecha precisa al simulacro de una ausencia que no pasa, que sigue detenida en ese último momento de un exilio insalvable. 
El reloj que nada sabe del tiempo existencial, continua trazando sus círculos mecánicos de veinticuatro horas, aunque yo siga ignorando la sucesión de los días y la herencia desnuda de sus noches.



“EL HOMBRE EN SUSPENSO” 
Una novela sobre la libertad postergada


Si alguna persona desea obtener una real comprensión de la sociedad estadounidense, no sólo debe comprender las leyes del libre mercado y la filosofía y dinámica del juego de Rugby, también deberá frecuentar algunas lecturas inestimables en este sentido como la narrativa de Henry Miller, pero sobretodo la literatura esencial de Saul Bellow (Premio Nobel de Literatura 1976), de lo contrario su comprensión de sus códices urbanos y de las reservadas leyes que definen el animus de sus ciudades jamás le será revelado y sólo convivirá con una mirada a medias.

De igual manera debería valer la advertencia, para quienes suscriben que la literatura es algo que puede estar sujeto a la moda. Habría que apuntar que los libros de Saúl Bellow rebasan los límites de ese ámbito efímero que día a día se empeñan en fecundar quienes en definitiva son cultores de ese arte menor de la subliteratura y los Best-Seller, los asiduos visitantes de la estantería de libros del Supermercado, espacios en los suelen seguirle los pasos a los caprichos y demandas del mercado de masas.

En el caso de Bellow, pudiéramos decir que estamos frente a un escritor fundamental y determinante por la visión cosmogónica de lo que es el discurrir de la vida cotidiana en las grandes metrópolis, sus contrastes con sus antihéroes, las personas con existencias predecibles, y los apocalípticos que tratan vanamente de prefigurar un mundo a su manera, pero estando dentro de este.

El Legado de Humbolt, Las aventuras de Augie March y Herzog, no sólo son títulos de buenas novelas que pudieran ponderarse entre las piezas magistrales de la narrativa contemporánea norteamericana. 

ero como todo autor de una gran obra, Bellow, también cuenta con sus excepciones, a nuestro juicio: El Planeta de Mr. Sammler y Henderson el Rey de la lluvia, se pudieran contar entre esas que nacieron con total orfandad de su estilo y lucidez-, el resto de las obras de Bellow, son una muy buena literatura.
Saul Below, es quizás el más elaborado y fiel exponente de un estilo y un enfoque sociológico de la novelística de los Estados Unidos, donde los juegos temporales, determinados por clases sociales, profesión, raza y creencias, o la ausencia de cada alguna de ellas son su verdadero argumento, su excusa para diseccionar el tiempo, y descubrir en su ámbito dimensional los tantos otros que hay dentro de él.

La literatura de Bellow como muchas otras está cifrada en esa recuperación del tiempo intangible que es el recuerdo, lo que le hace formar parte de la tradición inaugurada con la obra de Marcel Proust, “En busca del tiempo perdido”. Pero esa recuperación temporal en Bellow está anclada en dos ciudades cosmopolitas Nueva York y Chicago, con rascacielos y suburbios, centro de ese conglomerado que es la sociedad de masas y sustentadoras de la dinámica de la vida moderna: dinero, conspiración, ganadores, amor, soledad, sexo, triunfo, perdedores, injusticias y nostalgia, todo conviviendo en la alucinante simetría del concreto y el asfalto.

¿Qué es un hombre en suspenso?
En 1944, en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, abordamos el mundo de Joseph, un joven desempleado que espera. Espera ser llamado a las filas del Ejército, pero luego descubriremos que espera muchas cosas, entre ellas una nueva vida de triunfo artístico intelectual que nunca le llegará, que jamás le será despachada a su correo personal. Joseph es un hombre con anhelos que van más allá del denominador común, pero toda esa intencionalidad sobre lo que el desea sea su vida, jamás llegará a traspasar las páginas de su diario, donde va registrando el itinerario de sus inquietudes y reflexiones, sobre todo lo que le acontece, y lo que él cree está llamado a hacer de su vida.

Como mucha gente soñadora, Joseph piensa que lo único que separa a su vida real de su sueño, es la libertad, negada por la obligación al trabajo, la pobreza que lo alejan de una verdadera vida, culta y trascendental.

Pero a medida que avanzamos en sus páginas, descubrimos lo irónico del caso: Joseph es libre, está desempleado, y sin ninguna obligación, pero no hace nada por aproximarse a su mundo ideal, solo sueña, sueña e imagina, pero nada más. Quizá sólo tenga un ideal romántico de libertad, o peor aún está alienado y no sabe en realidad de qué se trata la libertad, y por ello es incapaz de alcanzar lo que se ha propuesto con ella.

Refugiado en su habitación donde ha vivido con su esposa los últimos ocho meses, Joseph siente que todos los propósitos de su vida están suspendidos, como el platónico mundo de las ideas, sin posibilidad de materializarse. “Algunos hombres parecen saber exactamente donde están sus oportunidades, se fugan de prisiones y cruzan Siberias enteras en su busca. Una habitación me retiene”. Escribe en su diario.
El dilema planteado por Saul Bellow en “El hombre en Suspenso”, entre existencia y libertad, ya lo había resuelto en la Francia del Siglo XVI, el joven pensador Ethienne de la Boetie, quien con apenas dieciocho años escribió aquel célebre panfleto: “Discurso de la servidumbre voluntaria”, en el que afirma que el hombre no ha sido educado para la libertad, y Joseph, El Hombre en Suspenso, no es la excepción. El como todos los hombres ha sido formado para la servidumbre. Por eso ignora y nunca reconocerá la libertad así le abra las puertas de par en par, frente a sus narices. La Boetie señala que la obediencia, negadora de la libertad, no es algo impuesto desde el exterior, sino que se trata de una acción voluntaria.
Saul Bellow conduce a Joseph a enfrentarse al debate existencial que por siglos ha sido la principal disyuntiva de la ética occidental la del Ser o no Ser. La mejor definición de Joseph, es la del hombre postergado, quien en ningún momento emprende nada y asume la actitud más cómoda, dejarse llevar por los caminos que le señalan los imperativos de la sociedad. Es así como deja en manos de una oficina de alistamiento militar la decisión final de qué hacer con su libertad, que no es otra cosa que la libertad de elegir.

Un día, bordeado en medio del pesimismo, le llega el esperado telegrama del Ejército con la orden de alistamiento. Joseph lo asume como si este llamado lo convirtiera en una especie de héroe quien debe sacrificar su vida ideal para salvar a las mayorías. Así se convierte en un auto excluido de su tierra prometida “personal”. Pero en ese momento lo que Bellow, nos describe es a un solitario sin asidero que tratará de redibujar su existencia mediante el sacrificio de irse a la guerra en los momentos que ésta explosiona de la manera más virulenta. “Los mundos que buscábamos no eran jamás los que veíamos; los mundos con los que habíamos contado no eran nunca los mundo que conseguíamos”. Anota en su Diario.
Cuando Joseph llega al mostrador y entrega la carta de reclutamiento, y le colocan el sello de admitido, ha hecho el intercambio de su libertad. A Joseph ya no le importa si es libre, o no, le interesa creer que por su sacrificio, lo será una nación entera. Esta entrega voluntaria, le proveerá el ideal necesario para encontrar la justificación de haber dejado atrás, en suspenso, una existencia que estaba marcada por los aspectos sublimes de la vida. Está convencido de la imposibilidad de manejar su existencia por sí mismo, y se siente realizado por haberla donado a una causa moral superior.
Poblado de constantes referencias biográficas, de permanente uso y evaluación comparativa, con los más variados aspectos de su vida diaria, la vida de Joseph siempre se irá comprimiendo entre las bisagras del “deber ser”, o del “ser o no ser”.
Lacónico por excelencia, en medio de esa constante contradicción hombre-mundo, aplicado al absurdo existencial, la vida de Joseph en momentos pareciera divagar por la senda del conformismo, atrapado en su asfixiante atmósfera, como el impredecible hombre doméstico en rebeldía que se niega a aceptarlo.

En momentos Bellow sugiere el sinsentido que puede sustentar la espera apuntando a veces la misma perspectiva de la esperanza diaria renovada en el Godot de Beckett, en otras, es la eterna postergación al anhelado retorno al jardín del Edén, o el inalcanzable encuentro entre el agrimensor y el señor del Castillo de Kafka. Joseph tiene lucidez para ver lo tanto que de sí mismo ha dejado en manos de la inconsciencia, del dejarse llevar. Sabe que quienes como él no tienen un verdadero propósito en la vida, la misma sociedad de masas le ensambla uno genérico previamente manufacturado. Es en la recurrente escritura de su diario donde está el espejo en el que realmente puede mirarse: “Al volver a la vida consciente, tras la regeneración –cuando es tal cosa- del sueño, paso corporalmente de la desnudez al vestido y, en el aspecto mental, de una pureza relativa a la contaminación. Subo la hoja de la ventana y examino el tiempo, abro el periódico y admito la entrada del mundo a mi vida”.

jueves, 4 de diciembre de 2014





La inmortalidad según Sigmun Freud


La inmortalidad es la única "verdadera" idea que ha tenido la humanidad, según sostiene Dostoievsky en su Diario de un Escritor.
Freud -padre de esa criatura llamada psicoanálisis- a quien creo la humanidad le debe más que al notable autor de la novela psicológica -Los hermanos Karamazov y Crimen y Castigo, entre otras- señalaba que nadie, ningún ser humano tiene conciencia de la muerte propia, es decir, según él vivimos alienados de que por alguna indescifrable causa o motivo estamos convencidos de que no vamos a morir, la muerte es algo inimaginable. Significa que a nivel inconsciente todos nosotros estamos convencidos de nuestra inmortalidad.

Aquí como que ya nadie habla de amor (fragmento de una novela)

Los emisarios del Alcalde regresaron del Circo con las manos vacías, solos, y con sus trajes negros llenos de polvo de esa tierra amarilla que pasea con el viento, los vientres hinchados de tanto pan y agua que fueron las únicas provisiones que llevaron para hacer el largo camino de ida y vuelta, y que ya amenazaban con reventar los nueve botones de sus sacos que lucían tan apretados como los de una camisa de fuerza, y que apenas les dejaba espacio para ventilar el asfixiado cuello de sus camisas blancas severamente curtidas, al verlos el Alcalde tuvo un mal presentimiento.

Con dificultad por lo recrecido de sus vientres inflados, los dos hombres se sentaron en un diminuto banco de madera detrás de la puerta del Despacho, nunca se sentaban en las sillas, siempre les gustaba sentirse apretujados uno contra otro, contaron lo que vieron esa tarde dentro de la Gran Carpa de treinta y seis metros de alto, por cuarenta metros de ancho, contados desde el centro de su circunferencia a cualquiera de sus bordes.


Lo primero que escucharon fue una música rimbombante de platillos y trompetas como de una marcha imperial, la misma usada de fondo para las funciones del Circo, y un foco luz que iluminaba un gran círculo en el centro del escenario, y se paseaba por las dos altas torres en las que se mecían un par de trapecios sujetos de un extremo a otro, por el vibrante cable que servía de cuerda floja; allí, en medio de una danza aérea, volaban y se intercambiaban los cuerpos de Beatriz y Pausides, vestidos tal como Dios los trajo al mundo, se abrazaban con todos sus huesos, con toda su piel, juntándose y derramándose en el ardor de sus sudores, besándose como dos locos, dejando caer la conciencia en el laberinto que tejían sus bocas, hurgándose con éxtasis uno dentro del otro para volverse a separar, una y otra vez, a veces quedando guindados de las piernas, otras de un brazo, yendo de un lado a otro en atrevidas contorsiones aéreas; otras aferrándose a los columpios, otras volando juntos hacia el eros con tal plenitud que parecía que en ese lugar no cabía un alma más, porque todo el espacio lo ocupaban sus cuerpos que como dos halos blancos parecían mecerse en esa breve eternidad convocada bajo la carpa estrellada, tratando de figurar a pleno día una noche de amor en la habitación más grande del mundo, donde sus cuerpos a veces eran dos, uno y ninguno.

Tras observar esa devoción entre los dos amantes, Justo y Olegario, los ayudantes del Alcalde, salieron de la carpa en silencio y con lágrimas en los ojos, con las gargantas anudadas por la emoción del llanto de comprobar la existencia de ese amor que juzgaron desmedido, entre Beatriz y Pausides, por lo que ambos hombres no tuvieron otro impulso que el de abrazarse mutuamente, dándose una especie de pésame, porque a partir de ese momento supieron que estaban muertos en vida, porque a ellos, nadie los había amado, ni jamás los amarían de esa manera tan vehemente como esos dos, en cuyos cuerpos parecían resonar las campanas del Big Bang de la creación universal.



Ese otro  periodismo 
"Cuando escribimos el gran derrotado es el silencio"

El periodismo no es para hacer poesía, sin embargo, como todo manejo de la palabra instrumental, acertado y creativo depositado en el claro orden de las ideas que incluya el abordaje del matiz, también forma una clave poética en su estructura. A lo largo de los años, he leído muchas entrevistas, reseñas y noticias, revestidas de un estilo literario que sería envidiado por muchos poemarios que circulan por ahí disfrazados de literatura.


Siempre he sido un convencido de que todo periodista de medios impresos, es un escritor en grado de diferimiento, y un escritor así esté postergado por el espacio o la brevedad que decida, no se puede legislar, menos aún su formación se podría dar mediante un decreto. Jamás podrá existir una ley del libre ejercicio de la poesía, o de la novela, o la ley de la creación del cuento, pero recordemos que el barbarismo también promueve disociadas elucubraciones, sino preguntémonos sobre ese desliz de la sensatez que fue la Ley de la Felicidad, tan absurda como promulgar una ley del sueño, o el ordenamiento territorial de la fantasía.

Un lenguaje de Sol y Luna

Inventó un lenguaje solar para nombrar al mundo, mientras que en la Luna escribía las variaciones de su Corazón.
De noche, miraba por la ventana por donde se le escapan los sueños, un camino que por siglos había quedado inconcluso donde a veces solía trabajar asistido por el asombro, porque cada mañana el camino lucía igual que el día anterior, como si él,  no hubiera hecho nada; ignoraba que era un juego de imágenes y tiempo con el que se insinuaba la eternidad.
Con los años descubrió que se trataba de la abandonada ruta del olvido, que empezaron a construir en el principio de los siglos los hombres obligados a transitar el abandono, un camino que él, ni nadie nunca podrá terminar.


(Cuentos de Amor y Desamor)

Este día que quizás fue ayer

Hoy es un día que quizá fue ayer, un día de dos horas. Tan efímero que de haberlo pensado no valdría la pena haberse despertado en él, menos aún salir a sus calles, caminar bajo su Sol, junto a su gente, ni mezclarse junto a las voces que vinieron con él.

Es un día tan corto que pudiera caber en los cinco mililitros de una inyectadora, como si el haber vaciado una ampolla de tiempo se tratara. Es un día en que el cielo ha bajado su distancia, para posarse más cerca de nuestras cabezas, encapotado de grises tremulantes. Tan angosto como un túnel en el que no se permiten artilugios, tan así que ni siquiera me atrevo a sacar los que hay en el cuento que llevo en la carpeta bajo mi brazo.

Este día voy camino a la oficina de correos donde espero cartas para mí, si es que mi nombre ha logrado colarse en la secreta permutación de los milagros. Llevo mi cuento conmigo como si me sirviera de testigo en la búsqueda de una noticia que lo haga vivir a él, en palabras ajenas, en otras distancias, fuera de las mías.

En la oficina de correos me informan que no hay correspondencia para mí. Ni un delgado sobre a mi nombre. Pero se equivocan, junto al dorso de la puerta destaca un cartel de color sepia con grandes letras marrones que anuncia los ganadores del esperado concurso literario. Es la noticia que aguardo, pero que llegó en sobre abierto y público. Con vano afán busco entre los nombres ese nombre propio, pero todo en él es vacío para mí, evanescente, como la tarde que ya no existe.

Este día que fue ayer mi musa y yo quedamos sin notificación, ni primero, ni segundo, ni tercero. Sin ningún lugar. Volvemos cada uno sobre nuestros pasos, zigzagueando una especie de laberinto, tratando de ahorrar cada uno de ellos, porque no sabemos cuántos se nos han dado y mucho menos cuantos nos quedan aún por andar. Caminamos en fuga antes que la nostalgia acabe este instante de dos horas, vamos deprisa esquivando las gotas de lluvia que ya todo lo van salpicando.

Cubro con mi abrigo el cuento que es nuestro secreto premio personal, pero que ella ignora: El premio de sólo escribir para sus ojos, los de ella quien vive desnudándose en cada rincón de mis palabras.

Sabiéndome guardián de ese secreto le doy nuevos ánimos a su mirada triste, y así nos tomamos de la mano, ella mi musa de cada minuto, y yo el escritor anónimo que intenta escribir algo en el viento, en la tierra, en el agua, una permanencia de palabras en el sortilegio de las cosas imaginadas.