¡A mí no!
Magda Terán, una
espigada morena de tez oscura, con 1,73 metros de alto y un cuerpo cincelado
por el deporte, no tiene trauma en que le digan la Negra, aunque es la única
en aquella zapatería para gente fresi, llena de carajitas con aspiraciones a
sex symbol, donde trabaja de 9 a 6 de la tarde, de lunes a sábado, junto a otras
cuatro vendedoras, esas que siempre están obligadas a pagar con su cuerpo una
prima por sus ventas al baboso árabe dueño de la tienda en el depósito de
arriba, a donde las hace subir en la lentitud de la tardes.
Con ella lo
intentó un día, le dijo que subiera, apenas ella entró al laberinto de estantes
repleto de cajas, la abordó, intentando abrazarla por la cintura, atrayéndola hacia
él, ella reaccionó con una fuerte sacudida que liberó su cuerpo elástico de sus
intenciones, del olor a ajo y a café piche que salía de su boca, y de un empujón
lo sentó de culo.
-A mí no- le
gritó ella a todo gañote-, y ya me voy pa ´l coño. Salió disparada del depósito
y bajó las escaleras en 3 segundos, temblando de miedo y arrechera. Sabía que el árabe de la tienda era
un sadicon, pero ella siempre sintió que estaba fuera del carrusel sexual, donde
tenía a las otras empleadas, todas con el mismo perfil, chamas bonitas, madres
solteras provenientes de barrios marginales con urgente necesidad de dinero, la
que no lo complace la bota.
Estaba recogiendo
su cartera cuando Nataly, una de las vendedoras le dijo “el jefe te llama por
teléfono que no te vayas sin hablar con él primero”, ella respondió “dile que me
voy”. Nataly le dijo al oído “chama aquí no estas mal, habla con él, piensa en
tu chamo, no te puedes quedar sin trabajo”.
Apenas tenía en
su cartera para dos días de pasaje, y la nevera ya daba señales de alarma. Lo
que le pagaban en el gimnasio por las clases de aerobics apenas alcanzaba para algo.
No quería pasar hambre y que su cuerpo desapareciera. Además estaba lo del
celular que todavía estaba pagando, su ventana al mundo de Instagram y Facebook.
Así que aceptó las disculpas y el eso no
volverá a pasar. Pero ese día hizo un pacto consigo misma, le agarró arrechera
a los árabes.
En su casa nadie
la llama negra, todos le dicen Donna, por Donna Summer una estrella de la
música disco de los 70 que era la favorita de su mamá. Su abuela le dice que ella es una negra culí, por su pelo liso, ligeramente
encrespado y lo refinado de sus facciones, lo que debe a su papá un merideño
blanco como la leche y altísimo, fue profesor de educación física hasta que
murió delirando de una pea.
Todos le preguntan
porque tiene en su cuarto un afiche de Vladimir Putin, si no es comunista, y
ella responde “es que ese carajo si está claro, mandó a los árabes pal carajo,
diciéndoles que en occidente no hay lugar para ellos, menos para su
incivilizada religión, los llamó incultos y bárbaros, que debían quedarse con
sus peos en sus tierras, y es verdad, porque lo que vienen es a joder”.
Por eso cuando
este sábado vio en twitter que un atentado en Irán era segunda tendencia, sintió
una gran frustración, preguntándose a ¿quién coño en Venezuela, que tiene que pelear
con una jauría de gente para montarse en el Metro, atravesar medio barrio, con
el alma en vilo para llegar a su casa y parir una harina pan, le interesa lo que
pasa en Irán? Por eso es que este país está jodido, lo más triste de la vaina es
que aquí nadie sabe dónde queda el jodido Irán. ¿A quién le importa? ¡A mí no!
Douglas González / Crónica Urgente -Diario LA CALLE