Platón entre dos mundos
Si Platón fuera levantado de la tierra
de los muertos, como se dice aconteció con Lázaro, lo más probable es que viniera solo y no acompañado de Aristóteles tal como aparece en el cuadro que ilustra este texto y pensase que despertó en medio de una sociedad enferma por el amor, porque no
todas las épocas han sentido los mismos sentimientos, ni los han valorado de la
misma manera. Y es que en los tiempos de Platón el amor era una ofensa a la
inteligencia, una enfermedad de la que había de ser curado con la mayor
prontitud. La pasión era considerada algo misterioso y aterrador. Por eso
Platón al ver el predominio del sentimentalismo actual, se vería obligado a
pensar que la humanidad perdió el rumbo y derivó en un conglomerado de seres
emocionables con los valores distorsionados. Lamentaría la pérdida de aquello
que animó la civitas de la antigüedad griega.
Pero de seguro el pavor sería tal que
le filósofo griego quien ideó el mito de la caverna, para señalar que nuestros
sentidos nos engañan, y que esto que llamamos realidad es sólo el reflejo
lejano de una sombra de lo que realmente ocurre, porque nuestros sentidos –de
los que estamos dotados los seres humanos no perciben las cosas en su totalidad
-por eso el hombre está cifrado en un mundo de apariencias; bien el viejo Platón
pensaría que despertó en el mundo de las ideas, sí pero de las ideas equívocas,
remitentes a la pesadilla o la demencia-, prejuicio que sin duda le impediría apreciar
las bondades y ventajas de nuestra sociedad.
Platón –sin duda- se escandalizaría aún
más, al ver la aceptación, ponderación y permanente endiosamiento y dominio que
goza el amor en nuestras vidas, para él sería sinónimo de la degradación humana
la idolatría hacia aquello que él calificó como una enfermedad del alma, que de
no cercenársele a tiempo podía desencadenar la decadencia civilizatoria del hombre
platónico definido por él como un ser sujeto a la trascendencia del cuerpo
material, a través de la exaltación del alma racional que busca superar el
tránsito corpóreo para retornar su estado original de perfección, para lo cual
es condición sine qua non evitar los apetitos de su ser sensible y material.
Al enterarse de las peripecias que
realiza el ser humano para conseguir el objeto amatorio, cuando se diera cuenta
de los miles de libros, películas,
cienciologías, sectas, argumentos, poesía, lugares comunes y toda suerte de clichés
y creencias disparatadas sobre lo que en la actualidad creemos sobre el amor;
ese camino inseguro que según el filósofo español Juan Antonio Marina, no
existe y no es más que una simple justificación errática de nuestros
sentimientos porque no somos otra cosa diferente que unos consumidores
compulsivos e insaciables de emociones, que pasamos de una a otra en un tejido
interminable-.
Seguro que muy contrariado Platón
pensaría que este mundo en la cual despertó estaría cautivo por los artilugios de
una especie de Daimon (seres semi-divinos,
de la mitología griega que en su momento ejercían la intermediación entre
dioses y hombres), o que nuestra dieta incluye una importante porción de
Ambrosía, un hongo que en la recopilación mitológica griega le dieron el nombre
de Néctar, el famoso néctar de los dioses, que según consumían los Centauros, y
luego lo usaron los guerreros nórdicos que les hacía gozar de un estado
«frenético» a la hora de enfrentar a sus enemigos, y les otorgaba una fuerza
temeraria en las batallas.
Tanto la Ambrosía (amanita muscaria) como
el Néctar (un hongo de estercolero pequeño y delgado llamado panaeolus
papilionaceus), eran poderosos alucinógenos que inducían la aparición de
fenómenos perceptivos, inocuos y agradables en quien los consumía. Con razón
los griegos de la antigüedad decían ver el Olimpo, y aquella subida y bajada de
dioses cuando en realidad se estaban tripeando aquél paisaje del mediterráneo
que debía ser en cierta medida detonante de esas alucinaciones aderezadas con
hongos estercoleros.
Cuando alguien le dijera a Platón que
aquí la gente se casa enamorada, que mueren, se suicidan y cometen las más
descabelladas empresas por amor, estamos seguros que el filósofo griego daría
media vuelta de regreso a la tumba, convencido que aquí ya nada se puede hacer
para recuperar la lucidez de sus congéneres; se marcharía convencido de que
estamos presos de los sentimientos, que para él son fuerzas, dioses,
bestezuelas que desde fuera y no desde dentro del alma nos atacan y pervierten,
en este sentido no podemos olvidar que tanto los platónicos, así como estoicos,
cínicos, epicúreos siempre les preocupó qué hacer con las pasiones, si
erradicarlas, educarlas, olvidarlas, atemperarlas o arrojarse a sus brazos,
como quien se lanza al abismo.
De seguro tomaría nota de esa visita a
destiempo al futuro donde encontró una humanidad sumida en la ruindad bipolar de
los sentimientos, que no sólo mantiene enajenada a casi la totalidad de la raza,
sino hundida en una esquizofrenia inevitable. En fin, vainas del viejo Platón.