domingo, 20 de septiembre de 2020


La otra cara de Virginia Woolf

 


La escritora Virginia Woolf contestataria, feminista, anti-victoriana, promotora de las luchas libertarias, reivindicadora de los derechos de igualdad y sexualistas, en los años finales de su vida termina confesando que si bien esas luchas continúan vigentes, su voluntad de vivir está en su apego a las formas encumbradas de la sociedad inglesa. Como la serpiente, termina mordiéndose la cola. Hay un momento en la vida en la madurez literaria que los escritores dan por concluido el acto de ilusionismo que han hecho con las palabras, y están dispuestos a revelarnos su verdadera esencia. 

El escritor Herman Hesse, la voz de la joven generación de la post-guerra de 1919, retirado de la vida pública adoptó la vida del solitario filósofo, un huraño distante de todo. Siempre se quejaba de que era agobiado por cartas de sus lectores que demandaban de él una guía espiritual, porque creían haber encontrado en sus libros como Sidharta, Demian y el Lobo Estepario, claves de la trascendencia existencial, a través de una mirada interior que invitan sus lecturas a verse así mismo. En una carta que responde a una monja que le solicitó respuestas espirituales le escribió que no era su papel como escritor responderle ninguna pregunta, ni poseían certeza alguna al respecto, tampoco hacerse responsable de las inquietudes despertadas por la lectura de sus libros, reafirmando en la misiva su derecho a la privacidad y a no ser molestado, argumentando que sólo quería dedicarse a cuidar su jardín y de su vida personal. En una carta a Thomas Mann se queja de que vayan a visitarlo, citó “tres veces han provocado en mí, a este viejo ermitaño, verdaderos ataques de ira”. 

Virginia Woolf va por la vía contraria en 1936, a los 54 años gozando de prestigio como escritora, participa en encuentros con intelectuales, pero todos los describe como aburridos y monótonos. Su mirada está posada en el deslumbrante mundo aristocrático, en la fastuosidad, formalidad y elegancia que seducen su alma, es el ambiente que disfruta y encuentra placer, “Si me preguntan a quién prefiero conocer, a Einstein o al príncipe de Gales, diré que al príncipe, sin dudarlo un instante”. 

Woolf coincide con la psicología al definir al snob, como persona con una imperante necesidad de reconocimiento, de llamar la atención con sus alardes, un ser que requiere despertar el deseo de admiración en los otros, conducido por su imperiosa necesidad de destacarse. 

 “La esencia del snobismo estriba en el deseo de impresionar a la gente. El snob es un ser aturdido y de escasa capacidad mental, tan poco contento de sí mismo que, a fin de consolidar su personalidad, no hace más que pasar un título o un honor por la cara del prójimo a fin de que el prójimo le crea y ayude al snob a creer lo que realmente no cree –a saber, que el snob o la snob es, de una manera u otra, persona importante”. 

En un sentido de vida revelador Virginia Woolf, acoge éstas premisas como suyas, ha navegado por esos mismo sentimientos, y coloca como ejemplo su reacción tras haber recibido una carta que llevaba impreso un sello nobiliario, sobre la que dijo, la coloqué a la vista de todos, por encima de las otras cartas que tenía en el escritorio, no me importó si luego llegaron nuevas cartas, porque siempre colocaba encima de todas, la carta estampada con el sello nobiliario. “Sé perfectamente que ninguno de mis amigos jamás quedará impresionado, y jamás quedará impresionado, por cualquier cosa que yo haga con la finalidad de impresionarle. Sin embargo, así me comporto –aquí está la carta- encima de todas las demás. 

Para Woolf, haber adquirido una personalidad snobista fue similar a haberse contagiado de una enfermedad, y ella tenía el perfil susceptible para ser rápidamente contagiada, haber crecido en el seno de una familia intelectual, criada en un ambiente aristocrático, en el que siempre estaban orbitando personalidades representantes de la moda del momento,  de lo que hablaba en sociedad. 

Woolf describe la escena de un almuerzo con Lady Bath en el que dice haber estado presa del éxtasis, por estar frente a aquella mujer sentada al otro extremo de la mesa, en una silla que tenía estampado, el escudo heráldico familiar. El uso y el modo aristocrático dice Virginia la subyugaron,  y el desdén con los que se permitía cualquier gesto, la llevaban a afirmar que los aristócratas eran más libres, naturales y excéntricos que todos los demás. Ninguna luminaria intelectual podría impresionarla más que reunirse con un personaje de la realeza. 

Virginia Woolf, nació en el último tercio del período victoriano, el reinado del esplendor social inglés en el que predominó una visión romántica e ideal de la vida, que sin duda buscaba mejorar la condición humana, a través de una cultura inspirada en la nobleza y que marcaría una influencia en todos los órdenes de la sociedad británica, que vendría a ser el modelo rector de la vida cotidiana. 

El uso aplicado de la etiqueta, las reglas de sociedad, el uso ritual de la vestimenta, según la ocasión, la arquitectura de las casas, el orden del día, la consagrada hora del té y el complejo mundo de las relaciones sociales, por clase, economía, oficio y relevancia. En sus escritos sobre estampas de su vida, Virginia Woolf devela que llevó consigo una suerte de espejuelos victorianos que le permitirán en momentos asomarse a la vida a través de los lentes del cuento de hadas, o del ensueño. Los títulos nobiliarios, las cartas y sobres con sellos lacrados por escudos familiares pertenecientes a notables familias antiguas serán parte de los símbolos a los que Virginia rendirá un culto personal íntimo. Ese carrusel de imágenes, visiones, objetos, personajes, clores, sonidos, olores y texturas encajan dentro de Virginia hasta adquirir un carácter simbólico y un significado, y como recurrentes arquetipos. 

 Como genuina representante del post-impresionismo, la observadora expectante que fue Woolf, una vez capturada la realidad, la vertía de manera mejorada según los dictámenes de sus emociones, revistiéndola de nuevo colorido. Algo que se hará evidente en sus narraciones al dotar a los personajes de sus novelas inspirados en alguna medida en gente que conocía, con rasgos, atributos y talentos que no estaban presentes en el original, aunque no necesariamente eran mejorados, sino recobrados en un valor de su estética, respondiendo a lo que pudiéramos llamar su filosofía de vida. Algo similar ocurre con los lugares, eventos e incluso los paisajes, algo cambia en ellos al salir de la pluma de Virginia, ninguno será presentado en su dimensión real, sino

Pocos años antes de su muerte, Virginia Woolf se suicida en 1941, en el punto crucial de su fama, escribe en su libro Apuntes que atrás han quedado los años de irreverencia y crítica intelectual marcados por el grupo de Bloomsbury. Pero ellos no sólo fijaban posiciones críticas, llevaban sus convicciones a un nivel expresivo del arte en la existencia, a través de la inspiración que ejerció sobre ese grupo ejerció el post-expresionismo, y su postulado básico, la percepción emocional de la vida a con todo su color.

“El movimiento postimpresionista había proyectado no su sombra, sino su puñado de variopintas luces sobre nosotros (…) nos vestíamos como cuadros de Gauguin…”, reseña Virginia Woolf. Si bien el grupo de Bloomsbury profesaba una oposición a los postulados victorianos, aún vigentes a principios del S. XX, cuando Virginia escribe más de veinte años después encontramos una proclama no exenta de nostalgia en la que afirma, el viejo Bloomsbury aún vive, pero no deja de declarar su devoción por ser una snob. 

No oculta su fascinación por la magia, la ilusión del cuento de hadas que le inspiran el mundo aristocrático, y todo lo relativo a la realeza. Para ese momento Virginia ha empezado a envejecer, aunque es una escritora de fama, eso no parece una factura suficiente para una sociedad como la inglesa, no es rica, y aunque de origen aristocrático a esas alturas de su vida, esos lazos familiares se han fracturado,  por lo que no se le hizo fácil el camino por el intrincado tejido de la alta sociedad que al principio no se caracterizó por ser el mundo amable con ella. 

Se afama de sus amistades, y del círculo social en que se mueve su esposo Leonard Woolf, y de su estatura intelectual, “…llevan todos vidas muy activas, todos tratan constantemente a los grandes personajes, todos influyen sin cesar, de una manera u otra, en el curso de la historia”. Es el año de 1936, para ese momento Virginia Woolf , es miembro activo de un nuevo grupo de artistas e intelectuales y gente de la política y del mundo científico británico que se acogen bajo la membresía de Memoir Club, para tratar los recuerdos. Ante lo que Virginia se pregunta por una solicitud que le formulara Molly MacCarthy, una de las fundadoras del grupo de escribir un texto sobre recuerdos de algún acontecimiento, “….¿de qué deben tratar los recuerdos, si es que el Memoir Club ha de seguir reuniéndose y si la mitad de sus miembros son gente, como yo, a las que no les ocurre nada?” Virginia opta por hablar de ella y definir que es una snob. Al tratar de cubrir los rasgos sobre la psicología del snob, Virginia se coloca en el puesto del analista, un snob es una persona cuyo verdadero atributo es adoptar la pose que le exige el momento, en concordancia con lo que se esté dando en el escenario social, no perder el hilo del momento. 

Haber cenado con escritores de alta talla intelectual como H. G. Wells y Bernard Shaw, para Woolf es un asunto irrelevante y aburrido. “…he llegado a la conclusión de que no soy solo una snob de escudos heráldicos, sino también una snob de salones esplendorosos, una snob de fiestas sociales. Cualquier grupo de personas, si van bien vestidas y son socialmente brillantes y desconocidas, me producen estos efectos; lanza al aire chorros de polvillo de oro y diamantes que, creo, oscurecen la sólida verdad”. 

La literatura de Virginia Woolf es una prolífica y titánica obra de arte, escrita con profundidad, elocuencia, nada escapa a lo preciado de su verbo, que alcanza una escala literaria inédita, y que marcará un nuevo horizonte literario, donde el matiz de sus descripciones alcanzan el matiz de un mundo propio. 

Su literatura es arte, pero subyace una estructura argumental que puede ser leída como un extenso manifiesto a la libertad femenina. En un momento la autora incomodada por el concepto de ser inferior que la época le otorgaba a la mujer se pregunta ¿Dónde están las mujeres en la historia? Porque la veo plena de hombres y ausente de mujeres, interrogante que ella misma contestará, “Las mujeres han sido durante años el espejo mágico de los hombres en el que éstos podían reflejarse al doble de su tamaño real”. Pero es la misma escritora valiente, insurrecta, inconforme e irreverente la que escribirá hacia el final de su vida, “…mi vanidad, en cuanto escritora, es puro snobismo. Muestro (…) grandes extensiones de mi piel, pero poca carne, poca sangre”, es decir a la Virginia esencial no la encontraremos en sus libros, habría que buscarla en el mundo que hizo de ella detrás de las palabras, que actuaron como verdaderas trincheras tras de las cuales atacó todo aquello que después terminó abrazando, donde se ocultó la otra cara de Virginia Woolf y su verdadero anhelo, ser una mujer de la alta sociedad.