martes, 27 de noviembre de 2018

Los chocolaticos de Jennifer

 

Jennifer López está condenada al escándalo, su vestimenta atrae por igual mirada de sus fans y detractores que concurren a lo que convoca su imagen con la misma voracidad que las abejas al almíbar de las flores. 

Pero Jennifer López, es algo más que una encantadora voz capaz de llevarte al ensueño, ella es un derroche de sensualidad en el baile, y un cuerpo de evocación; Jennifer es el certificado del final del reinado de las divas platinadas hollywoodenses en este lado del planeta. Y es que la diva del Bronx de origen puertorriqueño con su exuberante físico, impuso a la mujer morena latinoamericana como modelo. Algo para lo que ha sabido combinar la cálida tez de su piel, lo sugestivo de su imponente melena y la cincelada simetría de su cuerpo, que le permitió ser elegida en el año 2011, como la mujer más bella del mundo, según la revista People.

Jennifer ha sido foco de atención muéstrese como se muestre. Si es con ropa ceñida al cuerpo son sus curvas y las bondades estructurales de su cuerpo lo que levanta las olas de comentarios. Si es mostrándose con un vestido que apenas cubre la desnudez , igual, y es que su imagen parece tener el poder de evocar, de liberar la imaginación que surge detrás de los ojos cada vez que topan con su cuerpo, que fantasean con ella como si estuvieran a las puertas del jardín de las delicias.

Hace poco fue fotografiada usando una larga camisa blanca, dejando al desnudo los muslos más famosos de la historia,  sobre el borde de una botas que imitaban en la parte alta la cintura de unos pantalones le dieron la vuelta al planeta, la imagen evocaba a alguien que precipitadamente se había negado a subirse los jean totalmente, dejando ver ese par de piernas que más de una vez han puesto al mundo de cabeza.

Esta semana saltó a la palestra por usar unos pantalones muy debajo de su cintura, a los que estaba ceñido un fino bikini que dejaba mostrar su perfecta cintura y los cuadros de su marcado abdomen, al estilo chocolatico. La pregunta que se han todos es si Jennifer no se cansa de mostrar? La respuesta parece ser no. 

Con 1,69 de estatura, la mujer electa en el  año 2012 como la celebridad más influyente del planeta,  ya tiene 49 años, y en pocos meses llegará a la medianía de su edad; para ella su cuerpo parece ser su gran carta de presentación, y sabe que tenerlo en ese tono, no depende sólo de su bondadoso ADN, sino que tenido que declararse enemiga de la azúcar y todos los alimentos refinados. Hacer una dieta rica en  merengadas proteicas y minimizar las calorías. Ensayar jornadas extenuantes de baile, y una visita diaria al gimnasio donde trabaja principalmente, piernas y cintura, la clave para tener buen cuerpo una mujer de su edad, con una combinada de abdominales, donde el crunch es referido con otros ejercicios más versátiles a la hora de sacar chocolates.

A sus casi 50 años, la diva del Bronx aún parece tener todas las cartas en la mano, lo que asegura que por algunos años más seguirá promoviendo el desvelo de muchos, y su cuerpo continuará perpetuándose como un ideal “mujer” en el imaginario social, y es que Jennifer López, está dotada de esas bellezas singulares, que condena a todos los hombres a recordarla para siempre.

miércoles, 14 de noviembre de 2018


¿Testigo?


He pensado a lo largo de toda la semana si la selección para los testigos de mesa electoral, es un derivado de una perturbadora lotería basado en los números de cédulas, una especie de sorteo regido por las leyes de lo absurdo. O si utilizan la data de la compañía de teléfonos celulares, para hacernos una emboscada digital que irrumpe en nuestras vidas en forma de mensaje de texto, y que dice algo así: escriba al 666 y verifique si usted fue seleccionado como testigo de mesa.

Siempre pensé que estaría exceptuado de tal solicitud, simple: mi perfil no cuadra en la pasión inútil del “funcionario”. Pero me pasó. Y de pronto me vi atrapado en ese laberinto cuyo amenazante Minotauro es un domingo de cara gris del próximo mes de diciembre, día de las elecciones municipales.

Me vi obligado a notificar -tal como indica la Ley- mi imposibilidad de participar  en esa insensatez, mis argumentos son libertarios y existenciales, no tengo otros. No podía dejar de pensar en eso, por temor a despertar un día convertido en un insecto, por no haber expresado mi inconformidad, como le sucedió a Gregorio Samsa (protagonista de la Metamorfosis de Kafka).

Supongamos que supero la grima y el escrúpulo y soy testigo de esa parodia. ¿Qué obtendré a cambio de ceder un domingo de mi vida, y exponerme a sufrir una depresión suicida?  Y es que el domingo es otra cosa para mí, que llevo una vida de solitario impertinente, y a veces víctima de mi propio aislamiento, el cual no termino de entender de un todo, sólo sé que responde a mi rechazo a sostener diálogos con la nada, y de mantenerme enfocado escribiendo una novela. Imagínense ustedes cuántos diálogos con la nada estaría obligado a intercambiar ese día.

Pero pensemos que supero lo de mi oficio de escritor y decido participar en esa jornada errática, pero sin obviar que soy un hedonista convencido, entonces ¿dónde dejamos el placer en el oficio de vivir? Por ejemplo ese domingo como testigo de mesa  ¿pudiera cambiarlo por un viaje a la playa?  Por la sensualidad que hay en sumergir la mirada en la transparencia del horizonte, donde no se distingue entre el mar y el cielo, y disfrutar del sonido hipnótico de las olas y todos los hechizos que ellas hacen fluir dentro de mí.

Acaso ese domingo rodeado de rostros zombies y gente lúgubre –en su mayoría-, pueda canjearlo sin sentir una gran pérdida, por ejemplo, con abandonar mi territorio íntimo, sobre todo en las horas de la tarde cuando me gusta acostarme en la hamaca frente al ventanal (vivo en piso 17), con media docena de libros regados a mi alrededor, los que voy leyendo en forma de carrusel, a la vez que escucho algo de ese mágico equilibrio musical que es el “cool jazz”, y que en momentos puede derivar hacia Pink Floyd, o alguna otra banda de mi culto musical.

Y si la modorra se asoma en forma de bostezo, agarrar un rato mis congas y ponerme a descargar sumergiéndome en la rítmica del tambor. Lamentablemente no. Nada de eso es negociable por  un domingo como testigo de mesa. Ni siquiera por el disfrute que hay en leer una de las páginas escritas por Virginia Wolff, sería como comparar un domingo en Disney, con uno en Los Enanitos en el  Paseo Cabriales. 

Por último, contrapongo mi fe libertaria, entendiendo que la libertad no consiste en no hacer nada, sino en profundizar en el hecho de jamás sentirte obligado a hacer lo que no deseas y te niega, y que la plenitud de vivir, jamás puede postergarse, o la vives y la asumes, o renuncias a ella que es una forma de morir lentamente.
Crónica Urgente / Diario LA CALLE


Veinte años menos


Una gélida y lluviosa mañana otoñal del mes de octubre, cubría como un capote a la ciudad de Ámsterdam, Holanda, en medio de un frío que calaba hasta los huesos, pero una noticia rápidamente hizo entrar a todos en calor encendiendo las redes sociales. Emile Ratelband de 69 años, solicitaba un recurso judicial para rebajar 20 años de su identidad y convertirse legítimamente un hombre de 49 años de edad, tal como dice sentirse.

La solicitud de Ratelband que ha sido recibida por una Corte para examinar su apelación, ha acaparado la atención de la opinión pública holandesa, dividida entre unos pocos que están a su favor y una gran mayoría que está en contra, en medio de un acalorado debate que de las redes ha saltado a periódicos y revistas, y que ha monopolizado el raiting de los principales canales de televisión.

Contrario a lo que dice la letra del bolero de que veinte años no son nada, parece que para  la existencia de Emile Ratelband son muchos, y con una sentencia judicial busca borrar esos años de su vida. Una corporación de productos de belleza ha ofrecido desplegar afiches con el rostro de Ratelband con la pregunta usted cree que merece tener 49 o 69 años, para hacer una especie de referéndum en el que pueden participar todos los ciudadanos enviando un mensaje de texto a un servicio de telefonía celular dispuesto para la consulta.

 Uno de los periódicos de mayor circulación en Holanda, publicó una entrevista con un alto funcionario de la Corte, citado bajo anonimato, quien desestimó que se vaya a admitir tal solicitud por considerarla un capricho pasajero. “Hoy  quiere ser de 49 y vivir aspectos ya superados de su vida, cuando a la vuelta de unos años este cansado y quiera disfrutar de los beneficios propios de  su edad, ¿volverá a pedir se le devuelvan sus 20 años descontados? Nuestro sistema judicial no puede gastar tiempo y  recursos en frivolidades”, dijo.

Las motivaciones de Ratelband, según lo ha declarado, es la soledad sexual, porque aspira superar la limitación que le impone la app para citas románticas y de búsqueda de parejas conocida como Tinder, ya que la edad registrada en su perfil, lo condena a interactuar, únicamente, con abuelas, mujeres, que para carecen de atractivo sexual para él, algo que sería distinto si se cambiara su edad a  49 años. Por lo que se ve Ratelbald considera que de alguna manera su buen aspecto físico ha logrado transcender la barrera condicionante de la edad, aval suficiente para que la justicia levante la sanción cronológica que biológicamente lo sentencia a tener 69 años.

Más allá de lo banal que pueda parecer ésta solicitud, existe un drama en medio de la tragedia que significa envejecer, en un mundo con un extremado culto a la juventud. La vejez en el espejo público se vive como una vergüenza, lo opuesto a la “ilusión juvenil como binomio del poder adquisitivo”, idea que nació con la generación de los Baby Boom, tras los años de la post guerra cuando América fue invadida de jóvenes – con un repunte demográfico-, una nueva generación con una capacidad adquisitiva nunca antes vista, con ellos nació el mercado infinito.

La vejez no es parte de la estética de los mass media, es una suerte de maldición irrevocable, una infracción ante lo bello, ahora la lepra es la arruga a la que hay que expulsar de las vitrinas hedonistas del reino de la imagen. Envejecer es el gran tabú de la sociedad moderna, y Ratelband a sus 69 años lo sabe.

miércoles, 7 de noviembre de 2018



Barranco


Hay momentos frágiles y el despertar es para mí es uno de ellos. Por lo general abro los ojos con recelo, sin saber a ciencia cierta que me espera a este lado de la realidad, o si sigo en ese largo viaje de las horas del sueño. Para mí, es como nacer todos los días, no hay uno igual a otro, siempre me levanto con la sensación –los primeros tres minutos- de que estoy aquí por primera vez, y en ese breve lapso de tiempo lo que hago es recuperar mi memoria de todos los días, en solo dos pasos ir al baño y prepararme un café.

Pero ese día fue la excepción. 

Abrí los ojos y escuché correr el agua de la ducha, entonces a esa mi fragilidad de despertar se sumó esa otra la certeza de estar acompañado, la certeza de haber dormido con alguien, una especie de “Alíen” que se coló en mi mundo y que en ese momento se bañaba en mi baño, me resultó intolerante, todo baño es un santuario personal. Abrí los ojos para espiarla y vi que estaba en la fase transitoria de abandonar mi bunker.

Esta como otras, debía ser una despedida impersonal, la única que se puede dar después de un barranco, porque al día siguiente al amanecer siempre uno concluye que esa persona ya no te dice nada, que es prescindible, porque ya tienes el sentimiento de rebote que es la súbita sensación de que entre los dos hay que marcar distancia porque no se cumple ni uno solo de los requisitos para seguir siendo los amantes que fuimos en la brevedad de una noche.



 Aquello que empezó cuando ambos le dimos paso a la euforia que suelen darse dos solitarios al mirarse, introduciéndonos en ese mar de fondo que son los gestos universales del coqueteo, después derivar en el tímido acercamiento, hasta llegar al hola como estás y bla, bla, bla, lo demás que sigue es una cadena de frases hechas, estrictamente para el consumo de la nocturnidad con su manual de usos estereotipados, porque aquí no se trata de ser nada original, porque a esa altura del juego los cuerpos se mueven con el piloto automático de los sentidos, que siempre los dirige hacia la ruta orgiástica, sin que ninguno de los dos oponga resistencia a inaugurar otro episodio de amor efímero. 


La vi, estaba de espaldas mientras se ajustaba la ropa, a esa hora, su cuerpo vertido en el espejo iluminado por la cruda luz del día, revelaba todos sus encantos, en ese momento lo que tenía ante mí era la imagen de una mujer joven, atractiva que estaba buenota, pero que pertenecía a ayer. 

Casi se instala esa mañana en mi apartamento, porque cuando me descuidé arrancó con una charla de las energías, de Conny Méndez y vainas así, me quedé mirándola como quien para nada está interesado en sus palabras. Así que no tuve otra opción y se lo solté: “¿Sabías que Conny Méndez se suicidó?”, le dije mirándola inquisitivamente y utilizando mi mejor tono de confidencialidad periodística.

-Sí, con toda su metafísica y su pensamiento positivo bla, bla, bla, un buen día no aguantó la depresión y se ahorcó, rematé.

Después de pronunciar esa última frase sé que no me lo perdonó. Nos quedamos viendo frente a frente, como dos pistoleros parados en el medio de un duelo en una polvorienta calle de un pueblo del Oeste a las 12 del mediodía, listos para desenfundar cada uno su respectivo Colt 45 en medio de una lacerante escena de inevitable despedida.

En ese momento sonaba una canción de Sabina que decía “Hola y adiós”, y el click de la puerta al cerrarse sin murmurar un adiós, me devolvió mi mundo con todas sus inexactitudes latentes, después de caer por un barranco.