¡ BÓRRALO…!
En corto tiempo en el habla
cotidiana, lo que los académicos llaman el lenguaje coloquial que muchos aquí también
denominan “hablar venezolano”, se ha incorporado un nuevo modismo con la
palabra bórralo. Para connotar algo que está listo, que debe olvidarse, que no
existe, que no tiene posibilidad, que supone un cambio de idea, terminar una
conversación, ante lo irremediable, como respuesta a una persona que sufre
estado de ánimo indeseable: tristeza o depresión, frente al error o la falta:
bórralo. También para señalar algo que no debe quedar pendiente, la salida ante
un fracaso, superar un mal entendido, una manera de despedirse con cierta
ironía, un favor que no se cobra, algo que no tiene vuelta atrás, no esperar un
más allá, el final de una experiencia vivida, el término de una relación, cuando
algo no queda ni para el recuerdo, simplemente…. Bórralo. Como se ve la función
del modismo no es sólo la de comunicar, sino la de poner al lenguaje en un más
allá de sus posibilidades que son los acontecimientos y la posición que se
asume frente a ellos.
Un modismo también es un atajo de
la lengua –un camino más corto- que se usa para definir, calificar una cosa,
sujeto o situación la mayor de las veces con una sola palabra. Una salida fácil
ante el imperativo que supone realizar la construcción gramaticalmente
apropiada que exprese adecuadamente esa idea. El modismo no siempre guarda un
coherente orden de las cosas, ni una lógica de sus significaciones. La condición primordial de una lengua que
está viva es que esté cambiando constantemente –a diferencia del Latín, lengua
muerta y en desuso-, y en ese quehacer espontáneo surgen palabras, sobre todo
en el habla popular, los modismos, que es otorgarle a una sola palabra un
sinfín de significados, muchas veces incluso diametralmente opuestos a lo que
ellas definen.
El periodista español Alex
Grijelmo, cultor de la gramática y autor de La Seducción de las palabras y Defensa
apasionada del idioma español –entre otros-, dice: “Una palabra posee dos
valores: el primero es personal del individuo, va ligado a su propia vida; y el
segundo se inserta en aquél pero alcanza toda la colectividad”.
Borrar es hacer desaparecer pero
también es la perfecta manera como ahora te mandan al carajo, o simplemente te invisibilizan.
Es invocar la no-presencia, algo que tuvo su tránsito y desaparece de los
afectos, de los lazos, de cualquier vinculación. Y es que el bórralo no permite
alegatos, defensas, le vienen muy poco las segundas oportunidades. Es la
ausencia absoluta y deliberada. Para el semiólogo francés Roland Barthes, todo
episodio del lenguaje que pone en escena la ausencia del objeto amado –sean
cuales fueren la causa y su duración- tiende a transformar esta ausencia en
prueba de abandono, el bórralo dentro de este contexto, no es otra cosa que el
abandono total, guión pasado, hoja leída. El modismo nos otorga una comodidad
decir con una palabra todo el argumento emocional que pudiera revestir una
decisión, impersonal, quizás zoes, poco probo en la delicada cultura, el
bórralo se ha venido imponiendo con su sonido un tanto bizarro y su recurrencia
arbitraria, como decir, si no te gusta, bórralo y ya.
Del lado contrario del bórralo,
está la plenitud y la exuberancia disfrazadas de totalidad; también lo
tangible, lo que se consume. Si bórralo es ausencia, la escritura, o lo que se
está por escribir define lo presente, quizá el bórralo no sean tan procaz como
muchos lo quieren ver y tenga en sus antecedentes algo de novela rosa, por
aquella frase común y soberanamente cursi que dice: escrito en las páginas de
la vida misma, las que al parecer solo les basta un borrón para acabar con
ellas y todo lo que arrastran a sus espaldas.