viernes, 23 de septiembre de 2016





¡ BÓRRALO…!

En corto tiempo en el habla cotidiana, lo que los académicos llaman el lenguaje coloquial que muchos aquí también denominan “hablar venezolano”, se ha incorporado un nuevo modismo con la palabra bórralo. Para connotar algo que está listo, que debe olvidarse, que no existe, que no tiene posibilidad, que supone un cambio de idea, terminar una conversación, ante lo irremediable, como respuesta a una persona que sufre estado de ánimo indeseable: tristeza o depresión, frente al error o la falta: bórralo. También para señalar algo que no debe quedar pendiente, la salida ante un fracaso, superar un mal entendido, una manera de despedirse con cierta ironía, un favor que no se cobra, algo que no tiene vuelta atrás, no esperar un más allá, el final de una experiencia vivida, el término de una relación, cuando algo no queda ni para el recuerdo, simplemente…. Bórralo. Como se ve la función del modismo no es sólo la de comunicar, sino la de poner al lenguaje en un más allá de sus posibilidades que son los acontecimientos y la posición que se asume frente a ellos.

Un modismo también es un atajo de la lengua –un camino más corto- que se usa para definir, calificar una cosa, sujeto o situación la mayor de las veces con una sola palabra. Una salida fácil ante el imperativo que supone realizar la construcción gramaticalmente apropiada que exprese adecuadamente esa idea. El modismo no siempre guarda un coherente orden de las cosas, ni una lógica de sus significaciones.  La condición primordial de una lengua que está viva es que esté cambiando constantemente –a diferencia del Latín, lengua muerta y en desuso-, y en ese quehacer espontáneo surgen palabras, sobre todo en el habla popular, los modismos, que es otorgarle a una sola palabra un sinfín de significados, muchas veces incluso diametralmente opuestos a lo que ellas definen.
El periodista español Alex Grijelmo, cultor de la gramática y autor de La Seducción de las palabras y Defensa apasionada del idioma español –entre otros-, dice: “Una palabra posee dos valores: el primero es personal del individuo, va ligado a su propia vida; y el segundo se inserta en aquél pero alcanza toda la colectividad”.

Borrar es hacer desaparecer pero también es la perfecta manera como ahora te mandan al carajo, o simplemente te invisibilizan. Es invocar la no-presencia, algo que tuvo su tránsito y desaparece de los afectos, de los lazos, de cualquier vinculación. Y es que el bórralo no permite alegatos, defensas, le vienen muy poco las segundas oportunidades. Es la ausencia absoluta y deliberada. Para el semiólogo francés Roland Barthes, todo episodio del lenguaje que pone en escena la ausencia del objeto amado –sean cuales fueren la causa y su duración- tiende a transformar esta ausencia en prueba de abandono, el bórralo dentro de este contexto, no es otra cosa que el abandono total, guión pasado, hoja leída. El modismo nos otorga una comodidad decir con una palabra todo el argumento emocional que pudiera revestir una decisión, impersonal, quizás zoes, poco probo en la delicada cultura, el bórralo se ha venido imponiendo con su sonido un tanto bizarro y su recurrencia arbitraria, como decir, si no te gusta, bórralo y ya.

Del lado contrario del bórralo, está la plenitud y la exuberancia disfrazadas de totalidad; también lo tangible, lo que se consume. Si bórralo es ausencia, la escritura, o lo que se está por escribir define lo presente, quizá el bórralo no sean tan procaz como muchos lo quieren ver y tenga en sus antecedentes algo de novela rosa, por aquella frase común y soberanamente cursi que dice: escrito en las páginas de la vida misma, las que al parecer solo les basta un borrón para acabar con ellas y todo lo que arrastran a sus espaldas.




miércoles, 14 de septiembre de 2016





El tiempo y los tiempos de la conciencia

El tiempo exterior de los relojes y el tiempo interior de la conciencia nos impide conocer al tiempo como una unidad, sino en una derivada fragmentación. La escritora inglesa Virginia Woolf señalo a este respecto que la única manera de conseguir la visión unitaria en este mundo fragmentado, es a través de la propia e individualizada percepción, con la que elaboramos el mundo de nuestras observaciones cada vez que lo vemos una y otra vez.


En el universo de las pasiones –por ejemplo- el tiempo suele ser un acertijo sin solución. Ernesto Sábato en el memorable capítulo 34 de su novela El Túnel revela la acuciante angustia del tiempo cuando es marcado por las agujas de las emociones, donde en un minuto se puede vaciar la eternidad entera.

“Fue una espera interminable. No sé cuánto tiempo pasó en los relojes de ese tiempo anónimo y universal de los relojes que es ajeno a nuestros sentimientos, a nuestros destinos, a la formación o al derrumbe de un amor, a la espera de la muerte. Pero de mi propio tiempo fue una cantidad inmensa y complicada lleno de cosas y vueltas atrás, un río oscuro y tumultuoso y tumultuoso a veces, y a veces extrañamente calmo y casi mar inmóvil y perpetuo […]”.


El tiempo es uno de los elementos obsesos de los enamorados: “Estar contigo o estar sin ti es la medida de mi tiempo”, escribió Borges. Esa obsesión la encontramos en Woolf como representaciones: diálogo que la es del verbo, el tiempo exterior, y el monólogo el tiempo en toda su interioridad. En su obra Virginia Woolf siempre tendrá entre ambos elementos una permanente tensión y reacomodo, tratando de subvertir su visión del mundo una y otra vez, entre el tiempo mecánico observable de los relojes, y los fragmentos de tiempos que habitan el interior de la conciencia humana.