Anatomía de la melancolía
La melancolía
siempre se ha visto como un mal de amor, y quien sufre la melancolía una
víctima del desamor, aunque ésta pudiera también derivar de un estado de estrés,
de angustia existencial, o alguna perturbación psíquica de causa indeterminada
cuyos padecimientos pueden llevarlos al desánimo, y someter su cuerpo a la
privación o al consumo en exceso de alimentos, sufrimientos éstos, que a diferencia del amor, no se les hace poesía, ni se les
canta, ni se escriben noveles, obras teatro, ni se llevan al cine.
El amor es
propietario de todos estos cánones de la invención estética, quizá porque está
libre, despojado de un marco fisiológico y sustentado en lo ideal. No existe un
poema a las flatulencias derivadas de un comer en demasía, buscando compensar
una perdida afectiva, ni se le escribe una canción a la halitosis descarnada
producto de una privación de alimentos por sufrir una pena amorosa, tampoco se
le hacen versos a los dolores de cabeza; ni la tensión arterial es un objetivo
poético, porque como el estreñimiento y los padecimientos estomacales, escapan
del ideal que promueve el imaginario romántico. Por eso al amor se le da una
connotación como angelical porque se priva a los amantes de sus necesidades
fisiológicas, y se idealizan como los ángeles que no defecan, ni orinan, ni
sudan.
La melancolía en
la antigüedad era considerada una enfermedad propiciada por un demonio
“Daimon”. En la Grecia presocrática, una persona triste, abatida por una
depresión, era un alma habitante de la oscuridad que transitaba el lado oscuro
de la vida, secuestrada sentimentalmente por el lado oculto de la Luna que los
griegos llamaron Selene, de ahí que por siglos se haya asociado la Luna con la
locura, el lunático, ya que creían que ella era la responsable del rapto de la
conciencia, de instalarle la locura como castigo por haber pecado, ofendido o
haber cometido sacrilegio, cuyas visiones alucinantes y espectrales
correspondían a las entidades que vagaban en el cosmos lunar, secuestradas en su
lado oscuro.
Para los griegos
quienes distinguían entre la locura corporal, derivada del alma y la locura
divina, el melancólico era un ser afectado por los excesos. La describían como
una persona de carácter intransigente, de naturaleza impulsiva, y propensa a
los excesos sexuales, determinado por la ansiedad, el mal humor, los impulsos
suicidas, el resentimiento y los celos. El mal corporal lo explicaban bajo la
influencia de un “Daimon”, una suerte de entidad espiritual entre lo humano y
lo divino, demonio, entidad perturbadora que se instalaba en el interior del
sujeto afectado para hacerlo presa de sus malas influencias.
El amor como lo
conocemos en la actualidad, de arrebato y ensimismamiento, estado de
enajenación amorosa era en la Grecia clásica, objeto de una enfermedad, la
persona no estaba en su sano juicio, requería de una cura. El suicidio por amor,
por parte del amante fracasado, quien se quita la vida para demostrar que su
melancolía es tan profunda que necesita
de la muerte y su eternidad para sufrirla, una tradición que al parecer nació
con los estoicos, quienes recomendaban el suicidio ante los males irreversibles
y demoledores de la existencia.
Robert Burton en
el año 1621 publica el libro más controversial y célebre de esa época, renacentista
en que la humanidad avizoraba el mundo moderno, del yo, y daba a espalda al
oscurantismo de la vida escolástica-medieval, que la historia llamará
Renacimiento. El libro de Burton que llevará por título “Anatomía de la
melancolía”, describe este mal como el peor de todos los males posibles que
pueda llegar a padecer el hombre. “Es un océano de sufrimientos y la cúspide de
todas las desdichas humanas. Ningún dolor físico, ningún tormento, ningún
hierro candente puede alcanzar sus efectos. Ninguno de los martirios jamás
idealizados por un tirano logra igualar los padecimientos y torturas que causa,
la melancolía”.
Sacerdote de la Iglesia y director de la biblioteca de Oxford, Robert Burton, en su texto apela al Deimon, demonio, de la
antigüedad griega como el “malus genius” origen de su mal, sobre el que admite
padecer sufrimiento, y sobrellevar, “Yo
estaba no poco molesto con esta enfermedad a la que llamaré mi Señora
Melancolía, mi Egregia o mi Genio Maligno, malus genius”. El libro de Burton es
un decimonónico tratado enciclopédico sobre la melancolía, donde éste no se
reservó nada, trajinó libros y bibliotecas, apuntes e investigaciones, hizo un
compendio con todo lo que pudo reunir para desentrañar la naturaleza
melancólica del hombre, en torno a lo cual reunió un vasto conocimiento de las
más diversas disciplinas: psíquicas, médicas, psiquiátricas y farmacológicas. Como
también hizo una exhaustiva revisión de textos filosóficos, de botánica,
historia y geografía.
Se podría
afirmar que la Anatomía de la Melancolía, es la base arqueológica de los
síndromes de muchas afecciones psicológicas que se conocen en la actualidad que
guardan entre sí una base común con el postulado de Burton, la vinculación
psiquis-cuerpo como origen de muchas de estas enfermedades.
Para Burton la melancolía es una afección que encajaba en lo que se conoció la doctrina
de los cuatro temperamentos, que hasta finales del siglo XVIII, que mantuvo su
vigencia como preliminar manual de psicología y fue el primero en su categoría.
A partir de
estos postulados se adoptó la creencia que los estados de ánimo eran una
consecuencia de la relación entre la psiquis y la biología de nuestros cuerpos,
relacionaba los estados mentales del individuo con los llamados humores, o
líquidos corporales, que según su consistencia y característica determinaban y
daban prueba de la condición anímica de cada quien.
Los cuatro
humores que prefiguraban las afecciones eran la bilis negra que definía al
melancólico, ser lánguido y triste; el humor mucoso, que se relacionaba con una
persona flemática, propensa a arrebatos y pasiones inmediatas; una persona con
abundante sangrado, era el sanguíneo, proclive al nerviosismo, a alterarse por
cualquier evento fácilmente y por último la bilis amarilla, propia de un ser
lleno de cólera.
Un aspecto curioso
del compendio de Burton es que los pobres están exentos de esta categoría de
males descritos en los cuatro temperamentos, ellos padecían de la extraña
“melancolía de la risa”, caracterizada por explosiones de hilaridad, y se reían
de todo, incluso de las desgracias más severas. ¿Será que los pobres analizados
por Burton tenían un corazón cínico con cero capacidad de empatía? También
pudiese analizarse como un uso recurrente a una herramienta de distensión, activada como mecanismo de
defensa, cuando la persona se enfrenta a algo traumático y angustiante. Más aún
si conocemos las condiciones de vida de los pobres de la Inglaterra de la
época, sus pocas perspectivas de vida y su nula capacidad de bienestar, la risa
sería el recurso de más fácil alcance como respuesta a la ansiedad y la tensión
provocada por las privaciones a las que estaban sometidos a lo largo de sus
vidas.
¿Además del
desamor, cuáles otras eran la causa de la melancolía? Burton apunta una larga
lista: un destino prefigurado por los dioses, una condición de la edad, la
influencia de las estrellas, una constitución psíquica heredada, el estreñimiento,
una menstruación irregular, falta de sueño, un diente roto, una alimentación
insuficiente, la falta de sexo, trabajo en exceso, la vagancia. El suicidio
figura entre las tendencias de los melancólicos.
Todo lo apuntado
por Burton de la teoría de los humores, resulta muy familiar en sus síntomas a lo que provoca el mal de la
sociedad moderna, el estrés, como precursor de estados de ánimo anómalos que puede
activar la patología, como una fantasía excesiva, obsesiva, que monopoliza toda
la atención del sujeto, el miedo, la incertidumbres, el fracaso económico, el
resentimiento, el juego y el estudio sin descanso.
Hasta el final
de sus días Burton aseguró que la sociedad está enferma, “todos somos
melancólicos, y el mundo está loco”.