Esa ridiculez llamada lenguaje inclusivo
La única evidencia real de lo que
somos como civilización está en el lenguaje, el código de la creación y el arca
de la memoria humana. Nunca la lengua española estuvo tan amenazada por una lluvia
ácida como ahora, tras la propuesta de la vicepresidenta del gobierno español, y
militante de izquierda Carmen Calvo, con eso de impulsar una reforma para
adecuar el texto de la Constitución Española al lenguaje inclusivo, para lo que
se le ha solicitado estudio a la Real Academia Española del Lenguaje, y de
prosperar, tendría hondas repercusiones en todos los países hispanohablantes.
El argumento de Calvo no es semántico, ni responde a una inquietud filológica,
para ella es un asunto de estrechez económica, evitar repeticiones sintácticas
que según ella, complican la lectura y redacción de los textos, flojera mental,
indudable.
Calvo es archiconocida por
ser una ayatola feminista, inquisidora de todo aquello que sospechosamente le huela
a supremacía varonil, tan así que se opone al concepto sublime del amor y le ha declarado la guerra señalando que el
amor romántico es un ejercicio de machismo, quizás influenciada por la serie
“The Handmaid´s tales”, piense que la cúpula no debe ser placentera sino que debe
limitarse, victorianamente (cultura sexual del siglo XIX) a ser reproductiva,
no sería de extrañar que pronto proponga decretar el fin de la felicidad
estremecida de los orgasmos.
El problema de los ayatolas de
izquierda, como la Calvo y sus seguidores, es que están atrapados en su propia
ideología, por eso jamás han encontrado la forma de combatir la sociedad
existente sin apelar a propuestas o salidas totalitarias. Las revoluciones buscan destruir todo lo
burgués, pero no para liberar al hombre, sino para encadenarlo de la peor
manera. Incapaces de manejar la realidad, tal como es, pretenden tomar por
asalto el lenguaje, donde ésta se describe, valora y contiene. ¿Habrá menos
males? ¿El ser humano será mejor?
El lenguaje inclusivo es una
estupidez, y la Calvo, la peor ministra de cultura que ha tenido España, por su
evidente incultura, de manera supina evalúa algo que no conoce, ni sabe el
alcance de lo que pretende hacer. Ignora que las palabras son signos con los
que nombramos la realidad. Pero las palabras hablan de las palabras no de las
cosas. De hecho, las cosas no son lo que son, en realidad son lo que hablamos
de ellas. Cuando hablamos seleccionamos un signo que creemos expresa mejor a
nivel de su contenido lo que queremos significar. El lenguaje no se genera
espontáneamente, ni en automático –lean al filósofo del lenguaje Jacques
Derridá-, es un proceso de decantación, elegimos palabras y desechamos otras,
excluimos lo que no nos parece o nos suena a lugar común. Siempre estamos
seleccionando un significante en detrimento de otros.
Hablar de lenguaje inclusivo es una
falsedad, algo burdo. Subvertir el lenguaje es atentar contra nuestro código diferencial
como especie, porque él es el que nos permite auto-crearnos y definirnos, cuyos
significados son abstracciones, la vanguardia del pensamiento. Nada escapa del
lenguaje. El hombre aborda lo real a través de él, nombra el mundo y le da
sentido. ¿Qué pretenden dejarnos en lo básico? Porque el lenguaje inclusivo
sirve para bípedos y para aquellos que ostentan mentalidad lumpen. Imaginemos
leer Don Quijote aplicándole el desdoblamiento de todos los sustantivos
originales del texto en su forma masculina y femenina, una total aberración. Lo
tragicómico es que algunos líderes erráticos de la izquierda continental, ya le
hacen seguidilla a esta propuesta. Ya oímos por ahí a Evo Morales utilizar el
lenguaje inclusivo en algunas declaraciones. En el mismo tenor, Daniel Ortega,
a lo que se suma el dantesco “compañere” (a manera de integrar los sustantivos
compañero y compañera en uno solo), que viene utilizando de manera muy
desdichada la señora Michele Bachelet.