La Generación Beat
Sus integrantes Jack Kerouac, Allen Ginsberg y
William Burroughs, se han convertido en escritores de culto. Llamarlos
outrsiders- donde se dan la mano con Henry Mille su gran antecesor-, vale para
condensar su naturaleza anti-sistema, inconforme, iconoclasta y contestataria;
cualquier concepto puede esgrimirse, pero sin duda ninguno es suficiente, a la
hora de definir una generación de jóvenes escritores que protagonizaron el
hecho cultural mas relevante en la década de los años 50, en los Estados Unidos
y que marcaron una definitiva influencia literaria, poniendo de cabeza los
valores del american way of life.
De Burroughs y Keruac he bebido del agua de su
hidromiel, algo soltamos, algo se nos despoja con cada lectura. En algún
momento tras terminar de leer un libro de Kerouac se lo daba a mi hija Oriana
quien es artista plástico, para que alimentara su espíritu libertario, siempre
veo, con secreta satisfacción, algún gesto beat en ella y en lo que hace.
En lo personal comparo la literatura Beatnik, con
el jazz, por la polirrítmia que posee, el uso de los contratiempos, la síncopa que como en la melodía va
acentuando los tiempos débiles del compás. En los textos beat, acentúan lo que
el estabilishment considera condenable, los aspetos débiles del individuo que
se plantean la vida como una accion de libertad y que están negados a seguir
una vida inspirada en los modelos y recetas que nos provee la sociedad de masas
a través de las pautas del marketting.
Kerouac, es el autor de ese maravilloso escondrijo
narrativo que es la novela, "En el camino", y en este articulo da las
claves sobre el movimiento que abanderó.
El texto que sigue fue escrito por Jack Kerouac
para la revista "Esquire" en 1958, y forma parte del libro "La
filosofía de la Generación Beat".
"No fue más que una idea que se nos
ocurrió".
"La Generación Beat fue una visión que
tuvimos John Clellon Holmes 67 y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía,
hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hipsters locos e
iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de
América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, beatíficos, hermosos,
de una fea belleza beat —fue una visión que tuvimos cuando oímos la palabra
beat en las esquinas de Times Square y en el Village, y en los centros de otras
ciudades en las noches de la América de la posguerra —beat quería decir
derrotado y marginado pero a la vez colmado de una convicción muy intensa.
Llegamos incluso a escuchar a los viejos Padres
Hipsters de 1910 usar la palabra en ese mismo sentido, con una entonación
melancólica.
Nunca aludió a la delincuencia juvenil; nombraba
personajes de una espiritualidad singular que, en lugar de andar en grupo, eran
Bartlebies solitarios que contemplan el mundo desde el otro lado de la vidriera
muerta de nuestra civilización.
Los héroes subterráneos que se salieron de la
maquinaria de la “libertad” de Occidente y empezaron a tomar drogas,
descubrieron el bop, tuvieron iluminaciones interiores, experimentaron el
“desajuste de todos los sentidos”, hablaban en una lengua extraña, eran pobres
y alegres, fueron profetas de un nuevo estilo de la cultura estadounidense, un
estilo nuevo (creíamos) completamente libre de influencias europeas (a
diferencia de la Generación Perdida), un reencantamiento del mundo.
Algo parecido pasaba casi al mismo tiempo en la
Francia de posguerra de Sartre y Genet, algo sabíamos de eso. Pero en cuanto a
la existencia de la Generación Beat, no fue verdaderamente más que una idea que
se nos ocurrió. Nos quedábamos despiertos todo el día, las veinticuatro horas,
y poníamos discos de Wardell Gray, Lester Young, Dexter Gordon, Willis Jackson,
Lennie Tristano y los demás, un disco tras otro, y hablábamos incansablemente
de ese aire nuevo que sentíamos en la calle.
Escribíamos relatos sobre los santos negros del
jazz que hacían dedo por Iowa con sus instrumentos y grabaciones y llevaban el
mensaje secreto del hálito, de la respiración a otras costas, otras ciudades, a
semejanza de un auténtico Walter el Indigente que liderara una invisible
Primera Cruzada.
Teníamos
nuestros propios héroes, nuestros propios místicos, escribíamos novelas sobre
ellos, las cantábamos, y componíamos larguísimas odas a los “ángeles” nuevos de
la América subterránea.
Quedaban en realidad un puñado de esos hips, de
esos tipos con verdadero swing, y lo que hubo antes se extinguió velozmente en
la Guerra de Corea (y después) cuando emergió en los Estados Unidos una especie
novedosa de eficiencia; puede haber sido la consecuencia de la universalización
de la televisión y nada más (la Política del Control Policial Total de los
oficiales de la “paz” de Dragnet), pero después de 1950 los fantasmas beat
decayeron y se desvanecieron en cárceles y manicomios o quedaron confinados en
la vergüenza de un conformismo silencioso; la generación misma fue efímera y
muy pequeña.
Pero no tendría ningún sentido escribir todo esto
si no fuera igualmente cierto que, por un raro milagro de la metamorfosis, la
juventud de la posguerra se reveló también beat y adoptó sus gestos; pronto se
lo vio en todas partes, el nuevo estilo, el desaliño y la actitud indiferentes;
por fin llegó al cine (James Dean) y a la televisión; los arreglos de bop que
había sido el éxtasis musical secreto del ánimo contemplativo beat empezaron a
escucharse en los fosos de todas las orquestas y de todas las partituras (las
obras de Neal Hefti.
Para no hablar de las piezas de Basie), esas
visiones del bop pasaron a ser propiedad común del mundo de la cultura popular
y comercial; el uso de nuestras palabras (palabras como “crazy”, “hungup” o
“go”) se volvieron familiares y entraron en el uso común; el consumo de drogas
ganó una legitimación oficial (sedantes y todo lo demás); e incluso el
vestuario de los hipsters beat se abrió paso en la nueva juventud del rock ‘n’
roll.