martes, 27 de noviembre de 2018

Los chocolaticos de Jennifer

 

Jennifer López está condenada al escándalo, su vestimenta atrae por igual mirada de sus fans y detractores que concurren a lo que convoca su imagen con la misma voracidad que las abejas al almíbar de las flores. 

Pero Jennifer López, es algo más que una encantadora voz capaz de llevarte al ensueño, ella es un derroche de sensualidad en el baile, y un cuerpo de evocación; Jennifer es el certificado del final del reinado de las divas platinadas hollywoodenses en este lado del planeta. Y es que la diva del Bronx de origen puertorriqueño con su exuberante físico, impuso a la mujer morena latinoamericana como modelo. Algo para lo que ha sabido combinar la cálida tez de su piel, lo sugestivo de su imponente melena y la cincelada simetría de su cuerpo, que le permitió ser elegida en el año 2011, como la mujer más bella del mundo, según la revista People.

Jennifer ha sido foco de atención muéstrese como se muestre. Si es con ropa ceñida al cuerpo son sus curvas y las bondades estructurales de su cuerpo lo que levanta las olas de comentarios. Si es mostrándose con un vestido que apenas cubre la desnudez , igual, y es que su imagen parece tener el poder de evocar, de liberar la imaginación que surge detrás de los ojos cada vez que topan con su cuerpo, que fantasean con ella como si estuvieran a las puertas del jardín de las delicias.

Hace poco fue fotografiada usando una larga camisa blanca, dejando al desnudo los muslos más famosos de la historia,  sobre el borde de una botas que imitaban en la parte alta la cintura de unos pantalones le dieron la vuelta al planeta, la imagen evocaba a alguien que precipitadamente se había negado a subirse los jean totalmente, dejando ver ese par de piernas que más de una vez han puesto al mundo de cabeza.

Esta semana saltó a la palestra por usar unos pantalones muy debajo de su cintura, a los que estaba ceñido un fino bikini que dejaba mostrar su perfecta cintura y los cuadros de su marcado abdomen, al estilo chocolatico. La pregunta que se han todos es si Jennifer no se cansa de mostrar? La respuesta parece ser no. 

Con 1,69 de estatura, la mujer electa en el  año 2012 como la celebridad más influyente del planeta,  ya tiene 49 años, y en pocos meses llegará a la medianía de su edad; para ella su cuerpo parece ser su gran carta de presentación, y sabe que tenerlo en ese tono, no depende sólo de su bondadoso ADN, sino que tenido que declararse enemiga de la azúcar y todos los alimentos refinados. Hacer una dieta rica en  merengadas proteicas y minimizar las calorías. Ensayar jornadas extenuantes de baile, y una visita diaria al gimnasio donde trabaja principalmente, piernas y cintura, la clave para tener buen cuerpo una mujer de su edad, con una combinada de abdominales, donde el crunch es referido con otros ejercicios más versátiles a la hora de sacar chocolates.

A sus casi 50 años, la diva del Bronx aún parece tener todas las cartas en la mano, lo que asegura que por algunos años más seguirá promoviendo el desvelo de muchos, y su cuerpo continuará perpetuándose como un ideal “mujer” en el imaginario social, y es que Jennifer López, está dotada de esas bellezas singulares, que condena a todos los hombres a recordarla para siempre.

miércoles, 14 de noviembre de 2018


¿Testigo?


He pensado a lo largo de toda la semana si la selección para los testigos de mesa electoral, es un derivado de una perturbadora lotería basado en los números de cédulas, una especie de sorteo regido por las leyes de lo absurdo. O si utilizan la data de la compañía de teléfonos celulares, para hacernos una emboscada digital que irrumpe en nuestras vidas en forma de mensaje de texto, y que dice algo así: escriba al 666 y verifique si usted fue seleccionado como testigo de mesa.

Siempre pensé que estaría exceptuado de tal solicitud, simple: mi perfil no cuadra en la pasión inútil del “funcionario”. Pero me pasó. Y de pronto me vi atrapado en ese laberinto cuyo amenazante Minotauro es un domingo de cara gris del próximo mes de diciembre, día de las elecciones municipales.

Me vi obligado a notificar -tal como indica la Ley- mi imposibilidad de participar  en esa insensatez, mis argumentos son libertarios y existenciales, no tengo otros. No podía dejar de pensar en eso, por temor a despertar un día convertido en un insecto, por no haber expresado mi inconformidad, como le sucedió a Gregorio Samsa (protagonista de la Metamorfosis de Kafka).

Supongamos que supero la grima y el escrúpulo y soy testigo de esa parodia. ¿Qué obtendré a cambio de ceder un domingo de mi vida, y exponerme a sufrir una depresión suicida?  Y es que el domingo es otra cosa para mí, que llevo una vida de solitario impertinente, y a veces víctima de mi propio aislamiento, el cual no termino de entender de un todo, sólo sé que responde a mi rechazo a sostener diálogos con la nada, y de mantenerme enfocado escribiendo una novela. Imagínense ustedes cuántos diálogos con la nada estaría obligado a intercambiar ese día.

Pero pensemos que supero lo de mi oficio de escritor y decido participar en esa jornada errática, pero sin obviar que soy un hedonista convencido, entonces ¿dónde dejamos el placer en el oficio de vivir? Por ejemplo ese domingo como testigo de mesa  ¿pudiera cambiarlo por un viaje a la playa?  Por la sensualidad que hay en sumergir la mirada en la transparencia del horizonte, donde no se distingue entre el mar y el cielo, y disfrutar del sonido hipnótico de las olas y todos los hechizos que ellas hacen fluir dentro de mí.

Acaso ese domingo rodeado de rostros zombies y gente lúgubre –en su mayoría-, pueda canjearlo sin sentir una gran pérdida, por ejemplo, con abandonar mi territorio íntimo, sobre todo en las horas de la tarde cuando me gusta acostarme en la hamaca frente al ventanal (vivo en piso 17), con media docena de libros regados a mi alrededor, los que voy leyendo en forma de carrusel, a la vez que escucho algo de ese mágico equilibrio musical que es el “cool jazz”, y que en momentos puede derivar hacia Pink Floyd, o alguna otra banda de mi culto musical.

Y si la modorra se asoma en forma de bostezo, agarrar un rato mis congas y ponerme a descargar sumergiéndome en la rítmica del tambor. Lamentablemente no. Nada de eso es negociable por  un domingo como testigo de mesa. Ni siquiera por el disfrute que hay en leer una de las páginas escritas por Virginia Wolff, sería como comparar un domingo en Disney, con uno en Los Enanitos en el  Paseo Cabriales. 

Por último, contrapongo mi fe libertaria, entendiendo que la libertad no consiste en no hacer nada, sino en profundizar en el hecho de jamás sentirte obligado a hacer lo que no deseas y te niega, y que la plenitud de vivir, jamás puede postergarse, o la vives y la asumes, o renuncias a ella que es una forma de morir lentamente.
Crónica Urgente / Diario LA CALLE


Veinte años menos


Una gélida y lluviosa mañana otoñal del mes de octubre, cubría como un capote a la ciudad de Ámsterdam, Holanda, en medio de un frío que calaba hasta los huesos, pero una noticia rápidamente hizo entrar a todos en calor encendiendo las redes sociales. Emile Ratelband de 69 años, solicitaba un recurso judicial para rebajar 20 años de su identidad y convertirse legítimamente un hombre de 49 años de edad, tal como dice sentirse.

La solicitud de Ratelband que ha sido recibida por una Corte para examinar su apelación, ha acaparado la atención de la opinión pública holandesa, dividida entre unos pocos que están a su favor y una gran mayoría que está en contra, en medio de un acalorado debate que de las redes ha saltado a periódicos y revistas, y que ha monopolizado el raiting de los principales canales de televisión.

Contrario a lo que dice la letra del bolero de que veinte años no son nada, parece que para  la existencia de Emile Ratelband son muchos, y con una sentencia judicial busca borrar esos años de su vida. Una corporación de productos de belleza ha ofrecido desplegar afiches con el rostro de Ratelband con la pregunta usted cree que merece tener 49 o 69 años, para hacer una especie de referéndum en el que pueden participar todos los ciudadanos enviando un mensaje de texto a un servicio de telefonía celular dispuesto para la consulta.

 Uno de los periódicos de mayor circulación en Holanda, publicó una entrevista con un alto funcionario de la Corte, citado bajo anonimato, quien desestimó que se vaya a admitir tal solicitud por considerarla un capricho pasajero. “Hoy  quiere ser de 49 y vivir aspectos ya superados de su vida, cuando a la vuelta de unos años este cansado y quiera disfrutar de los beneficios propios de  su edad, ¿volverá a pedir se le devuelvan sus 20 años descontados? Nuestro sistema judicial no puede gastar tiempo y  recursos en frivolidades”, dijo.

Las motivaciones de Ratelband, según lo ha declarado, es la soledad sexual, porque aspira superar la limitación que le impone la app para citas románticas y de búsqueda de parejas conocida como Tinder, ya que la edad registrada en su perfil, lo condena a interactuar, únicamente, con abuelas, mujeres, que para carecen de atractivo sexual para él, algo que sería distinto si se cambiara su edad a  49 años. Por lo que se ve Ratelbald considera que de alguna manera su buen aspecto físico ha logrado transcender la barrera condicionante de la edad, aval suficiente para que la justicia levante la sanción cronológica que biológicamente lo sentencia a tener 69 años.

Más allá de lo banal que pueda parecer ésta solicitud, existe un drama en medio de la tragedia que significa envejecer, en un mundo con un extremado culto a la juventud. La vejez en el espejo público se vive como una vergüenza, lo opuesto a la “ilusión juvenil como binomio del poder adquisitivo”, idea que nació con la generación de los Baby Boom, tras los años de la post guerra cuando América fue invadida de jóvenes – con un repunte demográfico-, una nueva generación con una capacidad adquisitiva nunca antes vista, con ellos nació el mercado infinito.

La vejez no es parte de la estética de los mass media, es una suerte de maldición irrevocable, una infracción ante lo bello, ahora la lepra es la arruga a la que hay que expulsar de las vitrinas hedonistas del reino de la imagen. Envejecer es el gran tabú de la sociedad moderna, y Ratelband a sus 69 años lo sabe.

miércoles, 7 de noviembre de 2018



Barranco


Hay momentos frágiles y el despertar es para mí es uno de ellos. Por lo general abro los ojos con recelo, sin saber a ciencia cierta que me espera a este lado de la realidad, o si sigo en ese largo viaje de las horas del sueño. Para mí, es como nacer todos los días, no hay uno igual a otro, siempre me levanto con la sensación –los primeros tres minutos- de que estoy aquí por primera vez, y en ese breve lapso de tiempo lo que hago es recuperar mi memoria de todos los días, en solo dos pasos ir al baño y prepararme un café.

Pero ese día fue la excepción. 

Abrí los ojos y escuché correr el agua de la ducha, entonces a esa mi fragilidad de despertar se sumó esa otra la certeza de estar acompañado, la certeza de haber dormido con alguien, una especie de “Alíen” que se coló en mi mundo y que en ese momento se bañaba en mi baño, me resultó intolerante, todo baño es un santuario personal. Abrí los ojos para espiarla y vi que estaba en la fase transitoria de abandonar mi bunker.

Esta como otras, debía ser una despedida impersonal, la única que se puede dar después de un barranco, porque al día siguiente al amanecer siempre uno concluye que esa persona ya no te dice nada, que es prescindible, porque ya tienes el sentimiento de rebote que es la súbita sensación de que entre los dos hay que marcar distancia porque no se cumple ni uno solo de los requisitos para seguir siendo los amantes que fuimos en la brevedad de una noche.



 Aquello que empezó cuando ambos le dimos paso a la euforia que suelen darse dos solitarios al mirarse, introduciéndonos en ese mar de fondo que son los gestos universales del coqueteo, después derivar en el tímido acercamiento, hasta llegar al hola como estás y bla, bla, bla, lo demás que sigue es una cadena de frases hechas, estrictamente para el consumo de la nocturnidad con su manual de usos estereotipados, porque aquí no se trata de ser nada original, porque a esa altura del juego los cuerpos se mueven con el piloto automático de los sentidos, que siempre los dirige hacia la ruta orgiástica, sin que ninguno de los dos oponga resistencia a inaugurar otro episodio de amor efímero. 


La vi, estaba de espaldas mientras se ajustaba la ropa, a esa hora, su cuerpo vertido en el espejo iluminado por la cruda luz del día, revelaba todos sus encantos, en ese momento lo que tenía ante mí era la imagen de una mujer joven, atractiva que estaba buenota, pero que pertenecía a ayer. 

Casi se instala esa mañana en mi apartamento, porque cuando me descuidé arrancó con una charla de las energías, de Conny Méndez y vainas así, me quedé mirándola como quien para nada está interesado en sus palabras. Así que no tuve otra opción y se lo solté: “¿Sabías que Conny Méndez se suicidó?”, le dije mirándola inquisitivamente y utilizando mi mejor tono de confidencialidad periodística.

-Sí, con toda su metafísica y su pensamiento positivo bla, bla, bla, un buen día no aguantó la depresión y se ahorcó, rematé.

Después de pronunciar esa última frase sé que no me lo perdonó. Nos quedamos viendo frente a frente, como dos pistoleros parados en el medio de un duelo en una polvorienta calle de un pueblo del Oeste a las 12 del mediodía, listos para desenfundar cada uno su respectivo Colt 45 en medio de una lacerante escena de inevitable despedida.

En ese momento sonaba una canción de Sabina que decía “Hola y adiós”, y el click de la puerta al cerrarse sin murmurar un adiós, me devolvió mi mundo con todas sus inexactitudes latentes, después de caer por un barranco.

jueves, 25 de octubre de 2018


Estambul


En mi libreta de apuntes y sospechas tengo anotada y subrayada en rojo la palabra Estambul, como sinónimo de reunión de realidades inhóspitas, ante las que hay que estar alerta. Sustantivo de lo ruin, nombre de una de esas ciudades donde pueden ofrecerte un banquete de antropófagos a la carta. Estambul me resuena como dotada de una arquitectura del horror, como las ciudades descritas por H. P. Lovecraft, como algo brutal y atroz. Con el nombre Estambul, asocié todo lo relativo a turcos, árabes, a la media Luna, ante lo que desarrollé casi una especie de fobia, tolerancia cero.

Sin duda, derivado de una psicosis transitoria, diría cualquier psicoanalista de la que sólo Hollywood y mi apasionamiento por el cine son los únicos responsables. Y eso me pasó con Estambul, tras ver la película Expreso de Media Noche que narra la pesadilla a la que es sometido su protagonista tras ser recluido en una prisión turca, al ser detenido con una carga de heroína en el aeropuerto de Estambul. Una película que te deja anclado al espanto y con nauseas las siguientes 24 horas.

Por eso aquella mañana que fui a la sala de espera del terminal internacional en Maiquetía, y vi en la pizarra que anunciaba los próximos arribos la palabra Estambul, mi realidad fue otra. Y es que había tantos cuentos de esos vuelos internacionales procedente de esa oscura ciudad, que estuve rato contemplando la pizarra, tratando de convencerme de que no se tratara de un error, en una lista de arribos en la que aparecían Quito, Bogotá, Puerto España, Costa Rica; Estambul era la palabra disonante.

En el terminal internacional del Aeropuerto de Maiquetía, hay más funcionarios uniformados que pasajeros. No hablemos de los vestidos de civil disfrazados de agentes secretos, se agrupan de a cuatro por toda el área de espera. Venciendo los prejuicios pregunté a uno de los uniformados, que si siempre llegaban vuelos de Estambul, con cara de bonachón y de responder una curiosidad casual, dijo en tono afable, llegan todos los días, pero primero hacen escala en Cuba. Y usted a que se dedica, preguntó. Soy periodista le contesté. La cara del hombre cambió a estado de pocos amigos, su mirada se tornó capciosa y tomó distancia. 

Traté de hacerme el desentendido, pero cuando levanté la mirada lo vi hablando con un primer grupo de uniformados, y vi que a medida que les contaba todos me clavaban las miradas. Yo veía la pizarra la palabra Estambul y ellos vigilaban mis pasos. Me retiré hacia la fuente de soda. Enseguida aparecieron los primeros cuatro de civil, con radios y dejando entrever las cachas de sus pistolas poco disimuladas bajo sus camisas, todos con caras de mensajeros de ministerio, se pararon justo detrás de mí.

Imaginé siendo conducido a una oficina de interrogatorios y la odisea de una detención, por periodista fisgón, espionaje en un área estratégica, pudieran alegar. Cautelosamente giré sobre mis talones y me dirigí al quiosco de periódicos que está justo a la salida. Calculé que estaba a unos 6 u 8 pasos de la puerta, justo en ese momento otros dos se pararon justo frente a mí. Pensé en lo irremediable mientras la adrenalina hacía de las suyas en todo mi cuerpo.

Calculaba qué hacer, cuando escuché que gritaban mi nombre desde la puerta de arribo, caminé rápido y me metí en el tumulto de los pasajeros que acababan de llegar, tomé la maleta de mi amiga y le dije vámonos rápido, no voltees, salgamos por la puerta lateral que hay unos tipos que me están siguiendo. Nunca sentí a Estambul tan cerca de mí.

martes, 9 de octubre de 2018


Valencia sin agua




Eran las 11am y  el sol hacía arder las calles de Valencia, convirtiendo a la ciudad en un inmenso sauna, era una de las razones por la que Juan Campo despertó en un mar de sudor, la cabeza embotada y la garganta tan seca como uno de esos pasos cavernosos que hay en las montañas del desierto.

Caóticas imágenes de la noche anterior golpeaban las puertas de su mente tratando de salir todas al mismo tiempo. Recordó que había bebido como un cosaco y estaba enratonado, entendió porque soñó que estaba durmiendo al pie de un volcán de donde salían pingüinos con abrigos de peluche escurriendo chorros de sudor.

Pidió tiempo a su mente y se fue a la nevera, necesitaba agua fría para aclarar sus ideas. Pulso el dispensador de agua y salió un sonido estertóreo de aire frustrante. Miró hacia el mueble de la cocina y vio que la jarra estaba vacía, sin una gota de agua, igual que el botellón. Seguro se acabó  toda anoche, pensó. Eso le dio más sed.

El fregadero estaba hasta el tope de corotos sucios y sintió asco de tomar agua del grifo. Se fue a la ducha, en el camino fue deshaciéndose de la ropa, abrió la regadera, está rugió como un dragón y de ella salió una bocanada de aire caliente que dejó al  baño convertido en un horno. No había agua.

Terminó lavándose la cara y cepillándose los dientes con agua oxigenada, y dejó caer sobre su cabeza un litro de jugo de naranja Frica,  lo único frío que encontró en la nevera. Bajó y no vio a un solo vecino, ni al vigilante. Sintió era el único habitante de Marte derritiéndose con 140 C. de temperatura.
Juanita la señora que trabajaba en su casa antes de irse el viernes le dijo, agarre agua que Valencia está seca, y no se sabe hasta cuándo. Pero el confiando en el sendo tanque del edificio no se preocupó. Ignoraba que  el vigilante que hacía las veces de conserje, portero y utilitis, no había ido a trabajar en toda la semana, y nadie se ocupó de llenar el tanque y  menos de racionar el agua.

En la panadería no encontró agua, ni en el supermercado, ni en la licorería, un ejército de vecinos sedientos acabó en los últimos dos días con toda la existente. Compró refrescos, los pocos que quedaban.

La calle era un desfile interminable de gente desesperada deambulando de un lado a otro con envases plásticos buscando agua. Unos sacaron unos pocos litros del sistema de riego del parque, el que desmantelaron. Un grupo más osado armado con una llave de paso de bomberos abrieron los conectores del hidrante contra incendios de la agencia Banesco de la esquina, pero no salió ni una gota. Los camiones cisternas que llegaban eran subastados, previa costosa transferencia podían llenar de agua el tanque de un edificio.

Valencia estaba viviendo un apocalipsis por el agua. En Trigal Centro y Lomas del Este, se reportó que bandadas de pájaros caían muertos en pleno vuelo por deshidratación. Los vecinos de El Parral,  le hicieron un  velorio a Hidrocentro con urna de cartón que prendieron en candela. Otros optaron por irse a Caracas o Maracay, incluso Barquisimeto, a bañarse, a lavar y a buscar agua.

Asomado por el ventanal de su apartamento, vio avanzar un cielo gris con truenos sobre la ciudad.  Al minuto caían las primeras gotas, entonces vio que las azoteas de los edificios vecinos se llenaban de gente en traje de baño y chores, armados con champú y jabón, bañándose bajo la lluvia. La desesperación se contagia, y subió por su parte de lluvia, pero un candado colocado en la puerta de la azotea le cerró el paso. Andaba descalzo, se acostó en el piso frío imaginando que era agua.

Douglas González - Crónica Urgente / Diario LA CALLE

domingo, 23 de septiembre de 2018



¡A mí no!


Magda Terán, una espigada morena de tez oscura, con 1,73 metros de alto y un cuerpo cincelado por el deporte, no tiene trauma en que le digan la Negra, aunque es la única en aquella zapatería para gente fresi, llena de carajitas con aspiraciones a sex symbol, donde trabaja de 9 a 6 de la tarde, de lunes a sábado, junto a otras cuatro vendedoras, esas que siempre están obligadas a pagar con su cuerpo una prima por sus ventas al baboso árabe dueño de la tienda en el depósito de arriba, a donde las hace subir en la lentitud de la tardes.

Con ella lo intentó un día, le dijo que subiera, apenas ella entró al laberinto de estantes repleto de cajas, la abordó, intentando abrazarla por la cintura, atrayéndola hacia él, ella reaccionó con una fuerte sacudida que liberó su cuerpo elástico de sus intenciones, del olor a ajo y a café piche que salía de su boca, y de un empujón lo sentó de culo.

-A mí no- le gritó ella a todo gañote-, y ya me voy pa ´l coño. Salió disparada del depósito y bajó las escaleras en 3 segundos, temblando de miedo y  arrechera. Sabía que el árabe de la tienda era un sadicon, pero ella siempre sintió que estaba fuera del carrusel sexual, donde tenía a las otras empleadas, todas con el mismo perfil, chamas bonitas, madres solteras provenientes de barrios marginales con urgente necesidad de dinero, la que no lo complace la bota.

Estaba recogiendo su cartera cuando Nataly, una de las vendedoras le dijo “el jefe te llama por teléfono que no te vayas sin hablar con él primero”, ella respondió “dile que me voy”. Nataly le dijo al oído “chama aquí no estas mal, habla con él, piensa en tu chamo, no te puedes quedar sin trabajo”.
Apenas tenía en su cartera para dos días de pasaje, y la nevera ya daba señales de alarma. Lo que le pagaban en el gimnasio por las clases de aerobics apenas alcanzaba para algo. No quería pasar hambre y que su cuerpo desapareciera. Además estaba lo del celular que todavía estaba pagando, su  ventana al mundo de Instagram y Facebook.  

Así que aceptó las disculpas y el eso no volverá a pasar. Pero ese día hizo un pacto consigo misma, le agarró arrechera a los árabes.

En su casa nadie la llama negra, todos le dicen Donna, por Donna Summer una estrella de la música disco de los 70 que era la favorita de su mamá. Su abuela le dice que ella es una negra culí,  por su pelo liso, ligeramente encrespado y lo refinado de sus facciones, lo que debe a su papá un merideño blanco como la leche y altísimo, fue profesor de educación física hasta que murió delirando de una pea.

Todos le preguntan porque tiene en su cuarto un afiche de Vladimir Putin, si no es comunista, y ella responde “es que ese carajo si está claro, mandó a los árabes pal carajo, diciéndoles que en occidente no hay lugar para ellos, menos para su incivilizada religión, los llamó incultos y bárbaros, que debían quedarse con sus peos en sus tierras, y es verdad, porque lo que vienen es a joder”.

Por eso cuando este sábado vio en twitter que un atentado en Irán era segunda tendencia, sintió una gran frustración, preguntándose a ¿quién coño en Venezuela, que tiene que pelear con una jauría de gente para montarse en el Metro, atravesar medio barrio, con el alma en vilo para llegar a su casa y parir una harina pan, le interesa lo que pasa en Irán? Por eso es que este país está jodido, lo más triste de la vaina es que aquí nadie sabe dónde queda el jodido Irán. ¿A quién le importa? ¡A mí no!

Douglas González / Crónica Urgente -Diario LA CALLE


miércoles, 12 de septiembre de 2018




El oficinesco asesino del tiempo

La oficina es un hábitat de náufragos, no existe ningún otro espacio que reúna tanta existencia postergada, tanta vida fallida como la de esos seres que pueblan ese territorio de esperanzas ambulantes, sin asidero donde todos llevan en la frente la etiqueta “lo que pudo haber sido y no fue”.

¿Quiénes están en una oficina? Los que decidieron rendirse, los que perdieron el último tren por llegar tarde o no correr lo suficiente, los que se negaron al segundo esfuerzo, los que pensaron que hacer lo  mínimo era suficiente, los que sienten vértigo ante los grandes retos, los que dieron media vuelta. Los que renunciaron antes de tiempo. Los que prefieren quedarse en un recodo del camino. Todos malos remedos de Baterbly, ninguno siquiera llegará a pisarle sus talones.

Todos gente a medias, quisieron ser algo y no lo lograron, ahí siempre encontraremos contadores, que desearon ser estrellas de rock,  analistas que soñaron ser médicos, técnicos en…equis cosa que se creen ser genios de la NASA,  todos hombres grises que terminaron llenando los trámites para anclarse en ese universo de la conformidad. Recepcionistas con anhelo de ser una de las Kardashian. Todos deseando ser algo, menos lo que son. Todos menos Barterbly.

Y es que Barterbly rebasa su representación, su apariencia pulcra, educada, respetable, circunspecta, seria, serena de tono grave y decidido, como se nos describe al personaje del escribiente creado por Herman Menville, y que ha pasado a ser parte del imaginario social, hoy un síndrome psicológico, un ícono del no hacer, el oficinesco por excelencia, un asesino en serie del tiempo.

Bartebly se asume como un ícono de lo unidimensional, para eso no requiere subterfugios, es Él, y nada más. Es uno de los pocos que comprende que el tiempo no es una cosa, ni una idea, sino el lugar donde transcurren las cosas, y si no hace nada, es como que el tiempo no transcurra, no pase, no suceda, deje de existir. Para él hacer es transcurrir, por eso Barterbly no labora ni de día ni de noche, no hace absolutamente nada. Salvo estar allí. Con su cara diligente, su postura de perfección milimétrica y sus gestos eficaces que siempre hacen ver que está ocupado en algo sumamente importante pero que nadie nunca sabe qué.

Cuando el Jefe le da una orden, con toda la naturalidad del mundo, Bartleby se limita a decir “preferiría no hacerlo”, y esa frase es la única que se escuchará de sus labios, y con pasmosa indiferencia girará sobre sus talones y con absoluta actitud monástica y una imperturbabilidad que nadie se atreve a poner desafiar, irá a sentarse en su escritorio con la lenta parsimonia de quien disfruta asesinar al tiempo segundo a segundo.

¿Pero quién es Bartleby? Para los seguidores de una secta que floreció en Nueva Inglaterra Bartleby es la representación del aciago demiurgo, el último de los dioses que llegó a crear al mundo cuando estaba agotada la materia de la perfección, y creó con el desecho, con la materia postergada de viejas creaciones. Incapaz de redimir su creación, imposibilitado de corregir su rumbo errático, se limita a contemplar día a día con impasibilidad absoluta la representación caótica de su obra, consciente de su fracaso, prefiere no hacer nada.

Por: Douglas González - Crónica Urgente / Diario LA CALLE


martes, 11 de septiembre de 2018



Un recuerdo por 25 soberanos



-Son 25 soberanos- le dijo la mujer.

Él le vio la cara y a su memoria le tomó unos segundos reconstruir ese rostro, apartando las arrugas que los años habían acumulado, surgía algo conocido. Cogió el vaso de café del carrito de dulces, le entregó el pago sin dejar de observarla, tratando de descifrar de dónde le asaltaba su recuerdo, hasta que del fondo de sus ojos vio esa mirada única capaz de permitir reconocer a una persona entre mil, como si la mirada fuese otra huella dactilar.

-Te conozco-, le dijo.

-Tuvo que haber sido hace tiempo -, respondió ella, poniéndole a su voz una evocación lejana como quien habla de otra vida.

Al escucharla armó el rompecabezas en su memoria, la vio emerger con su imagen treinta años atrás, era Maribel, la primera modelo profesional que hubo en su cuadra y que se manejaba como una diva porque era extra en telenovelas. La que cuando llegaba en su carro, un deportivo color amarillo, todos dejan de hablar y guardaban un silencio tan absoluto que podían llegar a creer que eran invisibles.

Recordó que ella era una mezcla de Shakira con Jennifer López. Verla llegar y estacionarse en la puerta del edificio era el espectáculo de cada tarde. Todos se paraban en fila para verla bajar con su minifalda que disparaba la fantasía más íntima, entrever la ruta de los secretos de su cuerpo, y siempre después de los breves segundos que duraba esa visión erótica cada uno juraba haber visto algo más, de ese objeto de deseo que a todos hipnotizaba.

-Claro, Maribel, la hermana de Joseíto de Residencias San Juan- dijo. Ella se sorprendió, entornando los ojos con un poco de vergüenza.

-Sí, claro soy Maribel -y en ese instante lo reconoció y lo llamó por su nombre-, tu eres William, chico ha pasado tanto tiempo, imagínate no nos habíamos visto desde que éramos unos chamos.

Recordó a Joseíto que jugaba mal y era torpe para todo, pero tenía ese gran salvoconducto para ser incluido en todas las partidas, su hermana.

Pensó, el tiempo y el desenfreno vivido no habían podido terminar su trabajo demoledor, Aún su cuerpo mostraba una silueta definida, y su cara madura pese a los surcos reflejaba la bella mujer que había sido.

Hacía más de treinta años la había visto tocar fondo. Un día llegó tan fuera de sí que apenas pudo estacionarse y se quedó durmiendo en su carro, con los vidrios abajo y medio desnuda, los borrachos de la cuadra se turnaron toda la noche para cuidarla. Luego desapareció de la pantalla de TV. Su carro se descompuso y pasó años estacionado hasta que se cayó a pedazos. Fue cuando ella resolvió vivir para la noche, ignorando que cada amanecer se apagaba más su propia estrella.

--Joseíto está en Panamá –comentó ella- yo me rebuscó aquí, vendo mi café, dulces y pastillas, desde un Atamel hasta zitotec. Pero lo que más me da es que leo el cigarro a las chamas de los ministerios, les cobro 200 y sacó unos mil diarios.

-Pásate con tiempo un día y nos tomamos algo –le propuso con cierta nostalgia-, y él recordó aquél sábado cuando ella aún era la diosa de aquel pedazo de Caracas, que le pidió un cigarro, se sentó junto a él en el muro, y a la tercera bocanada le pregunto ¿y tú no hablas? Ignorando que desde que la vio sólo había pensado mil cosas que decir que pudieran impresionarla.

Terminó su cigarrillo y cuando aplastaba la colilla con su zapato ella dijo, “mañana voy a bajar a la playa, si quieres me acompañas, eso sí a las siete en punto en la puerta del edificio”.

 Esa noche no durmió.

Douglas González - Crónica Urgente / Diario LA CALLE




Esquizofrenia en la sala de espera


-Sentiste la vaina, ese temblor no fue natural-, le dijo su primo Joaquín cuando la llamó por teléfono una hora después del sacudón de 7,3 en escala de Richter, que había estremecido al país entero.
-¿Dónde estás?-, preguntó.

-Todos nos vinimos para Parque Carabobo, porque hay mucho espacio abierto, por si acaso hay una réplica, vamos a esperar aquí un rato-, contestó ella.
-Nos vemos allá en cinco-, dijo él.

Llegó y se la llevó caminando lejos del grupo, y le habló de que se sospechaba que el temblor fue generado el sistema Haarp, una supertecnología desarrollada por los gringos del imperio capaz de causar eventos y catástrofes naturales.

-¿Y eso para qué? -, preguntó.

- Imagínate si aquí ocurre una desgracia descomunal ellos tendrían la justificación para invadir el país-, le aseguró con tono de gravedad-. No es nada casual que haya llegado a Colombia ese gigantesco barco norteamericano, disfrazado de Hospital flotante, que no sabemos en realidad qué diablos carga adentro y a los dos días se se registre un terremoto en Venezuela.

Enseguida se fue con cara de alucinante preocupación, no sin antes recomendarle que durmiera vestida, y tuviera un morral a la mano con agua, alimentos no perecederos y una linterna por si acaso había un segundo ataque.

Ella quedó con una sensación extraña, sabía mejor que nadie que su primo Joaquín tenía fama de atolondrado en la familia, porque creía en Ovnis, la nave madre, la visita de extraterrestres  y vidas después de la  vida, la perdida Atlántida, el cordón de plata, los viajes astrales y el tercer ojo.
Aunque  ella jamás fue una crédula a tiempo completo y a cada afirmación de su primo, se reservaba un poco de duda, pero siempre le ponía el subrayado, de que vuelan, vuelan.

Recordó la inquietud que se le hospedó en la boca del estómago desde el diciembre pasado cuando su primo Joaquín, parado en la planta baja del edificio alzó la mirada para ver la larga estructura de 23 pisos, y le dijo, múdate cuando puedas de esta vaina porque la madre tierra está arrecha y lo que viene una cadena de terremotos.  Ella vivía  en el 22, fue su opción para conseguir un apartamento barato en el centro de Caracas, como casi nunca servían los ascensores la gente los vendían a precio de gallina flaca.

Por lo que pensó que lo del Haarp, era otra de las ideas locas de su primo y recordó cuando una vez unos años atrás, entró desaforado a su apartamento, advirtiéndole que un Diputado, que además había sido oficial del Ejército, había denunciado que a través de Direct TV somos espiados en nuestros hogares. Ese mismo día sacó el televisor de su cuarto, no es que ella estuviera reventada de buena, pero no le causaba gracia que la estuvieran buceando en pantaleta y sostén, que captaran algunos de sus desnudos o que ojos anónimos grabaran los gestos de su intimidad.

Salió a botar la basura y se encontró a Daniel el misterioso del edificio, con unos guantes plásticos puestos, botando por el bajante paquetes de lentejas, leche en polvo, Mazeca, aceite y todos los alimentos que trae la caja subsidiada del gobierno.

-¿Qué pasó, se te dañó esa comida?-, le preguntó.

-No, está en perfectas condiciones, es que tengo la sospecha de que el Gobierno fragua una conspiración colocando químicos en estos alimentos para tenernos como zombis y convertirnos a todos en una cuerda de pendejos.



Crónica negra para el periodismo


Hubo un tiempo que en el periodismo se tejían verdaderas historias, que fácilmente competían con el género de la narrativa de suspenso. Así nació la gran prensa. Eran los tiempos cuando en las salas de redacción se comenzaron a despachar noticias con los matices narrativos de una novela policial, ahí nació una de las principales vertientes del nuevo periodismo, las otras vinieron después.

Anthony Provenzano y Jimmy Hoffa, pertenecían a la misma tribu, la mafia. Pero Provenzano tenía un salvoconducto para morir de viejo: era italiano de Génova, genuino hijo de “la cosa nostra”,  mientras que Hoffa era una fabricación circunstancial. Ambos manejaron por décadas la Unión de Camioneros, el sindicato más grande de los Estados Unidos con el que la mafia lavaba dinero, hacía operaciones encubiertas y disponía de la red de transporte más grande la nación, capaz de transportar cualquier cosa a cualquier lugar sin la menor sospecha, Jimmy Hoffa, era su presidente, Provenzano su vicepresidente.

Vestían de manera similar, fumaban los mismos habanos, comían en los mismos restaurantes, obedecían a casi los mismos gustos, quizás hasta usaran la misma colonia. Ambos fueron juzgados y encarcelados. Muchas cosas unían a estos dos hombres, pero una los distanció, Provenzano era un mafioso de N.Y, quien respetaba y seguía sus códigos, jamás los violentó. Mientras que Hoffa era el típico norteamericano fraguado en las calles, alguien que la mafia utilizaba para sus intereses, casi un objeto, que en algún momento pecó de esa debilidad que suele atacar a los hombres con poder, el exceso de confianza.

El periodismo relató de manera diferente al enjuiciamiento de estos dos hombres el de Provenzano pasó a los anales de la crónica, escrita por Jimmy Breslin, con todo el sello estilístico de una novela negra, con la descripción de cada escena, cuadro por cuadro, como si se tratara de  un comic de pulp fiction, un hito con el que inauguraba una nueva forma de relatar noticias, llena de matices literarios, el nuevo periodismo.

AQUELLA CRÓNICA DE BRESLIN
“La mañana -relata Breslin- no estaba nada mal, el patrón Tony Provenzano, que es uno de los capitostes de la Unión de Camioneros, recorría arriba y abajo en el pasillo que da paso a este tribunal federal de Newark, con una pequeña sonrisa en el rostro mientras sacudía por todas partes la ceniza de su boquilla blanca.

-Hoy hace un día estupendo para pescar –decía Provenzano-. Tendríamos que salir y hacernos con un par de truchas.

“Luego separó las piernas un poco para abordar a un tipo gordo que se llamaba Jack, que vestía un traje gris. Tony sacó la mano izquierda como si lanzara un anzuelo sobre ese Jack.
 “El diamante que Tony llevaba en el meñique centelleó a la luz que entraba por las altas ventanas del pasillo. Luego Tony se ladeó y le dio una palmada en el hombro con la mano derecha.

-Siempre en el hombro –rió uno de los individuos que estaban en el pasillo-. Tony siempre le sacude el hombro a Jack.
“La crónica se extiende describiendo a los acólitos de Provenzano rodeándole y adulándolo. “Mientras el sol hace resplandecer el anillo de su meñique. Dentro de la sala del tribunal sin embargo,  Provenzano empieza a recibir su merecido. El Juez empieza a reprenderle, y el sudor brota en el  labio superior de Provenzano. Luego el Juez le condena a siete años y Provenzano empieza a retorcer el anillo en el dedo meñique con la mano derecha.

“Finalmente Breslin remata su trabajo con una escena en la cafetería donde el joven Fiscal del caso está comiendo. “No llevaba nada que brillase en la mano. El tipo que ha hundido a Tony Provenzano no tiene un anillo de diamantes en su meñique”.

jueves, 2 de agosto de 2018


El  inevitable caos de levitar



Pensemos por un instante que pueda hacerse realidad - a través de la tecnología de los materiales superconductores como lo viene anunciado el mundo científico- el arte de levitar. El mundo tal como lo conocemos comenzaría a desaparecer por esa especie de cataclismo silencioso donde todo flotaría por los aires.

Los corazones de los enamorados tendrían realmente alas más allá de la declaración de las metáforas. Sería la primera gran derrota universal del celular y del Whatsapp. Los novios apasionados pudieran cortejar toda la noche suspendidos por los aires, frente a la ventana de la amada, pasearse frente a su balcón, incluso entrar y salir por cualquier ventanal de su casa cuando se les antoje.

Los promotores del odio tendrían a la mano todos los caminos del cielo para materializar sus venganzas. Los suicidas sólo tendrían que elevarse a las alturas y dejarse caer. Los borrachos y los parranderos harían de las suyas en el cielo nocturno, montando sus jolgorios en los patios desiertos de las nubes. Habría menos pretextos para la infelicidad.

Las ciudades serían duplicadas una arriba dispuesta para los que dispondrían de la levitación y otra abajo para los terrenales, aquellos que no tendrían jamás la virtud de flotar por el aire, como los que padecen de vértigo. Las casas tendrían dos fachadas, la de su frente de siempre y otra que sólo se alcanzaría ver desde las alturas. Habría que tener una policía especial, así como servicios de repuesta inmediata, señalizaciones con límites de velocidad, altura, navegación y desvíos; también mapas, coordenadas, iluminación, y todo tipo de soporte tanto para los que viajen con minúsculos aparatos como para los que lo hagan en limosinas o verdaderas fortalezas flotantes.

Se acortarían las distancias, en un universo donde caminar sería una curiosidad reservada a los catálogos de las viejas costumbres humanas.

Aquí abajo en la tierra se multiplicarán los peligros, en un mundo sitiado por la levitación, cualquiera podría mover objetos a su antojo, lanzarlos contra otro.  Las marchas y las protestas de calle dejarían su razón de ser. Cesarían las trancas del tráfico, los organismos de seguridad y emergencia realmente volarían para atender las llamadas de socorro. Los alumnos descontentos, así como los terroristas tendrían una nueva arma, haciendo volar cosas por los aires.

A Cristo se le adjudica el acto de levitación más famoso de la historia, cuando dicen caminó sobre las aguas; otra es la de la alfombra mágica de Aladino, capaz de volar a través de los cielos de las historias fantásticas de los cuentos Las Mil y Una Noches.

Pero más allá de la levitación dentro del ámbito mágico-religioso que describe hazañas como la de san José de Cupertino a quienes los frailes lo veían volar y quedarse por horas pegado al techo, la de Santo Tomas de Aquino que flotaba cuando estaba junto a los altares, o la levitación misteriosa de Santo Domingo de Savio,  la suspensión del suelo de Santa Catalina de Siena con sólo invocar el nombre de Jesús, y la de San Francisco Javier a quien se le encendía un corazón en llamas en su pecho antes de flotar por los aires, existe la levitación física. La levitación a través de los materiales superconductores que se debe a la capacidad de levantar objetos del suelo liberados de la fricción mecánica. Dicen los estudiosos de la física experimental que levitar es algo que ya está  a la vuelta de la esquina.

domingo, 15 de julio de 2018




Esa ridiculez llamada lenguaje inclusivo




La única evidencia real de lo que somos como civilización está en el lenguaje, el código de la creación y el arca de la memoria humana. Nunca la lengua española estuvo tan amenazada por una lluvia ácida como ahora, tras la propuesta de la vicepresidenta del gobierno español, y militante de izquierda Carmen Calvo, con eso de impulsar una reforma para adecuar el texto de la Constitución Española al lenguaje inclusivo, para lo que se le ha solicitado estudio a la Real Academia Española del Lenguaje, y de prosperar, tendría hondas repercusiones en todos los países hispanohablantes. El argumento de Calvo no es semántico, ni responde a una inquietud filológica, para ella es un asunto de estrechez económica, evitar repeticiones sintácticas que según ella, complican la lectura y redacción de los textos, flojera mental, indudable. 

Calvo es archiconocida por ser una ayatola feminista, inquisidora de todo aquello que sospechosamente le huela a supremacía varonil, tan así que se opone al concepto sublime del amor y  le ha declarado la guerra señalando que el amor romántico es un ejercicio de machismo, quizás influenciada por la serie “The Handmaid´s tales”,  piense que  la cúpula no debe ser placentera sino que debe limitarse, victorianamente (cultura sexual del siglo XIX) a ser reproductiva, no sería de extrañar que pronto proponga decretar el fin de la felicidad estremecida de los orgasmos.

El problema de los ayatolas de izquierda, como la Calvo y sus seguidores, es que están atrapados en su propia ideología, por eso jamás han encontrado la forma de combatir la sociedad existente sin apelar a propuestas o salidas totalitarias.  Las revoluciones buscan destruir todo lo burgués, pero no para liberar al hombre, sino para encadenarlo de la peor manera. Incapaces de manejar la realidad, tal como es, pretenden tomar por asalto el lenguaje, donde ésta se describe, valora y contiene. ¿Habrá menos males? ¿El ser humano será mejor?

El lenguaje inclusivo es una estupidez, y la Calvo, la peor ministra de cultura que ha tenido España, por su evidente incultura, de manera supina evalúa algo que no conoce, ni sabe el alcance de lo que pretende hacer. Ignora que las palabras son signos con los que nombramos la realidad. Pero las palabras hablan de las palabras no de las cosas. De hecho, las cosas no son lo que son, en realidad son lo que hablamos de ellas. Cuando hablamos seleccionamos un signo que creemos expresa mejor a nivel de su contenido lo que queremos significar. El lenguaje no se genera espontáneamente, ni en automático –lean al filósofo del lenguaje Jacques Derridá-, es un proceso de decantación, elegimos palabras y desechamos otras, excluimos lo que no nos parece o nos suena a lugar común. Siempre estamos seleccionando un significante en detrimento de otros.

Hablar de lenguaje inclusivo es una falsedad, algo burdo. Subvertir el lenguaje es atentar contra nuestro código diferencial como especie, porque él es el que nos permite auto-crearnos y definirnos, cuyos significados son abstracciones, la vanguardia del pensamiento. Nada escapa del lenguaje. El hombre aborda lo real a través de él, nombra el mundo y le da sentido. ¿Qué pretenden dejarnos en lo básico? Porque el lenguaje inclusivo sirve para bípedos y para aquellos que ostentan mentalidad lumpen. Imaginemos leer Don Quijote aplicándole el desdoblamiento de todos los sustantivos originales del texto en su forma masculina y femenina, una total aberración. Lo tragicómico es que algunos líderes erráticos de la izquierda continental, ya le hacen seguidilla a esta propuesta. Ya oímos por ahí a Evo Morales utilizar el lenguaje inclusivo en algunas declaraciones. En el mismo tenor, Daniel Ortega, a lo que se suma el dantesco “compañere” (a manera de integrar los sustantivos compañero y compañera en uno solo), que viene utilizando de manera muy desdichada la señora Michele Bachelet.  

jueves, 5 de julio de 2018



Carta de un Premio Nobel

De Fernando Pessoa he considerado imprescindible El Libro del Desosiego, que reúne una serie de aforismos que escribió bajo el influjo de uno de esos tantos hombres que en momentos fue, y los que nombró con sus heteronóminos,cada uno dotado de sus alegrías y sus desdichas, de incertidumbres y de una lúcida filosofía, como suelen hacerlo los poetas insomnes, navegantes de ese mar de inquietudes en el que solía sumergirse ese que se llamó Bernardo Soarez, pero que en momentos también fue Ricardo Reis, en otros Alberto Caeiro o Álvaro de Campos, pero que en esencia siempre volvía a ser Fernando Pessoa.

Ese libro, dotado de una prosa impecable, impregnado de una atmósfera de quietud reflexiva que le da albergue a una serenidad en la que la cumplida rutina diaria y la contemplación de ese mundo de menudencias, en su ir y venir de la oficina, pareciera contener todos los anhelos de la existencia. 

Embriagado por la prosa del libro del desasosiego, escribí el cuento “La Fiesta de la Señora”, un texto en homenaje a la palabra y al estilo pessoniano, y a su eco verbal de gente educada de la década de los 30 del siglo pasado, con su lenguaje culto y demorado en su predominante decencia. Siempre he sentido algo especial por ese cuento, dudo que esté entre los mejores que he escrito, pero sí creo que tiene una especial resonancia y es el que más he dado a leer a mis amigos poseedores de la condición crítica sobre un texto.

Cuando terminé de escribir La Fiesta de la Señora, y con los efectos de quien ha tenido una resaca, que me dejó lleno de dudas y no menos vacilaciones, escribí una carta a José Saramago, premio Nobel de literatura 1998, por cuya obra siempre he tenido gran afecto y aprecio –es la única carta que he escrito a un escritor consagrado en mi vida-, en la que le expuse mis inquietudes sobre mi quehacer como narrador y mi decisión de dedicarme de manera mucho más formal a la literatura. Esa carta la acompañé con una copia del cuento La Fiesta de la Señora, ambas se las envié a su dirección en Lanzarote, islas Canarias en España, en la que también mencioné otros proyectos literarios que me embargaban en ese momento. Transcurría el mes de mayo del 2008 según recuerdo, lo hice sin tener la mínima certeza de una respuesta, pero si convencido que necesitaba una apreciación mucho más real y definitiva que los elogios de unos amigos. Y como un jugador que lanza su última carta, dejé en la respuesta de Saramago si debía continuar con mi oficio de escribir.

Una mañana decembrina, cuando la carta enviada a Saramago ya se había convertido en una anécdota, apareció en mi buzón de correo la respuesta del Premio Nobel; habían transcurrido siete meses, un texto muy breve pero contestó dando cuenta de haber leído con atención mi carta y también el cuento. En la que dijo:

Escriba, nunca deje de hacerlo. Disfruté los logros de su cuento, en él usted me paseó por la calle de Los Doradores y me asomó por una ventana hecha de palabras por donde pude ver los rostros, los paisajes y los ambientes, los nombres y los sonidos de ese tiempo remoto que fue el mundo de Bernardo Soarez, que Fernando Pessoa construyó para él. Usted me he permitido reconocer una mudanza en los rasgos inéditos de su personalidad que estoy seguro serán una revelación para cada lector. Mi mejor consejo es escriba, manténgase escribiendo que usted lo logrará. 

Y eso he hecho.

lunes, 2 de julio de 2018



La dictadura del bisturí

La belleza de la mujer venezolana cedió su territorio que siempre mostró una amplia diversidad  estética, a la fabricada impostura del bisturí. Venezuela es el país latinoamericano mayor exportador de mises y donde se rinde culto a la belleza femenina, y donde la mayoría de las mujeres no están dispuestas a pensarlo dos veces antes de ir a una mesa de operaciones buscando lucir las medidas estándar que acerquen su imagen a la de una Miss Venezuela.  Al principio, buscaban realzarse las lolas, otras, las más exigentes pagaban para lucir como la vedette Diosa Canales (clase C),  Jennifer López (clase B) o  Kim Kardashian (clase A).

Cada día son más las que calcan la belleza en una mesa de operaciones. Ya no se trata de mejorar la apariencia, sino de aumentarse los atributos, un ponme más aquí o quítame más acá. Perfeccionar la medida de sus senos, con implantes, y la compactación de su cintura aplicando la liposucción. Porque en este nuevo código estético hacerse de una cinturita de avispa es uno de los rangos del orgullo, para lo que hasta las más atrevidas, le quitan a su esternón la última costilla de lado y  lado.

El bisturí ha violentado la genética, con la consecuencia de que la mujer  venezolana pareciera ser producida en serie, todas se ven genéricamente iguales, con las mismas dimensiones, medidas y formas. Todas tienen operadas las lolas con igual resultado, realzadas con prótesis postizas, que parecieran tener una medida mínima de “bra” aceptable en 36C. El pompi, con igual suerte, reacomodado, o rearmado, con igual relevancia y su consabida cinturita. La vestimenta no escapa de ese serial, toda la indumentaria se repite solo: tops o franelas cortas, vestiditos, jeans ultrapegaditos al cuerpo, zapatos con plataforma y tacón alto, que realcen la figura y su caminar amenazante que si te detienes a verlas mucho tiempo pueden secarte hasta la última gota del humor vítreo  y vaciarte el arco de tus pupilas. 

Así te las consigues por todos lados,  un modelo multiplicado mil veces,  en el gimnasio, en la playa, en el café, en los centros comerciales, en los restaurantes. La belleza dejó de ser un atributo único para pasar a ser un producto más del mercado, sólo se necesita tener el dinero y el bisturí hará lo demás.

En Venezuela, el país más hedonista del Continente, donde todo se festeja y derrochamos placer por cualquier cosa, donde se le pone nombre propio y se le asigna un concepto a todo lo que aparezca como novedoso, a esta versión tunning de la mujer venezolana, la que forma parte de  la base piramidal de su estilo,  se le conoce como estilo loba, por todo lo que contempla su lenguaje corporal relevantes atributos, acentuadas curvas,  lo sinuoso de sus movimientos capaces de despertar en un solo estallido todos los instintos, lo seductor de su vestir;  siempre a la caza de la atención de su entorno; misteriosa, cauta y calculadora en sus aproximaciones, y en apariencia indomesticable. La mujer como extensión del uso del bisturí más que sus atributos exhibe la insondable apariencia de una fabricada belleza.

sábado, 30 de junio de 2018


Caracas: un cielo azul pintado por guacamayas

Caracas ya no es un nombre, sino un espacio que muta a cada instante que se nombra, y su nombre antiguo parece estar obligado a perseguir cada día eso nuevo que termina siendo ella, para nunca dejar de parecerse a lo que convocan esas tres sílabas del ancestral fonema indígena de los caribes.

Caracas es una metáfora, con nombre de ciudad que puede significar muchas cosas a la vez, la alegría, la derrota, la victoria, la esperanza,  la tristeza, la exuberancia, la pesadumbre, la abundancia y la penuria, la parranda y la nostalgia de soñarnos algo que queremos ser y ya no somos; pero sobretodo Caracas es una forma de vivirla inventada por nosotros mismos.

La complejidad de Caracas, lo que la hace difícil es que las ideas que existen sobre la ciudad se yuxtaponen y terminan definiendo su realidad geográfica, entonces Caracas termina siendo una idea de ciudad convertida en accidentada metrópolis. Por eso Caracas tiene mucho de esnobista y novelera, quizás sea esa la razón por que la vive aferrada al cerro el Ávila, su eterno espíritu vigilante, la animada y sempiterna cordillera que la separa de ese mar de embrujo que es el Caribe. El Ávila, un puente entre esas dos realidades a veces complementarias, otras irreconciliables; testigo único de las desnudeces de sus vestimentas, de las mudanzas de su rostro.



EL martes llegamos a esa Caracas en las tempranas horas de la mañana, poco después del amanecer, y esa es la hora que debes mirarla bien, porque es la única cara de bondad que te mostrará a lo largo del día. El negro Jo y yo íbamos entrevistarnos con el propietario de una planta de televisión que deseaba una asesoría para hacer una reingeniería del formato de su noticiero.

Subimos por Bello Monte hasta llegar a la cima de las colinas, llamamos al Gordo quien vendió la idea de hacer los cambios y nos presentó como una opción. Era una hora antes de lo acordado. Pueden venirse ahorita, pero deben esperar en el jardín de atrás, o en la panadería que está más arriba a que yo los llame, todavía no los puedo hacer pasar, aquí hay una gente importante reunida y ustedes son periodistas y se trata de mantener la confidencialidad de quien se reúne con quien, nos dijo. Entendida la seña del Gordo, nos fuimos a esperar tomándonos un café.

Cuando te bajas frente a la panadería el clima de esa parte del valle caraqueño te abraza con una brisa calma y fría, enseguida te reciben los graznidos de las inmensas guacamayas que brotan de todos lados, asomándose desde los árboles en medio de su abundante vegetación, resaltando en medio del tupido verde su largo plumaje de azul destellante de metro y medio de largo y su penacho amarillo.

Verlas revolotear entre la inmensidad serena de la calle le pone un acento bucólico a esa hora del día, pero entrar a la pastelería y verlas caminar sobre la barra al lado de la máquina de hacer el café “expresso”, y aletear sus alas para hacer su viaje corto entre una mesa y otra,  una y otra vez, buscando un pedazo de pan, parece una función ensayada de una perfeccionada domesticación.



No son de nadie, comenta uno que se da cuenta de nuestra mirada de asombro, vienen cada día y se van, sólo aquí puedes estar tan cerca de ellas, afuera en la calle ni se te acercan.

Para entrar a la panadería se sube una escalera de 12 peldaños, como quien va a un primer piso. Tiene una puerta de vidrio grande de dos hojas, una de ellas permanece abierta cuando alguna guacamaya lograba colarse en su interior. Afuera, al lado de la puerta, en un largo pasillo que se extiende hasta el fondo  paralelo al local,  bordeado por una baranda, donde había una hilera de no menos de 10 o 15  guacamayas posadas allí con su incesante cotorreo, a las que se van sumando las que los meseros van sacando del local, y ellas van y se posan a esperar las migajas que les dan los comensales.

En algún momento, ante un sonido estrepitoso, todas se echan a volar en bandada, pintando de más azul el cielo caraqueño. Regando con matices índigo el lejano Ávila que despunta con sus picos desde el otro lado de la ciudad.
Eso lo hacen a cada rato, comenta un señor mientras toma un tímido sorbo de café, ahorita vuelven otra vez, y a veces vienen con más, dice, y nos explica que la tradición de las guacamayas azules se ha extendido por todo Bello Monte, donde muchos vecinos las alimentan en sus balcones o ventanales de sus apartamentos.



Creo que hay más de 600 en esta urbanización. Muchas familias han adoptado a su guacamaya, incluso a grupos de ellas, son las mascotas y el símbolo de aquí, señala, y explica que esta práctica se ha extendido a otras urbanizaciones vecinas del Este de Caracas, hasta Baruta sabemos existen personas, comunidades enteras comprometidas en alimentarlas y atenderlas.
Una tradición que comenzó hace unos 40 años con un vecino de aquí que comenzó alimentando una y mire usted por donde ya vamos, dice uno de los asiduos a la panadería quien resaltó que todos los días viene a tomar su café para ver y disfrutar de las guacamayas.

El Gordo nos llama para que nos acerquemos al lugar de la reunión. Salimos de del café y su algarabía de guacamayas.

A esa hora el cielo es como un mar inverso. Las nubes se devoran unas a otras como inquietos tiburones hasta desaparecer del esmaltado añil caraqueño que en ese instante en más azul gracias al incesante vuelo de las guacamayas que cada día cruzan el cielo para que nunca pierda su color.