sábado, 18 de diciembre de 2021

 

La hora de la tarde


A esa hora la tarde dejó de ser azul y comenzó a vestirse de ese gris que anuncia que todo lo que está a nuestro alrededor comenzará a ausentarse con la oscuridad de la noche, Sentado en una mesa solitaria del café, que poco a poco se había ido convirtiendo en una estancia cada vez más silenciosa ha medida que sus comensales la iban abandonando, estaba un hombre absorto en la lectura de su libro, “Vértigo” del escritor alemán W.G. Sebald, no despegaba los ojos de sus páginas, ni cuando daba breves sorbos a su taza de café. 

Nada inquietante se revelaba en él, nadie hasta ese momento había reparado en su presencia, como cincelada a la mesa, salvo cuando faltaban cinco minutos para apagar las luces del establecimiento, uno de los meseros le anunció que ya iban a cerrar. Él era el único cliente sentado en aquél salón con cincuenta mesas y 200 sillas desoladas, su imagen solitaria sentado en medio de aquel desierto de cosas inanimadas, lo remitía a él, no como un hombre solo, sino como un hombre único, o como el único hombre tal como se sentía en ese momento.

Por eso cuando escuchó la advertencia de cierre no se inmutó, le pareció haberla escuchado en medio de un sueño, porque así sentía todo lo que le rodeaba; era percibido como algo ajeno a su conciencia; un asunto irrelevante e imprescindible como las jugarretas de los delirios promovidos por su imaginación psicógena, que le hacía ver un mundo de relación y certezas, como un todo concatenado, cuando en verdad en el mundo no había más que fragmentos de realidad.

Las luces se apagaron junto al último compás del solo para piano de Ludwig Van Beethoven, Canción para Elisa, que sonaba por los parlantes como música de ambiente, él reconoció la melodía y pensó en la mujer, en esa necesidad de compañía, pero no pensó en cualquier mujer, eso sería convocar una pesadilla, pensó en algo más elevado que trascendiese la mera cualidad de la belleza, que se afirmara en el encanto, tal como la describió Swedenborg, como la cualidad imprescindible que debe poseer la hembra creada por Di-os, para complementar el conocimiento del hombre, y conducirlo al intercambio de alma, a revelarle la sabiduría del amor, tal como hizo Diotima al mostrarle la genealogía del amor a Sócrates.

©Copyright. Douglas González

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