Bradbury: El Hombre Ilustrado
y un
transhumante de bibliotecas
Cuando
Ray Bradbury publicó el Hombre Ilustrado, causó gran impacto la maestría de su
narrativa que muy al estilo de la Mil y
una noches comienza con un prólogo que al mismo tiempo es un relato, que por sí
mismo sirve de presentación enlazando al lector con las otras 18 narraciones
extraordinarias, sin que en realidad haya ninguna relación entre una y otra. El
hombre ilustrado no sólo es una historia magistral –la literatura jamás volverá
a ser la misma después de haberlo leído-, sino que se nos presenta como el leit
motiv de los otros cuentos reunidos en
ese volumen, porque es a partir de su historia que nacen las otras 18 que
escribió Bradbury y que integran ese volumen.
Tatuado
por una viajera del tiempo, el hombre Ilustrado, al igual que Caín, el filicida bíblico lleva en su cuerpo la marca de su propio estigma: “Tenía el cuerpo brillante y
tatuado con unas ilustraciones que predicen el futuro”, en conjunto son una
especie de maldición que pesa sobre él, no sólo toda su piel está tatuada,
hecho que por sí mismo sirve para ser incluido en los catálogos de las grandes
pesadillas, sino que sus ilustraciones tienen vida propia y predicen el futuro,
al igual que la visión apocalíptica del profeta Juan en la isla griega de
Patmos. Pero estas también revelan a quien las observa detenidamente el espanto
de las escenas de los sucesos catastróficos que sobrevendrán en el futuro de su
destino.
La
historia del hombre ilustrado, como la de Sherezade del relato las Mil y Una
Noches, por sí mismas ya logran toda justificación como textos únicos de la
literatura, y logran trascender el conjunto de narraciones que las acompañan.
La
primera, el hombre ilustrado, en cierta medida es sucedánea del Somnium
Astronomicum, texto que
escribiera en 1634 Johannes Kepler, y se supone es la traslación soñada de un
libro que relata las serpientes que habitan en la Luna, considerado uno de los
textos inaugurales del género de la ciencia ficción (temas fantásticos apoyados
en datos científicos que los revisten de cierto factor de posibilidad).
La
segunda, Las Mil y una Noches es heredera del sueño que se intercala en historias
que tratan de fundamentarse en la vida real, de la que toman prestados datos de
su geografía, personajes, costumbres, hechos y época, algo propio de los
relatos medievales, donde realidad y sueño suelen confundirse, al invadir uno
la dimensión del otro con tal sutileza que el fenómeno pasa desapercibido y se
juzga como existente.
Las
Mil y una noches, es la historia de una bella mujer que evade su sentencia a
muerte cada noche contándole fantásticas historias, que parecen nunca tener fin,
a un Rey resentido y amargado por la infidelidad de su esposa, a quien veneraba,
y pese a ello ordenó cortarle la cabeza al descubrir que le era infiel. Sentencia
que también promulgó para cada mujer que en el futuro compartiera su lecho,
sólo viviría con él una noche y al amanecer inmediatamente sería decapitada. La
historia sexual de Sherezade no es relevante y el autor o los autores
prescinden de ella, al igual que cualquier lector pudiera prescindir de las otras
1000 historias de su conjunto narrativo y de igual manera su mente seguiría acompañando
la historia de una bella mujer que alimentó con la sed por lo fantástico durante
una noche que duró dos años y nueve meses (mil y un días), dejándonos cuentos
poblados por su mágica trascendencia.
Igual
ese otro libro alimentado por el prodigio de lo fantástico que es el Hombre
Ilustrado de Bradbury, pudiera excluir sus otras 18 historias y no perder un
ápice del hechizo que lo ilustra. En su prólogo Ray Bradbury dice haberse
encontrado con el Hombre Ilustrado “una tarde calurosa del mes de septiembre”
en la región de Wiscosin. La imagen que nos describe es la de un hombre abrumado
por el peso de su propia piel que lo condena a ser excluido de la vida tal como
la conocemos, sin trabajo, sin amigos, sin familia, sin amor, por esa especie
de sueños de sueños que han sido tatuados en toda la membrana que cubre su cuerpo, y que
son el motivo de sus infortunios. En medio de su tormento busca la paz que le
es imposible, pero también busca ejecutar una recóndita venganza: “He buscado
esa bruja todos los veranos, cuando la encuentre la mataré”, dice al referirse
a la mujer que le tatuó esa especie de Aleph, primera palabra del alfabeto
hebreo, y de dios -según la cábala-, y que en sí misma posee todas las otras
que le suceden y por ende a todas las cosas por nombrar.
“Cuando
las imágenes comienzan a moverse, me despiden. Ocurren cosas terribles en mis
ilustraciones. Cada una es un cuento. Si usted las mira atentamente unos pocos
minutos, le contarán una historia. Si las miras tres horas, las narraciones
serán treinta o cuarenta, y usted oirá voces, y pensamientos. Todo está aquí,
en mi piel, no hay más que mirar. Pero sobretodo, hay cierto lugar de mi
espalda… -El hombre ilustrado se volvió- ¿Ve? Sobre mi omóplato derecho no hay
ningún dibujo. Sólo una mancha de color.
“Cuando
he estado con alguien un rato, ese omóplato se
cubre de sombras, y se convierte en un dibujo. Si estoy con una mujer,
al cabo de una hora su rostro aparece ahí, en mi espalda, y ella ve toda su
vida…cómo vivirá y cómo morirá, qué parecerá cuando tenga sesenta años. Y si me
encuentro con un hombre, una hora después su retrato aparece en mi espalda. Y
el hombre se ve a sí mismo cayendo en un precipicio o arrastrado por un
tren…entonces me despiden”.
Ray Bradbury no sólo asombra por su prolífica
imaginación de la que también nos hace entrega en otra de sus clásicas
narraciones: Farenheit 451 -relata el sombrío y horroroso destino de un cuerpo
de bomberos cuyo objetivo no es apagar incendios, sino el de provocarlos para
quemar libros-; también asombra por haber sido un joven que se formó a sí mismo
como escritor, únicamente acudiendo a las bibliotecas que tenía acceso y
leyendo todo lo que podía leer en su tiempo libre.
Paradójicamente
nunca pisó un aula universitaria, pero sus libros son estudiados ampliamente no
sólo en las universidades estadounidenses, sino en la de todos los países del
mundo que se estudia la buena literatura de ficción.
Siguiendo
a Bradbury pudiéramos preguntarnos: ¿Cuál es la mejor edad para leer? Creo que
todas, sería una respuesta previsible, y nada reveladora. En cada etapa de la
vida el hábito de leer hará de nosotros un navegante de conocimientos y
experiencias, que suman un cúmulo de tiempo existencial vertido por otros, al
que difícilmente accederíamos como por nosotros mismos porque la existencia
humana físicamente no posee esa multiplicidad ante lo temporal, que sí nos
otorgan el intelecto y la imaginación.
Sí
de todas las edades tuviéramos que escoger una en específico para decir cuál es
la mejor edad para leer, no dudaríamos en apuntar a la infancia y la juventud,
son las etapas donde incide más el carácter formativo de la lectura, como un
aula abierta del conocimiento.
Ray
Bradbury, quien fue un autodidacta en materia literaria durante toda su vida, en
1999 fue recibido en el Salón de la Fama de la asociación de escritores de
Ciencia ficción de los Estados Unidos. Bradbury un humilde muchacho muy pobre
se hizo escritor autodidacta, formándose con la lectura de libros, lo que hizo
de él un eterno trashumante de bibliotecas, “soy un habitante de bibliotecas
desde siempre”, dijo en una entrevista publicada en el periódico El Mundo de
España. Bradbury no sólo se ha convertido en un escritor consagrado, cuyos
libros siguen inspirando la fantasía de muchas generaciones, sino que muchas de
sus obras han sido llevadas a la gran pantalla hollywoodense. Bradbury, es un
ejemplo de la formación que se puede alcanzar a través del libro que es un
instrumento de enseñanza por sí mismo. Cuenta que en sus años de juventud era
un ávido lector que con el tiempo –debido a su apego a ese mundo que se
desdoblada en miles que es la Biblioteca- comenzó su interés en escribir, “fui
un niño pobre, así que todo lo que leí lo leí en las bibliotecas. Si tocas una
biblioteca me tocas el alma”.
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