No se
escribe como se habla
Tras
el desembarco de la era de las nuevas tecnologías, con las computadoras, el
internet, los sistemas de comunicación digital y las redes sociales se ha perfeccionado
la penetración de la cultura de los medios audiovisuales en el ordenamiento de
la vida cotidiana. Es indudable que el mundo digital impone una nueva orbita a
los imperativos de la vida colectiva. Esta nueva colonización del Imperio de la
ratio thecnica no sólo ha complejizado la aldea global de McLuhan, sino que ha
abierto las compuertas a la dimensión de lo fantasmático donde el lenguaje y la
imagen son su principales protagonistas. Sin embargo, pese a la significancia
de todo este nuevo estadio del conocimiento humano el lenguaje como disciplina
encargada de describir la realidad, aún no ha podido desprenderse de las
aristas fantasmásticas que lo pueblan, no ha podido acceder a esa condición de
disciplina pura, aspecto sobre el que Wittgenstein se pronunció en su momento.
Con
los programas de autoedición cualquiera puede hacer una revista o un periódico
en su casa. Navegando por la red en menos de una hora cualquier hijo de vecino puede
despachar la lectura, tipo manual (informativa, más no formativa) de una de las
decenas de resúmenes de la Crítica a la Razón Pura de Inmanuel Kant, que la red
tiene a su disposición, lo que para muchos sería suficiente para pasar a considerarse un ilustrado en
filosofía de un solo plumazo.
Lo
mismo acontece con esas otras representaciones imaginarias que experimenta quien se inviste de astrólogo
porque se suscribe a una página de astrología, o el que se siente escritor tan
solo porque cuelga en su estado en facebook un texto, generalmente elaborado a tientas y
juntillas, es decir leyendo aquí y allá cualquier libro e imitando párrafos enteros que luego nos entregará como de su propia autoría..
Escribir
no es lograr enlazar una cadena de palabras y después cruzar los dedos
esperando que en esa brevedad que va entre el momento de la finalización del texto y su
posterior revisión, sobre éste hubiese actuado algún misterioso duende que le
proveyera de la exactitud gramatical requerida –que no le dimos-, aplique el
uso del buen léxico –que no poseemos- y asegurase de que en cada párrafo se
aplicara la debida sintaxis –de la cual carecemos-.
Si
me pidieran que representara con una metáfora la imagen de lo que creo más se
asemeja al acto de escribir, diría que la construcción de una pared de
ladrillos. Porque aplica reglas muy parecidas a la construcción de un texto:
Para lo cual se requiere de una métrica (como la de las reglas gramaticales)
cuya aplicación nos asegura que la pared quede recta y no construyamos un
adefesio que bajo la mínima presión se nos derrumbe. También requiere de un conjunto de ladrillos (que serán las frases
construidas). De igual manera requiere de una rítmica, la de colocar el pegamento
para evitar que éste se endurezca y pierda toda su flexibilidad, y pueda ser
manipulado debidamente para asegurar un mejor acabado. Al igual, todo texto está sujeto
a una rítmica que en cierta medida determina la calidad de su acabado estético.
Una
centenaria tradición que proviene de los tiempos antiguos designó que el Latín
era el lenguaje ilustrado que debía hablar la gente culta y educada. Era pues
la lengua oficial. Y por el otro lado estaba la vulgata –de raíces latinas en
su estructura idiomática pero mucho más simplificado-, lengua ordinaria que
usaba la gente común, así como los pobres y los del más bajo estrato social. Porque hablar
en Latín se hacía demasiado engorroso, y se comenzó con la modalidad de
escribir en Latín, pero se hablaba en vulgata. Desde entonces quedó establecida
una de las diferencias entre lenguaje oral (coloquial) y lenguaje escrito
(formal), tanto en sus proximidades como en sus separaciones.
Uno
de los mayores problemas que debemos hacer frente en la actualidad es que la diferenciación
entre lenguaje escrito y oral parece haberse olvidado, y vemos día a día
incrementarse el empobrecido nivel de escritura que se viene mostrando en las diversas
publicaciones de las redes sociales, quienes escriben tan mal como hablan. Todo
estudiante que haya egresado de la educación media, del bachillerato en
Venezuela, en teoría debería estar capacitado de escribir por lo menos en un nivel
básico, pero lamentablemente no es así. Razón por la que luego encontramos
egresados universitarios, y hasta, estudiantes de las escuelas de periodismo
que no dominan aún el arte de escribir, y les cuesta estructurar una cuartilla
de forma coherente con un manejo preciso y eficaz del lenguaje.
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