La dictadura del bisturí
La belleza de la mujer venezolana
cedió su territorio que siempre mostró una amplia diversidad estética, a la fabricada impostura del
bisturí. Venezuela es el país latinoamericano mayor exportador de mises y donde
se rinde culto a la belleza femenina, y donde la mayoría de las mujeres no están
dispuestas a pensarlo dos veces antes de ir a una mesa de operaciones buscando
lucir las medidas estándar que acerquen su imagen a la de una Miss Venezuela. Al principio, buscaban realzarse las lolas,
otras, las más exigentes pagaban para lucir como la vedette Diosa Canales (clase
C), Jennifer López (clase B) o Kim Kardashian (clase A).
Cada día son más las que calcan la
belleza en una mesa de operaciones. Ya no se trata de mejorar la apariencia,
sino de aumentarse los atributos, un ponme más aquí o quítame más acá. Perfeccionar
la medida de sus senos, con implantes, y la compactación de su cintura
aplicando la liposucción. Porque en este nuevo código estético hacerse de una cinturita
de avispa es uno de los rangos del orgullo, para lo que hasta las más
atrevidas, le quitan a su esternón la última costilla de lado y lado.
El bisturí ha violentado la
genética, con la consecuencia de que la mujer
venezolana pareciera ser producida en serie, todas se ven genéricamente
iguales, con las mismas dimensiones, medidas y formas. Todas tienen operadas
las lolas con igual resultado, realzadas con prótesis postizas, que parecieran
tener una medida mínima de “bra” aceptable en 36C. El pompi, con igual suerte,
reacomodado, o rearmado, con igual relevancia y su consabida cinturita. La
vestimenta no escapa de ese serial, toda la indumentaria se repite solo: tops o
franelas cortas, vestiditos, jeans ultrapegaditos al cuerpo, zapatos con plataforma
y tacón alto, que realcen la figura y su caminar amenazante que si te detienes
a verlas mucho tiempo pueden secarte hasta la última gota del humor vítreo y vaciarte el arco de tus pupilas.
Así te las
consigues por todos lados, un modelo
multiplicado mil veces, en el gimnasio,
en la playa, en el café, en los centros comerciales, en los restaurantes. La
belleza dejó de ser un atributo único para pasar a ser un producto más del
mercado, sólo se necesita tener el dinero y el bisturí hará lo demás.
En Venezuela, el país más hedonista
del Continente, donde todo se festeja y derrochamos placer por cualquier cosa,
donde se le pone nombre propio y se le asigna un concepto a todo lo que
aparezca como novedoso, a esta versión tunning de la mujer venezolana, la que
forma parte de la base piramidal de su
estilo, se le conoce como estilo loba,
por todo lo que contempla su lenguaje corporal relevantes atributos, acentuadas
curvas, lo sinuoso de sus movimientos capaces
de despertar en un solo estallido todos los instintos, lo seductor de su
vestir; siempre a la caza de la atención
de su entorno; misteriosa, cauta y calculadora en sus aproximaciones, y en
apariencia indomesticable. La mujer como extensión del uso del bisturí más que
sus atributos exhibe la insondable apariencia de una fabricada belleza.
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