lunes, 2 de julio de 2018



La dictadura del bisturí

La belleza de la mujer venezolana cedió su territorio que siempre mostró una amplia diversidad  estética, a la fabricada impostura del bisturí. Venezuela es el país latinoamericano mayor exportador de mises y donde se rinde culto a la belleza femenina, y donde la mayoría de las mujeres no están dispuestas a pensarlo dos veces antes de ir a una mesa de operaciones buscando lucir las medidas estándar que acerquen su imagen a la de una Miss Venezuela.  Al principio, buscaban realzarse las lolas, otras, las más exigentes pagaban para lucir como la vedette Diosa Canales (clase C),  Jennifer López (clase B) o  Kim Kardashian (clase A).

Cada día son más las que calcan la belleza en una mesa de operaciones. Ya no se trata de mejorar la apariencia, sino de aumentarse los atributos, un ponme más aquí o quítame más acá. Perfeccionar la medida de sus senos, con implantes, y la compactación de su cintura aplicando la liposucción. Porque en este nuevo código estético hacerse de una cinturita de avispa es uno de los rangos del orgullo, para lo que hasta las más atrevidas, le quitan a su esternón la última costilla de lado y  lado.

El bisturí ha violentado la genética, con la consecuencia de que la mujer  venezolana pareciera ser producida en serie, todas se ven genéricamente iguales, con las mismas dimensiones, medidas y formas. Todas tienen operadas las lolas con igual resultado, realzadas con prótesis postizas, que parecieran tener una medida mínima de “bra” aceptable en 36C. El pompi, con igual suerte, reacomodado, o rearmado, con igual relevancia y su consabida cinturita. La vestimenta no escapa de ese serial, toda la indumentaria se repite solo: tops o franelas cortas, vestiditos, jeans ultrapegaditos al cuerpo, zapatos con plataforma y tacón alto, que realcen la figura y su caminar amenazante que si te detienes a verlas mucho tiempo pueden secarte hasta la última gota del humor vítreo  y vaciarte el arco de tus pupilas. 

Así te las consigues por todos lados,  un modelo multiplicado mil veces,  en el gimnasio, en la playa, en el café, en los centros comerciales, en los restaurantes. La belleza dejó de ser un atributo único para pasar a ser un producto más del mercado, sólo se necesita tener el dinero y el bisturí hará lo demás.

En Venezuela, el país más hedonista del Continente, donde todo se festeja y derrochamos placer por cualquier cosa, donde se le pone nombre propio y se le asigna un concepto a todo lo que aparezca como novedoso, a esta versión tunning de la mujer venezolana, la que forma parte de  la base piramidal de su estilo,  se le conoce como estilo loba, por todo lo que contempla su lenguaje corporal relevantes atributos, acentuadas curvas,  lo sinuoso de sus movimientos capaces de despertar en un solo estallido todos los instintos, lo seductor de su vestir;  siempre a la caza de la atención de su entorno; misteriosa, cauta y calculadora en sus aproximaciones, y en apariencia indomesticable. La mujer como extensión del uso del bisturí más que sus atributos exhibe la insondable apariencia de una fabricada belleza.

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