Lenguaje fallido y trastorno de la personalidad
Creo que entre las
fantasías de algunos escritores que no viven de la producción de sus textos
está en trabajar en una instancia donde no haya otra exigencia que el oficio de
la simplicidad, y hacer lo mínimo. Y así poder gastar el tiempo de ocio,
derivado de esa inanidad, entregado a la lectura insaciable, atrincherados tras
el escritorio donde gestamos el burocrático ejercicio de matar el tiempo.
Hace unos años fui
contratado por una firma asesora en comunicación estratégica, y asignado a un
equipo cuyo oficio era única y exclusivamente velar por la imagen pública de un
gran elefante blanco. Nuestra oficina estaba muy próxima a un centro comercial
que era objeto de nuestras rondas y de largas e inacabadas tertulias, mientras
desfilaban por la mesa docenas de tazas de café. En la planta baja había una
muy nutrida librería con muchos títulos literarios novedosos y contaba con un
extenso catálogo de autores poco difundidos, como era el caso de Elías Canetti,
premio Nobel 1981, quien entonces resultó ser un notable hallazgo para mí.
Pero el ritual que en verdad cumplíamos con religiosidad de lunes a viernes, era darnos una vuelta por la librería, sentarnos a tomar café con la nueva adquisición en la mano, y disponer de su lectura en los sucesivos días en la oficina.
A partir de Auto de Fe,
quedé por meses gravitando en el universo creado por Canetti para su
protagonista Peter Kien, un rígido intelectual especialista en lenguaje, y
sinólogo chino, con quien Canetti explora, mucho antes de que lo hiciera la
psicología lacaniana, el planteamiento de todo lo que subyace en la elección
del hombre ante el lenguaje que cuando elige la palabra que satisface su
expresión, es el inconsciente del sujeto el que realmente habla, intermedia, para representar el mundo que describe.
En esa tienda me topé con
los libros de Elías Canetti, quien mi amigo el abogado y escritor Orel Sambrano
ya me había recomendado. Ese día compre “Auto de Fe”, novela compleja y
profunda que leí en un mes, y que aún continúo releyendo, y que enseguida me
abrió un apetito voraz por toda la obra de Canetti, por lo que la siguiente
semana volví a la librería y compre el resto de los títulos que tenían del
autor. Me hice adicto a Canetti, algo que me suele pasar con los autores
trascendentales: Masa y poder, Las voces de Marrakesck, el juego de los ojos,
la antorcha al oído y lengua salvada.
Auto de fe inicialmente se iba a llamar “Comedia humana de la locura”, ese era el drama que Canetti quiso desarrollar en su argumento. Eran los años que estuvo obsesionado por la locura, y los que se hizo eco de las teorías de su admirado Karl Kraus, filósofo y escritor austriaco que dedicó su vida a alertar la relación existente entre lenguaje y psiquis.
Canetti suscribió la idea de que en el uso del lenguaje estaba la clave no sólo de la locura sino de todas las aberraciones mentales y familiares (hay familias enteras que por generaciones sucumben ante el mal uso del lenguaje), el drama humano de la incomunicación y la demencia eran consecuencia directa del lenguaje: “El drama vive en el lenguaje de un modo único y especial (…) la constatación terrible de que esa locura brota del aislamiento del ser humano y de cómo el lenguaje, lejos de vivir para vencerlo, puede contribuir a extremarlo”.” Kraus fue un personaje seguido por Ludwing Wittgenstein, Walter Benjamin y otros, perteneció de forma pasajera a esa reunión de luminarias que el mundo conoció como el Círculo de Viena.
La novela de Canetti se pliega al formato novela-ensayo, y sigue las pistas de Kraus, quien estimaba que un lenguaje limitado o deformado es indicador de severos trastornos de la personalidad, base de la decadencia social y promotor de los males del mundo. Para Kraus toda persona incapaz de escribir o que escribiera mal, hablara o se expresara defectuosamente, poseía severos desajustes psíquicos, era alguien que todavía mantenía hitos con la barbarie. El lenguaje se construye con los mismos moldes con los que está hecha la conciencia.
A partir de Kraus retomé la lectura sobre la materia, pero diferente, los leía como si se trataran de novelas policiales en las que se persigue resolver un caso. Todo filósofo en cierta medida hace una cierta filosofía del lenguaje, y esa filosofía se ciñe a la búsqueda de un hallazgo.
La hermenéutica nos
brinda una antorcha en el camino a la hora de adentrarnos en ese tipo de análisis. Basada en
la psicagogía, la hermenéutica revela la intención de quien habla o escribe. Siempre he sostenido que existen los pintores ingenuos, pero no hay escritores ingenuos. Escribir obedece a un conocimiento del arte de narrar, y a leyes
muy bien definidas de la gramática que son de obligada observancia, no saberlas
aplicar y pretender que pese a esa ignorancia se sepa escribir, es colocarse en la abundante
fila de los analfabetas funcionales, mal que padecen muchos, incluso
profesionales de las más diversas categorías.
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