lunes, 29 de junio de 2015




El uso político del resentimiento

Douglas González

“El resentimiento ama la debilidad, y donde no la halla, la crea”

“Todo resentimiento es una forma diferida de venganza”, señala el filósofo español Fernando Savater. El resentido quiere tomar revancha, castigar y a eso lo llama hacer justicia. Es alguien que acumula una memoria de falsos desprecios atesorada en su interior, sólo le preocupan dos cosas: los otros que considera mejores que él y la felicidad que éstos poseen; está marcado por su pasividad e impotencia ante este hecho irrevocable y que según él  existe a cuenta de su propia infelicidad.

Cuando el resentimiento es conducido al escenario político es para ser usado como fuerza de ataque y provocación, con un solo impulso: la necesidad de quitarle la felicidad a sus oponentes, por el simple hecho de que ellos siempre lo fueron y él no. La orden es: execrarle la buenaventura, quitársela para siempre, de ahí parten sus ataques y ofensas, cólera y furor, que serán los elementos que se pondrán en marcha su maquinaria política con un fin único: derrotar  históricamente a su adversario, aislarlo del poder, borrarlo del escenario social y de las posibilidades que este le brinda. Eliminarlo como competencia.


El resentimiento actúa como un espejismo, una manera alterada de observar y de definir la realidad, pero si algo se reserva el resentimiento es el ser una evaluación errónea en torno a las verdaderas capacidades de libertad, triunfos y logros de la persona. El resentido está condicionado por su entorno, lo que oye y lo que ve. Es una condición mental que responde a una conducta aprendida más que a la  injusticia social, una manera parcializada de ver las cosas; un argumento tóxico (Max Shiller),  pervertido y engañoso con el que se fabrica el cristal a través del cual se ve el mundo.

Un resentido puede ser desde un conformista a un hacedor de proyectos al que sólo le gusta soñar, pero nunca  ejecutar, de esos que andan en la vida buscando a otros para que carguen con la culpa de su propio fracaso. O culparlos por su ser muy poco. 
“El resentimiento es una autointoxicación psíquica, con causas y consecuencias bien definidas. Es una actitud psíquica permanente, que surge al reprimir sistemáticamente la descarga de ciertas emociones y afectos”.


El resentimiento social puesto en marcha jugará un papel determinante en aglutinar masa de seguidores, todos guiados por un mensaje único, repetido en mil palabras: una perversa valoración y un envenenamiento moral.
Todas las valoraciones que surgen del resentimiento son reactivas –negativas a decir de Fernando Savater-, no activas. “Si ahora se me pregunta por qué hay que preferir lo activo a lo reactivo, lo dominante a lo defensivo, lo positivo a lo negativo, habré de responder que, a fin de cuentas, tales preferencias están dictadas por la fuerza de la debilidad de cada cual: es decir, que sólo el débil cuestiona –porque su fisiología moral lo inclina a ello- el valor de la actividad o el dominio y que sólo el débil se pregunta por qué está moralmente por debajo – o por encima- del fuerte”.
Una de las características del resentimiento político es que cuando hace uso del poder desmonta todas las instituciones. Debe hacerlo porque cambiar todo aunque sea de nombre, le otorga una seguridad inaugural. De ahí que necesite otros mapas y nuevas referencias, porque dejar la institucionalidad como siempre ha existido sería un factor de inestabilidad y opresión para él. 
El resentido siempre será un convencido de que él hubiera hecho mejor las cosas, hubiera llegado más lejos con todas las ventajas, fortalezas y dotes que ve en el otro. Pero sabemos que eso no hubiera pasado, el mejor ejemplo lo tenemos en Venezuela, donde una clase gobernante de “resentidos”, conduce al país de manera totalitaria y absolutista, aún teniendo en sus manos recursos de inmensa riqueza a lo largo de 15 años, y han acabado llevando el país a la ruina, el único mérito que pueden mostrar. Y es que el resentido es un demoledor, no un constructor, su alimento es la deflagración de las cosas. Sólo basta mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de ello. Como el inevitable giro del molino que todo lo pulveriza o lo vuelve migajas.


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