El Hacedor de las Cosas
-Las Palabras-
Esa mañana,
El Hacedor de las Cosas que nunca escribe, nos contó la historia de las
palabras. En los tiempos antiguos los magos y los sumos sacerdotes ejercían el
oficio de escribanos. Magia y escritura eran atributos de lo oculto. Leer y
escribir concurrían como actos sagrados, reservados a sólo a quienes estaban ungidos
en el secreto culto del Dios de las palabras.
La
palabra era adorada como la partícula viviente de la creación, a partir de ella
se hicieron todas las cosas. Algo que el hombre recrea cuando escribe y en lo que
imita al Demiurgo quien le habló a la nada para hacernos de ella.
Las
palabras estaban reservadas para a los ritos ocultos y eran entretejidas en
largas invocaciones del ceremonial sagrado. Tal se consideraba su poder hipnótico
y seductor que un día la palabra hizo hablar a la Efigie, para señalar su
asombro de que el hombre pretendiera contar la eternidad sumando los días y tratando
de develar el misterio que propone cada noche.
Cuando
llegaron las guerras los hombres se apresuraron en resguardar las palabras y preservar
el influjo de su misterioso poder crear las cosas con sólo nombrarlas, temían que otros hombres se apropiaran de
ellas y se igualaran a los dioses, porque todos sabían de sus poderes capaces
de transfigurar la realidad. Entonces se acordó resguardarlas entre el tesoro y
se creó el primer libro para meter en él todas las palabras tanto las que
hablan de lo hecho, como de lo soñado.
El
libro también fue una forma de luchar contra el olvido, entre tanta palabra
guardada encontraron el amor, primero fue una descripción vaga como la de una ensoñación,
idea frágil y etérea como una nube. Después a partir de ella se formó el concepto
común que habilitaban todos los hombres en su corazón. Fue cuando los magos descubrieron
que el amor embriagaba tanto como el vino y que lo hacía de forma permanente e
ideal. Entonces pensaron como retenerlo, preservarlo y multiplicarlo en los
hombres y el tiempo como un relato sin fin, que saltara de un corazón a otro como un mal de contagio, para ello soltaron
las palabras, una a una, para que se escribieran todas las historias las que se
viven y las que se sueñan. (DG)
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