Gatos de un mismo saco: La evangelización
precolombina y la alucinación chavista
Muchas veces lo que media en una errada percepción de lo real es una inusitada ignorancia que pretende colocar a lo fantasioso en el lugar de la realidad. Lo terrible de quienes se empeñan de promover escenarios sustentados en la inopia es que con ella estructuran circunstancias inexistentes como si estas fueran las únicas y valederas. Es lo que guía a una prole indocta a concertarse con lo mitómano, una manera distorsionada de ordenar la realidad según las apetencias de sus sentidos y la orientación de sus emociones anegadas por lo ilusorio. Pero peor aún es quienes repiten y tratan de legitimar lo insustentable teniendo la capacidad de discernir entre realidad y fantasía.
De locos revestidos de genios
hemos tenido demás en este lado del mundo, tierra de alucinaciones, del
realismo mágico, algo que va muy bien dentro del anecdotario histórico, incluso
como valor agregado para nuestra literatura, pero de pésimos resultados en lo
político.
En las postrimerías del
pensamiento escolástico, como rector de la sociedad en los años 1500, 1600 y
1700 surgió una nueva inspiración divina, el llamado pensamiento “milenarista”,
del cual son herederas todas las doctrinas “progresistas” -todas sin excepción-:
Anarquistas, socialistas y comunistas que repiten su carácter utópico e
irracional. El milenarismo es una corriente de pensamiento que estuvo fundamentada
en el advenimiento de Cristo, y la posterior instauración del gobierno de mil
años de felicidad en la tierra. En el seno eclesiástico surgieron diversas
corrientes milenaristas, pero dos de ellas –ambas franciscanas- tuvieron mayor
protagonismo –en el Nuevo Mundo- en lo que fue el desarrollo de una visión
histórica de los acontecimientos guiada por el paroxismo, la flema espiritual y
lo alucinatorio: el pensamiento de Joaquín de Fiore y el sebastianismo
portugués.
Los franciscanos pusieron sus
ojos en el Nuevo Mundo, afirmando que los indios eran una reserva espiritual
guardada por Dios para reconquistar con la evangelización, las almas pérdidas
por el demonio en Europa. Predestinados además a revelar a la humanidad la
clave del segundo reinado de Cristo en la tierra, el de los mil años. Tesis que
fue rechazada de plano por los europeos.
Pero será el dominico Servando
Teresa de Mier quien se lo tome más en serio, y llegue hasta a sostener sin que
medie prueba, vestigio alguno, evidencia o constatación determinante que su sola inspiración
de arrebato divino, que el evangelio ya había sido predicado en las tierras
americanas, mucho antes de la llegada de Cristóbal Colón. “Dios no podía
haber privado de la fe (salvación), en
su infinita misericordia, a la mitad del Universo”.
Para refrendar esta afirmación, Servando
Teresa de Mier se apoyó en lo afirmado en el evangelio de Juan, pasaje: 20:
24-29, en el que Jesús ordena a sus discípulos, sobre todo a Tomás, el
incrédulo (aquél de ver para creer), a predicar el evangelio en todo el mundo.
Entonces es cuando otro dominico
fray Diego Durán que ya estaba ganado para esta empresa ilusoria, da rienda
suelta a sus delirios y comienza a darle a la realidad un tratamiento
alucinatorio estableciendo las más descabelladas conjeturas. Primero, se
apodera del mito de la profecía de Quetzalcóalt (dios de los cholultecas, padres
de los toltecas, quien había anunciado
la llegada de los españoles al Nuevo Mundo), para utilizarla como
“prueba” de que un evangelista ya había
pasado por estas tierras. La idea fue comprada por muchos fieles, pero como
todo pensamiento fantástico obviaba responder las preguntas lógicas del caso. Segundo,
Durán rápidamente elimina todo vínculo divino de Quetzalcóalt y comienza a
presentarlo en su investigación como un santo varón, un apóstol cristiano que
fue enviado por la Iglesia de Cristo, y quien más de mil años atrás había iniciado
la evangelización parcial de los toltecas. Tercero, Durán concluye que Quetzalcóalt,
no es otro que el mismísimo Santo Tomás quien emprendió viaje desde Palestina y
después había reculado en estas tierras por mandato divino.
Cuando a fray Servando Teresa de
Mier como a Diego Durán se les formuló la primera pregunta lógica del caso: ¿cómo fue posible el viaje de Santo Tomás
desde las tierras del Mediterráneo a las costas mexicanas, en una época que no existía transportación marítima entre estos dos puntos geográficos tan distantes, ni existían barcos de rutas comerciales con semejante capacidad de navegación? Ambos beatos se
remitieron a la idea de los santos “voladores”, ya existentes en la tradición
milagrosa de la Iglesia. Por lo que aseguraron que Santo Tomás fue arrebatado
por los aires desde Palestina y transportado por los ángeles al Nuevo Mundo.
Algo de esta herencia de loca
alucinación nos viene ahora por la rama política acá en Venezuela. El chavismo
responde punto a punto a la herencia del pensamiento milenarista, promesa
futura de una edad de felicidad absoluta que nunca llega. Donde unos iluminados
con las mismas visiones alucinatorias de Durán y Servando de Mier, llevan 16
años prolongando el establecimiento de un período gubernamental que de la suma
de felicidad esperada a los venezolanos. Un gobierno cuyo único oficio ha sido edificar esperanzas en algunos crédulos, que al igual que los que esperaban el
milenio de oro y felicidad para liberarse de los yugos de la tierra en los años 1500, hoy
esperan que la revolución les depare su milagro personal.
Pero como Santo Tomás jamás fue
transportado por los ángeles al Nuevo Mundo, la revolución jamás llegó a
Venezuela. Lo que hemos tenido en estos 16 años ha sido mucha alucinación,
mucha locura compartida y hoy ante nosotros se nos presenta un país sumido en
la miseria del fracaso, guiado por ignaros en la más elemental materia de
gobernabilidad. Un conglomerado de políticos fanáticos, mitómanos y decadentes que
cada día tratan de prolongar el capítulo inconmensurable de sus propias
alucinaciones en la realidad del país, algo que nunca encaja y nos hunde cada
vez más en la suma de sus fracasos. Nada nuevo bajo el Sol, tal como reza el
refrán, aunque a veces intenten taparlo con el dedo de la censura o con la fantasía, según el caso.
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