viernes, 13 de noviembre de 2015





Gatos de un mismo saco: La evangelización

precolombina y la alucinación chavista

 

 

Muchas veces lo que media en una errada percepción de lo real es una inusitada ignorancia que pretende colocar a lo fantasioso en el lugar de la realidad. Lo terrible de quienes se empeñan de promover escenarios sustentados en la inopia es que con ella estructuran circunstancias inexistentes como si estas fueran las únicas y valederas. Es lo que guía a una prole indocta a concertarse con lo mitómano, una manera distorsionada de ordenar la realidad según las apetencias de sus sentidos y la orientación de sus emociones anegadas por lo ilusorio. Pero peor aún es quienes repiten y tratan de legitimar lo insustentable teniendo la capacidad de discernir entre realidad y fantasía.
De locos revestidos de genios hemos tenido demás en este lado del mundo, tierra de alucinaciones, del realismo mágico, algo que va muy bien dentro del anecdotario histórico, incluso como valor agregado para nuestra literatura, pero de pésimos resultados en lo político.
En las postrimerías del pensamiento escolástico, como rector de la sociedad en los años 1500, 1600 y 1700 surgió una nueva inspiración divina, el llamado pensamiento “milenarista”, del cual son herederas todas las doctrinas “progresistas” -todas sin excepción-: Anarquistas, socialistas y comunistas que repiten su carácter utópico e irracional. El milenarismo es una corriente de pensamiento que estuvo fundamentada en el advenimiento de Cristo, y la posterior instauración del gobierno de mil años de felicidad en la tierra. En el seno eclesiástico surgieron diversas corrientes milenaristas, pero dos de ellas –ambas franciscanas- tuvieron mayor protagonismo –en el Nuevo Mundo- en lo que fue el desarrollo de una visión histórica de los acontecimientos guiada por el paroxismo, la flema espiritual y lo alucinatorio: el pensamiento de Joaquín de Fiore y el sebastianismo portugués.
Los franciscanos pusieron sus ojos en el Nuevo Mundo, afirmando que los indios eran una reserva espiritual guardada por Dios para reconquistar con la evangelización, las almas pérdidas por el demonio en Europa. Predestinados además a revelar a la humanidad la clave del segundo reinado de Cristo en la tierra, el de los mil años. Tesis que fue rechazada de plano por los europeos.
Pero será el dominico Servando Teresa de Mier quien se lo tome más en serio, y llegue hasta a sostener sin que medie prueba, vestigio alguno, evidencia o constatación determinante que su sola inspiración de arrebato divino, que el evangelio ya había sido predicado en las tierras americanas, mucho antes de la llegada de Cristóbal Colón. “Dios no podía haber  privado de la fe (salvación), en su infinita misericordia, a la mitad del Universo”.
 Para refrendar esta afirmación, Servando Teresa de Mier se apoyó en lo afirmado en el evangelio de Juan, pasaje: 20: 24-29, en el que Jesús ordena a sus discípulos, sobre todo a Tomás, el incrédulo (aquél de ver para creer), a predicar el evangelio en todo el mundo.
Entonces es cuando otro dominico fray Diego Durán que ya estaba ganado para esta empresa ilusoria, da rienda suelta a sus delirios y comienza a darle a la realidad un tratamiento alucinatorio estableciendo las más descabelladas conjeturas. Primero, se apodera del mito de la profecía de Quetzalcóalt (dios de los cholultecas, padres de los toltecas, quien había anunciado  la llegada de los españoles al Nuevo Mundo), para utilizarla como “prueba” de  que un evangelista ya había pasado por estas tierras. La idea fue comprada por muchos fieles, pero como todo pensamiento fantástico obviaba responder las preguntas lógicas del caso. Segundo, Durán rápidamente elimina todo vínculo divino de Quetzalcóalt y comienza a presentarlo en su investigación como un santo varón, un apóstol cristiano que fue enviado por la Iglesia de Cristo, y quien más de mil años atrás había iniciado la evangelización parcial de los toltecas. Tercero, Durán concluye que Quetzalcóalt, no es otro que el mismísimo Santo Tomás quien emprendió viaje desde Palestina y después había reculado en estas tierras por mandato divino.
Cuando a fray Servando Teresa de Mier como a Diego Durán se les formuló la primera pregunta lógica del caso:  ¿cómo fue posible el viaje de Santo Tomás desde las tierras del Mediterráneo a las costas mexicanas, en una época que no existía transportación marítima entre estos dos puntos geográficos tan distantes, ni existían barcos de rutas comerciales con semejante capacidad de navegación? Ambos beatos se remitieron a la idea de los santos “voladores”, ya existentes en la tradición milagrosa de la Iglesia. Por lo que aseguraron que Santo Tomás fue arrebatado por los aires desde Palestina y transportado por los ángeles al Nuevo Mundo.
Algo de esta herencia de loca alucinación nos viene ahora por la rama política acá en Venezuela. El chavismo responde punto a punto a la herencia del pensamiento milenarista, promesa futura de una edad de felicidad absoluta que nunca llega. Donde unos iluminados con las mismas visiones alucinatorias de Durán y Servando de Mier, llevan 16 años prolongando el establecimiento de un período gubernamental que de la suma de felicidad esperada a los venezolanos. Un gobierno cuyo único oficio ha sido edificar esperanzas en algunos crédulos, que al igual que los que esperaban el milenio de oro y felicidad para liberarse de los yugos de la tierra en los años 1500, hoy esperan que la revolución les depare su milagro personal.
Pero como Santo Tomás jamás fue transportado por los ángeles al Nuevo Mundo, la revolución jamás llegó a Venezuela. Lo que hemos tenido en estos 16 años ha sido mucha alucinación, mucha locura compartida y hoy ante nosotros se nos presenta un país sumido en la miseria del fracaso, guiado por ignaros en la más elemental materia de gobernabilidad. Un conglomerado de políticos fanáticos, mitómanos y decadentes que cada día tratan de prolongar el capítulo inconmensurable de sus propias alucinaciones en la realidad del país, algo que nunca encaja y nos hunde cada vez más en la suma de sus fracasos. Nada nuevo bajo el Sol, tal como reza el refrán, aunque a veces intenten taparlo con el dedo de la censura o con la fantasía, según el caso.

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