(Daniel Santos "El Jefe" en Caracas, fotografía tomada alrededor de 1966)
Daniel Santos el hombre del Tíbiri Tábara
Cuando terminaba una presentación, al mando con sus
compañeros de farra les preguntaba ¿y para dónde nos vamos ahora muchachos? y es que para Daniel la fiesta seguía y en los
locales nocturnos estaban la suma de sus debilidades, el ron y la perfidia de
lo seductor de la noche al acecho con todas sus magias efímeras, y, las
prostitutas, porque si algo marcó el devenir del Inquieto Anacobero, fueron los
amores inciertos que siempre lo esperaban en algún bar.
Amores como el de “La Gata”, María Luisa Saavedra, la
prostituta dueña del mítico Tíbiri Tábara que el escritor Salvador Garmendia
recrea en un capítulo de las rumbas caraqueñas de Daniel Santos en su cuento:
“El Inquieto Anacobero”.
¿Fue la Gata una justificación o un disimulo para el olvido,
o simplemente, otra parte de la leyenda, uno de esos amores de mil noches de
Daniel Santos? la voz nasal más universal del bolero tropical, ese género
musical que le pone melodía y letra a las noches de desamor.
Tal vez el El Tíbiri Tábara no fue un lupanar, pero con ese
nombre bien mereció serlo. Lo que sí, fue una melodiosa guaracha que estelarizó
Daniel Santos en los años 50, un homenaje a lo nocturnal y sus luminarias que siempre
ejercieron un poderoso magnetismo sobre él.
Cuentan que cuando cantaba Virgen de Medianoche –una canción
dedicada a las damas de la noche-, en el pasaje de su segunda estrofa que dice:
“Señora del pecado cuna de mi canción, vine arrodillado junto a tu corazón”,
siempre buscaba con su mirada inquieta el rostro de la meretriz de turno, la
hembra más bella y exuberante del Bar, y entonces inclinaba ligeramente la
cabeza, cerraba los ojos y abría los brazos para darle aire a sus pulmones y
jugar libremente con el fraseo de su voz antillana ya enrumbada en el dialogo
sacrosanto de una nueva aventura.
Recuerdo que una
tarde se formó una algarabía en el bar Los Corales, en la esquina de San
Francisquito en la Parroquia San Juan de Caracas, donde una muchedumbre insistía
en acompañar a la salida a un hombre mayor, de vientre prominente, de pelo y
bigote platinado, vestía saco azul cruzado y lucía un par de lentes bifocales
para el sol, que le daban aspecto de un mafioso de Las Vegas. Cuando me acerqué
uno de los curiosos dijo, “coño pero si es Daniel Santos”, y le gritó “cántate
una ahí jefe”, enseguida otros curiosos le secundaron en la petición a la que
el Inquieto Anacobero, respondió entonando la primera estrofa de su canción
“Despedida” (…) vengo a decirle adiós a
los muchachos (…) y se echó a reír, avanzando y saludando a todos hasta
perderse en el interior de un lujoso Ford LTD.
“Ese Daniel sigue con esa vaina
del vicio, lo que vino fue a buscar coca”, dijo uno de los presentes, cuando
todos lo vimos perderse al final de la calle. El Jefe andaba en Caracas, como
siempre de rumba y juerga.
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