jueves, 30 de marzo de 2017


Libros clásicos vs libros basura

Nunca será de extrañar que para cierta clase intelectual, y una muy privilegiada casta de eruditos, el mercado literario en las últimas décadas haya estado siendo invadido por libros-basura. Así como en el ámbito alimenticio existe la comida chatarra, el mismo criterio aplica para los libros, hay libros chatarra, textos desechables que no cumplen un cometido de conversión en el saber de sus lectores.   

Un libro que se extravía en la anti-memoria urbana, que se pierde en las vías por donde transita la sociedad de la información, de seguro es un libro efímero, y  por lo tanto incompleto y como tal tiene muy  buen destino el que desaparezca de una vez y para siempre, porque su único destino es multiplicar la ilusión errática de los analfabetas funcionales
Un libro que permanece vigente sin que le afecte el paso de un debut en el mercado, es lo que llamaríamos un clásico, ese que logra trascender las fronteras del tiempo –que ya es un reto difícil- y la de la conciencia de sus  lectores –que compromete algo mucho más titanico- salvo que se trate de la Biblia, libro, o suma de libros, que según la creencia judeo-cristiana fue escrito, o dictado, por el Espíritu Santo.


Sin embargo, más allá de este libro con características muy significativas, y que en alguna medida cifra el espacio y el tiempo de una civilización, tenemos otros libros que a pesar del paso de los siglos siguen siendo una referencia del saber, y además mantienen una validez absoluta, sin que parezca caducar nunca el contenido de sus páginas.

Estos libros clásicos el profesor Harold Bloom, los llama los libros excepcionalmente iluminados, algunos de ellos no son un solo libro, sino un conjunto de obras de un mismo autor; según Bloom esta valoración responde a tres condiciones específicas que debe reunirse en un libro: Esplendor estético, fuerza intelectual y sabiduría. Los autores de estas obras seleccionadas por Bloom–enumerar cada obra una a una, sería un oficio largo y tedioso-  son: “Montaigne,  Bacon,  el Dr. Johnson,  Goethe,  Emerson,  Nietzsche,  Freud y Proust. Además los libros hebreos: Job y el Eclesiastés; los griegos: Platón y Homero; y los de sabiduría cristiana de Santo Tomás y San Agustín.


Bloom observa un detalle que no sólo existe el libro ideal, que como hemos visto son muchos, sino que también existe un lector ideal, para él ese lector único sólo puede ser dios, idea que toma de San Agustín, el inventor de la Ciudad de Dios. 

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