Libros clásicos vs libros basura
Nunca será de extrañar que para
cierta clase intelectual, y una muy privilegiada casta de eruditos, el mercado
literario en las últimas décadas haya estado siendo invadido por libros-basura.
Así como en el ámbito alimenticio existe la comida chatarra, el mismo criterio
aplica para los libros, hay libros chatarra, textos desechables que no cumplen
un cometido de conversión en el saber de sus lectores.
Un libro que se extravía en la
anti-memoria urbana, que se pierde en las vías por donde transita la sociedad de
la información, de seguro es un libro efímero, y por lo tanto incompleto y como tal tiene muy buen destino el que desaparezca de una vez y
para siempre, porque su único destino es multiplicar la ilusión errática de los
analfabetas funcionales
Un libro que permanece vigente
sin que le afecte el paso de un debut en el mercado, es lo que llamaríamos un
clásico, ese que logra trascender las fronteras del tiempo –que ya es un reto difícil-
y la de la conciencia de sus lectores –que
compromete algo mucho más titanico- salvo que se trate de la Biblia, libro, o
suma de libros, que según la creencia judeo-cristiana fue escrito, o dictado,
por el Espíritu Santo.
Sin embargo, más allá de este
libro con características muy significativas, y que en alguna medida cifra el
espacio y el tiempo de una civilización, tenemos otros libros que a pesar del
paso de los siglos siguen siendo una referencia del saber, y además mantienen
una validez absoluta, sin que parezca caducar nunca el contenido de sus
páginas.
Estos libros clásicos el profesor
Harold Bloom, los llama los libros excepcionalmente iluminados, algunos de
ellos no son un solo libro, sino un conjunto de obras de un mismo autor; según
Bloom esta valoración responde a tres condiciones específicas que debe reunirse
en un libro: Esplendor estético, fuerza intelectual y sabiduría. Los autores de
estas obras seleccionadas por Bloom–enumerar cada obra una a una, sería un
oficio largo y tedioso- son: “Montaigne,
Bacon,
el Dr. Johnson, Goethe, Emerson,
Nietzsche, Freud y Proust. Además
los libros hebreos: Job y el Eclesiastés; los griegos: Platón y Homero; y los de
sabiduría cristiana de Santo Tomás y San Agustín.
Bloom observa un detalle que no
sólo existe el libro ideal, que como hemos visto son muchos, sino que también
existe un lector ideal, para él ese lector único sólo puede ser dios, idea que toma
de San Agustín, el inventor de la Ciudad de Dios.
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