Valencia sin agua
Eran las 11am y el sol hacía arder las calles de Valencia, convirtiendo
a la ciudad en un inmenso sauna, era una de las razones por la que Juan Campo
despertó en un mar de sudor, la cabeza embotada y la garganta tan seca como uno
de esos pasos cavernosos que hay en las montañas del desierto.
Caóticas
imágenes de la noche anterior golpeaban las puertas de su mente tratando de
salir todas al mismo tiempo. Recordó que había bebido como un cosaco y estaba
enratonado, entendió porque soñó que estaba durmiendo al pie de un volcán de
donde salían pingüinos con abrigos de peluche escurriendo chorros de sudor.
Pidió tiempo a
su mente y se fue a la nevera, necesitaba agua fría para aclarar sus ideas.
Pulso el dispensador de agua y salió un sonido estertóreo de aire frustrante. Miró
hacia el mueble de la cocina y vio que la jarra estaba vacía, sin una gota de
agua, igual que el botellón. Seguro se acabó toda anoche, pensó. Eso le dio más sed.
El fregadero
estaba hasta el tope de corotos sucios y sintió asco de tomar agua del grifo. Se
fue a la ducha, en el camino fue deshaciéndose de la ropa, abrió la regadera, está
rugió como un dragón y de ella salió una bocanada de aire caliente que dejó
al baño convertido en un horno. No había
agua.
Terminó
lavándose la cara y cepillándose los dientes con agua oxigenada, y dejó caer
sobre su cabeza un litro de jugo de naranja Frica, lo único frío que encontró en la nevera. Bajó
y no vio a un solo vecino, ni al vigilante. Sintió era el único habitante de Marte
derritiéndose con 140 C. de temperatura.
Juanita la
señora que trabajaba en su casa antes de irse el viernes le dijo, agarre agua
que Valencia está seca, y no se sabe hasta cuándo. Pero el confiando en el sendo
tanque del edificio no se preocupó. Ignoraba que el vigilante que hacía las veces de conserje,
portero y utilitis, no había ido a trabajar en toda la semana, y nadie se ocupó
de llenar el tanque y menos de racionar
el agua.
En la
panadería no encontró agua, ni en el supermercado, ni en la licorería, un
ejército de vecinos sedientos acabó en los últimos dos días con toda la
existente. Compró refrescos, los pocos que quedaban.
La calle era un
desfile interminable de gente desesperada deambulando de un lado a otro con
envases plásticos buscando agua. Unos sacaron unos pocos litros del sistema de
riego del parque, el que desmantelaron. Un grupo más osado armado con una llave
de paso de bomberos abrieron los conectores del hidrante contra incendios de la
agencia Banesco de la esquina, pero no salió ni una gota. Los camiones
cisternas que llegaban eran subastados, previa costosa transferencia podían llenar
de agua el tanque de un edificio.
Valencia estaba
viviendo un apocalipsis por el agua. En Trigal Centro y Lomas del Este, se
reportó que bandadas de pájaros caían muertos en pleno vuelo por
deshidratación. Los vecinos de El Parral,
le hicieron un velorio a Hidrocentro
con urna de cartón que prendieron en candela. Otros optaron por irse a Caracas
o Maracay, incluso Barquisimeto, a bañarse, a lavar y a buscar agua.
Asomado por el
ventanal de su apartamento, vio avanzar un cielo gris con truenos sobre la
ciudad. Al minuto caían las primeras
gotas, entonces vio que las azoteas de los edificios vecinos se llenaban de
gente en traje de baño y chores, armados con champú y jabón, bañándose bajo la
lluvia. La desesperación se contagia, y subió por su parte de lluvia, pero un
candado colocado en la puerta de la azotea le cerró el paso. Andaba descalzo,
se acostó en el piso frío imaginando que era agua.
Douglas González - Crónica Urgente / Diario LA CALLE
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