domingo, 23 de septiembre de 2018



¡A mí no!


Magda Terán, una espigada morena de tez oscura, con 1,73 metros de alto y un cuerpo cincelado por el deporte, no tiene trauma en que le digan la Negra, aunque es la única en aquella zapatería para gente fresi, llena de carajitas con aspiraciones a sex symbol, donde trabaja de 9 a 6 de la tarde, de lunes a sábado, junto a otras cuatro vendedoras, esas que siempre están obligadas a pagar con su cuerpo una prima por sus ventas al baboso árabe dueño de la tienda en el depósito de arriba, a donde las hace subir en la lentitud de la tardes.

Con ella lo intentó un día, le dijo que subiera, apenas ella entró al laberinto de estantes repleto de cajas, la abordó, intentando abrazarla por la cintura, atrayéndola hacia él, ella reaccionó con una fuerte sacudida que liberó su cuerpo elástico de sus intenciones, del olor a ajo y a café piche que salía de su boca, y de un empujón lo sentó de culo.

-A mí no- le gritó ella a todo gañote-, y ya me voy pa ´l coño. Salió disparada del depósito y bajó las escaleras en 3 segundos, temblando de miedo y  arrechera. Sabía que el árabe de la tienda era un sadicon, pero ella siempre sintió que estaba fuera del carrusel sexual, donde tenía a las otras empleadas, todas con el mismo perfil, chamas bonitas, madres solteras provenientes de barrios marginales con urgente necesidad de dinero, la que no lo complace la bota.

Estaba recogiendo su cartera cuando Nataly, una de las vendedoras le dijo “el jefe te llama por teléfono que no te vayas sin hablar con él primero”, ella respondió “dile que me voy”. Nataly le dijo al oído “chama aquí no estas mal, habla con él, piensa en tu chamo, no te puedes quedar sin trabajo”.
Apenas tenía en su cartera para dos días de pasaje, y la nevera ya daba señales de alarma. Lo que le pagaban en el gimnasio por las clases de aerobics apenas alcanzaba para algo. No quería pasar hambre y que su cuerpo desapareciera. Además estaba lo del celular que todavía estaba pagando, su  ventana al mundo de Instagram y Facebook.  

Así que aceptó las disculpas y el eso no volverá a pasar. Pero ese día hizo un pacto consigo misma, le agarró arrechera a los árabes.

En su casa nadie la llama negra, todos le dicen Donna, por Donna Summer una estrella de la música disco de los 70 que era la favorita de su mamá. Su abuela le dice que ella es una negra culí,  por su pelo liso, ligeramente encrespado y lo refinado de sus facciones, lo que debe a su papá un merideño blanco como la leche y altísimo, fue profesor de educación física hasta que murió delirando de una pea.

Todos le preguntan porque tiene en su cuarto un afiche de Vladimir Putin, si no es comunista, y ella responde “es que ese carajo si está claro, mandó a los árabes pal carajo, diciéndoles que en occidente no hay lugar para ellos, menos para su incivilizada religión, los llamó incultos y bárbaros, que debían quedarse con sus peos en sus tierras, y es verdad, porque lo que vienen es a joder”.

Por eso cuando este sábado vio en twitter que un atentado en Irán era segunda tendencia, sintió una gran frustración, preguntándose a ¿quién coño en Venezuela, que tiene que pelear con una jauría de gente para montarse en el Metro, atravesar medio barrio, con el alma en vilo para llegar a su casa y parir una harina pan, le interesa lo que pasa en Irán? Por eso es que este país está jodido, lo más triste de la vaina es que aquí nadie sabe dónde queda el jodido Irán. ¿A quién le importa? ¡A mí no!

Douglas González / Crónica Urgente -Diario LA CALLE


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