sábado, 13 de febrero de 2021

 La Generación Beat

 


Sus integrantes Jack Kerouac, Allen Ginsberg y William Burroughs, se han convertido en escritores de culto. Llamarlos outrsiders- donde se dan la mano con Henry Mille su gran antecesor-, vale para condensar su naturaleza anti-sistema, inconforme, iconoclasta y contestataria; cualquier concepto puede esgrimirse, pero sin duda ninguno es suficiente, a la hora de definir una generación de jóvenes escritores que protagonizaron el hecho cultural mas relevante en la década de los años 50, en los Estados Unidos y que marcaron una definitiva influencia literaria, poniendo de cabeza los valores del american way of life.

De Burroughs y Keruac he bebido del agua de su hidromiel, algo soltamos, algo se nos despoja con cada lectura. En algún momento tras terminar de leer un libro de Kerouac se lo daba a mi hija Oriana quien es artista plástico, para que alimentara su espíritu libertario, siempre veo, con secreta satisfacción, algún gesto beat en ella y en lo que hace.

En lo personal comparo la literatura Beatnik, con el jazz, por la polirrítmia que posee, el uso de los contratiempos,  la síncopa que como en la melodía va acentuando los tiempos débiles del compás. En los textos beat, acentúan lo que el estabilishment considera condenable, los aspetos débiles del individuo que se plantean la vida como una accion de libertad y que están negados a seguir una vida inspirada en los modelos y recetas que nos provee la sociedad de masas a través de las pautas del marketting.

Kerouac, es el autor de ese maravilloso escondrijo narrativo que es la novela, "En el camino", y en este articulo da las claves sobre el movimiento que abanderó.

El texto que sigue fue escrito por Jack Kerouac para la revista "Esquire" en 1958, y forma parte del libro "La filosofía de la Generación Beat".

"No fue más que una idea que se nos ocurrió".

"La Generación Beat fue una visión que tuvimos John Clellon Holmes 67 y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, beatíficos, hermosos, de una fea belleza beat —fue una visión que tuvimos cuando oímos la palabra beat en las esquinas de Times Square y en el Village, y en los centros de otras ciudades en las noches de la América de la posguerra —beat quería decir derrotado y marginado pero a la vez colmado de una convicción muy intensa.

Llegamos incluso a escuchar a los viejos Padres Hipsters de 1910 usar la palabra en ese mismo sentido, con una entonación melancólica.

Nunca aludió a la delincuencia juvenil; nombraba personajes de una espiritualidad singular que, en lugar de andar en grupo, eran Bartlebies solitarios que contemplan el mundo desde el otro lado de la vidriera muerta de nuestra civilización.

Los héroes subterráneos que se salieron de la maquinaria de la “libertad” de Occidente y empezaron a tomar drogas, descubrieron el bop, tuvieron iluminaciones interiores, experimentaron el “desajuste de todos los sentidos”, hablaban en una lengua extraña, eran pobres y alegres, fueron profetas de un nuevo estilo de la cultura estadounidense, un estilo nuevo (creíamos) completamente libre de influencias europeas (a diferencia de la Generación Perdida), un reencantamiento del mundo.

Algo parecido pasaba casi al mismo tiempo en la Francia de posguerra de Sartre y Genet, algo sabíamos de eso. Pero en cuanto a la existencia de la Generación Beat, no fue verdaderamente más que una idea que se nos ocurrió. Nos quedábamos despiertos todo el día, las veinticuatro horas, y poníamos discos de Wardell Gray, Lester Young, Dexter Gordon, Willis Jackson, Lennie Tristano y los demás, un disco tras otro, y hablábamos incansablemente de ese aire nuevo que sentíamos en la calle.

Escribíamos relatos sobre los santos negros del jazz que hacían dedo por Iowa con sus instrumentos y grabaciones y llevaban el mensaje secreto del hálito, de la respiración a otras costas, otras ciudades, a semejanza de un auténtico Walter el Indigente que liderara una invisible Primera Cruzada.

 Teníamos nuestros propios héroes, nuestros propios místicos, escribíamos novelas sobre ellos, las cantábamos, y componíamos larguísimas odas a los “ángeles” nuevos de la América subterránea.

Quedaban en realidad un puñado de esos hips, de esos tipos con verdadero swing, y lo que hubo antes se extinguió velozmente en la Guerra de Corea (y después) cuando emergió en los Estados Unidos una especie novedosa de eficiencia; puede haber sido la consecuencia de la universalización de la televisión y nada más (la Política del Control Policial Total de los oficiales de la “paz” de Dragnet), pero después de 1950 los fantasmas beat decayeron y se desvanecieron en cárceles y manicomios o quedaron confinados en la vergüenza de un conformismo silencioso; la generación misma fue efímera y muy pequeña.

Pero no tendría ningún sentido escribir todo esto si no fuera igualmente cierto que, por un raro milagro de la metamorfosis, la juventud de la posguerra se reveló también beat y adoptó sus gestos; pronto se lo vio en todas partes, el nuevo estilo, el desaliño y la actitud indiferentes; por fin llegó al cine (James Dean) y a la televisión; los arreglos de bop que había sido el éxtasis musical secreto del ánimo contemplativo beat empezaron a escucharse en los fosos de todas las orquestas y de todas las partituras (las obras de Neal Hefti.

Para no hablar de las piezas de Basie), esas visiones del bop pasaron a ser propiedad común del mundo de la cultura popular y comercial; el uso de nuestras palabras (palabras como “crazy”, “hungup” o “go”) se volvieron familiares y entraron en el uso común; el consumo de drogas ganó una legitimación oficial (sedantes y todo lo demás); e incluso el vestuario de los hipsters beat se abrió paso en la nueva juventud del rock ‘n’ roll.

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