sábado, 8 de agosto de 2015


Cuando el Gabo conoció a Chávez supo que este era la encarnación del senador Onésimo Sánchez

Fidel Castro ha variado su visión de la Cuba socialista, algo inviable e ilusorio, es un hecho indudable, también habrá variado su concepto del mercado capitalista, ya poco a poco la Isla se sumerge en él, las razones históricas del hambre y el fracaso de su modelo político lo demuestran día a día. Pero lo que si no ha variado ni siquiera en el acento, es al decir que el mejor amigo de su vida fue el escritor Gabriel García Márquez.
Siendo tan próximo a Fidel, y luego siendo Chávez tan íntimo a Fidel y a su mundo en la Habana, García Márquez, nunca ni se retrató con él, ni escribió una línea a favor a la llamada revolución bolivariana, cuestión que si hizo con el gobierno revolucionario de Salvador Allende y con la Nicaragua de la revolución Sandinista. García Márquez condenó a Chávez al silencio de sus palabras.
¿Qué separó a Gabriel García Márquez un convencido de la izquierda de Hugo Chávez?
A García Márquez le bastó acompañar al Chávez recien electo, en un vuelo La Habana-Caracas, para saber que conocía su discurso, que podía hasta predecir el orden de sus ideas, el énfasis denotado en ciertas palabras -porque casi todas las había pensado una y otra vez cuando las puso en la boca del senador Onésimo Sánchez, protagonista de su cuento "Muerte Constante más Allá del Amor", con ese estilo chapucero, despóta y populista y traficante de esperanzas; algo que sin duda conmovió la conciencia del escritor Premio Nobel, encontrarse frente a frente con uno de sus personajes habitando en otro hombre, destinado además de gobernar a un país de sus afectos como lo fue Venezuela.
  

 Gabo al describir su primer y único encuentro con Chávez, relata lo siguiente -publicado en la revista Cambio de Colombia-: “El avión aterrizó en Caracas a las tres de la mañana. Vi por la ventanilla la ciénaga de luces de aquella ciudad inolvidable donde viví tres años cruciales de Venezuela que lo fueron también para mi vida. El presidente se despidió con su abrazo caribe y una invitación implícita: -Nos vemos aquí el 2 de febrero-. Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más”.
Así lo describió en 1989, pero 29 años antes en otro viaje distinto, uno de esos que permite la imaginación literaria sobre las curvas del tiempo, entre metáforas y otro sustantivo, vemos emerger al mismo personaje pieza por pieza de la página en blanco de la máquina de escribir del Gabo, pero dejemos que sea la prosa del mismo García Márquez quien nos describa la fluctuación histórica de este personaje en dos tiempos.
"[El candidato] Acalló los aplausos con una orden de la mano, casi con rabia, y empezó a hablar sin gestos, con los ojos fijos en el mar que suspiraba de calor. Su voz pausada y honda tenía la calidad del agua en reposo, pero el discurso aprendido de memoria y tantas veces machacado no se le había ocurrido por decir la verdad sino por omisión a una sentencia fatalista del libro cuarto de los recuerdos de Marco Aurelio.
-Estamos aquí para derrotar a la naturaleza –empezó, contra todas sus convicciones-, ya no seremos más los expósitos de la patria, los huérfanos de Dios en el reino de la sed y la intemperie, los exiliados en nuestra propia tierra. Seremos otros, señoras y señores, seremos grandes y felices.
 

Eran las fórmulas de su circo. Mientras hablaba, sus ayudantes echaban al aire puñados de pajaritas de papel, y los falsos animales cobraban vida, revoloteaban sobre la tribuna de las tablas, y se iban por el mar. Al mismo tiempo, otros sacaban de los furgones unos árboles de teatro con hojas de fieltro y los sembraban a espaldas de la multitud en el suelo de salitre. Por último armaron la fachada de cartón con casas fingidas de ladrillos rojos y ventanas de vidrio, y taparon con ella los ranchos miserables de la vida real.
El senador prolongó el discurso , con dos citas en latín, para darle tiempo a la farsa. Prometió máquinas de llover, los criaderos portátiles de los animales de mesa, los aceites de la felicidad que harían crecer legumbres en el caliche y colgajos de trinitarias en las ventanas. Cuando vio que su mundo de ficción estaba terminado, lo señaló con un dedo.
-Así seremos, señoras y señores –gritó-. Miren. Así seremos.
El público se volvió. Un trasatlántico de papel pintado pasaba por detrás de las casas, y era más alto que las casas más altas de la ciudad de artificio. Sólo el propio senador observó que a fuerza de ser armado y desarmado, y traído de un lugar a otro, también el pueblo de cartón superpuesto estaba carcomido por la intemperie, y era casi tan pobre y polvoriento y triste como el Rosal del Virrey [el pueblo donde daba su discurso]".

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