jueves, 13 de agosto de 2015


"LA RAZÓN ES LA GRAN PUTA DEL SIGLO XX"  (Frase de Jean Paul Sarte / filósofo francés)
El filósofo español José Antonio Mariná dice en la Inteligencia fracasada que la estupidez es una enfermedad mortal, contra la que deberíamos vacunarnos, porque en el  plano personal produce desdicha y en el plano social injusticia, que es otro tipo de desdicha. No hay nada más cercano a la estupidez, o la estulticia nombrada por Erasmo de Rotterdam, que pretender tener el dominio de la razón.
 
Desde niños escuchamos ese lugar común que neutraliza  y coloca una camisa de fuerza a nuestra voluntad libertaria: “yo tengo la razón” y “tú no tienes razón”, es un martillo sistemático que nos lo endosan durante el crecimiento esa  transición humana que acompaña a los jóvenes toda la adolescencia hasta lograr la promoción de ser maduros, con lo que se logra una especie de alta clínica de la insanidad juvenil, una certificación de cuerdo, necesaria para que  entre en el ejercicio de tener razón. Aunque a veces eso comprometa a toda una suma de hijo de puta controladores, perversos y castradores, gendarmes pertenecientes de ese extenso cuerpo represivo de los “yo tengo la razón” .

Este es un texto simple, interventor por llamarlo de alguna manera, tampoco supone un panegírico a lo irracional. En todo caso va dirigido a reseñar la actitud de quienes con tan sólo haberse leído tres manuales de la vida –algunas veces malos por demás-, andan por la vida como policías de tránsito poniendo a diestra y siniestra multas por irracionalidad a todo auqello que ellos no aprueban.  Lo flaco de todo esto, lo que es su lado débil es que cuando son confrontados por un pensamiento específico, elaborado y profundo, sólo responden suscribiendo pildoritas de psicología chatarra, o de alguna otra charlatanería especulativa, en las que se atrincheran para asegurar que manejan la razón, una voluntad de razón compulsiva, que muchas veces termina por amputarles su aspecto creativo. Incapaces de superar un párrafo autónomo, genuino, propio, por el peso de la razón que siempre lleva consigo .


El uso de la razón presupone un compromiso social, una aplicación de la lógica de guerra en ese largo combate que presupone llegar a ser adulto y joder a medio mundo en el camino. Pero la razón como ya lo dijo Sartre es la gran puta del siglo XX, sirve para justificar cualquier vaina, un asesinato, una pegada de cacho, una grosería, el desaire, en fin cualquier cosa, incluso el odio. 
El problema es que cuando la razón ocupa todo el espacio mental, estamos ante una obesidad del razonamiento, ese que se define por una angustia, por el exceso de control, extremada rigidez, apego a la perfección psicótica enfermiza, ocultamiento deliberado de errores, fallas, carencias, y todo un largo etcétera que permiten a fuerza de acumular convertir su cerebro en almacén donde tener a mano, la instrumentación necesaria para sostener una vida tan artificiosa como la razón que esgrimen tener.

Lo grave, lo que es realmente grave es que como la razón compulsa ocupa todo el espacio su pensamiento, nunca deja lugar para la fantasía, la invención o las ideas creativos. Por esos los que padecen obesidad racional son meros repetidores, aplican recetas para la vida, pero jamás la crean.


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