viernes, 30 de octubre de 2015


El periodismo es un género literario  

pero nadie lo sabe o pocos lo creen

Contaba un viejo periodista del diario El Nacional que conoció al escritor Alejo Carpentier, en la época en que éste iba casi a diario a la redacción de ese periódico a entregar su columna “letra y Solfa, que estuvo publicando por más de diez años, que cuando se cruzaba con los periodistas en los pasillos, siempre les preguntaba “¿cuántos libros se ha leído usted ésta semana?
Y es que Alejo Carpentier, creador del concepto literario de lo Real Maravilloso, y además varias veces postulado al Premio Nobel de Literatura y uno de los protagonistas del boom latinoamericano, era de los convencidos de que no puede haber buen periodismo escrito, sino existe detrás de quien lo escribe el amparo de la formación literaria, o se está animado por el gusanillo de la literatura. Sabía también que el periodismo no sólo guarda un salto hacia lo intelectual, sino que es un género de la literatura, como afirmó Gabriel García Márquez, y tantas veces nos aleccionó ese gran escritor argentino –a su paso por Venezuela- Tomas Eloy Martínez y ha refrendado el filósofo español Fernando Savater.
Desde hace años extraño ver en un periódico un reportaje escrito con todos los ítems que para su “verdadera” elaboración nos indicó Eleazar Díaz Rangel en aquél memorable libro “Miraflores fuera de juego”, hoy creo olvidado por las cátedras encargadas de enseñar las técnicas del género. El reportaje –por lo menos el que se publica- ha pasado a ser (sobre todo el que se publica en la prensa de provincia) una estructura abierta (en el sentido semántico de Umberto Eco), un pastiche de entrevistas y datos, con algún uso decente del encabezado. Otros, los más asertivos se quedan a medio camino de lo pudiera ser una buena crónica, pero el uso indiscriminado (a veces alocado sin ton ni son) de la entrevista, como herramienta para recolectar información, acaba con el mejor de los intentos.
“La grabadora es la culpable de la magnificación de la entrevista. La radio y la televisión por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz no es tanto la del periodista, sino la del entrevistado”, advirtió en su momento Gabriel García Márquez.
Quien está obligado a transcribir está pensando más con mentalidad secretarial que con determinación y estilo literario. Nos encontramos con periodistas que leen poco o no lo hacen, otros que sólo navegan en el mar incierto de los libros de “autoayuda”, que si bien pueden ser buenos consejeros en lo espiritual, el nivel literario de su escritura tiende a cero. ¿Es indispensable leer literatura para escribir en periodismo? No, necesariamente. Pero de seguro nunca su redacción pasará de ser una elaboración plana y lineal; si bien inscrita en el formato requerido, pero sin nada que ofrecer en la creatividad de su verbo, algo cercano al periodismo institucional que en un tiempo se consideró el “liquidador” de todos los estilos, por su tono formal, encapsulado, mecánico y predecible con una marcada asepsia hacia cualquier recurso estilístico literario.
Las redacciones que logran trascender con su estilo son aquellas que jamás han dejado de proporcionar talleres, seminarios y alguna otra herramienta de formación literaria a sus periodistas, algo muy común en el periodismo europeo, donde algunos medios proporcionan cursos que incluyen simulación de hechos con ningún otro fin que perfeccionar su redacción. En Venezuela, hace años lo hacía El Nacional, y luego El Universal también se sumó a esos mejoramientos. Pero en la provincia donde se escribe el periodismo con el ritmo semejante de una lluvia monótona –es la tendencia mayoritaria-, ha habido muy pocos.
El Gabo llamó al periodismo el mejor oficio del mundo, ese viejo periodismo sin duda, el que uno seguía aprendiendo en las tertulias de las barras de la nocturnidad –caraqueña en mi caso- donde periodistas, intelectuales y escritores, donde acudíamos a demostrar lo que éramos en la práctica ante esa reunida cofradía, donde las conversaciones  siempre giraban en torno a un debate de ideas o la discusión sobre un libro o algunos autores de un tema determinado, la mamadera de gallo, o el señalamiento en público de los horrores y deslices cometidos en la última nota. Un periodista que en esa época se fuera directo a su casa que no mostrara inquietud hacia lo intelectual, quedaba fuera de la cofradía. Porque el periodismo de ese entonces –no había internet- imponía a todos la necesidad de procurarse una base cultural y todo iba conduciendo hacia ello.
En los últimos tiempos, en conversación con miembros de las nuevas generaciones, me he tropezado con un nuevo perfil, el periodista todero, quizás producto de la circunstancia país: saben de publicidad, mercadeo, imagen corporativa, diseño, pero ninguno ha podido referirme un texto trascendente que haya escrito, salvo su tesis. De igual manera en esta tierra de la provincia carabobeña, he tenido la oportunidad de conocer en medio de la fragua periodística a profesionales de notable mérito literario, unos han publicado libros, otros reportajes con tal vuelo en su prosa que aún los conservamos en el quehacer de nuestra memoria: Mariela Díaz Romero, Johnny Castillo, Jorge Chávez Morales y Jesús Puerta, quienes en su momento han estado bajo el amparo de ese dios de las palabras del que tanto hablaba García Márquez, el que convierte todas las experiencias de la vida en notable literatura.

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