171
años después: Nietzsche un filósofo
para
pocos, pero necesitado por muchos
Nietzsche
es un filósofo que suele generar dos actitudes al leerlo, se forma parte de sus
furibundos seguidores, o se huye de él, ésta última siempre está conformada por quienes ven en él filósofo alemán al escritor cismático
que decretó la muerte de Dios y consideran su obra una especie de Caja de Pandora, son los que nunca leen sus libros y si lo hacen siempre
tienen sentimiento de culpa.
En realidad, Friedrich
Nietzsche es el gran instaurador de una de las llamadas filosofías de las
sospechas, es el gran deconstructor de la historia moderna, desde los albores
de su nacimiento, a partir de cuyo análisis constituyó un pensamiento
anti-ideal, que denominó nihilismo europeo. Nietzsche dinamitó todos los ídolos
de la sociedad, no sólo al cristianismo con su famosa sentencia “Dios ha
muerto”, sino esos otros conceptos de promesas idealistas que gravitan como
grandes constelaciones en la mente colectiva: Democracia, Socialismo, proletario,
anarquismo, civilización, razón ilustrada, progreso, liberalismo. Nociones a las
que responsabilizó el haber colocado al hombre en un camino obnubilado y
crepuscular, como parte de una cosmovisión ideal a la que –según Nietzsche – recurría
la sociedad para evadir realidad y alejarlo de las duras experiencias de la
vida. La vida en la tierra no debe importar, el verdadero reino está en los
cielos, o, sacrifícate ahora mañana el
mundo será mejor y esta otra: cuando llegue la revolución todos seremos felices,
nada será de nadie y todo será de todos, o de quien lo necesite, etcétera, etc.
Para Nietzsche todo eso presupone que las mejores posibilidades del hombre siempre
se encontraban más allá de su momento presente. Cada una exigía sacrificar aspectos
de su vida, apelando a un futuro maravilloso como la patria y la revolución
proletaria, con la promesa de establecer una sociedad más justa, sin clases y
sin explotación, sin Estado. Puras promesas, lo que son.
Nietzsche
consideraba que estos conceptos se fundamentaban en un sistema perverso de antagonismo
artificioso: el más allá al aquí y el ahora; la sujeción de lo ideal a lo real.
Su rebelión va contra una de estas grandes corrientes del pensamiento idealista
que por siglos tuvieron dominando y condicionando la vida de los hombres, del
rebaño de bípedos, influenciadas por las doctrinas del pensamiento milenarista:
La esperanza de mil años de felicidad que llegará, algún día, en el mañana.
Muchos
teóricos ven en Nietzsche un nihilista laico, porque aún a pesar de su
declaración radical contra “Todo”, pervivieron en sus planteamientos algunos
ideales de la filosofía antigua, esa filosofía que tenía como propuesta
principal mostrar un modo de vida y no la limitada enseñanza de una entelequia
filosófica en las aulas universitarias. Entre las influencias que de algún modo
marcaron al filósofo alemán en este sentido, figuran el estoicismo y el budismo,
de los cuales además hereda la convicción de que el hombre debe vivir en la
única dimensión real del tiempo: El presente. Siempre criticó el exceso de
nostalgias por el pasado que nos mostraba la historia y el exceso de promesas
futuras con las que estaban cargadas las propuestas idealistas, “porque nos
alejan de la auténtica sabiduría, puesto que el pasado (que ya no es) y el
futuro (que aún no es) son sólo formas que adopta la nada”.
Para
Nietzsche es determinante desplazar los valores artificiales e inauténticos que intentan preservarse a través de sus grandes
“entelequias” destinadas a esclavizar a los pueblos, razón por la que no guardan, ni tienen ningún propósito en
elevar la conciencia del hombre y menos aún promover que éste manifieste la
voluntad de poder en toda su expresión, sino todo lo contrario: esta valoración
lo que busca es sujetarle la voluntad.
De
allí, que se plantee la necesidad de desplazarlos, al igual que el hombre
terrenal, por decadente, esclavo y bípedo que se conforma con integrar un
rebaño. Nietzsche tras decapitar a lo que él llama hombre terrenal, propone establecer
en su lugar al Superhombre, el cual, según él, emergerá de la voluntad de vivir
y de la plena consciencia de su voluntad de poder, eliminando así todo
condicionamiento a la debilidad a lo que son llevados quienes albergan lo
llamados “sentimientos inferiores”. Para Nietzsche, toda conducta o inclinación
en la que predomine lo “sentimental”, pervierte y distorsiona la verdadera dimensión
de la voluntad humana.
Nietzsche
como dinamitero del pensamiento establecido no dejó nada en pie, todo lo hizo volar en
pedazos, incluso la historia de la filosofía, los valores establecidos debían
ser abolidos en pos de una nueva tabulación: Los valores morales, sustituidos
por los valores naturales. La teoría del conocimiento por una tabulación de lo
que serán las inclinaciones del nuevo hombre,
el Superhombre, en correspondencia con su expresada voluntad de poder. La religión y las
doctrinas metafísicas por el sistema del Eterno Retorno, todo ello con un único
fin: la nueva historia y el nuevo Superhombre.
“El Superhombre es aquel en quien la voluntad de
dominio se revela en toda su fuerza; es el que está situado verdaderamente más
allá de la moral, el que tiene el valor de afirmar frente a la moral la virtú
en el sentido del Renacimiento italiano. El Superhombre es el que vive en
constante peligro, el que, por haberse desprendido de los productos de una
cultura decadente, hace de su vida un esfuerzo y una lucha. Si el Superhombre
tiene alguna moral, es la moral del señor, opuesta a la moral del esclavo”.
En
el capítulo De la visión y el lenguaje de su libro, “Así hablaba Zaratrusta”,
Nietzsche escribe sobre la existencia de un eterno presente prefigurado en la
repetición infinita de las cosas. Es la teoría del Eterno Retorno que
Nietzsche promovió con rasgo de
cientificidad histórica. Según esta teoría, cada momento se repite de manera imperecedera, una y otra
vez, y es lo que le otorga infinitud a todo momento presente. Para desmarcarse
de los ideales esperanzadores, Nietzsche, encubrió esta teoría bajo el manto de
lo profético, algo que está seguro va a ocurrir de la manera por él enunciada.
Una vez más, encontramos a Nietzsche bebiendo de la fuente de la filosofía
antigua: Así Hablaba Zaratrusta es un libro
-como casi la mayoría de los textos de Nietzsche- lleno de aforismos, redacción
fragmentada y breve, tal como solían escribir los filósofos antiguos. Una
manera de ejercer mayor efectismo en el lector, ya que el aforismo posee un
valor “psicagógico” (persuasivo) que busca sumar al lector como adepto a la
práctica de la idea que se expone. Para
Nietzsche sin duda se trataba de una técnica recurrente con la que le daba
énfasis a su mensaje. ¿Cuál es la fuente que provee a Nietzsche de teoría del
eterno retorno? El mito griego de Sísifo, del que nos da cuenta Homero en La
Odisea. Sísifo fue un hombre que enfrentó como castigo en el Inframundo subir
una gran roca por una pendiente, y luego dejarla rodar cuesta abajo, para luego
ir por ella, subirla nuevamente, y dejarle caer, una y otra vez por toda la
eternidad. “Ese es el eterno retorno, un quehacer inútil y sin fin –señala el
investigador Julio Quesada de la Universidad de la Laguna en Tenerife (Islas
Canarias), España-, ausencia de finalidad metafísica de la vida, subir y tirar
la roca y volver a subir para que vuelva a caer eternamente, algo que no
esconde ninguna teleología. Sísifo ha comprendido que los dioses lo han
condenado al eterno retorno”. Ese acto repetitivo infinito parece estar animado
por la misma voluntad inmanente descrita por Schopenhauer en el Mundo como
Voluntad y representación, no conoce
satisfacción, aburrimiento ni fatiga, lo suyo es representarse, lo mismo sucede
con el eterno retorno donde lo propio es repetirse".
¿Qué
nos deja el pensamiento de Nietzsche 175 años después? Todos los grandes
movimientos de protesta que se dieron en el siglo XX contra el status quo,
y en contra de la dominación vertical de
la sociedad, tuvieron como piedra angular la tabula raza, la desconstrucción
que Nietzsche aplicó sobre los ídolos del idealismo social, que posteriormente
en la década de los años 60, se personificaría en las protestas contra los
rigorosos imperativos y controles que ejercía el Estado burgués como se expresó
en el mayo 68 francés.
Pero
esa lucha no ha cesado. En la actualidad podemos considerar que los ídolos deconstruidos
por Nietzsche cambiaron de rostro, se fusionaron en el principal ídolo de esta
época: El Hiperconsumo, donde todo se convierte en mercancía ( política,
libertad, amor, y religión), los falsos valores que ayer dinamitó el filósofo
alemán pero que aún se resisten a caer de un todo, y de sus ruinas –como toda
grieta antigua- salió eso que Marx llamó el monstruo de mil cabezas: La
alienación, ante la que todos los hombres son esclavos, los únicos amos y
libres ante ella son los librepensadores, los anarco-individualistas, los amos
de sí mismos.
La
alienación no sólo es una relación hombre-mercancía, lo más grave es que es una
enfermedad mental, que cada día está siendo sobrealimentada porque las
sociedades de hiperconsumo, sólo puede existir aplicando su modelo más puro: el
de la adicción.
El
mundo está regido por una competencia de mercado, el mercado en sí mismo
evoluciona, ya no es lo que necesites, ahora el consumo se basa en la
´predictibilidad de lo que vas a consumir en una línea de tiempo. La técnica
está al servicio de controlar los deseos más que del progreso, la libertad y la
felicidad de los hombres.
175
años después del gran dinamitero de los valores culturales de Europa, y teórico del nihilismo alemán, nos preguntamos si no
tenemos otra opción que retornar la
marcha, exactamente donde nos dejó Nietzsche. Dostoievski a quien Nietzsche
admiró profundamente sentenció: “al haber muerto dios, será el ser humano el
que ocupará su lugar de manera delirante, conduciéndonos hacia todos los
peligros del totalitarismo”. Ese peligro del totalitarismo desembocó en el
consumo compulsivo, estar consumiendo sin parar como el valor intrínseco de una
vida feliz y llena de sentido. Para responder a esta premisa, el mercado de
masas pone a disposición de los consumidores una renovación constante y voraz
de los objetos y las cosas, ya no se trata de que sea la computadora o el móvil
mejor o más funcional, sino que es el nuevo, el modelo que renueva al del año
anterior.
El
pensamiento de Nietzsche, el primer gran deconstructor de la sociedad moderna
sigue tan vigente como el día que editó su primer libro. Es un autor que está
condenado a que su pensamiento nos ilustre sobre los valores artificiosos y
enajenantes que son los verdaderos tótems de nuestra sociedad. Aunque no baste
releerlo, para ello también sea necesario identificarnos y ejercer la libertad
individual, y apartarnos de aquello que Ethienne de la Boite en el siglo XVI,
denominó “la servidumbre voluntaria”, o la esclavitud “confortable” a la que
nos conduce la sociedad de hiperconsumo y sus valores fatuos.
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