viernes, 25 de marzo de 2016

 
A propósito de las cartas "putas" de la escritora Doris Lessing (Parte I)



Cuando la escritora británica Doris Lessing ganó el premio nobel de literatura en el año 2007, enseguida compré dos de sus novelas, era viernes y sus libros comenzaban a tapizar las vidrieras de las librerías.
La idea era sumergirme durante el fin de semana en el mundo de la recién laureada Lessing, autora de la que todo el mundo hablaba por esos días con todo el acento que otorga la novedad –aunque muchos sólo se remitiesen únicamente a repetir lo publicado por la prensa porque en realidad casi nadie la había leído-, ese era el plan de aquél fin de semana. Lo primero que me sorprendió fue su prosa poco repulimentada y tosca, que mostraba un lenguaje que cartesianamente estaba bien escrito, pero que adolecía de una mayor elaboración estética como la que uno espera escriba un galardona por el Premio Nobel.
Los títulos entonces comprados fueron: “Un hombre y dos mujeres” (escrita en 1972), y “Diario de una buena vecina” (escrita en 1983). Al primero lo soporté hasta leer aproximadamente el 30% de sus páginas, en las que encontré párrafos tupidos con una notable carga de resentimiento, emociones encontradas, y la permanencia de su estilo áspero, esto último terminé por  adjudicárselo a una deficiente traducción. Pero con la segunda novela la experiencia no cambió un ápice creo que esta la deseché antes de llegar a la página 20 de unas 270 en total.  Entonces decidí buscar por internet un tercer título, en ingles y logré descargar: Briefing for a Descent into Hell, si bien percibí una notable mejoría, por sobretodo acortar las distancias del lenguaje entre la autora y mi lectura, en líneas generales lo que tenía ante mí era una novela que hubiera estado extraordinariamente escrita si su autora hubiese sido una inteligente y culta ama de casa, pero que resultaba muy a medio camino si se trataba –como era el caso- de una brillante escritora que se empeñaba en narrar de manera un tanto pueril con toda la acentuación propia de una ama de casa que intenta hacer buena literatura.
Ese día no sólo mandé al carajo a la Academia sueca con toda la parafernalia de su Nobel, y asumí que a Lessing le habían dado el premio por su pasado comunista, y por–en algún momento- haber simbolizado cierta inspiración y una voz literaria a la bandera feminista. Las dos novelas de Lessing fueron directo a la basura antes de finalizar el día domingo. Jamás leo por obligación, lo hago como un ejercicio de felicidad. Tampoco incurro en el acto hipócrita de regalar un libro que haya desestimado leer, considero que a nadie, por aquello de que toda persona merece respeto, se le debe obsequiar un mal libro,porque es un acto que violenta una intimidad.
A partir de entonces Lessing se convirtió en un eco lejano en mi horizonte literario, una nota leída de pasada en un periódico en el año 2013 me dio cuenta de su muerte a los 94 años,  siguió su ausencia, hasta que hace pocos días vi su nombre resurgir de nuevo, el cual parecía haber dejado de habitar la imperturbable lápida de su tumba para venir a pavonearse entre las llamaradas de esa hoguera de vanidades que continuamente alimentan los medios de comunicación. Lessing volvió a ser noticia al publicarse en contenido de unas cartas íntimas que intercambió con un ex amante casi una década.
Es así como tres años después de su muerte me encontraba con la obra de Doris Lessing
 emergiendo con la investidura de la noticia con la publicación de esas sus cartas “putas de las que leí algunos de sus fragmentos más virales reseñados por la prensa y, a propósito de ello, me ocupé en leer un comentario del  primer volumen de su autobiografía  -publicada bajo el título: ¿Dentro de mí?-, escrito por el también Premio Nobel J.M. Coetzee.
La suma de las epístolas amorosas de Doris Lessing –escritas a lo largo de la década de los años 40 para su amante Leonard Smith- bien pudiera titularse como cartas “putas” para unos, bizarras, para otros, o ruines para los menos, nos hablan abiertamente de las verdaderas motivaciones y inclinaciones de la escritora hacia el sexo libre, lo contradictorio que le resultaba el matrimonio por ser densamente monótono y ponerle una camisa de fuerza a sus emociones más genuinas. Por otro lado estaba la pesadilla de la maternidad, concebir un hijo era un acto cismático que diezmaba su vida personal, tuvo dos y ambos los dejó a cargo de su familia para poder ocuparse de hacer un mundo con un futuro mejor desde su tribuna política –eso argumentó en su momento-.  “No estoy hecha para el matrimonio”, dijo. Y en otro pasaje indica: soy “egoísta, egocéntrica, polígama, amoral, irresponsable, desequilibrada y de ninguna manera una buena integrante de la sociedad”.

En esos años, Lessing quería ocuparse de vivir y escribir que es esa otra forma idealista de vivir. El mundo bohemio fuera el de Londres o Moscú era en los que en lo personal le gustaba gravitar, deseaba brillar por su intelecto, su sensualidad, su capacidad de organización política, una heroína literaria.

Algo que sobresale en la relación de Lessing con Smith es la visión totalmente desprejuiciada y liberal que tiene sobre el rol de doble sexualidad de su amante quien además de ser su confidente y mejor amigo también era gay. En febrero de 1946 le escribe diciéndole: “Creo que es el momento en que debería darte la parte devastadora de mis noticias, así que contén el aliento, no pestañees y da vuelta la página: voy a tener un bebé”.
Época en la cual Doris Lessing daba cuenta de sus primeros síntomas de asfixia del estalinismo soviético, del que formó parte importante, integrada a la directiva del Partido cuando comenta a Leonard sobre su incapacidad para ajustarse a las rígidas normas sociales dice: “odio pensar lo que me harían en la Unión Soviética; las cosas del matrimonio que me ponen muy loca. ¿Lo haré? No sé.”
Ni ella quiere ser percibida como una abnegada esposa y madre, ni tampoco se comunica desde ese escenario. Las relaciones amorosas eran un fundamento en el ámbito de la vida artística intelectual. Un ejercicio de libertad, que los hacía diferentes –sin prejuicios- a los demás seres humanos. En un párrafo de sus cartas Doris se refiere a Leonard y otros dos amantes, “Los amo a los tres en partes indivisas de un tercio”.

BUSCANDO A DORIS LESSING
Guiado por lo que reveló el rostro oculto de la novelista en su epistolario amoroso lo que se me fue complementado en gran parte de sus confesiones autobiográficas,  pude tener la visión necesaria para comprender aspectos de sus obras que en un primer momento quizás me fueron indescifrables. Doris lessing es el libro primigenio que acompaña toda su obra, y hace de ella misma el testigo veedor por excelencia que dispara su mirada escrutadora hacia todas direcciones del mapa existencial.  Recogiendo estampas de la vida común, ese mundo tan limitado que tenía acceso a abordar en la esquemática sociedad colonial del Imperio Británico, que dominaba a la población blanca enclavada en el complejo tejido multicultural del continente africano: lo que cuenta en sus novelas fue algo que nace de lo visto, vivido, oído o descifrado por ella misma. 


Sus personajes se alimentan del contacto de su memoria con ese universo de rostros y nombres sucesivos en los que se adentró desde su temprana adolescencia, mientras ejercía el oficio de distribuir el periódico del partido comunista –corriente política a la que se había adherido para expresar más su personalidad inconforme y rebelde-. Una vez por semana tenía que caminar y adentrarse en largas distancia entre un  vecindario y otro, llamar de puerta en puerta en las casas de decenas de familias. Cada hogar que visitó le brindo a Lessing la mirada de pequeños universos de relaciones, afectos, logros, sueños y frustraciones que fueron tejiendo en ella, esa percepción de los vínculos sociales de los que siempre ella es testigo en primera o tercera persona de sus narraciones.
No sería un acto supersticioso decir que Doris Lessing es una de las escritoras cuya vida gravita de manera profunda y constante en sus novelas. Sin duda esa otra obra - la estructura ausente de la escritura de Lessing lo constituye su propia existencia-,  leer detenidamente las hojas de su tránsito por la vida –en mi opinión- es algo imprescindible para identificar la verdadera dimensión de su trascendencia novelística, algo que por supuesto no evita que en breves momentos aflore tímidamente la Doris Lessing de sus primeros años y transitemos por algunos pasajes tediosos, otros excesivamente cotidianos escritos de manera muy lineal por lo que resultan ciertamente aburridos que siempre emergen en sus textos cuando menos lo esperas. Pero más allá de las consideraciones rítmicas de su prosa, en sus novelas está siempre presente esa marejada inquieta y voluble que es la historia a caballo, signada por la necesidad de la escritora de registrar el movimiento de ese tren que pasa frente a sus ojos, porque más que una novela, y más que una parte de la historia, está la condición del hombre en medio de ellas, como la denuncia e inconformidad de un sistema político, social o familiar que a muchos ahoga.


Así es la Doris Lessing que surge detrás de cada página de su novela más epónima: El cuaderno dorado (1962), en la que sobretodo cuestiona el coloniaje,  la discriminación racial, otorga preponderancia a las luchas feministas, cuestionamiento del comunismo soviético estalinista como método desintegrador de lo humano, totalitarismo político y de sometimiento por medio del terror. A partir de allí quedará como un sello de su obra la presencia de esa trilogía que compone el leit motiv de su narrativa: su vivencia comunista (en Sudafrica y la Unión Soviética), sus amores y sus grandes resentimientos.





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