Venezuela, un salto
atrás
Gallinero comunitario en una zona popular de caracas, Venezuela.
Horno artesanal chino para la fundición de metal, que representó uno de las grandes fracasos con que Mao hambreó a la población china
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En 1958 Mao Tse Tung
promulga uno de sus más famosos y estrepitosos fracasos bautizado como “El
Salto hacia adelante”. Una medida desesperada de su gobierno revolucionario
para sacar a China de un esquema agrario-campesino e insertarla en el
desarrollo industrial.
¿Pero cómo lo hizo
Mao? ¿Estableciendo industrias y garantizando las fuentes de extracción de su
materia prima? No.
Mao hizo lo mismo que
nos plantea la nueva ministra del flamante despacho de la agricultura Urbana de
Venezuela, Emma Ortega. Inventar, y citamos: “Para sembrar
sólo se necesita un porrón, una botella vacía o un tobo”. Si bien
Mao no quiso sembrar porque lo de él era el hierro, se planteó ganarle la carrera de su producción a los países de Occidente, sobre todo Europa y EE.UU, Rusia
incluído, diriamos que casi apelando a botellas vacías, un porrón viejo o un inservible
tobo, muy parecdio en lo marginal y periférico a su idea del horno de fundición de metales caseros.
A partir de ese momento
cada hogar en la República Popular
China, estaba obligado a tener un rudimentario horno de ladrillos, y un
caldero para fundir metales. La madera que era usada como combustible fue
cortada de los bosques y montañas de manera anárquica y desmedida.
Pronto el cielo de China
se cubrió de nubarrones ennegrecidos por la quema de árboles, muchos de ellos
verdes, sin la madera debidamente seca por lo que se veían obligados a utilizar aceite
como combustible acelerante. El hollín en las casas era insoportable, todo olía
a quemado en todas partes, pero ellos creían que iban bien, estaban dando el
salto hacia adelante, algo así como tener patria.
La tala de árboles en
China llegó a niveles alarmantes–para entonces esa Nación contaba con unos 800
mil habitantes- por la avasallante desforestación que se llevaba a cabo para
obtener leña para que cientos de miles de hornos de cada hogar, estuvieran encendidos
las 24 horas del día. El salto hacia adelante, ya tenía su primera consecuencia
en el peor desastre ecológico en la historia de la China Comunista; la segunda
fue que el hierro que se obtuvo –obligando a la población que fundiera todo lo
que tenían de metal en sus casas- era no de mala sino de pésima calidad, inútil, inservible y para nada comercializable,
dado que los campesinos fundían la poca chatarra de hierro que poseían a
temperaturas no adecuadas, derivando en fracasadas aleaciones. A fin de cumplir
con la meta impuesta por el partido comunista chino, las familias fundían bicicletas,
y hasta sus propias ollas y enseres de comida.
La hambruna por descuido del sector agrario, por encontrarse los campesinos extenuados por las largas horas de vigilia que se mantenían frente al horno fundiendo chatarra, no se hizo esperar; miles murieron por esta descabellada idea, otros tantos fueron presos o ejecutado por no cumplir con la meta de fundición impuesta por el Estado.
Conocida esta
historia preparémonos para ver como muchos crédulos aquí en Venezuela, hacen su
camino de regreso a los gallineros verticales en azoteas y balcones. A partir
de las “sabias” instrucciones de la ministra de agricultura urbana, cualquier recipiente será utilizado para
sembrar un manojo de ajo, cilantro o albahaca, otros tan desesperados como los chinos de
aquél salto, seguro entregaran sus ollas en sacrificio, algunos idearan hacer
un cultivo hidropónico en los tanques de agua y convertir las escaleras de los edificios en
pequeñas terrazas de siembra.
A la vuelta de tres
meses todo lo dicho en buena venturanza sobre este alucinante proyecto del
novedoso ministerio, correrá letras abajo, hacia la corriente del olvido, tal
como pasó con el ministerio para la felicidad creado, pero fugazmente
desaparecido, producto al parecer de la profunda tristeza que habita en la
conciencia de muchos chavistas, esa incomprensión bastó para borrarlo del mapa,
y de la Gaceta Oficial, a su ministro ni le vimos la cara, de él no sabemos
nada, aún si es capaz de sonreir.
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