Svletana Alexievich Premio Nobel Literatura 2015
Víctimas
y verdugos entran y salen de escena en un haz de tiempo que los hace convivir y
alejarse al mismo tiempo en medio de una intimidad que sólo la trama revelada
en la crónica de una historia en común puede descifrar, bajo ese ritmo de
existencias es el que está presente en las novelas de la Premio Nobel de Literatura
2015, la bielorusa Svetlana
Alexiévich.
El Nobel
de Svetlana
Alexiévich, es un premio cercano al periodismo narrativo,
también llamado periodismo literario, y coloca a este galardón a cierta
distancia de lo estrictamente literario. De allí que la Academia sueca haya
utilizado el calificativo “voces polifónicas” para destacar el valor y la transcendencia
de la obra de esta periodista, escritora que siempre está a la zaga de hacer un
juego de permuta con la crónica, la inserta en la novela y en toda su
narrativa, y es en ese mix, donde encuentra
la posibilidad alternancia de de su propia voz que como un metrónomo es la que
va midiendo el tiempo de lo que se cuenta, y al que se van apegando las voces que se van
insertando en el mosaico de la narración. Es la crónica, ese intento siempre
fracasado, a media distancia, de atrapar el tiempo en que uno vive, la que
ejerce marcada influencia en la obra de la Nobel de Literatura 2015.
De allí
que no sea descabellado afirmar que la crónica fue la gran vencedora en la
premiación otorgada por la Academia Sueca, y siendo este el género del
periodismo que tiene mayor vecindad con la literatura, por su alto nivel de
exigencia en lenguaje, tiempos, plasticidad y formas narrativa. El estilo de las crónicas de Alexiyévich,
tienen esa particularidad que en su momento alabó Woody Allen de un escrito: “Todos
los estilos son buenos, menos el aburrido”. Su libro de crónicas “Voces de
Chernóbyl”, por su calidad de prosa, si
capacidad de seducir al lector, acción en la que no media ninguna excusa para
adentrarnos en el tour de forcé de su palabra, pasa a ser una antología del
género.
UNA
SOLITARIA VOZ HUMANA [Separata del libro Voces de Chernobyl]
“No
sé de qué hablar... ¿De la muerte o del amor? ¿O es lo mismo? ¿De qué? Nos
habíamos casado no hacía mucho. Aún íbamos por la calle agarrados de la mano,
hasta cuando íbamos de compras. Siempre juntos. Yo le decía: «Te quiero». Pero
aún no sabía cuánto le quería. Ni me lo imaginaba... Vivíamos en la residencia
de la unidad de bomberos, donde él trabajaba.
En
el piso de arriba. Junto a otras tres familias jóvenes, con una sola cocina
para todos. Y en el bajo estaban los coches. Unos camiones de bomberos rojos.
Este era su trabajo. Yo siempre estaba al corriente: dónde se encontraba, qué
le pasaba...En mitad de la noche oí un ruido. Gritos. Miré por la ventana. Él
me vio:
—Cierra
las ventanillas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Volveré pronto.
No
vi la explosión. Solo las llamas. Todo parecía iluminado. El cielo entero...
Unas llamas altas. Y hollín. Un calor horroroso. Y él seguía sin regresar. El
hollín se debía a que ardía el alquitrán; el techo de la central estaba
cubierto de asfalto. Sobre el que la gente andaba, como él después recordaría,
como si fuera resina. Sofocaban las llamas y él, mientras, reptaba. Subía hacia
el reactor. Tiraban el grafito ardiente con los pies... Acudieron allí sin los
trajes de lona; se fueron para allá tal como iban, en camisa. Nadie les
advirtió; era un aviso de un incendio normal. Las cuatro... Las cinco... Las
seis... A las seis teníamos la intención de ir a ver a sus padres. Para plantar
patatas. Desde la ciudad de Prípiat hasta la aldea de Sperizhie, donde vivían sus
padres, hay 40 kilómetros. Íbamos a sembrar, a arar. Era su trabajo favorito...
Su madre recordaba a menudo que ni ella ni su padre querían dejarlo marchar a
la ciudad; incluso le construyeron una casa nueva.
Pero
se lo llevaron al ejército. Sirvió en Moscú, en las tropas de bomberos, y cuando
regresó, solo quería ser bombero. Ninguna otra cosa. [Calla.]
A
veces me parece oír su voz... Oírle vivo... Ni siquiera las fotografías me
producen tanto efecto como la voz. Pero nunca me llama... Ni en sueños... Soy
yo quien lo llama a él.”
El escritor y dramaturgo mexicano Juan Villoro quizás quien mejor ha
definido el género de la crónica: “Si Alfonso Reyes juzgó que el ensayo era el
centauro de los géneros, la crónica reclama un símbolo más complejo: el
ornitorrinco de la prosa. De la novela extrae la condición subjetiva, la
capacidad de narrar desde el mundo de los personajes y crear una ilusión de
vida para situar al lector en el centro de los hechos; del reportaje, los datos
inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto y la
sugerencia de que la realidad ocurre para contar un relato deliberado, con un
final que lo justifica; de la entrevista los diálogos; y del teatro moderno, la
forma de montarlos; del teatro grecolatino, la polifonía de testigos, los
parlamentos entendidos como debate: la “voz de proscenio”, como la llama Wolfe,
versión narrativa de la opinión pública cuyo antecedente fue el coro griego;
del ensayo, la posibilidad de argumentar y conectar saberes dispersos; de la
autobiografía, el tono memorioso y de reelaboración en primera persona. El
catálogo de influencias puede extenderse
y precisarse hasta competir con el infinito. Usado en exceso, cualquier
a de estos recursos resulta letal. La crónica es un animal cuyo equilibrio
biológico depende de no ser como los siete animales distintos que podría ser”.
Svletana Alexiévich
es una estudiosa del alma humana y de su capacidad de regenerarse ante las
adversidades, lo transubstancial del tipo de hombre que emerge después de vivir
grandes experiencias, son parte de los grandes temas subyacentes en su
narrativa. De allí que su literatura tenga en la catástrofe el leit movit de
su obra. Tramas desarrolladas a partir de lo que fue la II Guerra Mundial, las
experiencias bélicas de la era soviética, como Afganistan, el accidente de la
Planta Nuclear de Chernóbil, la perestroika
y la posterior disolución de la Unión Soviética. Su capacidad de reunir las
voces que irrumpen en sus novelas como testimonios que van formando su portarretrato
literario, como el “hombre rojo”, o el epítome de “homus sovieticus”, y que le
da título a su novela: “Tiempo de segunda mano: El fin del hombre rojo”.
Disidente
de la ideología gobernante en Bielorusia, manifiesta sin ambages sus posiciones
políticas, y es que Alexievich descree en las revoluciones, porque no conducen
a ningún lado, y considera que el Comunismo no está muerto porque su cadáver aún
vive.
Su
novelística está conformada por cinco obras: “La guerra no tienen rostro
(1985). Los chicos de cinc (1989). Cautivados por la muerte (1993). Voces de
Chernóbyl (1997) y Tiempo de segunda
mano: El fin del hombre rojo (2013).
Se
preguntara el lector ¿tiene algún defecto la obra de Alexiévich? Por supuesto, algo
de lo que se le puede señalar es de haber hecho una literatura estrictamente
Europea, y haber dejado de lado otros ámbitos de la existencia de los que
adolece su obra en la que no se reconoce el otro lado del mundo.
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