El oficinesco
asesino del tiempo
La oficina es un
hábitat de náufragos, no existe ningún otro espacio que reúna tanta existencia
postergada, tanta vida fallida como la de esos seres que pueblan ese territorio
de esperanzas ambulantes, sin asidero donde todos llevan en la frente la
etiqueta “lo que pudo haber sido y no fue”.
¿Quiénes están
en una oficina? Los que decidieron rendirse, los que perdieron el último tren
por llegar tarde o no correr lo suficiente, los que se negaron al segundo
esfuerzo, los que pensaron que hacer lo mínimo era suficiente, los que sienten vértigo
ante los grandes retos, los que dieron media vuelta. Los que renunciaron antes
de tiempo. Los que prefieren quedarse en un recodo del camino. Todos malos
remedos de Baterbly, ninguno siquiera llegará a pisarle sus talones.
Todos gente a
medias, quisieron ser algo y no lo lograron, ahí siempre encontraremos contadores,
que desearon ser estrellas de rock, analistas que soñaron ser médicos, técnicos
en…equis cosa que se creen ser genios de la NASA, todos hombres grises que terminaron llenando
los trámites para anclarse en ese universo de la conformidad. Recepcionistas
con anhelo de ser una de las Kardashian. Todos deseando ser algo, menos lo que
son. Todos menos Barterbly.
Y es que
Barterbly rebasa su representación, su apariencia pulcra, educada, respetable, circunspecta,
seria, serena de tono grave y decidido, como se nos describe al personaje del escribiente
creado por Herman Menville, y que ha pasado a ser parte del imaginario social, hoy
un síndrome psicológico, un ícono del no hacer, el oficinesco por excelencia,
un asesino en serie del tiempo.
Bartebly se
asume como un ícono de lo unidimensional, para eso no requiere subterfugios, es
Él, y nada más. Es uno de los pocos que comprende que el tiempo no es una cosa,
ni una idea, sino el lugar donde transcurren las cosas, y si no hace nada, es
como que el tiempo no transcurra, no pase, no suceda, deje de existir. Para él hacer
es transcurrir, por eso Barterbly no labora ni de día ni de noche, no hace absolutamente
nada. Salvo estar allí. Con su cara diligente, su postura de perfección milimétrica
y sus gestos eficaces que siempre hacen ver que está ocupado en algo sumamente
importante pero que nadie nunca sabe qué.
Cuando el Jefe
le da una orden, con toda la naturalidad del mundo, Bartleby se limita a decir
“preferiría no hacerlo”, y esa frase es la única que se escuchará de sus labios,
y con pasmosa indiferencia girará sobre sus talones y con absoluta actitud
monástica y una imperturbabilidad que nadie se atreve a poner desafiar, irá a sentarse
en su escritorio con la lenta parsimonia de quien disfruta asesinar al tiempo
segundo a segundo.
¿Pero quién es
Bartleby? Para los seguidores de una secta que floreció en Nueva Inglaterra
Bartleby es la representación del aciago demiurgo, el último de los dioses que llegó
a crear al mundo cuando estaba agotada la materia de la perfección, y creó con
el desecho, con la materia postergada de viejas creaciones. Incapaz de redimir
su creación, imposibilitado de corregir su rumbo errático, se limita a
contemplar día a día con impasibilidad absoluta la representación caótica de su
obra, consciente de su fracaso, prefiere no hacer nada.
Por: Douglas González - Crónica Urgente / Diario LA CALLE
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