miércoles, 12 de septiembre de 2018




El oficinesco asesino del tiempo

La oficina es un hábitat de náufragos, no existe ningún otro espacio que reúna tanta existencia postergada, tanta vida fallida como la de esos seres que pueblan ese territorio de esperanzas ambulantes, sin asidero donde todos llevan en la frente la etiqueta “lo que pudo haber sido y no fue”.

¿Quiénes están en una oficina? Los que decidieron rendirse, los que perdieron el último tren por llegar tarde o no correr lo suficiente, los que se negaron al segundo esfuerzo, los que pensaron que hacer lo  mínimo era suficiente, los que sienten vértigo ante los grandes retos, los que dieron media vuelta. Los que renunciaron antes de tiempo. Los que prefieren quedarse en un recodo del camino. Todos malos remedos de Baterbly, ninguno siquiera llegará a pisarle sus talones.

Todos gente a medias, quisieron ser algo y no lo lograron, ahí siempre encontraremos contadores, que desearon ser estrellas de rock,  analistas que soñaron ser médicos, técnicos en…equis cosa que se creen ser genios de la NASA,  todos hombres grises que terminaron llenando los trámites para anclarse en ese universo de la conformidad. Recepcionistas con anhelo de ser una de las Kardashian. Todos deseando ser algo, menos lo que son. Todos menos Barterbly.

Y es que Barterbly rebasa su representación, su apariencia pulcra, educada, respetable, circunspecta, seria, serena de tono grave y decidido, como se nos describe al personaje del escribiente creado por Herman Menville, y que ha pasado a ser parte del imaginario social, hoy un síndrome psicológico, un ícono del no hacer, el oficinesco por excelencia, un asesino en serie del tiempo.

Bartebly se asume como un ícono de lo unidimensional, para eso no requiere subterfugios, es Él, y nada más. Es uno de los pocos que comprende que el tiempo no es una cosa, ni una idea, sino el lugar donde transcurren las cosas, y si no hace nada, es como que el tiempo no transcurra, no pase, no suceda, deje de existir. Para él hacer es transcurrir, por eso Barterbly no labora ni de día ni de noche, no hace absolutamente nada. Salvo estar allí. Con su cara diligente, su postura de perfección milimétrica y sus gestos eficaces que siempre hacen ver que está ocupado en algo sumamente importante pero que nadie nunca sabe qué.

Cuando el Jefe le da una orden, con toda la naturalidad del mundo, Bartleby se limita a decir “preferiría no hacerlo”, y esa frase es la única que se escuchará de sus labios, y con pasmosa indiferencia girará sobre sus talones y con absoluta actitud monástica y una imperturbabilidad que nadie se atreve a poner desafiar, irá a sentarse en su escritorio con la lenta parsimonia de quien disfruta asesinar al tiempo segundo a segundo.

¿Pero quién es Bartleby? Para los seguidores de una secta que floreció en Nueva Inglaterra Bartleby es la representación del aciago demiurgo, el último de los dioses que llegó a crear al mundo cuando estaba agotada la materia de la perfección, y creó con el desecho, con la materia postergada de viejas creaciones. Incapaz de redimir su creación, imposibilitado de corregir su rumbo errático, se limita a contemplar día a día con impasibilidad absoluta la representación caótica de su obra, consciente de su fracaso, prefiere no hacer nada.

Por: Douglas González - Crónica Urgente / Diario LA CALLE


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