Un recuerdo por
25 soberanos
-Son 25
soberanos- le dijo la mujer.
Él le vio la cara y
a su memoria le tomó unos segundos reconstruir ese rostro, apartando las
arrugas que los años habían acumulado, surgía algo conocido. Cogió el vaso de
café del carrito de dulces, le entregó el pago sin dejar de observarla,
tratando de descifrar de dónde le asaltaba su recuerdo, hasta que del fondo de
sus ojos vio esa mirada única capaz de permitir reconocer a una persona entre
mil, como si la mirada fuese otra huella dactilar.
-Te conozco-, le
dijo.
-Tuvo que haber
sido hace tiempo -, respondió ella, poniéndole a su voz una evocación lejana
como quien habla de otra vida.
Al escucharla
armó el rompecabezas en su memoria, la vio emerger con su imagen treinta años
atrás, era Maribel, la primera modelo profesional que hubo en su cuadra y que
se manejaba como una diva porque era extra en telenovelas. La que cuando
llegaba en su carro, un deportivo color amarillo, todos dejan de hablar y
guardaban un silencio tan absoluto que podían llegar a creer que eran
invisibles.
Recordó que ella
era una mezcla de Shakira con Jennifer López. Verla llegar y estacionarse en la
puerta del edificio era el espectáculo de cada tarde. Todos se paraban en fila
para verla bajar con su minifalda que disparaba la fantasía más íntima,
entrever la ruta de los secretos de su cuerpo, y siempre después de los breves
segundos que duraba esa visión erótica cada uno juraba haber visto algo más, de
ese objeto de deseo que a todos hipnotizaba.
-Claro, Maribel,
la hermana de Joseíto de Residencias San Juan- dijo. Ella se sorprendió,
entornando los ojos con un poco de vergüenza.
-Sí, claro soy
Maribel -y en ese instante lo reconoció y lo llamó por su nombre-, tu eres
William, chico ha pasado tanto tiempo, imagínate no nos habíamos visto desde
que éramos unos chamos.
Recordó a
Joseíto que jugaba mal y era torpe para todo, pero tenía ese gran salvoconducto
para ser incluido en todas las partidas, su hermana.
Pensó, el tiempo
y el desenfreno vivido no habían podido terminar su trabajo demoledor, Aún su
cuerpo mostraba una silueta definida, y su cara madura pese a los surcos
reflejaba la bella mujer que había sido.
Hacía más de
treinta años la había visto tocar fondo. Un día llegó tan fuera de sí que
apenas pudo estacionarse y se quedó durmiendo en su carro, con los vidrios
abajo y medio desnuda, los borrachos de la cuadra se turnaron toda la noche
para cuidarla. Luego desapareció de la pantalla de TV. Su carro se descompuso y
pasó años estacionado hasta que se cayó a pedazos. Fue cuando ella resolvió
vivir para la noche, ignorando que cada amanecer se apagaba más su propia
estrella.
--Joseíto está
en Panamá –comentó ella- yo me rebuscó aquí, vendo mi café, dulces y pastillas,
desde un Atamel hasta zitotec. Pero lo que más me da es que leo el cigarro a
las chamas de los ministerios, les cobro 200 y sacó unos mil diarios.
-Pásate con
tiempo un día y nos tomamos algo –le propuso con cierta nostalgia-, y él
recordó aquél sábado cuando ella aún era la diosa de aquel pedazo de Caracas,
que le pidió un cigarro, se sentó junto a él en el muro, y a la tercera
bocanada le pregunto ¿y tú no hablas? Ignorando que desde que la vio sólo había
pensado mil cosas que decir que pudieran impresionarla.
Terminó su
cigarrillo y cuando aplastaba la colilla con su zapato ella dijo, “mañana voy a
bajar a la playa, si quieres me acompañas, eso sí a las siete en punto en la
puerta del edificio”.
Douglas González
- Crónica Urgente / Diario LA CALLE
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