sábado, 9 de mayo de 2020


     La danza con la muerte


A veces perdemos cosas sin darnos cuenta, se van desmoronando poco a poco como las estatuas de sal azotadas por el viento y la lluvia menuda que las empapa. Es como despertar una mañana con la sensación de que algo se nos quedó perdido en el sueño, miramos atrás y ya no hay nada. Ni siquiera la posibilidad de regresar, porque nadie puede devolverse a un sueño a buscar algo que olvidó, entonces quedamos marcados por esa incertidumbre de lo irrecuperable que estará por horas meciéndose en una solitaria silla en el porche, viendo de lejos el mundo de allá afuera sin atreverse a entrar a casa, como si fuera el vago tic tac de un tiempo perdido.

La 40tena nos va dejando ese doble vacío, a estas alturas nuestros cerebros comienzan a descartar inventarios, como los agentes de impuestos, hace sus ajustes neuroquímicos, y todos nuestros lazos que lograban mantenerse gracias a la bondad de su frecuencia, por sentirnos identificados con otros, comienzan a aflojarse, a distanciarse, incluso a romperse, como un vaso lanzado desde un rascacielos del que sólo queda una sombra hecha de polvo blanco.

El tedio, es el ritmo taciturno de la 40tena, con el se evapora el entusiasmo y se pierde la dinámica de la complicidad, esa tierra común donde compartíamos emociones, era la manera de drogarnos con las descargas hormonales de nuestros propios cuerpos, promotoras de las neuronas responsables de nuestra empatía, hoy parecen estar liquidado su inventario disponible.

A diferencia del resto de países en 40tena, Venezuela ha perdido el país construido, es como una tienda que lleva años en bancarrota, pero nadie lo sabe. Cada día se borran más y más nuestros rasgos civilizatorios - hoy solo pueden verse en las películas porque en nuestra realidad no existen-, en esa Venezuela antes de la 40tena reunirse un gesto de resistencia a olvidar lo que ya no somos, y de una manera encontrarnos en lo perdido.

Muchos llevan años en su propia 40tena, otros viven en guetos, porque aislarse es el mejor refugio ante la hecatombe y al descenso social al establishment, cuya caída siempre es proporcional al auge de la chusma, como dijo Hannah Arendt, cuando en una sociedad existe un predominio de la chusma, de su violencia verbal, de sus gestos vulgares, de su afán por destruir las instituciones culturales y conducirnos al territorio del caos, estamos en una danza de la muerte (la chusma indecente tiene su motivación en el resentimiento por un falso sentimiento de exclusión de la historia, olvidando que la heroicidad es una necesidad de la historia, como relato apolíneo, desde la Ilíada para acá, por eso la escriben los héroes y no la masa ignara).

El descenso social ataca como un virus, todos lo padecemos, unos lo hacemos desde el destierro de lo cívico, una gran mayoría lo normaliza, lo convierten en anécdota y descienden a esa cultura aguas negras a voluntad, sin que medie ningún escrúpulo. Otros que lo padecen esperan despertar como el durmiente aguarda el momentos de despertar de una pesadilla.

La 40tena ha mutilado la posibilidad de encuentro con nuestros pares, incluso los lugares donde residía nuestra paridad, hemos quedado guindados a las redes, pero todos conocen su condición efímera, son como un relámpago en medio de la noche, iluminan una brevedad.

¿Cuándo dejamos de ser decentes? ¿En qué momento la decencia pasó a ser un valor de una minoría? Navegas en Twitter y te encuentras que un pran de barrio no sólo es tendencia sino que es candidato a ocupar el imaginario social libertario, incluso lo postulan a la presidencia.

Revisas Netflix y ves que en las preferencias de Venezuela, figuran dos películas que apologizan la cultura del narcotráfico, existe una presión por colocarnos en una condición de igualdad con el hampa que como un virus ataca al lenguaje, el lacreo verbal del barrio se ha institucionalizado, ya goza de toda legitimación, incluso para muchos es una “distinción”, muy al estilo de lo que conceptualiza Pierre Bordieau. Estamos danzando con la muerte muchos parecen no saberlo, otros prefieren ignorarlo.

“Los  buenos modales, es lo que mantiene unida la sociedad. En el fondo tener buenos modales es preocuparnos por los demás, cuando eso desaparece, se abren las puertas del infierno, y reina la ignorancia”, dijo Jane Austen.

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