sábado, 2 de mayo de 2020


Una travesía: el libro


Conocí a un hombre que estuvo durante 33 años escribiendo una novela, al tiempo lo encontré  sentado en un banco en los jardines de la Universidad, le pregunté por su obra y respondió: “me di cuenta  de que era uno de esos libros infinitos que jamás dejaría de escribir, era una empresa insoportable para un ser humano, que sólo puede ser ejecutada por ese dios borgiano que nos escribe”.

Debí guardar silencio, y con cierta altivez le respondí, todo libro los es, y nosotros también somos ese dios. Desciframos y creamos universos con 23 letras, porque cada libro que se escribe, cada cuento, cada frase, siguen un viaje creador a partir de nuestras mentes, donde siguen ocurriendo, siguen pasando, incluso siguen este viaje infinito como un espejo de sucesos en la mente de cada uno de sus lectores.
Un libro es un catálogo de la condición de la vida, del ejercicio de existir: emociones, conductas, conceptos, creencias, sentimientos, lugar donde se exhiben las imaginaciones posibles del carácter, los laberintos de la personalidad, las formas de la conciencia, aquello que vincula al hombre, a la invención humana.

La Biblia que es el libro de los libros, no sólo por ser el primero en ser impreso en 1449, sino por ser el más conocido, el  más leído y el de mayor influencia en el mundo occidental, le ha dado forma y sustentó a la sociedad patriarcal. De igual manera, tiene para muchos una infinitud de interpretaciones hermenéuticas, signos de revelaciones iniciáticas, según los seguidores de ciertas doctrinas secretas, los cabalistas entre ellos, creen que cada letra, cada palabra al principio de una frase, o al final, están en una posición determinada porque revela algo, guardan un misterio. Es el libro donde se reúne toda la variedad de la condición humana. Cualidad que sin duda justifica su origen, fue un libro escrito por Dios, por lo tanto es un inventario de su creación.

¿Qué pasa cuando leemos un libro? Hay una atmósfera de intimidad entre el libro y nosotros y un umbral que atravesamos iluminando con palabras nuestro interior. Apreciamos el tacto de sus hojas y el olor a pulpa encuadernada que se libera de su interior.
En la lectura somos como un perro de caza que va tras palabras voladoras de página en página.  Cuando la lectura capta toda nuestra atención,  experimentamos un éxtasis,  leemos como si estuviéramos desplazándonos en un túnel del tiempo, pero a veces hay más, estados de mayor arrebato alucinatorio, breves episodios en los que nuestra mente es raptada por lo imaginario llegando incluso a transformar lo que somos. Virginia Woolf pone en palabras de Bernard, un personaje de su novela, Las Olas, una reflexión sobre lo vivido en una de estas fases de alucinación personal: “Sólo el árbol resistía nuestro eterno fluir. Sí, porque yo cambiaba y cambiaba, era Hamlet, era Shelley, era aquél personaje, cuyo nombre ahora he olvidado de una novela de Dostoievski, y, aunque parezca increíble, fui durante todo un curso, Napoleón, pero principalmente fui Byron…”

En la época de Homero, autor de la Ilíada, los libros correspondían al ámbito metafísico, eran una sucesión de historias que se transmitían de manera oral, estaban en la mente de cada narrador,  sin páginas numeradas, eso los hacía eternos; de esa derivación quizá nos llegue eso del libro clásico, que es un libro cuya vigencia logra trascender el tiempo. Hay otra temporalidad en los libros, la que perdura dentro de ellos, la del tiempo detenido. Un momento en una narración, siempre será ese momento, jamás dejará de serlo, y estará justo ahí para describirnos cada vez que lo leamos lo que pasó justo en ese instante.

Mi oficio de lector lo inicié cruzando los siete mares, navegando en carabelas y galeones con el pensamiento expectante de monstruos marinos, sobresaltado por motines o avistamientos de piratas, y el pánico de nunca llegar a desembarcar en ninguna parte, o de caer por los míticos abismos marinos, o ser embrujado por el canto enloquecedor de las sirenas.
Primero embarqué en las tres carabelas, surcando la amenaza del mar abismal, el primer relato que armé en mi mente fue la travesía de Colón al nuevo mundo, la primera historia que comprendí por mí mismo; creo que ayudó su tinte aventurero porque yo cuando leía recreaba en mi mente escenas de las películas de piratas y descubrí que leyendo un libro en la mente se desdobla una inmensa pantalla de cine; allí nació mi fascinación por los libros, por la posibilidad abierta de viajar con palabras a lugares hasta ese momento infrecuentados por mi imaginación.

Luego subí a bordo del Antílope al mando del capitán Lemuel Gulliver, con quien navegué por las lejanas tierras fantasiosas de Liliput, Brobdingnamg, Japón y Houyhnhmms, no sé si fue por casualidad o designio que fuera otra aventura marítima –los viajes de Colón en cierta medida también lo fueron-, “Los Viajes de Gulliver”, el primer libro que me regalaran cuando en mi casa tuvieron noticias de que ya yo leía “corrido”. El tomo de los viajes de Gulliver marchitó sus hojas en mis manos, no de viejo sino por el frecuente uso, era un  libro que leí muchas veces, esperando que en algún momento pudiera encontrar nuevas historias en sus páginas, pero eso nunca ocurrió, esa obsesión dio paso a mi primera elegía literaria.

Hay momentos en las noches insomnes que me he sorprendido a mí mismo siguiendo navegando en los viajes de Colón encontrando nuevas historias, o inventando nuevas aventuras del Capitán Gulliver. Por eso siempre recuerdo a aquél hombre sentado en el banco de la Universidad que ha continuado escribiendo su libro sin saberlo, pero ocurre en los destellos de su mente, en las miles de veces en que se ha imaginado su escena final, en los momentos tremulantes del tedio, siempre asaltado por el fantasma de lo inconcluso. Tal vez piense que ha sido derrotado por la hoja en blanco, pero cada día extiende líneas, frases, acciones de personajes que van permutando la trama de su obra, cosas que jamás llegarán a estar sobre el papel, porque escribe en su imaginación y las borra el olvido, él no lo sabe, porque cree que son cosas que se le ocurren.

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