Hay ciudades que existen sólo
para
que nos enamoremos de ellas
Hay libros que uno no deja de
leer nunca, con los que uno se propone una lectura interminable, para mí los
verdaderos libros de culto, que están a la mano para la lectura recurrente, para
abrirlo y reencontrarnos en él. Uno de mis verdaderos libros de culto es La Vida
Exagerada de Martín Romaña del escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, quizás
porque Romaña tiene muchos rasgos de mí, o viceversa. ¿Pero quien no quiere vivir
la vida pantagruélicamente con una dosis de exageración?. Siempre tuve varios en mi
casa, de esa edición de Plaza y Janes, de portada azul celeste que aparece el
sillón Voltaire de color rojo, sobre éste los dos cuadernos de navegación (de
la memoria) uno azul y el otro rojo, los que iba escribiendo Martín Romaña según
su estado de ánimo y los eventos que sucedían en su vida.
Cuando alguien que apreciaba iba
a mi casa, aparecía yo con un ejemplar de Martín Romaña y se lo obsequiaba,
creo haber regalado no menos de 12 ejemplares, comprados en una librería en
liquidación en una de esas pérdidas calles del Boulevard de Sabana Grande,
donde seguro podías escuchar esa canción de Sabina, los bulevares de los sueños
rotos y parecerte que allí, eso también era verdad. Sabana Grande de los
poetas, los bohemios, los trashumantes literarios, cuadras y calles donde podíamos
soñar vivir en esa otra vecindad que sentiamos nos pertenecía por estar siempre tan cerca en los libros, nos parecían que estaban a la vuelta de la esquina, como el París de Martín Romaña.
Las ciudades no sólo son espacios
urbanos de una convocada arquitectura sobre las que el tiempo, o los tiempos,
se mueven en cada momento otorgándole una identidad, impregnándola de esa
atmósfera única, determinada no sólo por la suma de sus factores físicos y
anímicos con los que transitamos cada instante, y con los que le asignamos un
valor, la experiencia de haberla vivido. Es así, como las ciudades van siendo depositarias
de una plasticidad, una estética con que las reinventamos tantas veces como en
ellas concursen en nuestra emocionalidad, con la que nos asista y que vamos dejando adosada en
una calle, clavada en una esquina, fijada
en un paisaje, como una nota poética en
la puerta de una edificación o escribir una frase frente a un portal. Tuve un
amigo Massimo, en la escuela de Letras, que durante semanas salía en las tardes
con tres lápices de grafito y un sacapuntas, a escribir frases poéticas, o
poemas haiku –estilo japonés- por todas las esquinas de Caracas, decía que estaba
sembrando la ciudad con su poesía.
Y esa ciudad, que es esa porción
de la memoria teje certezas y ambages que nutren a la ciudad revelada que
habita en nuestro interior, la que se nos va mostrando en esa experiencia única
que jamás se mostrará en el mapa con toda la extensión fantasmagórica de sus
posibilidades, que van más de nuestros sentidos. Quizá por eso Italo Calvino
llamó a las ciudades invisibles a aquellas que emergen para ser habitadas sólo
por nuestras conciencias, más allá de los millones de personas que puedan vivir
en ellas, y nos propone varias acepciones: “Las ciudades de la memoria. Las ciudades del deseo. Las
ciudades de los signos. Las ciudades sutiles. Las ciudades de los intercambios
(la de los no-lugares). La ciudad del cielo. La ciudad de los muertos y la
ciudad de los ojos”. Pudiéramos agregar a esa categorización, tantas ciudades
como emociones le asignemos al horizonte móvil de su geografía. Calvino también
nos deja un corolario sobre el vínculo ciudad: “hay ciudades que sólo existen
para que nos enamoremos de ellas”.
Así pasa con el París del mayo del 68,
revivido como los colores de un calidoscopio con todas sus combinaciones, por el escritor
Alfredo Bryce Echenique, en “La vida exagerada de Martín Romaña”. Si al llegar
a la última página cerramos la novela y volamos a París buscando esa la ciudad
doble, una anclada en una geografía a la que podemos visitar, la otra a las
metáforas alucinantes salidas de las páginas de un libro, cada una hay que salir a buscarla por caminos
distintos, a ver si la encontramos. Sino, tendríamos que tener la carga
subjetiva de su memoria y la posibilidad de convocar de cada una de sus
nostalgias para poder pisar una de sus calles. (DG)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.