lunes, 14 de mayo de 2018


Roberto Bolaño ¿escritor de moda o culto personal?

¿Moda, culto personal, mercadeo literario o escritor representante de un exclusivo movimiento literario? Qué motivos hay detrás de los miles de lectores convencidos que hacen su peregrinaje por la obra del escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003), como un acto de fe de quien descubre una nueva narrativa.  

Que un escritor se apunte rasgos de inmortalidad, no sólo reviste que su obra se mantenga como referente en lo literario, para lo cual los libros de Bolaños calzan los puntos, como los de Carlos Fuentes, Fernando Vallejo y Alejo Carpentier, cuyas narrativas han sabido surfear las olas del tiempo, pero no de igual manera las del mercado literario que sabe crear mitos, elevando los rasgos trágicos, existenciales, de un escritor, una manera de hacerlo atractivo, de mantenerlo a flote en la oferta y demanda de los gustos e inclinaciones literarias de este tiempo tan volátil y efímero, como manipulable y artificioso que es la moda, una manera de lograr que lo sigan editando, o reeditando, según el caso y no queden consignados en el inalterable recinto de las bibliotecas.



Roberto Bolaños, fue sin duda un autor prolífico de una reinventada literatura, en vida obtuvo varios premios relevantes, el Herralde, y el Rómulo Gallegos, este último por su novela Los Detectives Salvajes que prácticamente ayudó a hacer mucho más visible su obra en todo el continente, y desde allí al resto del mundo.

España fue seducida por él, en Francia lo elogiaron y le dieron el título del último maldito, por su vida literaria, sus declaraciones, su intercambio conceptual con la realidad a la que juzgaba y valoraba de una manera muy particular, muchas veces saliéndose del guion del deber ser y asumiendo la postura de un outsider. Estados Unidos no fue menos, le abrió las puertas como el postrero de los parias de la literatura hispanoamericana, incluso la revista Times eligió su libro 26666, como revelación literaria del año.

Pero la pregunta nos persigue desde el inicio del texto ¿Qué hace a Bolaños tan significativo? La respuesta está en lo que fue su vida. Bolaños fue el tipo de escritor cuya vida se hace tan o más literaria que su obra, ambas discurren en un mismo tiempo de la tránsfuga, compartiendo el curso paralelo de sus alucinaciones, donde él terminó siendo el producto final, el lugar donde reside el fetiche. 

Bolaño era irreverente, un come libros por excelencia, y a partir de allí lo reinventaba todo, y todos los textos salidos de sus manos tenían ese efecto, ese sello de la buena, seductora y trascendental literatura latinoamericana, pero con ese efecto innovador, una ruta que desde hace un tiempo para acá vienen transitando algunos escritores, conocidos unos, anónimos otros. Pero a esa condición de literario como valor agregado se le suma su condición existencial de cismático, y bohemio irreverente, junto a la imagen de su fragilidad, muy cercana a la Woody Allen y ese estilo personal que sumaba en cierta medida a una reedición del mito de la generación Beat, con todo lo que ella comprendía, esa visión trasnochada y apologeta de quienes han convivido al lado del abismo, asomándose a veces, guindando en su borde, sujetados por la mano de la droga, el alcohol, el éxtasis , que señalan algunos de los que prematuramente se han ocupado de su biografía, como los factores definitivos de su muerte.



La vida de Bolaño fue el centro de su obra, la creación intensa del otro, el que discurre entre las líneas, todo enmarcado  en una sutil y muy inteligente reelaboración entre aquí y allá a manera de una nueva cosmogonía de sus autores más recurrentes: los del boom latinoamericano, y el claro y vertical sostenimiento de sus influencias de la narrativa anglosajona, cifrada en nombres como James Joyce, y la Premio Nobel afroamericana Toni Morrinson.

En un escritor todas sus novelas son importantes, las más destacadas de Bolaño son Los Detectives Salvajes, Chile Nocturno y 2666, ésta última es ensalzada por los críticos como la coda de la literatura latinoamericana, llegando incluso a ser comparada con ese tótem que es Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez. Uno de ellos es el escritor mexicano Jorge Volpi, para quien Bolaño fue el último escritor latinoamericano, lo demás, los que vengan en la línea del tiempo después de Bolaño, están condenados  a escribir guiados por esa prosa urgente e inmediata, limitados a remitirse a sus horizontes nacionales y eminentemente localistas. Imaginamos que esta tesis de Volpi, es más un producto de sus afectos que la sentencia irrevocable de un oráculo.

Nos es más dado creer que Bolaño es parte de una generación de literatos latinoamericano post boom, algo que comprobamos cuando nuestra lectura ha despachado media docena de sus libros, incluido ese breve tomo de cuentos, titulado Llamadas telefónicas –quizás el menos meritorio de su obra-, cuentos en lo que a lo largo de una entronización literaria a veces hace brillar la prosa, pero siempre termina descendiendo sobre un horizonte plano sin bosquejos, ni parpadeos, adentrada en una monotonía que muchas veces asciende y arropa para terminar en el moderado lenguaje de las cosas ordinarias, en torno a las que a veces respiramos un profundo vacío.



Contra la eternidad postulada para un escritor, por lo general siempre termina conspirando su propia obra, bien porque sea desplazada por los dictados de la moda del mercado, o porque es simplemente olvidada, como parte de un paquete generacional. ¿Quién duda de la trascendencia y calidad literaria de la obra de Alejo Carpentier? Nadie, pero hoy sólo es leído por los estudiosos, por  los bibliófilos, los conversos literarios, pero difícilmente usted verá uno de sus libros ofreciéndose en el mercado abierto, capaz de promover una lectura casual porque Carpentier no está de moda, y su vida fue muy estructurada, muy predecible, jamás rompió con las formas.

Sin duda la obra de Bolaño integra una gran narrativa,  como la del escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, o el cubano Reynaldo Arenas y el mismísimo Fernando Del Paso con su Palinuro de México, obra que línea por línea es superior a 2666, pero que sigue estando a la saga de Cien Años de Soledad. Bolaño sella su literatura con una marca insospechada, como escriben los de su generación, quizás de manera inconsciente, con una profunda evocación a la narrativa cinematográfica, no evoca literatura lo que sucede cuando leemos un clásico como la Ilíada o la Divina Comedia, no, evoca pantalla, lo que puede ser una ventaja para conectarse con esa masa de lectores, que al igual que él, son hijos de la sociedad de la información, crecidos bajo la sombra de lo mass mediatico, pero también es la suma de su gran fragilidad para consagrarse como un clásico.


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