lunes, 27 de abril de 2020


                                                 ¿Ahora el ombligo?


Todo lo que me rodea es una nebulosa gris hasta que percibo su existencia, hasta que percibo algo que se vincula con mis expectativas, con mi conformidad, eso es lo que lo vuelve transparente, cuando cae la luz de mi conciencia sobre lo que miro.

No hay mirada, sino una conciencia de estar en el mundo que mira. Miramos con el mismo sentido de una muñeca rusa, la abrimos con la primera mirada y encontramos que hay otra en su interior, miramos más y hallamos otra y así sucesivamente. Miramos en un momento, sabiendo que una mirada no basta, que necesitamos otras que nos traigan más, por eso seguimos mirando, porque mirar es descubrir.

El poeta Rafael Cadenas, escribió, no tengo ojos, sino puntos de vista, es la frase que con mayor certeza que puede describir nuestra relación con la realidad. Pero el escritor Milán Kundera le pone un acento histórico a esa percepción, dice que cada época ve de una manera diferente, y coloca el seductor cuerpo de la mujer como ejemplo de estas variaciones.

En un tiempo eran los muslos fascinantes, en otras sus nalgas, luego fueron los pechos, hasta llegar ahora, a la zona de mayor insignificancia: el ombligo. Su asombro era que este pequeño orificio con su maltrecha apariencia pudiera ejercer el magnético influjo de la seducción. Ese es el argumento del  primer relato de la Fiesta de la Insignificancia, titulado, “Los protagonistas se presentan”.

Eso le incitó a reflexionar: si un hombre (o una época) ve el centro de la seducción femenina en los muslos, ¿cómo describir y definir la particularidad de semejante orientación erótica? Improvisó una respuesta: la longitud de los muslos es la imagen metafórica del camino, largo y fascinante (por eso los muslos deben ser largos), que conduce hacia la consumación erótica, en efecto, se dijo Alain, incluso en pleno coito, la longitud de los muslos brindan a la mujer  la magia romántica de lo inaccesible.

Si un hombre (o una época) ve el centro de la seducción femenina en los pechos, ¿cómo describir y definir la particularidad de esa orientación erótica? Improvisó una respuesta: santificación de la mujer, la Virgen María amamantando a Jesús, el sexo masculino arrodillado ante la noble misión del sexo femenino.

Pero ¿cómo definir el erotismo de un hombre (o de una época) que ve la seducción femenina concentrada en mitad del cuerpo, en el ombligo?

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