lunes, 10 de mayo de 2021

 

Una novela de Yoko Ogawa

Suelo comprar libros por todas partes, donde los veo entro, pero hay un lugar especial, donde suelo ir y lo disfruto con gratitud. Es un un local cuyos vidrios están tapizados con largos pliegues de papel blanco, pegados con cinta adhesiva, donde las estanterías hace tiempo dejaron de hacer su trabajo de servir de exhibidores clasificatorios de libros, según su materia y especialidad.

La puerta siempre está cerrada, es un asunto que esta bajo la jurisdicción del  azar, el tocar y enseguida escuchar la voz que desde adentro dice, espere un momento.

Al entrar uno recibe una bocanada cargada con ese olor que rememora la esencia de la madera, que sólo puede darse donde están reunidas pilas tras pilas de pulpa encuadernada e impresa, de libros. Es un espacio cuya más cercana definición sería la de  un “outlet” de textos, un lugar que invita a la búsqueda, que es una suerte de aventura de a ver que me encuentro esta vez. Mientras llevamos sujeta en nuestra mano, una caja de cartón mediana que vamos  llenando con los ejemplares que logran atrapar la imaginación de nuestra memoria, y despiertan el deseo de leerlos.

Ese día no buscaba nada en particular, fui como siempre a ver que había de nuevo –el dueño suele comprar lotes de remates de otras librerías que cierran sus puertas-, algunos los oferta a muy buen precio, otros según título y autor, más el prestigio de la casa editora,  les adiciona algunos ceros a su valor.

Ahí, casi al ras del suelo, soportando el peso de una treintena más de libros, encontré esta novela que fue todo un regalo para mi imaginación durante un fin de semana: “La policía de la Memoria” de la escritora japonesa Yoko Ogawa.

Cuando pensamos que con Murakami la narrativa japonesa había alcanzado un cenit en estos tiempos de mixtura postmoderna, aparece esta novelista con su tono amable y terso para contarnos una historia que explosiona el ámbito de nuestras percepciones, como  esas gomitas cítricas azucaras y super ácidas, al mismo tiempo, que te conmueven las entrañas más secretas del paladar, y no puedes dejar de saborear.

En una isla quizás  ignorada en el mapamundi, empieza a registrarse un extraño fenómeno: las cosas comienzan a desaparecer. No son objetos particulares, sino series de ellos, o de una especie, como sucede con el primer evento, cuando una mañana amanece y la isla está sumergida en el más perfecto e inmutable de los silencios, algo que contrastaba con la algarabía de cantos y silbidos que cada día llenaban su geografía con la sinfonía del canto de los pájaros, todos han desaparecido.

Ni un ave cruza el cielo azul de la isla, o posa en algunos de sus árboles. En un primer momento se sospecha de una anomalía que sólo afecta a las aves de la región, que podría responder a cosas como el fenómeno climático. Al trascurrir de las horas, en los días sucesivos, llega el horror, desaparecen los peces, y con ellos en lo sucesivo también desaparecen los árboles y las moscas junto a todos los insectos.

Los pobladores de la isla presos del pánico caen en cuenta que por un misterioso designio en ese punto del pacífico, la naturaleza se está borrando  a sí misma.

Sin embargo, aún no sucede lo peor, lo que vendrá después cuando descubren poco a poco hasta darse cuenta que están ante una cuenta regresiva que los llevará a cero: Es el momento cuando a todos se les comienza a desvanecer la memoria. Se les va borrando como si alguien las enviara a la papelera del computador de su mente, y con la memoria se va todo su engranaje de emociones, sensaciones y sentimientos que se almacenaron en ellas.

Poco a poco se va revelando la trama distópica argumental que es el eje de esta novela, que todo lo que están viviendo, no obedece a un comportamiento anárquico y aniquilador de la naturaleza, sino a un secreto plan gubernamental.

Cuando todos piensan que las autoridades los van a asistir ante ese complejo ataque desmedido y misterioso, descubren la existencia de una policía especial encargada de perseguir a todos aquellos que aún puedan recordar algo de lo que ya no existe.

El lineamiento maestro del plan es asegurarse de que nadie recuerde nada, que no albergue el más mínimo recuerdo de quienes eran, son parte de un experimento para vaciarles la conciencia, junto a todo lo vivido.

El resto de la historia viene de la mano de una joven escritora de la Isla, quien no sólo descubrirá la existencia de ese complejo entramado, sino que será la heroína de este relato, lo mejor será que la lean y que sea ella misma quien se los cuente.

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