lunes, 10 de mayo de 2021

 

El viaje y la imaginación


En el mes de agosto de 1519 zarpa del puerto de Sevilla la expedición que realizará el viaje de la primera circunnavegación a la tierra. Al mando del buque insignia, la nao Trinidad, estaba el capitán portugués Fernando de Magallanes, en el gobierno de la historia, lo que se escribe para la posteridad, el joven escritor y marino italiano, Antonio Pigafetta, un soñador de aventuras y un voraz consumidor de libros de viaje, y de seres imaginarios que pueblan el más allá del horizonte. Pigafetta es un obsesionado con esas travesías de aventuras que culminaban con los descubrimientos que tanto fascinaban en su época, y otorgaban fama y prestigio para toda la vida.

Desde su primera nota el día de su partida, hasta la fecha de su regreso Pigafetta escribe un largo número de folios que terminará titulando: “Relación del primer viaje alrededor del mundo”. Un libro que, cambió la historia, y además jugó un papel protagónico en la expansión de la industria naval, impulsada por la sed de conquista de las naciones.

En su discurso al recibir el Premio Nobel, Gabriel García Márquez en 1982, recordaría esta jornada de Pigafetta, como una crónica rigurosa que parece más una aventura de la imaginación que el registro relacional de un viaje.

El Gabo lo describió como un libro breve y fascinante en el que estaba el testimonio asombroso de nuestra realidad. Lo real maravilloso que han impregnado las novelas escritas en este continente ya tenían su palabra liminar en aquellas crónicas de las primeras expediciones del descubrimiento.

Dijo García Márquez que Pigafetta lo narró todo “…que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen”.

El tono de asombro con que Pigafetta redacta y le imprime a toda su crónica es notable y logrado con maestría, y lo sostiene como una nota prolongada a lo largo de todo su libro, “Vimos muchas clases de pájaros, entre ellos uno que no tenía culo”.

El joven escritor también da paso a la alucinación, durante esta navegación se nos apareció muchas veces en medio de una noche oscurísima el Santo Cuerpo, es decir la luz de San Telmo, ardiendo sobre el palo mayor con luces tan resplandecientes como una antorcha.

La crónica de Pigafetta también recoge los episodios provocados por la penuria, la falta de alimentos y lo insalubre de las naves. Como aconteció tras atravesar el Estrecho que se llamaría de Magallanes, estuvieron navegando tres meses y veinte días, como si la expedición fuera un capítulo más de la Odisea de Homero.

  “Apenas les quedaban víveres, sufrieron el escorbuto por falta de alimentos frescos y sólo avistaron dos islas deshabitadas que llamaron Islas Desafortunadas, “Comíamos bizcocho a puñados, aunque no se puede decir que lo fuera porque era sólo polvo mezclado con gusanos que se habían comido lo mejor y lo que quedaba apestaba a orines de ratas. (...) Bebíamos agua amarilla, pútrida desde hacía tiempo y comíamos las pieles de buey que están sobre el palo mayor para impedir que se dañen las jarcias”.

En una época ávida de efectismo y muy estereotipada en la puesta en escena en el cine, la hazaña de Magallanes y sus hombres parece ser un asunto banal para el marketing hollywoodense, al igual que he apuntado en el caso de Fray Francisco de Mier, creo que lo documentado no sólo suministra los ingredientes de una extraordinaria y gran novela, sino también motivo para un ambicioso proyecto que puede ser llevado a las pantallas del mundo.

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