El Premio Nobel se destiñe
El premio Nobel se destiñe, y año tras año pierde su originalidad universal, y se convierte en un trampolín de talentos al estilo del “American Idol Constestants ”, un Premio sobre el que recaen muchas sospechas sobre todo después de las confesiones que ha hecho uno de los miembros del jurado, de nunca haber leído o desconocer la obra literaria de galardonados que han recibido este premio gracias a su voto. “No sabía nada él, hasta que leí el expediente que se nos entrega para la votación”, confesó un miembro de la Academia haciendo que se encendieran todas las alarmas, de un debate en el que los favores sexuales y políticos también parecen estar en la agenda del día.
Abdulrazak Gurnah, gana el Premio Nobel de
literatura 2021, me pregunto a cuánta gente ha hecho feliz su narrativa,
imagino que muy pocos, pese a los méritos literarios que sin duda poseerá su
obra, incluso su editor dijo que nunca pensó que fuera merecedor del galardón,
y el mismo Gurnah, descreyó de la noticia –estaba lavando platos en la cocina
de su casa, cuando recibió la llamada que le informó, pensó era broma-.
Gurnah es de Tanzania, y ser de Tanzania y haber
plasmado los efectos del colonialismo en sus libros es el argumento que blande
la Academia Sueca para conferirle el mayor reconocimiento del mundo de las
letras. Pero ¿esto basta? ¿No se ha escrito suficiente sobre las consecuencias
del colonialismo en el mundo y existe toda una literatura que abarca el
espectro colonialista? Para efectos del Nobel parece que no. Los individuos de
la Academia han incurrido docenas de veces en premiar a escritores fallidos,
digo fallidos en el sentido de la trascendencia de su obra, a los pocos meses
de que unos afiebrados y oportunistas editores publiquen una tirada de sus
libros para saciar a los esnobistas del mercado, de seguro Gurnah volverá a las
regiones encumbradas del olvido.
En la última década la mitad de este premio
literario ha sido entregado bajo convicciones poco literarias con argumentos
más bien dignos de un malabarista, entre los que hay que incluir el otorgado a
Bob Dylan, es probable que alguien influyente en la Academia Sueca se
trasnochara con sus discos y fue razón suficiente para premiarlo con el Nobel.
De este tipo de historias y la innoble influencia que ejerce la llamada izquierda
exquisita europea sobre el galardón, se ha manejado la balanza del Premio
Nobel, sin duda cada día más decadente.
Cuando a Dylan se le entregó el Nobel, llevaba más
de una década en la sala de espera
de los posibles premiados un
verdadero gigante de las letras, el norteamericano Phillip Roth, autor de una
obra célebre que reunía los méritos y de sobra ante Dylan.
La premiación de Abdulrazak Gurnah no enaltece al
Premio Nobel, y no es porque sea de la lejana Tanzania, sino por su perfil de
escritor; hubiera sido alguien de una geografía más cercana pero con una
literatura ignota, de su mismo nivel, digamos Belice, Honduras, Bolivia o
Brasil, la reflexión sería la misma.
Premiando a Gurnah la Academia Sueca vuelve a
dejar en la sala de espera al japonés Haruki Murakami, cuyos lectores
extasiados (una manera breve de ser feliz), por la originalidad y calidad de su
labor literaria se cuentan en millones, y en diversos idiomas. Forma parte de
la historia la negación que fuera objeto el argentino Jorge Luis Borges, como
fue una errada decisión no habérselo dado al cubano Alejo Carpentier, y al
venezolano Arturo Uslar Pietri.
Por ahora se ha hecho costumbre darle el premio
nobel a escritores cuya obra es poco conocida y que llaman la atención por
descubrir en ellos un intenso color local en sus libros. Entre mis lecturas más
erráticas e insatisfactorias tengo a Wole Soyinka y a Doris Lessing, ambos
ganadores del Premio Nobel, y de la misma escala del señor Gurnah.
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