domingo, 14 de noviembre de 2021

 

Un bongó para el cielo



Aquella casa, San Francisquito a San Pedro 29-C, era una casa melodiosa, todo el día se escuchaba la música de Radio Miranda, a excepción de la hora del mediodía, 12am, cuando el dial de un radio Sanyo de estuche plástico azul y blanco, con dos cornetas que siempre estuvo sobre la nevera en el pasillo del comedor, se convertía en el centro de un ritual imperturbable, en el que el tío Enrique, siendo un joven sin aún cumplir los treinta años y viralizado desde que era un niño por la música antillana, sintonizaba su programa favorito: “La hora de la salsa y el bembe”, que transmitía el locutor Fidias Danilo Escalona por Radio Difusora Venezuela.

Había un acuerdo tácito entre todos los que vivíamos en la casa, guardar silencio alrededor de la mesa del comedor, mientras los parlantes de la radio regaban el afinque pegajoso  de una guajira o toda la sabrosura contagiosa de un boogaloo, por los rincones de la casa; y tras los comentarios del locutor Fidias, el tío Enrique los nutría ampliando la información o contando una anécdota. Corría el año 1968, época en que el tío Enrique dormía junto a un par de congas (una azul y otra roja) y un par de bongos, que afanosamente tocaba, recorriendo toda la memoria rítmica de los cueros que le acompañaba en sus sueños.

Desde niño hizo pacto con el ritmo, ya a los ocho años destacó ganando muchas competencias junto a mi madre como su pareja de baile, eran los niños bailadores de aquellos templetes que se organizaban en la época de las fiestas públicas de la Plaza Capuchinos en su natal Parroquia San Juan. Hasta que  descubrió que el tambor era el padre del ritmo, se inició tocando tambor en los conjuntos folklóricos de la escuela, luego en su adolescencia formó parte de algunos conjuntos de gaita, pero lo suyo siempre serían la conga y el bongó y la musica como alternancia de vida, en toda su extension, con lo cual hacía notar su herencia musical larense que llevaba en las venas.

En los años 70 a través de un amigo conoció al bongosero de la orquesta Fania Roberto Roena, en los días de una presentación de la Fania All Stars en Caracas, le habían comentado que había la posibilidad de comprarle los bongos a Roena, dado que la fábrica de instrumentos LP, Latin Percussion, les suministraba instrumentos de cortesía en cada gira; ese día habló con Roena y al final del concierto regreso a su casa con el bongo LP de Roena, y autografiado por el célebre percusionista puertorriqueño.

Pero el tío Enrique más que un músico apasionado era un extraordinario cronista de la salsa y su tiempo. Su memoria era una suerte de biblia de orquestas y soneros, conocía al pie de la letra las historias y anécdotas, de cantantes, orquestas y guardaba un registro de conciertos inestimable, llevaba un record de todo aquello que se relacionaba con la salsa brava. En la época de los long play cuando salía alguno de las celebridades consagradas de la salsa, se aparecía por la casa de San Juan, colocaba el acetato y eso podía dar pie a  toda una tarde de tertulia salsera donde sacaba a relucir su amplio conocimiento de ese mundo latino.

San Juan es una parroquia con tradición de esquina, en cada una se reunían grupos diferentes, resaltaba la del Bar Los Corales con su rocola de época cargada con lo mejor del bolero, pero estar parado en esa esquina bañada por la música de aquél bar le daba un ambiente de nostalgia a esas conversaciones de calle entre parroquianos entre los que destavaba el tío Enrique, era el lugar de los tipos, de los muchachos no, los muchachos pa´la escuela como dice el refrán popular, los tipos que con un par de maracas, un güiro amarraban el ritmo con una conga para vacilar con sabor, improvisando cualquier ritmo, cantando coros, impregnando la tarde con más salsa que pesca´o .

El tío Enrique en el año 99 se hizo mi compadre, bautizó a mi hija mayor Oriana, época que compartimos las tardes de varios fines de semana escuchando música, sobre todo a Cachao, a la que acompañamos con las congas y el bongo, bajo el amparo familiar, el respeto y la admiración que siempre generó en mí su don de caballero.

Escribo esta nota escuchando en su honor mi lindo Yambu de Tito Rodríguez y su orquesta, uno de sus favoritos. Hoy hay otro bongó repicando en el cielo, el del tío Enrique, con un recutupla tupla, que siempre repicará en nuestros corazones.

NOTA: La foto “vintage” del tío Enrique que ilustra esta nota me la envió su hijo, mi primo Eliot Dam, creo que ambos coincidimos en que en el ámbito celestial, todos somos eternamente jóvenes como sin duda él lo es ahora.

Douglas González Droz

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