domingo, 14 de noviembre de 2021

 

Entre el deber y el hastío 


 “En Londres, el no-ser ocupaba una gran parte de nuestro tiempo”, escribe Virginia Woolf en uno de sus apuntes de sus memorias y con eso retrata las creencias y valores que fueron la base de una época, a principios del Siglo XX, donde la frase “ser o no-ser” referente a la obra Hamlet de William Shakespeare, era la pregunta obligada frente a la existencia humana, en relación a la vida y al cómo y por qué la vivimos. Ser o no-ser, tres palabras que colocan al hombre en un cruce de caminos, entre la voluntad y la realidad, entre la vida y la muerte, las opciones básicas de la existencia.

Ese tema sigue siendo debate en cada ser humano, y la literatura como el lugar de las significaciones lo recoge, lo interpreta, para devolverlo de mil formas con sus máscaras, en personajes, tramas, metáforas e imágenes. Esta semana he concluido la lectura de dos novelas, ambas transitan por sociedades donde predominan las formas y los moldes, creencias y los valores, estas novelas son “Deudas y dolores” de Phillip Roth y “Claraboya” de José Saramago; ambas guardan la secreta gratitud de ser la primera novela de su autor.

Insertada en el formato social en los Estados Unidos de los años 50, Deudas y Dolores, acusa el temprano registro de algunas fisuras que estallarían como los efectos de una droga psicodélica una década más tarde en los años 60: poniendo en la picota el ordenamiento hetero-normativo, y los postulados de la sociedad perfecta basados en sus manuales de vida.

Subrayé algunas frases de la novela de Roth como registro de gestos iconoclastas que retan las inquisitoriales costumbres de la representación del mundo del “american way of life” y sus apariencias de una sociedad ordenada a través de un manual de vida, que imperaba en aquella época en la que se reprimía y condenaba lo imprevisto:

“No hay ninguna ley por la que la gente tenga que hacer el amor de noche”, dice un personaje a otro, zarandeándose de tener que vivir siguiendo las pautas impuestas. Roth también se permite ponderar el valor de la excusa individual frente a una realidad construida y determinada por el sistema,

“El mundo es imperfecto (…) pero no lo has hecho tu”. Más adelante resalta, puedes ser infeliz en todo lo que quieras, pero jamás sacrifiques tu felicidad sexual, “Existe una jerarquía de los fracasos, y es mejor la bancarrota que la tensión en la cocina y en la cama”.

En la década de los 50, en un país donde se enarbolaban los prejuicios resultaba más que  controversial decirle a una mujer blanca que podía tener sexo con un hombre de color, como irónicamente en un momento el personaje de Martha Reganhart manifiesta a su amiga Sissy su desprejuiciada visión sobre el sexo interracial, “Por lo que a mí respecta, amiga, puedes acostarte con todo el ejército nigeriano y los infantes de marina del Congo Belga”.

La novela de Roth pareciera una cámara grabadora haciendo una filmografía de lo cotidiano,  fijada en palabras, donde también la pobreza aflora con algún gesto de vergüenza, lo que el escritor sentencia de un plumazo con esta frase definitiva y lapidaria, “era propietario de una sola corbata”.

CLARABOYA de José Saramago, es una novela sobre el hastío, la vida se mira desde un vidrio empañado, y es por ese el único a través del cual sus personajes ven la realidad, no tienen otro, es el que se les ha dado para esa existencia vivida a medias como todos los que viven en ese pequeño edificio de un vecindario de la ciudad de Lisboa, alejado del carrusel de las oportunidades, condenados a caminar día tras día en los mismos círculos, siempre iguales, siempre mancillados por la obstinada rutina.

El peso del tiempo se va haciendo inexorable con el ritmo de la narración, donde todo es un simple pasar, pero así el tiempo pesa más porque es por donde se les va la vida. “Con cada cuarto de hora, inflexiblemente como el propio tiempo el reloj de la vecina de abajo subrayaba el insomnio”.

A medida que la narración avanza se hace más evidente lo notorio de los símbolos expuestos por Saramago en la novela: la decepción, la fealdad, el conformismo, una desesperanza que infecta todo lo que toca y la incredulidad en la felicidad.

“No hay dinero que pague una esperanza”, dice Silvestre el zapatero, palabras que caen como una pesadumbre sobre la trama que niega el motivo de la alegría y su risa, es algo tan fuera de lugar que el asomo de una risa es objeto de miedo. “El silencio que llenaba la casa de arriba abajo, como un bloque, estalló ante esa risa. Tan poco habituados estábamos a semejante ruido que los muebles parecieron encogerse en sus lugares. El gato ya sin recuerdo del hambre aterrorizado por las carcajadas, regresó al olvido del sueño”.

La ciudad que nos describe Saramago está siempre gris, o bajo la niebla llena de imprecisiones en su imagen y en su atmósfera. En su conjunto la novela es una fractura estética, la fealdad matiza los lugares que debía ocupar la belleza”

Criaturas insulsas de tez macilenta y trajes sombríos, los describe Saramago. Caetano, siente asco por Justina, su esposa, “Cuando ella, en la cama (…), le tocaba, se apartaba  con repugnancia, incómodo por su delgadez, por sus huesos agudos, por la piel excesivamente seca, casi apergaminada. >>Esto no es una mujer, es una momia<<, pensaba.

En la dimensión de Claraboya, los hombres también habitaban entre sombras que les impide ver los estragos que la decadencia ha promovido en su cuerpo, “El marido sonrió con todas las arrugas de la cara y con los pocos dientes que le restaban”.  Si algo recoge Claraboya es la negación de la vida, el cultivo de la desesperanza, “Yo pertenezco al grupo de los que murieron antes de nacer”, refiere el inquilino Abel a Lázaro el zapatero, mientras ambos fuman cigarrillos para evadirse de lo habitual y del tiempo; sin duda estamos ante una novela donde todos, trama y personajes están marcados por el no-ser.

Pero la vida de los personajes de Claraboya pese al cielo ensombrecido guardan sus momentos de lucidez, de densa claridad como el joven Abel, quizás mejor dotado para indicar cuál es el camino, y romper con el círculo vicioso que repiten esas existencias, y se lo pregunta desde las palabras del poeta portugués Fernando Pessoa sobre cuál es el sentido oculto de la vida "...es que no tiene ningún sentido", dice citando al poeta, sino tener una vida programada, "me quieren casado, fútil y tirbutable", dice en tono de rechazo. Para Abel la vida debe guardar otras plenitudes, "la vida debe ser interesada, interesada a todas horas (...), es necesario que la vida se proyecte que no sea un simple fluir animal inconsciente como el fluir del agua..."

Para evadir esa trampa en la que se siente atrapado por el destino prescrito por la sociedad Abel plantea la urgente necesidad de que cada existencia sea un proyecto único, pero al mismo tiempo se da cuenta de que eso no es posible. "Pero proyectarse ¿cómo? Proyectarse ¿hacia dónde? Cómo y hacia dónde, he ahí el problema que genera mil problemas. No basta decir que la vida debe proyectarse. Para él "como" y para el "hacia dónde" se encuentra una infinitud de respuestas", otros tendrán las suyas y otros miles las de ellos y así sumamos millones, haciendo un laberinto de las cantidades del que no hay salida.  

©Copyright. Douglas González

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